Carraca de leproso
Madera
Fotografía de archivo
|
Esta era una típica carraca de leproso. Este instrumento de madera producía un sonido sordo al batir sus láminas de madera, y se entregaba a los leprosos como instrumento para avisar de su presencia y como símbolo de su marginación. En algunas ocasiones, los leprosos también podían tocar una campanilla.
Las carracas no producen un sonido diastemático, sino rítmico y monótono. En la liturgia católica son símbolos de penitencia y de duelo. En Semana Santa, en las liturgias del Jueves y Viernes Santo, el alegre son de la campanilla se sustituye por el de las tétricas carracas). Incluso antiguamente era costumbre que tras el oficio de Jueves Santo, la chiquillería, armada con estos instrumentos de madera recorriera las calles para "matar judíos" en un ceremonial lúgubre y xenófobo.
En el Medioevo, la lepra era temida como una enfermedad terrible (lo era) y se temía mucho su contagio. Para esto último ya no había tantos motivos, ya que es una enfermedad muy difícil de contagiar: tal vez la menos contagiosa de las enfermedades transmisibles. Pero la equívoca traducción latina de la Biblia por San Jerónimo (La Vulgata) ponía de manifiesto la conveniencia de apartar los enfermos de la piel (mal interpretadas como "lepra") del resto de la comunidad. Otra enfermedad muy extendida en la Baja Edad Media fue la peste, esta sí muy mortífera y contagiosa, lo que tal vez contribuyó a aumentar el miedo cerval de la población al contagio.
La lepra fue una enfermedad muy extendida en la Edad Media. Se calcula que en Europa llegaron a haber 19.000 lazaretos o pequeños hospitales de leprosos. El miedo a contagiarse se alimentaba cada día con leyendas y supersticiones de todo tipo. A los leprosos se les atribuía todo tipo de barbaridades. Que si tenían la enfermedad por su incontrolable lujuria, que si envenenaban los pozos de agua para propagar enfermedades... lo que no ayudaba a terminar con su absoluta marginación.
En algunos países incluso se llegaba a practicar un ritual paralitúrgico para separar de la comunidad a los enfermos de lepra. Los leprosos, revestidos con un sudario, asistían a la misa de difuntos, a su propio funeral. Tras el oficio, el sacerdote les entregaba el hábito distintivo de que padecían la enfermedad, la escudilla para su comida (para evitar contacto de su comida con los no afectos del mal) y la carraca para advertir de su presencia. El sacerdote les dispensaba de asistir a misa en lo sucesivo, les prohibía acceder a sitios concurridos y les decía la terrible frase "Sic mortuus mundo. Vivus iterum Deo" (Así, estás muerto para el mundo. Volverás a vivir con Dios).
El objetivo de la carraca era doble. Por una parte avisar de la proximidad del enfermo, para que la gente se apartara de él y evitara supuestos contagios. Por otra, recabar su atención para obtener limosnas, ya que era su único medio de vida y de sustento.
Las carracas aparecen en diversas iconografías de los leprosos, muchas veces para identificar a un personaje como enfermo de lepra. En efecto, el temor y la repugnancia por las lesiones cutáneas de la lepra era tal, que incluso se evitaba la representación realista de sus síntomas. Muchas veces los leprosos son representado por unas tímidas manchitas o pintas sobre su piel, muy poco específicas, que se asemejan más a un exantema que a verdaderos lepromas. Por eso es importante la representación de la carraca, un atributo que permite la identificación de su propietario como leproso.
Así lo vemos por ejemplo en la magnífica portada románica de Saint Pierre de Moissac. El pobre Lázaro, afecto de lepra, presenta unas lesiones cutáneas de difícil interpretación que le cubren todo el cuerpo. Pero presenta la cabeza recostada en una piedra, sobre la que se destaca un objeto parecido a una campana. Se trata de la carraca identificativa que nos permite saber que el pobre Lázaro era un leproso.
Lo mismo podemos ver en otras representaciones. En una miniatura, Santa Isabel de Turingia cura la pierna llena de ulceraciones de un enfermo, que sostiene con una mano una carraca. Otro leproso.
Leproso con el sombrero y hábito identificativo, que hace sionar su carraca para advertir de su presencia |
En el Medioevo, la lepra era temida como una enfermedad terrible (lo era) y se temía mucho su contagio. Para esto último ya no había tantos motivos, ya que es una enfermedad muy difícil de contagiar: tal vez la menos contagiosa de las enfermedades transmisibles. Pero la equívoca traducción latina de la Biblia por San Jerónimo (La Vulgata) ponía de manifiesto la conveniencia de apartar los enfermos de la piel (mal interpretadas como "lepra") del resto de la comunidad. Otra enfermedad muy extendida en la Baja Edad Media fue la peste, esta sí muy mortífera y contagiosa, lo que tal vez contribuyó a aumentar el miedo cerval de la población al contagio.
La carraca en la mano permite identificar frecuentemente a los leprosos, ya que las lesiones cutáneas suelen ser esquemáticas y simbólicas, poco acordes con la realidad. |
La lepra fue una enfermedad muy extendida en la Edad Media. Se calcula que en Europa llegaron a haber 19.000 lazaretos o pequeños hospitales de leprosos. El miedo a contagiarse se alimentaba cada día con leyendas y supersticiones de todo tipo. A los leprosos se les atribuía todo tipo de barbaridades. Que si tenían la enfermedad por su incontrolable lujuria, que si envenenaban los pozos de agua para propagar enfermedades... lo que no ayudaba a terminar con su absoluta marginación.
En algunos países incluso se llegaba a practicar un ritual paralitúrgico para separar de la comunidad a los enfermos de lepra. Los leprosos, revestidos con un sudario, asistían a la misa de difuntos, a su propio funeral. Tras el oficio, el sacerdote les entregaba el hábito distintivo de que padecían la enfermedad, la escudilla para su comida (para evitar contacto de su comida con los no afectos del mal) y la carraca para advertir de su presencia. El sacerdote les dispensaba de asistir a misa en lo sucesivo, les prohibía acceder a sitios concurridos y les decía la terrible frase "Sic mortuus mundo. Vivus iterum Deo" (Así, estás muerto para el mundo. Volverás a vivir con Dios).
Relieve de Moissac. en el ángulo inferior izquierdo, la carraca de leproso. |
Las carracas aparecen en diversas iconografías de los leprosos, muchas veces para identificar a un personaje como enfermo de lepra. En efecto, el temor y la repugnancia por las lesiones cutáneas de la lepra era tal, que incluso se evitaba la representación realista de sus síntomas. Muchas veces los leprosos son representado por unas tímidas manchitas o pintas sobre su piel, muy poco específicas, que se asemejan más a un exantema que a verdaderos lepromas. Por eso es importante la representación de la carraca, un atributo que permite la identificación de su propietario como leproso.
Miniatura representando a Santa Isabel curando a un enfermo. La carraca que sostiene el paciente nos informa que es un leproso |
Lo mismo podemos ver en otras representaciones. En una miniatura, Santa Isabel de Turingia cura la pierna llena de ulceraciones de un enfermo, que sostiene con una mano una carraca. Otro leproso.