sábado, 14 de enero de 2017

Apendicectomía en Ginebra





Christian Schad

Apendicectomía en Ginebra 
(La operación)
(1929)


Óleo sobre lienzo
Galeria Saatchi. Londres.  




Christian Schad (1894-1982) fue un pintor alemán encuadrado en las corrientes del dadaísmo y de la Nueva Objetividad. 

Tras estudiar en Munich, para evitar participar en la I Guerra Mundial se refugió en Suiza, donde participó en el movimiento dadaísta. En 1920 realizó una estancia en Italia (Roma y Nápoles), donde se relacionó con el escritor dadaísta Walter Serner. En 1925 emigró a Viena, donde su pintura está ya marcada por la influencia de la Nueva objetividad. A finales de los años 20 regresó a Berlín, donde se estableció. Seguramente debió horrorizarse con el nazismo, aunque sus pinturas no sufrieron tanto la censura de "arte degenerado" como las de otros pintores de la Nueva Objetividad como Max Beckman, Otto Dix, o George Grosz. 

En 1929 pintó el cuadro titulado "Apendicectomía en Ginebra", realizado con trazos precisos, detallados y claros, a partir de una experiencia personal. La escena representa una visión cercana de una camilla de quirófano, desde un plano más elevado. En cierto modo, el escorzo recuerda un poco al del "Cristo muerto" de Mantegna o a "La lección de anatomia del Dr. Deijman" de Rembrandt. 

El paciente, anestesiado, con los ojos entreabiertos, está supervisado por una atenta enfermera, la única que viste de azul, lo que da un contrapunto a un cuadro presidido sobre todo por el aséptico color blanco, y que nos obliga a mirar la cara del enfermo, enmarcada por el uniforme azul de la enfermera y por las cabezas de los dos cirujanos principales a ambos lados: un conjunto de caras sobre las que bascula toda la composición de la obra. El hombre sufriente, en el centro; los cirujanos representando a la ciencia, a los lados; la enfermera simbolizando el cuidado solícito del enfermo, en la parte superior. 







Los dos cirujanos captan la atención del espectador. El de la izquierda es un hombre de edad media, como se deduce de algunas arrugas y patas de gallo incipientes. También tiene un pequeño nevus intradérmico en su mejilla derecha. Manipula hábilmente el instrumental que le suministra, con solicitud profesional la enfermera de su derecha. Este es precisamente uno de los puntos de interés del cuadro. Schad pinta con precisión el instrumental quirúrgico usado en la época: separadores, erinas, pinzas, Kocher, Moskito, portaagujas, tijeras. Una completa panoplia de instrumental es sostenido por las manos de los miembros del equipo médico o se sitúa en las proximidades del campo operatorio. También destacan algunas torundas de gasa ensangrentadas. 

Todos los miembros del equipo usan guantes quirúrgicos (a excepción de la enfermera que supervisa el estado del enfermo, a su cabecera) que ya eran normativos desde principios del s. XX, tras ser introducidos en la práctica quirúrgica por Halsted. En cambio, no se usan mascarillas protectoras. Las enfermeras llevan cofias, pero el personal masculino (ni el paciente) no se cubren el cabello con gorros. Los gorros quirúrgicos se introdujeron después de la II Guerra Mundial. Para operar ya se usaban batas (en el s. XIX podemos ver que las operaciones se realizaban con ropa de calle) pero eran siempre blancas. El color en las batas de quirófano se introdujo a mediados del s. XX  y se eligió el color verde (contrapuesto al rojo) para hacer menos espectaculares y alarmantes las manchas de sangre. Más recientemente se introdujo el color azul y otras tonalidades. 

La operación es una intervención de cirugía abdominal,  una apendicectomía. El cirujano de la izquierda tira de una estructura alargada, probablemente el apéndice mientras que toma lo que parece ser un terminal de electrocoagulación, al extremo de un cable negro.  La enfermera de su derecha ya le ofrece el portaagujas para realizar la posterior sutura. 

El cirujano de la derecha, más joven, observa con atención. Probablemente es un ayudante o tal vez, un médico en formación. Está enguantado y tira de los hilos de sutura con los que se intenta realizar una ligadura que asegure la hemostasia antes de proceder a la sección. Sigue con atención las diestras maniobras del cirujano más experto, sin duda su jefe.

Otros dos personajes ocupan la parte más baja del cuadro. Una enfermera joven, en el ángulo inferior derecho sigue con interés las maniobras. Su  atención se dirige al cirujano más activo, pero sobre todo a la enfermera de más edad, la que administra el instrumental. Probablemente también está aprendiendo de la enfermera instrumentista. 

El último personaje se sitúa en el centro de la parte inferior del cuadro. Es un varón, que muestra solamente la parte posterior de su cabeza, en la que aparece una incipiente alopecia del vértex. Por la postura, es deducible que también sigue atentamente la intervención, pero no podemos tener más información sobre él. Ningún atributo permite identificarlo: no sabemos si es un cirujano, anestesista, o un enfermero o camillero. Simplemente es un personaje anónimo que presencia la escena vuelto de espaldas.

Sin embargo, a mi modo de ver, este último personaje - que puede pasar casi inadvertido - es de suma importancia. Schad lo coloca ahí por dos razones: la primera es la de cerrar el círculo que configura todo el equipo médico, demostrando así una colaboración de equipo y una concentración en el trabajo operatorio. El apéndice del paciente se sitúa en el centro del cuadro y está rodeado por un doble círculo: el de instrumentos y el del equipo quirúrgico. 

La segunda razón es que Schad encarna en este personaje anónimo y sin cara al espectador. El personaje se sitúa en el mismo lugar que quien está mirando el cuadro. Tanto los que estamos fuera del cuadro como el personaje anónimo que está en su parte inferior miramos la escena, casi con la misma perspectiva. El pintor obliga así al espectador a "entrar" en el quirófano para presenciar la operación y lo convierte en un testigo presencial activo del acto quirúrgico. 

Tal vez por esta premeditada composición este cuadro implica tanto al observador. Si lo miramos atentamente, podemos decir que "estábamos allí" como si el operado fuera un amigo o familiar. Y hasta cuando dejamos de mirar el cuadro no podemos evitar una cierta sombra de preocupación por saber como habrá ido el postoperatorio.

jueves, 12 de enero de 2017

Enfermedades cutáneas en el Oeste americano.




Frederic Remington 

La cena de los cazadores
(En torno a la hoguera)
(1909)

Oleo sobre lienzo. 68,5 x 76,2 cm. 
National Cowboy and Western Heritage Museum. Oklahoma 





Frederic S. Remington (1861 - 1909) fue un pintor, dibujante, escultor y escritor especializado en temas relacionados con el Oeste norteamericano en el último cuarto del s. XIX. Sus descripciones de la dura vida de los cowboys, sus luchas con los indios o de las escenas de caza de bisontes nos han dejado una vívida imagen de lo que fue la lucha por la supervivencia en aquel lugar y en aquel tiempo.


Frederic Remington: La vieja diligencia de la pradera (1901)
En el tiempo en el que los pioneros accedieron al Lejano Oeste norteamericano, la dermatología no estaba todavía constituída como especialidad médica en aquellas remotas tierras. Los rudos vaqueros y los nómadas que atravesaban la pradera en sus caravanas podían aspirar como máximo a los auxilios de algún practicante o de algunos empíricos charlatanes.

Sin embargo, por algunas cartas y textos de aquella época tenemos noticia de los problemas cutáneos que se les presentaban más comúnmente. Probablemente uno de los más frecuentes eran las picaduras de mosquito:
    
               "De día y noche entran en las casas, y cuando la gente se ha ido a dormir comienza su desagradable zumbido, se acercan  a la cama y chupan tanta sangre que apenas pueden volar. Su picadura puede causar ampollas en las personas de complexión delicada..."  (Kalm, 1777)


Frederic Remington. El explorador: ¿Amigos o enemigos? (1902-1905)

Otros testimonios dan fe de la intensidad de las picaduras. Era frecuente la aparición de grandes ampollas que podían afectar grandes áreas. Pero no siempre eran los mosquitos los únicos insectos agresores. También abundaban los chinches y las pulgas:

          "...cuando salgo al campo y me veo obligado a pernoctar en las cabañas de los indios, encuentro tal cantidad de pulgas, que es como si estuviera en el potro de tortura..." (Kalm, 1777)


Frederic Remington. The Bronco buster. Bronce (1909)
Los colonos también sufrían lesiones por el contacto con algunas plantas como la hiedra venenosa:

          "...se hincha la cara, las manos y frecuentemente el cuerpo entero, y se siente un dolor intenso. Algunas veces aparecen vesículas o ampollas en gran cantidad, tanto que el enfermo parece que haya contraído la lepra. En algunas personas se desprende la capa externa de la piel, pelándose en pocos días, y parece que se hayan quemado todo el cuerpo... He conocido algunos viejos que tienen más miedo de este árbol que de la picadura de una víbora..." (Kalm, 1777) 

     Asimismo, podemos encontrar testimonios de algunas erupciones cutáneas causadas por alimentos:

          "La familia de un judío llamado Meyer, se reunió un día y tomaron para comer un pescado de la familia de la perca, uno de los más sabrosos pescados de esta zona. Poco tiempo después de la comida, la mayoría de miembros de la familia, especialmente los que habían comido el hígado del pescado, comenzaron a presentar náuseas, dolor de cabeza y fiebre. Les apareció una erupción cutánea y poco después se pelaron" (Schoepf, 1783-1784)

     Las tiñas, especialmente las tiñas del cuerpo, eran muy frecuentes. Al parecer, los colonos las trataban con remedios confeccionados con jugos de plantas del país, que aplicaban en las zonas afectadas. También la sarna era una afección común. Se combatía con algunas plantas a las que se añadía azufre. Las plantas locales también se aplicaban en otras muchas dermatosis, como en aftas, paroniquias, impétigos, erisipelas, herpes y verrugas.  Y no olvidemos los milagrosos crecepelos que para la caída del cabello preconizaban los numerosos charlatanes y curanderos de la época y que ya han pasado a formar parte del mítico paisaje del Oeste americano.

     En cuanto a las enfermedades de transmisión sexual, abundan las alusiones a la sífilis. Aunque no son referencias muy profundas, muchas de ellas señalan las similitudes entre la sífilis y la pinta, lo que es usado para subrayar el origen americano de la sífilis. Muchas de estas referencias señalan la mayor benignidad que suele presentar la sífilis entre los indios.




Bibliografía


Kalm P. Travels into North America. Warrington: William Eyres 1777

Schoepf JD. Travels in the Confederation, 1783-1784. Philadelphia: AJ Morrison, 1911

Lane JE. Skin Diseases and Syphilis in the English Colonies of North America. Arch Dermatol 1925, 11: 721-735






   


miércoles, 11 de enero de 2017

La foliculitis del usurero






















Quentin Massys


Los usureros


Óleo sobre lienzo. 
Galleria Doria Pamphilj
Roma.




Visitando la Galería Doria Pamphilj de Roma encontré esta interesante obra de Quentin Massys, que llamó poderosamente mi atención. 


Quentin Massys (1466-1530) fue un pintor que unió la tradición flamenca, minuciosa y realista con las nuevas corrientes del Renacimiento Italiano. Algunas de sus obras presentan rasgos caricaturescos e incluso humorísticos, aunque no por eso renuncian a la minuciosidad de todos los detalles, como hemos visto en otras entradas. Este es el caso de esta obra, en donde hace gala de su sarcasmo al retratar a unos usureros revisando el libro de cuentas, cuyas caras, contraídas en una mueca permiten adivinar su avidez por el dinero. Los dos usureros ocupan la izquierda del cuadro, apretando los labios y con la mirada brillante por el beneficio que se les presenta. Los otros dos personajes - sin duda los que piden el dinero prestado - tienen una expresión muy diferente, entre sorprendida y asustada. 

Detalle de la cara de uno de los usureros
Como es costumbre, la cara de las figuras a las que se quiere dar un juicio peyorativo presentan deformidades, arrugas o lesiones cutáneas que ayudan a identificarlos como "malos". En el caso del usurero de la izquierda, podemos entrever una ligera blefarocalasia (bolsas del párpado inferior) y la presencia de unas ligeras manchas amarillentas que podrían interpretarse como un xantelasma incipiente (depósito de grasa en los párpados). El cejo fruncido y las arrugas completan la expresión psicológica que ha logrado Massys. 

A su lado, el usurero más gordo presenta en la frente unas pequeñas pústulas, probablemente una foliculitis, infección de los folículos pilosos que se observa tras episodios de sudoración profusa. Un detalle más en esta preciosa obra, llena de rasgos anecdóticos que constituyen toda una declaración de principios y una condena al beneficio excesivo de los prestamistas. 


El conjunto de la obra

La foliculitis es la infección superficial de los folículos pilosebáceos, generalmente por gérmenes como estafilococos o estreptococos, que se manifiesta por pequeñas inflamaciones alrededor del poro. El sudor abundante puede contribuir a este tipo de infecciones superficiales. 

Hay que insistir en que en general, los detalles patológicos son censurados en los personajes "buenos" y que en cambio son respetados e incluso exagerados en las figuras a las que se quiere imprimir un juicio peyorativo. 



martes, 10 de enero de 2017

La sarcoidosis de Robespierre








Philippe Froesch y Philippe Charlier

Reconstrucción virtual en 3D de la cara de Robespierre

Reconstruída por Visual Forensic 
a partir de la máscara funeraria del 
Museo Granet. Aix-en-Provence.




Maximilien Robespierre (1758-1794) fue un abogado, escritor, orador y político francés, uno de los líderes más destacados de la Revolución. Jefe de la facción más radical de los jacobinos, era apodado "El Incorruptible". Fue diputado, presidente de la Convención Nacional en 2 ocasiones y Miembro del Comité de Salvación Nacional, entidad que gobernó Francia con puño de hierro durante el período conocido como el Terror (1793-1794), en el que hubo continuas persecuciones políticas, juicios y condenas a muerte por traición y sedición. Finalmente, tras la muerte de Danton fue víctima de un complot, detenido y guillotinado el 28 de julio de 1794 (10 de Termidor, en el calendario de la Revolución). En el momento de su ejecución tenía 36 años. 

Máscara mortuoria de Robespierre, moldeada por Mme Tussaud.
La lesión de la mandíbula estuvo ocasionada por un disparo de
pistola, que recibió poco antes de su ejecución.
En un artículo publicado en The Lancet el 20 de diciembre de 2013, Philippe Froesch, del Laboratorio Visual Forensic (Barcelona), un especialista en reconstituciones faciales en 3D, y Philippe Charlier, del équipo de Anthropologia médica y médico-legal del UFR de las Ciencias de la Salud en Montigny-le-Bretonneux (UVSQ / AP-HP, Yvelines), han comprobado que Robespierre, tal como lo describían las crónicas de sus contemporáneos era un ser enfermizo. La reconstitución en 3D de su cara han demostrado que sufrió la viruela, transtornos visuales, ictericia y frecuentes epistaxis. El "incorruptible" no gozaba de buena salud. 

Los especialistas se han basado en unos moldeados de su cara, dos máscaras mortuorias. Una de ellas está conservada en el museo Granet en Aix-en-Provence, y una copia en el Museo Nacional de Historia Natural de París (Musée de l'Homme). Los forenses se han basado en los datos proporcionados por estas dos máscaras para reconstituir su aspecto físico y poder obtener así datos de la cara de Robespierre. También han estudiado a fondo los documentos y testimonios de la época para complementar el estudio. 

En este retrato anónimo de Robespierre, como en todos los
demás, no aparecen rastros de cicatrices de viruela
(Museo Carnavalet, París)

Así, en la superficie de la cara de Robespierre se aprecian cicatrices ocasionadas por la viruela, una infección probablemente contraída durante su infancia, a pesar que es un aspecto que fue cuidadosamente censurado en los retratos de la época: en ninguno de ellos se ve rastro alguno de marcas. 

Pero el trabajo de los forenses no se detiene ahí. Se examinan minuciosamente todos los indicios patológicos del revolucionario: se concluye que presentaba frecuentes erupciones cutáneas; epistaxis repetidas (hemorragias nasales) que bañaban en sangre su almohada cada noche, lo que coincide con lo que refieren los testigos de su época; y una persistente astenia con ictericia. Sabemos, por los testimonios coetáneos que Robespierre llevaba unas pequeñas gafas verdes para ocultar el color amarillento de sus conjuntivas. También presentaba úlceras varicosas recidivantes en la pierna. Los que le conocieron también comentan que realizaba numerosos espasmos convulsivos con la boca y los ojos.

Ejecución de Robespierre
Estos síntomas coinciden con los de una posible sarcoidosis difusa, o enfermedad de Besnier-Beck-Schaumann, un cuadro clínico que se manifiesta por fatiga general, problemas oftálmicos y granulomas de las vías respiratorias superiores (nariz, senos). Se trata de una proceso autoinmune poco frecuente que cursa con granulomas viscerales (hígado, pulmones, ganglios linfáticos, ojos) y también en la piel. Suele aparecer entre los 20 y 40 años. 

Si Maximilien Robespierre desarrolló esta enfermedad lo hizo más de 80 años antes de que fuera conocida por los médicos, ya que la sarcoidosis fue no descrita hasta 1877 por el médico John Hutchinson. Esto demuestra la utilidad de los exámenes médicos y antropológicos complementarios para mejorar los conocimientos históricos de las enfermedades que sufrían las poblaciones del pasado.

No conocemos con exactitud los tratamientos propuestos por su médico personal, Joseph Souperbielle, para combatir su permanente estado de fatiga general, pero parece ser que le recomendaba consumir fruta. Robespierre comía naranjas en grandes cantidades y se hacía practicar repetidas sangrías. 

Sin embargo esta reconstrucción virtual no ha estado exenta de polémica. En Arras, una descendiente de Robespierre considera que se le da un "aspecto monstruoso". Otros critican la autenticidad de las máscaras, ya que el día de la ejecución se mandó sepultar a todos los guillotinados en una fosa común y cubrirla cal viva. Según ellos, poco tiempo habría para sacar un molde de yeso, que por cierto fue realizado por Marie Grosholtz más conocida por Madame Tussaud. Aunque debemos señalar que existen muchas máscaras de personajes guillotinados, como las de Luis XVI y María Antonieta, que los revolucionarios tenían interés en preservar para ser exhibidas como muestra del castigo ejemplar que representaba pasar por "Madame Guillotine". Tussaud se exilió a Londres en 1802 y creó en 1835 su famoso museo de cera en la capital inglesa a partir de las mascarillas mortuorias de personajes de la Revolución Francesa que estaban en su poder.


Bibliografía

Fleischmann H. Le Masque mortuaire de Robespierre, documents nouveaux pour servir d'intelligence et de conclusion à une polémique historique, Paris, 1911. 
Froesch Ph, Charlier Ph. Robespierre: the oldest case of sarcoidosis?The Lancet vol. 382, issue 9910, p. 2068 (21.12.2013). 

McPhee P, Crises politiques, crises médicales dans la vie de Maximilien Robespierre, 1790-1794Annales Historiques de la Révolution Française 371 (2013): 137-152; 

McPhee P. Robespierre: a Revolutionary Life. London and New Haven: Yale University Press, 2013.


Madame Tussaud, Mémoires et Souvenirs, Édition Arlés, diffusion Seuil, 2005


lunes, 9 de enero de 2017

San Gallicano, el primer hospital para enfermedades cutáneas









Giuseppe Palazzi 

Bóveda del antiguo Anfiteatro Anatómico
(1826)

Hospital de Santa María y de San Gallicano
Barrio del Trastevere, Roma.




Pocos visitantes de Roma - e incluso muchos romanos - conocen el Anfiteatro Anatómico del Hospital de San Gallicano, que es único en la ciudad. Los anfiteatros anatómicos (Padua, Leiden, Uppsala, Barcelona), eran salas especialmente diseñadas para la enseñanza de la Anatomía, y que se estilaron mucho en los s. XVII al XIX. Pero no es éste el único motivo de atención que nos lleva hoy a San Gallicano. El propio hospital tiene un notable interés. 

Frecuentemente se cita al Hospital de Saint Louis, de Paris, como el nosocomio más antiguo dedicado específicamente a las enfermedades de la piel. Sin embargo no es así. Es cierto que Saint Louis se construyó en el s. XVI para llevar allí (en aquel tiempo en las afueras de la ciudad) a los enfermos de peste. Pero no fue hasta principios del s. XIX que se dedicó a las afecciones dermatológicas. Una función que el Hospital de S. Gallicano, de Roma cumplía desde su fundación, en 1726. Mucho antes de que Jean Louis Alibert llegara al Hospital de Saint Louis y emprendiera el estudio  y clasificación de las dermatosis.

La fachada de la iglesia anexa al Hospital de S. Gallicano
A pesar de que la tiña y la sarna estaban muy extendidas en el s. XVII, especialmente entre las clases menesterosas, no existía en Roma ningún hospital dedicado a atender a este tipo de enfermos, en general estigmatizados, marginados y olvidados de todos. Apenas algunos de ellos eran atendidos en el pequeño nosocomio anexo a la iglesia de S. Lázaro, en la ladera del Monte Mario. Pronto estos enfermos fueron segregados de los otros para evitar contagios y llevados a un pequeño departamento en el Hospital del Espíritu Santo, en donde se les albergaba durante los meses de invierno. 

En 1710 don Emilio Lami, rector y fundador del hospicio de S. Galla, donde se acogía por la noche a los sin techo, comenzó a cuidar con éxito a estos enfermos, que pasó así de ser un hospicio a un hospital. En 1722, con la ayuda del cardenal Pietro Marcellino Corradini, alquiló una casa cercana a la iglesia de S. Benedetto in Piscinula, y la transformó en hospital. La iniciativa llegó a los oídos del cardenal Vincenzo M. Orsini, que poco después fue elegido papa con el nombre de Benedicto XIII. El nuevo pontífice encargó en 1723 al cardenal Corradini que fundara un hospital en condiciones. 

En la puerta del Hospital se recuerda que la institución fue
creada por el papa Benedicto XIII para socorrer a los
enfermos abandonados y rechazados por todos (1725)
Corradini eligió un solar cercano a la iglesia de S. Crisógono, y encargó el proyecto al arquitecto Filippo Raguzzini (1680-1771) que inició los trabajos en diciembre de 1724. Tres meses más tarde el papa colocó la primera piedra y ofició una misa inaugural y dos años más tarde (6 de octubre de 1726) dedicó el edificio a Sta Maria y S. Gallicano, rubricando el mismo día la bula "Bonus ille", con la que se establecían reglamentos, privilegios y rentas, como que el hospital adquiriría los bienes de todos los que murieran sin testamento y sin herederos legítimos en Roma. Un sobrino del papa, Filippo Orsini, duque de Gravina, cedió el agua procedente de su palacio en Monte Savello para el abastecimiento del hospital.

Finalmente el hospital de S. Gallicano se inauguró el 8 de octubre de 1729. El cardenal Corradini fue nombrado protector y Emilio Lami fue su primer rector. 


Vista del Hospital de San Gallicano. Roma. 

El hospital nacía con el fin de ejercer la caridad socorriendo a los enfermos de enfermedades cutáneas o de fiebres, de forma totalmente gratuita y abierto a todos. La atención de los varones estaba encomendada a una comunidad religiosa, mientras que la de las mujeres estaba a cargo de "devotas doncellas" (divote zitelle). Pronto San Gallicano fue considerado uno de los mejores hospitales de su tiempo. Disponía de dos salas paralelas: una para hombres con 120 camas y otra de mujeres, con 88. A medida que el hospital recibía importantes ayudas del Santo Padre y de otros soberanos europeos se ampliaron las plazas. En 1754, Benedicto XIV separó a los niños de los adultos, creando una sección con 30 camas para los "tiñosillos".

La bula fundacional permite comprender cuales eran las enfermedades que se atendían en el Hospital: 
  • 30 camas para "pruriginosis" 
  • 3 para "pruriginosis febricitantibus" 
  • 6 para "scabiosis in capite" 
  • 9 para "leprosis" 
  • 2 para "leprosis pruriginosis" 
  • 4 para "leprosis non pestilentibus" y 
  • 5 para "leprosis pestilentibus" 


En esta placa se mencionan otra vez que el hospital
acogerá a los enfermos olvidados y rechazados por todos,
mencionando especialmente la lepra y la sarna 
Vista lateral de la entrada del hospital de S. Gallicano, en pleno
Trastevere romano. 



Finalmente 10 plazas eran llamadas "lancisianas" ya que formaban parte del legado del famoso médico Lancisi, que quería reservarlas para las mujeres de los barrios Borghi, Lungara, Del Ponte de Scala Giulia y de l'Orso. A partir de 1743 se aceptaron ingresos en el Hospital de "rognosi febbricitanti" procedentes del Santo Spirito, por orden del papa Benedicto XIV. 

A pesar de la gran confusión de diagnósticos imperante en aquel tiempo, podemos entrever que se atendían muchas enfermedades dermatológicas como la sarna, tiña y "lepra", si bien en este último apartado se englobaban diversos diagnósticos actuales. En el ambulatorio anexo se trataban casos de sarna  y de "ulcuscula in cruris" (Úlceras de pierna, una patología que debía ser muy frecuente).  



Aspecto actual de la sala y de la ornamentación de la bóveda del antiguo Teatro Anatómico del Hospital. 



















Entorno al Hospital se fue configurando también la enseñanza de la Medicina. La Escuela de Anatomía fue confiada a Giuseppe Sisco (1786) y en 1812 se regularon las enseñanzas de Fisiología y Patología. En 1826 bajo el pontificado de León XII se añadió el anfiteatro anatómico. Este pontífice visitó el hospital en 1825 y él mismo se puso un delantal y sirvió la cena a los enfermos hospitalizados. 

Bajo la dirección de Schilling (1867-1893) se aceptaron los primeros casos de sífilis, que hasta entonces habían sido encomendados al Hospital de San Giacomo (llamado de los incurables). Poco después, en la época de Ciarrochi, se incorporó toda la patología venérea - como la gonorrea - configurándose así como un Hospital plenamente especializado en Dermatología y Venereología. 

Fue también Ciarrochi quien introdujo la terapia con rayos Roentgen para el tratamiento de las tiñas del cuero cabelludo y también potenció diversos tratamientos con la preparación de nuevas formulaciones galénicas en la farmacia del Hospital. 


Grabado representando el hospital de S. Gallicano

A principios del s. XX, el nombre de San Gallicano se unió de forma casi indisoluble a la sífilis. El Hospital se convirtió prácticamente en un centro de enfermedades venéreas, especializado en la lucha contra sífilis y gonorrea, debido a la gran extensión que alcanzaron estas enfermedades. Se habilitaron las llamadas "salas célticas" destinadas a personas afectas del "mal francés" o del "mal céltico" como se llamaba a la sífilis. La mayoría eran prostitutas infectadas por la enfermedad, y las salas célticas de S. Gallicano tuvieron un importante papel en el control de la prostitución, considerada la principal causa de difusión de las enfermedades de transmisión sexual. 

Durante muchos años S. Gallicano fue un claro exponente de la Dermatología Italiana. Se publicaba incluso una revista dermatológica: Bolletino dell'Instituto Dermatologico di S. Gallicano. Ejemplo de las aportaciones realizadas en S. Gallicano fue el aislamiento del ácido azelaico y los estudios sobre porfirias o dermatitis seborreica. 

Tras el descubrimiento de los antibióticos y la drástica disminución de las ETS en los años 50, San Gallicano se convirtió en un moderno hospital dermatológico, organizándose los correspondientes servicios de Anatomía Patológica, Laboratorio, Alergia y instaurando todas las técnicas diagnósticas (microscopía electrónica, microscopía confocal, teletermografía) necesarias para realizar una completa atención de las enfermedades de la piel.