Un museo puede interpretarse de muchas maneras. A la visión artística, histórica o antropológica, un dermatólogo puede aportar nuevos enfoques sobre patología, cosméticos, terapéutica, simbolismos, usos u otros aspectos de interés.
Óleo sobre lienzo. 50 x 38 cm Museo di Capodimonte. Nápoles.
Durante una de mis visitas al museo de Capodimonte, en Nápoles, me encontré con este cuadro de Migliaro, mostrando el retrato de una mujer napolitana, de claros rasgos meridionales, que llamó poderosamente mi atención.
Vincenzo Migliaro (1858-1938) fue un pintor, grabador y escultor italiano, de la escuela napolitana. Tras completar sus estudios en París, obtuvo varios premios en diversas exposiciones de Turín (1880, 1884, 1898) y Barcelona (1911).
En su pintura, reprodujo escenas y rincones de Nápoles, el paisaje urbano de su entorno inmediato, pero sobre todo se dedicó mucho a los retratos femeninos. Sus modelos preferidos fueron las mujeres de su familia: sus hermanas Adalgisa y Clementina, su prima Carmen, la camarera Anna Scognamiglio, más conocida como Nannina, con quien contraerá matrimonio en 1911 y sus sobrinas Margherita y Lucia. A todas ellas las retrataba en posturas espontáneas, pero logrando subrayar su dignidad y feminidad.
Migliaro también realizó algunos desnudos, en los que se nota la influencia del pintor catalán Mariano Fortuny (La japonesa, La odalisca, Mujer exótica...)
En el cuadro, Migliaro representa a su prima Carmen en la que confluyen todos los tópicos posibles de la mujer sureña: pelo negro, piel muy morena, cejas muy pobladas y un manifiesto bozo supralabial que puede interpretarse como un hirsutismo de base hormonal.
Mosaico con escena de banquete. Un sirviente se acerca con una jarra a un comensal recostado en el lectum, probablemente para realizar una ablución. Museo del Bardo. Túnez.
Escena de banquete
Mosaico (opus tesellata) Museo del Bardo. Túnez.
Los romanos - y en general todos, en el mundo antiguo - comían usando los dedos. Para tomar los alimentos se utilizaban tres dedos, dejando limpios el anular y el meñique.
La postura reclinada de los comensales a un ágape se puede ver en muchos sarcófagos, en especial de influencia etrusca. Museo de Palermo (Sicilia)
Los cubiertos se introducirían en la etiqueta mucho después (el tenedor tuvo que esperar hasta el Renacimiento). Los alimentos llegaban cortados a la mesa, por lo que el uso de cuchillo era innecesario. Lo que sí se usaban eran cucharillas, para tomar manjares más líquidos: la lígula, una cucharilla pequeña para dulces o la coclear , un poco más grande para sopas, vaciar huevos o ciertos moluscos (especialmente ostras).
Los romanos comían recostados en el triclinium, una sala noble destinada a comedor en donde se disponían diversos lecti (especie de camas o divanes) donde se reclinaban sobre el lado izquierdo, dejando libre la mano derecha para comer (como viene haciéndose todavía hoy en algunos países árabes,donde la etiqueta de cortesía destina la mano derecha es para comer y la izquierda para ayudarse en actividades consideradas impuras, como la higiene íntima). Usar la izquierda era de muy mala educación, y si un niño lo hacía se le reprendía:
"Comer con la mano derecha y apoyarse en la izquierda. A los niños se les enseña a comer con la mano derecha y si alguna vez extienden la izquierda, se les debe reñir" (Plinio)
Por este motivo tenía suma importancia el lavado de manos antes de las comidas y también durante las mismas. Los esclavos pasaban entre plato y plato con jarras de agua para realizar repetidas abluciones:
"Por fin nos instalamos en la mesa. Unos esclavos de Alejandría nos echaron agua de nieve para lavarnos las manos. Les siguieron otros por el lado de los pies y cuatro nos quitaron los padrastros con destreza sin igual."
El uso de servilletas (mappae) era también necesario. Por la iconografía sabemos que solían ser lienzos con algunas franjas rojas y flequillos o volantes en los bordes.
Lujoso triclinium con pinturas murales, procedente de Villa Farnesina. En el triclinium se disponían los lecta especie de divanes para que se reclinaran los comensales, que siempre comían tumbados sobre el costado izquierdo.
En el triclinium, los comensales se echaban para reclinarse en el lectus (especie de cama o diván). Para ello se descalzaban antes de entrar en la sala y un esclavo procedía a lavarles los pies. A veces, los esclavos ungían también sus pies con ungüentos perfumados:
"Según una inaudita moda, unos esclavos jovencitos y de larga cabellera trajeron perfume en una palangana y ungieron los pies de los comensales"
El poeta satírico Marcial se burla de un comensal con las piernas pequeñas y estrechas:
"Puesto que tú tienes unas piernas que parecen los cuernos de la luna, podrías Febo, lavarte los pies en un rition" (Marcial: Epigrama XXXV)
Un rition era un recipiente para libaciones en forma de cuerno (estrecho y largo), y de ahí la sorna del poeta.
Los restos del banquete se arrojaban al suelo, donde eran recogidos por los esclavos periódicamente. Incluso en algunos mosaicos como en éste se representan los despojos desperdigados en el suelo. Mosaico s. III. Museo del Bardo (Túnez)
Los romanos no se levantaban del lectus si durante la comida necesitaban orinar. A una señal, un esclavo les acercaba un orinal y se aliviaban en plena comida. Tras esto, naturalmente, se volvían a lavar las manos y seguían comiendo y platicando con toda naturalidad:
"No había concluído su frase Menelao, cuando Trimalción chascó los dedos y a esta señal acudió el eunuco tendiéndole el orinal en pleno juego. Aliviada ya su necesidad, pidió agua para las manos, se enjuagó un poco y se secó en la cabellera de un esclavo" (Petronio: Satiricón, 27)
Los desperdicios y restos de la comida eran arrojados siempre al suelo. Periódicamente los esclavo pasaban a recogerlos. Algunos mosaicos ilustran este proceder. Nos hemos centrado solamente en algunas costumbres con relación a la higiene en los banquetes romanas. Hay muchas otras costumbres, como el conocido hábito de provocarse el vómito para seguir ingiriendo manjares (los banquetes duraban horas) o la costumbre de arrojar las copas o ciertos espectáculos habituales durante el ágape.