Charles Goldie
All'e Same t'e Pakeha
(Te Aho-o-te-Rangi Wharepu, Ngati Mahuta)
Óleo sobre lienzo
Dunedin Public Art Gallery.
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Nos hemos referido en otras entradas a los tatuajes (1, 2). Aunque esta práctica no es nueva y tenemos evidencias de que fue realizada desde tiempos ya muy antiguos (Neolítico, Antiguo Egipto, Japón...) ha alcanzado desde las últimas décadas del s. XX una gran difusión, entre todas las capas sociales, muy diferente a los tatuajes de países lejanos o de ambientes marginados de los s. XIX y primera mitad del s. XX. Se calcula que en el momento actual más de un 10% de la población europea presenta algún tatuaje sobre la piel (entre un 30-35% de los adultos de menos de 40 años), lo que representa un fuerte aumento respecto a mediados del siglo pasado por ejemplo.
Tal extensión de los tatuajes han motivado la atención de este fenómeno desde el punto de vista médico. En Francia, la Académie de Médecine ha suscrito un communicado (26 septiembre de 2017), que opina que esta práctica es "inquietante" y con un control sanitario "insuficiente". Sin caer en el alarmismo hay que reconocer que - como cualquier práctica que interactúe con el cuerpo humano - es susceptible de presentar un cierto grado de complicaciones y que todos los aspectos de su práctica deberían ser supervisados estrictamente desde un punto sanitario para garantizar que los tatuajes no se conviertan en un factor de patogenicidad. En este sentido, según un reciente estudio alemán, los problemas cutáneos ligados a las tintas y a la realización de los tatuajes llegan a observarse en un 68 % de los casos, y las complicaciones sistémicas pueden detectarse en un 7% de los casos. Incluso en algunos hospitales se ha abierto un consultorio especializado en complicaciones derivadas de los tatuajes.
Los médicos, farmacéuticos, enfermeros y tatuadores deberían declarar oficialmente los efectos indeseables graves que puedan observarse. En Francia la Agencia Nacional del Medicamento y de los productos sanitarios (ANSM) ha concretado esta obligación por una disposición legal (de principios de 2017), aunque también esta medida fue juzgada insuficiente por la Academia de Medicina.
La primera de las posibles complicaciones es la posibilidad de una sobreinfección. Obviamente, cualquier actuación que consista en introducir una sustancia en la dermis mediante una aguja, puede conllevar la introducción de agentes patógenos. La práctica del tatuaje podría pues transmitir infecciones bacterianas y víricas, entre las que se podría destacar la hepatitis B, hepatitis C, sífilis y VIH. Aunque afortunadamente, desde la última década del s. XX, los talleres de tatuajes están sometidos a prácticas de higiene que deberían ser suficientes (guantes, material desechable, envases de tinta de un solo uso), hay que asegurarse de que se respeten estas condiciones y exigir la destrucción del material empleado para que no sea reutilizado.
Otras complicaciones derivan de los propios pigmentos introducidos en la dermis. La policromía de los tatuajes actuales justifica el uso de una gran cantidad de tintas, muchas de reciente introducción y de una procedencia muy variada. En los últimos años, algunas de estas tintas están compuestas por metales a veces en cantidades importantes y frecuentemente micronizados en forma de nanopartículas (titanio). También se han introducido nuevos ingredientes. No siempre se conoce su composición con exactitud, lo que dificulta mucho el estudio y comprensión de los posibles efectos indeseables. Sabemos que muchos de ellos pueden causar reacciones alérgicas y/o reacciones de fotosensibilidad. Esta interacción con la luz solar es más frecuente en pigmentos rojos y verdes, aunque no son descartables fenómenos similares en otros colores.
La tinta de los tatuajes migra por los vasos linfáticos, llegando a los ganglios linfáticos regionales. Es frecuente encontrar pigmento en el interior de estos ganglios y que se produzca una hipertrofia de alguno de ellos. Estos ganglios engrosados pueden confundir ciertas exploraciones para descartar procesos cancerígenos (como la del ganglio centinela). Las sustancias contenidas en estos pigmentos pueden interactuar física y químicamente con las células cutáneas y posiblemente con el sistema inmunológico, de forma todavía no bien conocida.
Actualmente, están en boga los tatuajes muy grandes, y frecuentemente la superficie tatuada ocupa más del 50% de la superficie corporal. A razón de 1 mg/cm2 la cantidad de tinta inyectada es muy importante. Esta es una de las razones principales para plantear la cuestión de la posible toxicidad de las tintas.
Tampoco la remoción de los tatuajes con láser es garantía de que estas sustancias desaparezcan. Lo que se consigue en estos casos es micronizar y dispersar el pigmento de la dermis, convirtiéndolo en menos visible desde el exterior. Pero las sustancias no desaparecen, sino que se dispersan.
Las medidas que se proponen para la regulación sanitaria de los tatuajes son:
1) Profesionales sanitarios y tatuadores:
- Ficha individual de las "intervenciones" realizadas en las que conste los materiales usados (tinta, pigmento, metales...)
- Declaración de todos los efectos indeseados observados
2) Autoridades sanitarias:
- Supervisar estrictamente que se respeten las normas y disposiciones legales en vigor
- Publicar una lista de sustancias de probada inocuidad y reglamentar su uso
3) Usuarios:
- Informar y divulgar los peligros de ciertas tintas y prácticas de tatuaje
- Informar de la difícil reversibilidad de estas prácticas
En definitiva, la práctica del tatuaje, con amplia demanda social, no tiene porque conllevar ninguna complicación, pero debe realizarse en condiciones higiénicas adecuadas y prever posibles complicaciones.