viernes, 29 de enero de 2016

Mujer joven en su aseo








Eugène Lomont

Mujer joven en su aseo
(1898) 

Óleo sobre lienzo  54 x 65 cm

Musée de l'Oise. Beauvais. 




Eugène Lomont (1864 - 1938) fue un pintor francés, relativamente desconocido. Con motivo de una exposición celebrada el pasado año en el Musée Marmottan Monet de Paris (2015), su obra, algo olvidada hasta ahora, llamó poderosamente la atención. 

El tema de este cuadro no es de tipo académico ni la composición. Una mujer joven aparece semidesnuda y de espaldas ante el lavabo y frente el espejo. La pintura nos remite a las obras de la primera etapa de Degas, en las que plasmaba escenas de baño y en las que aparecían jofainas, bañeras, jarras y otros adminículos usados para el aseo personal. 

En todo caso, en la sobria composición de Lomont podemos observar un aseo de casa burguesa a finales del s. XIX. Los usos higiénicos y la limpieza corporal irrumpen en la sociedad y en el arte del momento, dando paso a los espacios cerrados y privados, en donde hallamos una nueva visión la intimidad y del cuerpo. Los espejos dan una idea del diálogo consigo mismo. Este tipo de escenas, que también interesaron a pintores como Manet, Berthe Morisot, Degas y Toulouse-Lautrec contribuirán a una nueva concepción de la modernidad. 


jueves, 28 de enero de 2016

Don Quijote (V): Los médicos




Doménicos Theotocópulos 
"El Greco"

El Médico 
(Retrato del Doctor Rodrigo de la Fuente)
(detalle) 

Óleo sobre lienzo. 93 x 82 cm  

Museo del Prado. Madrid.




A lo largo del Quijote, Cervantes describe continuamente las diversas afecciones que afligen al caballero y los traumatismos y magulladuras que sufre como consecuencia de sus correrías, pero curiosamente, en ningún momento es visitado por un médico. Los que normalmente atienden sus males son el cura y el barbero. Puede ser, como señala Fernando Díaz Plaja, que  al encomendar a un cura tal menester, el autor quiera subrayar que los males del hidalgo eran más del alma que del cuerpo. En cambio, el barbero (una especie de enfermero de aquella época) estaba más capacitado para atender las lesiones físicas. 

El uso que de la figura del médico dibuja Cervantes cae en algunos tópicos. Por ejemplo, en el capítulo XLVII de la Segunda parte,  el Doctor Pedro Recio de Tirteafuera prohibe todas las cosas apetecibles. La reacción de Sancho, contenida en un principio, se va encolerizando y acaba por estallar:


"Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; y así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque no había más de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella. Púsose a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico, con una varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares. Uno que parecía estudiante echó la bendición y un paje puso un babador randado a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala llegó un plato de fruta delante, pero apenas hubo comido un bocado, cuando, el de la varilla tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho, pero, antes que llegase a él ni le gustase, ya la varilla había tocado en él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta. Visto lo cual por Sancho, quedó suspenso y, mirando a todos, preguntó si se había de comer aquella comida como juego de maesecoral. A lo cual respondió el de la vara:—No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en las otras ínsulas donde hay gobernadores. Yo, señor, soy médico y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro por su salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de día y tanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle cuando cayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especiesque acrecientan la sed, y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.—Desa manera, aquel plato de perdices que están allí asadas y, a mi parecer, bien sazonadas no me harán algún daño.A lo que el médico respondió:—Esas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.—Pues ¿por qué? —dijo Sancho.Y el médico respondió:—Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, en un aforismo suyo dice: «Omnis saturatio mala, perdicis autem pessima». Quiere decir: ‘Toda hartazga es mala, pero la de las perdices malísima’.—Si eso es así —dijo Sancho—, vea el señor doctor de cuantos manjares hay en esta mesa cuál me hará más provecho y cuál menos daño, y déjeme comer dél sin que me le apalee; porque por vida del gobernador, y así Dios me le deje gozar, que me muero de hambre, y el negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y él más me diga, antes será quitarme la vida que aumentármela.—Vuestra merced tiene razón, señor gobernador —respondió el médico—, y, así, es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo. De aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aun se pudiera probar, pero no hay para qué.Y Sancho dijo:—Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es olla podrida, que, por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar con alguna que me sea de gusto y de provecho.¡Absit! —dijo el médico—. Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida. Allá las ollas podridas para los canónigos o para los retores de colegios o para las bodas labradorescas, y déjennos libres las mesas de los gobernadores, donde ha de asistir todo primor y toda atildadura; y la razón es porque siempre y a doquiera y de quienquiera son más estimadas las medicinas simples que las compuestas, porque en las simples no se puede errar, y en las compuestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas. Mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión.Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla y miró de hito en hito al tal médico, y con voz grave le preguntó cómo se llamaba y dónde había estudiado. A lo que él respondió:—Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera:—Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quitéseme luego delante: si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes, que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya Pedro Recio de aquí: si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer o, si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas."

Al revés de la sátira mordaz que Quevedo hacía de los médicos, Cervantes elogia y admira sin ambages al médico sabio, aunque no puede evitar criticar a aquellos que basan su tratamiento en la casi total restricción de comida, una dieta famis contra la que se revuelve Sancho: 
"Quedó atónito Sancho, y mostraron quedarlo asimismo los circunstantes, y volviéndose al mayordomo le dijo:—Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio, porque si alguno me ha de matar ha de ser él, y de muerte adminícula y pésima, como es la de la hambre" 

En general, Don Quijote habla de los médicos con respeto. Se vislumbra lo que piensa sobre la salud y la eficacia de los médicos en el encuentro con el bandolero catalán Roque Guinart: 
"—Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena." 


Sancho Panza, por Ignacio Zuloaga (detalle)

Diferente opinión es la que tiene Sancho. Fuera de la ínsula Barataria, su opinión cae en los tópicos en los que frecuentemente cae el vulgo, en la que entremezcla la codicia y la inoperancia: 

"—En verdad, señor, que soy el más desgraciado médico que se debe de hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulilla de algunas medicinas, que no las hace él, sino el boticario, y cátalo cantusado; y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite." 




Bibliografía:  


Díaz Plaja F. El médico en las letras españolas. Una profesión a través de los siglos. Ediciones BSA, Barcelona, 1996 

miércoles, 27 de enero de 2016

Don Quijote (IV): Cosméticos y perfumes








Ignacio Zuloaga

Sancho Panza

Dibujo al carbón, dedicado a Manuel de Falla.




Comentábamos en una entrada anterior las prácticas de higiene cutánea - bastante esporádicas - que aparecen en el Quijote. Los usos cosméticos también quedan reflejados en algunos pasajes de la obra. La Torralba llevaba unas alforjas al cuello, donde tenía: 

«Según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara» (XX)

Dibujo al carbón de Don Quijote, por Ignacio Zuloaga
Con la exigua higiene de la época, se necesitaban perfumes - como el llamado agua de ángeles - para disimular los olores corporales. El agua de ángeles, mencionada en el Quijote en diversas ocasiones, estaba compuesta, según Covarrubias por diversos componentes como rosas blancas, rosas coloradas, trébol, espliego, madreselva, agua de azahar, azucena, tomillo, clavellinas y naranjas. Debía ser muy popular, porque sale mencionada también en el Casamiento engañoso y en Guzmán de Alfarache. Cuando don Quijote llegó al palacio de los duques, vió como los criados vertían sobre él «pomos de aguas olorosas». 

En otro pasaje, don Quijote soñaba con entrar en un suntuoso palacio o castillo, 
«donde le harán desnudar como su madre le parió, y bañarán con templadas aguas, y untaránle todo con olorosos ungüentos, vistiéndole con una camisa de cendal delgadísima, toda olorosa y perfumada».
Finalmente, mencionaremos que cuando Sancho Panza fue nombrado gobernador de la ínsula Barataria, don Quijote entre otros consejos, también le hizo algunas recomendaciones sobre aseo personal: 
«Lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos: como si aquel excremento o añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso». 



Bibliografía:


Sánchez Ron JM. La ciencia y el Quijote. Crítica, Barcelona, 2005.


Vigarello G. Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Alianza, Madrid, 1991.


http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/9353/don_quijote_hidalgo_que_casi_nunca_lavaba.html 

martes, 26 de enero de 2016

Don Quijote (III): Lavados y baños





John Vanderbank

Las criadas lavan las 
barbas de Don Quijote 
(1725-1750)

Óleo sobre tela. 39,4 x 35 cm

Marble Hill House




En el Quijote, los pasajes en donde se comenta que el Ingenioso Hidalgo se lava son bastante raros, lo que permite suponer que esta actividad no debía ser muy frecuente en la época. Nosotros hemos encontrado solamente esta mención en tres ocasiones. 

La primera vez ocurre cuando don Quijote llega a casa del Caballero del Verde Gabán. Introducido en una sala, su criado Sancho Panza lo desarma y antes de ponerse un vestido limpio, 
«con cinco calderos o seis de agua, se lavó la cabeza y rostro» 
Cervantes nos aclara que el hidalgo iba tan sucio iba que 
«se quedó el agua de color de suero» 
Más adelante, don Quijote llega al palacio de los duques, y allí, después de comer, le enjuagan la barba con el aguamanil y con «jabón napolitano», entre las risas y burlas de las criadas. El jabón napolitano era usado sobre todo para suavizar las manos, y también como champú y para afeitar. En su composición entraba jabón de Valencia o de Chipre, almidón o salvado de trigo muy blanco, agua de cisterna, perfume y otros ingredientes. 
"Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata y la otra con un aguamanil asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos —que sin duda eran blancas— una redonda pella de jabón napolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y, así, tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no solo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza. El duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua y mandó a la del aguamanil fuese por ella, que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más estraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar"

Por último, el hidalgo manchego, después de ser vapuleado por un rebaño de toros y vacas a los que había desafiado en un cruce de caminos como si fueran caballeros andantes, encontró:  
«una fuente clara y limpia» 
«se enjuagó la boca y lavóse el rostro».
En dos ocasiones solamente, nuestro caballero se baña todo el cuerpo: en la aventura de los pellejos de vino, a los que don Quijote se puso a acuchillar de noche creyendo que eran gigantes, hasta que el barbero lo despertó arrojándole 
«un gran caldero de agua fría del pozo y se lo echó por todo el cuerpo de golpe» 
La otra ocasión fue cuando la embarcación que lo transportaba zozobró en el Ebro. 

Tampoco de Sancho Panza sabemos que se bañara de cuerpo entero, pues aparte del percance que sufrió junto con su amo en el Ebro, tan sólo se dice que una vez, al terminar la pelea que tuvo en la ínsula Barataria, los que estaban con él «lo limpiaron».

Teniendo en cuenta esta escasez de baños y lavados, hemos de suponer que Don Quijote y Sancho, andando sin cesar por los caminos polvorientos de la Mancha, bajo un sol implacable, debían ir sucios y sudorosos. En un pasaje que el hidalgo se queda "en camisa", muestra los muslos, que Cervantes describe como:
«las piernas eran muy flacas y largas, llenas de vello y no nada limpias».
 En otro momento se dice que Don Quijote quedó
«todo bisunto [sucio] con la mugre de las armas»

Pero Don Quijote y Sancho no eran los únicos que no cuidaban mucho de la higiene corporal. Las mujeres que aparecen en la obra tampoco destacan mucho en este sentido.

La ventera Maritornes se describe como desaliñada y sucia; de la campesina que Sancho identificaba con Dulcinea,se comenta que despedía un olor hombruno debido a que 


«con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa».
La única que sale bien parada es la bella Dorotea, 
«que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría y al acabar de lavar los hermosos pies, con un paño de tocar que sacó debajo de la montera se los limpió».



Bibliografía:


Sánchez Ron JM. La ciencia y el Quijote. Crítica, Barcelona, 2005.


Vigarello G. Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media. Alianza, Madrid, 1991.


http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/9353/don_quijote_hidalgo_que_casi_nunca_lavaba.html 

lunes, 25 de enero de 2016

Don Quijote (II): Traumatismos, golpes y heridas








Gustave Doré

Ilustración para Don Quijote 
(1863)

Grabado




En una entrada anterior nos hemos referido a diversas enfermedades y alteraciones cutáneas que hemos encontrado en el Quijote. Pero en esta obra, si entrada anterior alguna cuestión médica se repite con frecuencia, son las heridas, golpes, equimosis y traumatismos de toda índole. No pretendemos dar una relación completa de todos estos trances, ya que equivaldría a citar casi todos los capítulos de la obra, pero sí a dar algunos ejemplos. 

Cuando nuestro hidalgo acaba de ser armado caballero, sale de la venta, y arremete contra un mercader 
"con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended, que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido". 
Al oír eso, un mozo de mulas que estaba por allí empeoró la situación, ya que al oír al caballero le pareció arrogante, y después de haber hecho pedazos su lanza, comenzó a dar de palos a Don Quijote, moliéndolo "como a cibera" (o sea, como grano que se introduce en la tolva para molerse, o como residuo de frutos recién exprimidos) (I-IV).

Este y otros muchos incidentes que se van sucediendo  dejan a Don Quijote tendido, molido, tullido, quebrantado, vapuleado, además de marrido, es decir, triste y melancólico, aunque nunca se considera vencido, ya que en cierto momento dice que 
"Las feridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan" (I-XV). 
Y este espíritu lo mantendrá hasta el fin de sus aventuras o, por lo menos hasta su encuentro y posterior descalabro luchando con el Caballero de la Blanca Luna, es decir, Sansón Carrasco, tras lo que se siente impotente y superado, y perdida su honra.

El ingenioso hidalgo es víctima de mojicones, estocadas, mordiscos, arañazos, caídas (de las que se cuentan catorce, como si de un Vía Crucis se tratara). Parece como si Cervantes quisiera castigar al Caballero de la Triste Figura con palizas reiteradas, por atreverse a la imposible misión de querer ser caballero, a estar fuera de su lugar: por su edad, por sus ideas, por sus armas, por su rústico escudero. Recibirá múltiples castigos físicos, será molido a palos continuamente. Y nunca, o casi nunca, los recibirá de un enfrentamiento con un igual, de otro caballero. El castigo se lo impondrán personajes o cosas que podríamos considerar inferiores en la escala social o moral: molinos (I, VII), yangüeses (I, XV), galeotes, la Maritornes, los criados de los duques... Hasta los gatos atacan y hunden física y moralmente al caballero.

En la obra aparecen heridas con hemorragias y a veces pérdida de piezas dentarias. La sangre es mencionada muchas veces, porque los personajes sufren hemorragias varias: epistaxis, gingivorragias, otorragias. Incluso en una ocasión, la celada que con un golpe de espada le arrancan a Don Quijote en la pelea con el vizcaíno, se lleva la mitad de la oreja, suponemos que con sensible pérdida del líquido vital (I-XI). 

Otro ejemplo es el del Cap. LII de la Primera Parte, donde se cuenta que 
"el cabrero cogió debajo de sí a Don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del  suyo.."
"Tomar la sangre" significa allí "cortar una hemorragia" (I-XXXIV); inversamente, se mencionan las sangrías, como en el Cap. IV de la Primera Parte, tan pródigo en traumatismos. Mucho después, el mago Merlín - tomado de la leyenda del Rey Arturo - le dice a Sancho, en ocasión de los azotes que éste ha de darse: 
"yo sé que sois de complexión sanguínea, y no os podrá hacer daño sacaros un poco de sangre" (II-XXXV). 
Pero también se habla de la sangre en expresiones figuradas: vengarse "a sangre helada" (II-LXIII), hacer algo "a sangre caliente" (II-LXXI), "la sangre se hereda" (II-XLII), o ser "limpio en sangre" (I-LI).


Esquema de las principales lesiones traumáticas de Don Quijote
(Tomado de la Revista Muy Interesante) 
Tenemos también diversos ejemplos de castigos que provocan contusiones, equimosis y otras lesiones similares: Juan Haldudo, el rico, por ejemplo, azota despiadadamente a su indefenso sirviente, al que Don Quijote intenta proteger (I-IV). Los malos tratos al servicio, que debían ser bastante frecuentes, se reiteran hasta el final de la Segunda Parte, en la que, por ejemplo, el Duque - para quien, junto con la Duquesa, Cervantes se inspiró en personajes históricos - manda dar cien palos al lacayo Tosilos, en un curioso incidente (II-LVI). En el Cap. I-XXXIV, en el episodio del Curioso Impertinente, Camila es acometida con una daga.

Sancho, por su parte, tampoco se libra de golpes y violencias. Cervantes con frecuencia suele repetir la expresión "dio con él en el suelo", para describir caídas por causas traumáticas. A veces tanto el amo como el criado son castigados, como cuando Cardenio aporrea a ambos (I-XXIV). Pero no sólo los protagonistas son objeto de violencia: también sus caballerías. Rocinante recibe coces, mordiscos y palos, como en el capítulo XV.  

Hay que mencionar también que por lo visto los caballeros andantes llevaban consigo un botiquín de primeros auxilios al lanzarse a la aventura: Sancho en algunas ocasiones saca de sus alforjas hilas y ungüento blanco para curar a su amo (I-III; I-X)  


Bibliografía:  

http://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/coloquios/cl_II/cl_II_27.pdf


Rof Carballo J., Sancho y don Quijote. Medicina y actividad creadoraRevista de Occidente (Madrid), 1964.

López Méndez H La medicina en el Quijote, Madrid, 1969.



domingo, 24 de enero de 2016

Don Quijote (I): Algunas alteraciones cutáneas.


Don Quijote. Grabado de Doré. 




Gustave Doré

Portada de la versión 
ilustrada de Don Quijote 
(1863)

Grabado





Hace pocos días, tuvieron la amabilidad de agradecerme una de mis conferencias con un precioso regalo: Un ejemplar del Quijote de Cervantes en un facsímil de su versión princeps (Madrid, 1605). Ni que decir tiene que recibí este regalo con gran ilusión. No en vano el Quijote es uno de los libros que tengo en gran aprecio y que siempre acabo por releer y consultar. Un libro vivo, clásico y actual, siempre repleto de curiosas enseñanzas. 

Releyendo, precisamente el Quijote, podemos encontrarnos con algunas referencias a enfermedades de la piel.  Por ejemplo, el propio hidalgo presenta un nevus piloso, es decir un lunar cubierto de pelo. Es Dorotea quien nos revela esta particularidad, al revelar una profecía:


«Había de ser alto de cuerpo, seco de rostro y en el lado derecho, debajo del hombro izquierdo, o por allí junto, había de tener un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas» (XXX). 

Su fiel escudero, Sancho Panza al ver que don Quijote quiere desnudarse para confirmar dicha profecía, le dice:


«No hay por qué desnudarse, que yo sé que tiene vuesa merced un lunar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte» (XXX). 



Picasso: Don Quijote y Sancho Panza 
Los nevus pilosos son frecuentes y es probable que Cervantes hubiera tenido ocasión de observar más de uno, o que el mismo escritor presentara un lunar de características similares.

No es ésta la unica alusión a nevus que encontramos en el Quijote. También la sin par Dulcinea presentaba un lunar de estas características en el labio superior, también provisto de vello, a modo de bigote:

«siete u ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo» (X).

Don Quijote describe también  un lunar que Dulcinea tenía en el muslo:


«en la tabla del muslo que corresponde al lado de donde tiene el del rostro, según la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo» (X)


Don Quijote, por Dalí    ........................................                    
En el texto podemos encontrar otras alusiones a otras enfermedades o alteraciones  cutáneas. 

En un pasaje, Altisidora alude a los callos (Hiperqueratosis pedis), cuando dice: 
"Si te cortares los callos sangre las heridas viertan" (LVII).
Podemos deducir pues que en la época debía ser costumbre proceder a recortar periódicamente el tejido hiperqueratósico de los pies. 

En otro momento, la misma Altisidora, cantando a Don Quijote desde la ventana de casa de los duques dice: 
"Oh, quien se viera en tus brazos o si no, junto a tu cama, rascándote la cabeza y matándote la caspa" (XLIV)

Creemos que esto puede interpretarse como una alusión clara a una dermatitis seborreica, aunque el uso del verbo matar puede hacer pensar en la presencia de liendres de piojos (Pediculus capitis), parasitosis que era muy común en la época. 

Las condiciones en las que debían estar las ventas y posadas en las que se paran nuestro hidalgo y su escudero a comer o a pasar la noche debían hallarse en unas condiciones higiénicas bastante precarias, y es de suponer que eran lugares propicios para pulgas, piojos y chinches. La sarna debía durar mucho en aquel tiempo, ya que no había remedio eficaz, y así es mencionada en (I, 12, 122):


«quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna». 

Las pulgas de la cama de Sancho son mencionadas en (I, 30, 329). En diversos pasajes se alude a los piojos, como por ejemplo: 


«Sabrás, Sancho, que los españoles, y los que se embarcan en Cádiz, para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro».


La descripción de la hija del labrador de Miguelturra es un compendio de patología: perláticos (paralíticos), viruela que la deja tuerta, caries dental, angiomas, labio leporino, jorobada...  El hijo también es descrito como "endemoniado" (epiléptico) y presenta ectropion a consecuencia de quemaduras (II, 47, 936) 

Estas son sólo algunas muestras de las citass  de cierto interés dermatológico que podemos hallar en Don Quijote.



Bibliografía:  

http://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/coloquios/cl_II/cl_II_27.pdf


Rof Carballo J., Sancho y don Quijote. Medicina y actividad creadora, Revista de Occidente (Madrid), 1964.

López Méndez H La medicina en el Quijote, Madrid, 1969.