José de Ribera
"El Españoleto"
Apolo y Marsias
(1637)
Óleo sobre tela 182 x 232 cm
Museo de Capodimonte. Nápoles. |
"ἐν τῇ καὶ ὁ τοῦ Σιληνοῦ Μαρσύεω ἀσκὸς ἀνακρέμαται, τὸν ὑπὸ Φρυγῶν λόγος ἔχει ὑπὸ Ἀπόλλωνος ἐκδαρέντα ἀνακρεμασθῆναι."
(Heródoto, Historia VII, 26)
"En dicho lugar, asimismo, se halla colgada la piel del sileno Marsias, siendo Apolo quien, según una tradición que circula entre los frigios, la dejó allí colgada después de haberlo desollado".
(Traducción de Carlos Schrader)
Llovía mansamente en Nápoles, sobre los jardines de Capodimonte, en aquella tarde de primavera. Recorrí las numerosas salas del museo con calma, deteniéndome en algunas de las más relevantes pinturas. De repente, en el fondo de una sala, vi el cuadro de Ribera, Marsias y Apolo. Quedé absorto, ante el gesto de dolor de Marsias. Su cara se contraía en un aullido, casi audible. El dolor, la percepción del dolor intenso, además de ser la injusta consecuencia del caprichoso designio de un dios, llenaba todo el espacio.
El valenciano José de Ribera (Xàtiva 1591 - Nápoles, 1652), apodado por los napolitanos el Españoleto, por su baja estatura, se había recreado en los detalles. Marsias, el sátiro, aparecía cubierto de vello en el pecho - un signo propio de personajes negativos, malos e impuros - mientras que un lampiño e impoluto Apolo, radiante de luz procedía a su castigo: le estaba arrancando la piel. Unos sátiros en un rincón contemplaban la escena, horrorizados.
Según la mitología, la diosa de la sabiduría Atenea había inventado la flauta durante un banquete, a partir de un hueso de ciervo. Pero Hera y Afrodita se burlaron de cómo se hinchaban sus mejillas al intentar tocarla. Atenea entonces arrojó la flauta, y prometió grandes desgracias a quien la encontrara.
Perugino. Apolo y Marsias. |
El pobre Marsias (Μαρσύας) tuvo la mala suerte de encontrarla. Le gustó su son, y recreaba a los sátiros del bosque con sus improvisados conciertos. Su éxito fue tal que llegó a desafiar a Apolo, el dios de la música y de las artes, convocándolo a un peculiar concurso. Apolo tocaría su lira y él la flauta, y a ver quien de los dos era mejor músico. El premio era sustancioso: el ganador podría hacer con el vencido lo que quisiera. En el singular duelo, pronto se manifestó la superioridad de Marsias. Era un virtuoso de la flauta. Apolo, molesto y humillado, sugirió que tocaran el instrumento al revés. Esta vez la melodía de Apolo se impuso, ya que la flauta al revés no sonaba. Además los jueces no eran imparciales: quienes decidían eran las Musas, que formaban parte del séquito de Apolo.
Torso de Marsias desollado. Escultura romana s. I-II. Museo Arqueológico, Estambul. |
Apolo entonces se vengó cruelmente de quien había osado desafiar a un dios. Hizo que ataran a Marsias a un árbol y lo desolló.
Había visto en muchas ocasiones representado el mito de Marsias y Apolo. Recordaba una escultura romana (probable copia de una anterior) en el Museo Arqueológico de Estambul, y versiones de Rafael (Vaticano); Luca Giordano (El Escorial); o una porcelana en el Museo del Prado. El mito del castigo de Marsias por querer ser más que un dios ha sido ampliamente reproducido, especialmente en la época barroca, en la que estos relatos mitológicos causaban furor.
En cuanto al castigo, el desollamiento, es algo que impresiona, y no sólo a los dermatólogos. Arrancar en vivo la piel, el mayor órgano del cuerpo humano y además la sede de la sensibilidad y el tacto, es un suplicio doloroso y salvaje, que horroriza a cualquiera.
Cuando salí de Capodimonte, comenzaba a anochecer. Ya no llovía, pero quedaba en el ambiente un húmedo aroma a tierra mojada. Al doblar una esquina, escuché una musiquilla, suave y lejana. No sé por qué, me vino a la mente la flauta de Marsias y su infausto final.
En cuanto al castigo, el desollamiento, es algo que impresiona, y no sólo a los dermatólogos. Arrancar en vivo la piel, el mayor órgano del cuerpo humano y además la sede de la sensibilidad y el tacto, es un suplicio doloroso y salvaje, que horroriza a cualquiera.
Cuando salí de Capodimonte, comenzaba a anochecer. Ya no llovía, pero quedaba en el ambiente un húmedo aroma a tierra mojada. Al doblar una esquina, escuché una musiquilla, suave y lejana. No sé por qué, me vino a la mente la flauta de Marsias y su infausto final.
Bartolomeo Manfredi Apolo y Marsias (1620) Saint Louis Art Museum, Missouri |