Ignacio Zuloaga Retrato de Valle-Inclán (1931) Óleo sobre lienzo. 149 x 109 cm Colección particular |
Ramón María Valle Peña (1866 - 1936), más conocido como Ramón María del Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista español, encuadrado en la corriente literaria modernista. Es uno de los autores clave de la literatura española del siglo xx. El propio escritor cultivaba sobre sí mismo una leyenda llena de imaginación, definiéndose como un personaje altivo, bohemio e irónico, de «rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba» (Alma Española, 1903).
En este retrato de Zuloaga, Valle-Inclán aparece con su larga y característica barba blanca, sentado en un sillón con los brazos cruzados. Podemos ver como la manga del brazo izquierdo está vacía, ya que al célebre literato le faltaba era manco.
A Valle Inclán le amputaron la mano en 1899. La historia de este accidente es legendaria y digna de una novela. El escritor solía frecuentar la tertulia del Café Nuevo de la Montaña, un establecimiento de la calle Alcalá de Madrid, colindante con la Puerta del Sol. Allí se reunían entre otros Francisco Sancha, el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, Gregorio Martínez Sierra, Pío Baroja, y un joven periodista y escritor llamado Manuel Bueno Bengoechea. La tarde del 24 de julio de aquel año, los contertulios sostuvieron una acalorada discusión sobre la legalidad de un duelo que tenía que tener lugar entre un joven aristócrata andaluz, López del Castillo, y el caricaturista portugués Leal da Cámara, que noches atrás habían tenido sus diferencias en el Paseo de la Castellana sobre el valor personal de lusos e hispanos.
Valle-Inclán se excita y alza la voz sobre las de los demás. Manuel Bueno le replica:
"- ¡Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! ¡Leal da Cámara es menor de edad y no podrá batirse!".
Valle-Inclán, dolido, le increpa:
"- No sea usted majadero, que usted no sabe una palabra de eso.-"
La discusión se enzarza. En un momento determinado Manuel Bueno se levanta, da un paso atrás, y amenaza con su bastón. Valle Inclán, rompe una botella y la empuña para atacarle.
Bueno entonces descarga con fuerza un bastonazo en la muñeca del escritor, que intentaba protegerse. El bastón, de barra de hierro con cantos cortantes (tal vez un bastón de estoque), le provoca una herida de cierta profundidad. Corrió la leyenda de que el bastonazo hizo que se le incrustara el gemelo con el que sujetaba la camisa, aunque este detalle parece ser añadido. Según otra versión (José M. Carretero: Lo que sé por mí, p. 37) en la discusión, su oponente le asió el puño con tal fuerza que le clavó el gemelo en la muñeca, causándole una profunda herida.
Lo cierto es que probablemente se le astillara cúbito y radio, en una fractura conminuta. Pío Baroja lo acompañó a una farmacia de la calle Caballero de Gracia, pero la cura fue manifiestamente insuficiente. Al dia siguiente, la herida estaba infectada y poco después se gangrenó. La solución en aquel momento fue la de amputar el brazo, lo que realizó el médico y cirujano Manuel Barragán y Bonet el 12 de agosto.
Se forjó toda una leyenda sobre la amputación. Corrió el rumor que Valle-Inclán se negó a que le suministrasen cloroformo porque quería conservar la conciencia en todo momento.
“ No proferí un grito, ni el más leve quejido (...) Recuerdo que, para ver yo bien la amputación, hubo necesidad de pelarme el lado izquierdo de la barba”
Lo que sí es cierto es que transcurrido un tiempo después de la operación, Valle volvió al Café de la Montaña y se mostró conciliador con su agresor:
“- Mira, Bueno, lo pasado, pasado está. Aún me queda la mano derecha para estrechar la tuya. Y no te preocupes, que aún me queda el otro brazo, que es el de escribir"
El café de la Montaña, el año de su inauguración (1896) |
El literato gallego recibió el apoyo de sus colegas, que organizaron un festival para conseguir fondos para comprarle un brazo ortopédico, que usó durante un tiempo. Lo llevaba enguantado y lo levantaba en las discusiones con el puño cerrado, ayudándose con la mano buena. Después decidió dejar la manga vacía, como se ve en el cuadro que encabeza esta entrada. Solía fantasear con el brazo perdido, que incorporó a su leyenda. Desde compararse con Cervantes, el manco de Lepanto, a decir que le había comido el brazo un saurio, pasando por sostener que un día, mesándose la poblada barba, lo había perdido entre sus greñas y que todavía tenía la esperanza de encontrarlo un día.
De todos modos, no fue éste el último altercado de Valle-Inclán en una cafetería. Poco después discutió con Alberti y se agredieron con una botella y con un vaso, que produjeron heridas sangrantes. Genio y figura...