Una constante de todas las epidemias es buscar un culpable, aprovechar el infortunio para hacer una "construcción del enemigo". Algo que suele tener una rápida aceptación en las masas, que necesitan un chivo expiatorio para cargarle la culpa y que es aprovechado por los dirigentes sin escrúpulos para sus propios intereses.
Tenemos numerosos ejemplos de esta actitud irracional que busca alguien a quien castigar, sobre el que descargar la rabia impotente de tanta desgracia.
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Las callejas del call de Girona vivieron el asalto
de 1391, en el que murieron muchos judíos. |
Así sucedió tras la peste negra, a mediados del s. XIV. Primero se culpó a los leprosos, individuos ya de por sí mal vistos, aumentando su marginación. De ellos se decía que habían envenenado los pozos. Pronto a los leprosos se les añadieron los judíos, dando lugar a una gran oleada de antisemitismo. Los judíos eran los malvados descendientes de los que habían crucificado a Cristo y por lo tanto, el clero y los frailes dominicos, tuvieron fácil excusa para culparles de una mortífera epidemia. En Catalunya se asaltaron los calls (barrios judíos) de Barcelona i Girona. También en otras ciudades como Palma, Valencia, Toledo, Sevilla, Córdoba se arrasaron las juderías. Cientos, quizás miles de judíos murieron asesinados o en la hoguera, con las más viles y abyectas calumnias. El rey de Aragón, bajo cuya protección estaban los judíos, miró hacia otro lado, ya que debía demasiado dinero a los prestamistas judíos. El pogrom le iba de maravilla, ya que con la muerte de los judíos su deuda quedaba saldada.
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Judíos llevando la rueda amarilla distintiva ejecutados en la pira. |
Otro caso de xenofobia tuvo lugar cuando la sífilis eclosionó en Europa tras la batalla de Fornovo (Nápoles) en 1495. Napolitanos, franceses y españoles se enfrentaron allá y al volver expandieron la sífilis por sus respectivos países.
Como se trataba de un "mal vergonzoso" contraído tras relaciones sexuales todos achacaban al enemigo - o a los países vecinos - el origen del mal. Como la nueva enfermedad había hecho su aparición acompañando a las tropas francesas, los napolitanos le llamaron morbo gálico o mal francés . Naturalmente los franceses no aceptaron de buen grado esta denominación, y la llamaron el mal napolitano y los de Nápoles el mal español, ya que pronto se vinculó esta enfermedad con el aluvión de novedades que traían los españoles del Nuevo Mundo. Progresivamente surgieron otros nombres, también xenófobos: sarna de Castilla en Portugal; mal de los portugueses en Castilla; enfermedad de Burdeos en Inglaterra... Ninguno quería ser el culpable. Una clara prueba de rechazo al extranjero, al diferente, que señalaban como culpable de causar la enfermedad.
Otro tanto pasó con el cólera en el s. XIX. En 1834 el cólera había llegado a la Península Ibérica. En Madrid comenzó a circular el bulo de que los jesuitas habían envenenado las fuentes ya que “a muchas personas el cólera se manifestaba después de beber agua” (cosa que por otra parte puede ser cierta, si el agua está infectada con el Vibrio cholerae, pero no tenía nada que ver con el supuesto veneno de los frailes).
Benito Pérez Galdós en "Un faccioso más y algunos frailes menos" relata algunos aspectos del motín. Los jesuitas habían estado predicando de forma insistente y machacona que el cólera era
«el castigo divino contra los descreídos habitantes de la ciudad, mientras que la gente del campo quedaba libre por ser fiel y devota».
Los hechos violentos sucedieron hacia mediodía del 17 de julio de 1834 en la Puerta del Sol y alrededores. Un muchacho había echado un puñado de tierra en la cuba de un aguador. Una gamberrada que había sucedido otras veces y era un asunto que se solía arreglar con un par de pescozones. Pero esta vez se corrió la voz de que el chico había sido enviado por los jesuitas con aviesas intenciones de envenenar la fuente. La turba lo linchó y lo mató allí mismo, mientras su compañero huía despavorido. Poco después un conocido realista era asaltado en la Plaza de la Cebada. Y más tarde un franciscano fue atacado en la calle de Toledo.
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Una litografía de la época que ilustra el asalto al colegio de los jesuitas. |
A las cinco de la tarde, una multitud se dirigió al colegio Imperial de San Isidro, regentado por los jesuitas:
“El pretexto, corroborar la versión que desde el día anterior había corrido sobre dos cigarreras de la cercana fábrica de tabacos, decían que sorprendidas con polvos de veneno para echar en las fuentes y que pagadas por los jesuitas. Dentro del convento matan a sablazos a unos, apresan a otros y los linchan en las calles laterales, desnudando y acribillando con escarnio los cuerpos moribundos. La tropa llega a la media hora nada menos que con el capitán general y superintendente de policía, Martínez de San Martín, experto en reprimir motines de los liberales exaltados durante el trienio constitucional en Madrid. Les recrimina a los jesuitas el envenenamiento y busca pruebas del mismo, mientras siguen matando frailes a un palmo de su presencia”.
En total catorce jesuitas fueron asesinados, injustamente culpados por la epidemia de cólera.
Otra prueba de la búsqueda de culpables fue al principio de la eclosión del sida. Los homosexuales masculinos, los heroinómanos y los haitianos eran los grupos de mayor riesgo de contraer la infección por VIH. No faltaron grupos bienpensantes que cargaron la culpa sobre los homosexuales, aduciendo que el nuevo mal era un castigo divino a tanto vicio. También aumentó el racismo hacia los afroamericanos oriundos de Haití.
Ahora, el presidente de los EEUU, Donald Trump se refiere repetidamente al virus SARS-CoV2, agente productor de la pandemia de CoVID19, como el "virus chino". A pesar de que algunos periodistas le han indicado que el nombre impuesto por la OMS evita cuidadosamente cualquier referencia a países para precisamente evitar reacciones xenófobas, el presidente en su peculiar estilo petulante y provocador ha aclarado "yo le llamo chino porque viene de China". En esta manera peyorativa de llamar al virus coincide con algunos militantes de partidos de extrema derecha de nuestro país, sobradamente conocidos, cuyos comentarios despectivos sobre el "virus chino" ya han merecido una elegante pero firme protesta oficial de la embajada de China Popular.
El empeño por mezclar China y los chinos con la pandemia de COVID19 no es inocente. Hay tras ello una clara intencionalidad xenófoba y racista. Una búsqueda, una vez más, de un chivo expiatorio. La enfermedad no es de aquí o de allá. Afecta a toda la Humanidad. Escudarnos en donde comenzó o donde ha habido más casos es una repugnante e intolerable excusa para infiltrar subliminalmente el odio y -tal vez- la violencia hacia un grupo humano, señalándolo como culpable.
Hace pocos días, antes del confinamiento actual, oí en el mercado a una señora referirse al COVID19 diciendo: "los chinos son los culpables de esa enfermedad...". No pude más. Me giré y le dije:
- "No señora. Esta enfermedad no es culpa de los chinos. Es culpa de un coronavirus. Los chinos la sufren igual que nosotros".
Esta nefasta actitud contrasta con la actitud que ha tenido China en la gestión de la crisis. Al principio hubo un intento autoritario de silenciar a los primeros médicos que alertaron de la epidemia (especialmente el Dr. Liang Wudong, que murió al cabo de poco, víctima del COVID 19). Pero pronto se cambió la dirección en el buen sentido. Se confinó a todos los ciudadanos de Wuhan en sus casas, y se cerró totalmente la provincia de Huabei. Y el pueblo resistió cívica y disciplinadamente el furioso embate de la pandemia. Dos meses más tarde, el número de contagios autóctonos es ya de 0 casos y se vislumbra el final de tan luctuoso episodio.
Y ahora, China está ayudando a Italia y en menor grado al Estado Español. Enviando materiales clínicos, mascarillas, técnicos y personal especializado. Algo que Europa, paralizada por el pánico no acierta a hacer. No se ve por ninguna parte la ayuda europea, pero sí la china. Por cierto que los médicos chinos no salen de su asombro al ver que aquí el confinamiento no es total.
Y debería serlo. Una total inoperancia de nuestros políticos, que se niegan irracionalmente a cerrar Madrid, el principal foco de infección que reúne 2/3 de los casos y de las defunciones de todo el Estado. Y también se resisten cerrilmente a cerrar Cataluña, los puertos y aeropuertos, viendo en una mera medida epidemiológica supuestos atisbos de nacionalismo separatista. Cerrar los pequeños territorios en los que hay muchos casos es la primera decisión a tomar para un epidemiólogo, sea cual sea su ideología. Así se ha hecho en Lombardía, Baviera, Río de Janeiro, California, Nueva York... Tampoco aquí se ha prohibido ir a trabajar, a pesar del alto riesgo que corren los trabajadores. El colmo es la idea de trasladar a los enfermos de Madrid para que sean tratados en otras comunidades: la manera más simple de extender una epidemia y hacer que sea incontrolable.
Mientras tanto, los hospitales de Madrid, absolutamente desbordados y desabastecidos de material y personal se ven en el duro dilema de elegir a que enfermos tratan y a quienes no. Madrid agoniza y sigue infectando a los alrededores ¿Hasta cuando?
Bibliografía
Canal J, Canal E, Nolla JM, Sagrera J. Els jueus i la ciutat de Girona. Ajuntament de Girona, 1995.
Moliner Prada, A. «Anticlericalismo y revolución liberal». En: La Parra López, Emilio y Suárez Cortina, Manuel ed. El anticlericalismo español contemporáneo. Madrid: Biblioteca Nueva, 1998.
Pérez Garzón, J S. «Curas y liberales en la revolución burguesa». En: Rafael Cruz, ed. El anticlericalismo. Madrid: Marcial Pons (Rev. Ayer, nº 27) 1997
Xunclà i Tubert, F. Guia del Call. Girona, 1995.
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Guerreros de Xian. Terracota (210 a. C) |