Atribuído a John Taylor
Retrato "Chandos" de
William Shakespeare
(1600-1610)
Óleo sobre lienzo 55.2 cm × 43.8 cm
National Portrait Gallery. Londres
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Este es sin duda el retrato más conocido de William Shakespeare y que fue probablemente el se tomó de referencia para la mayoría de posteriores representaciones del escritor. Se le conoce habitualmente como "Chandos", ya que había sido propiedad del duque de Chandos. Cuando se fundó la National Portrait Gallery este fue el primer retrato de la colección. De todos modos, todas las imágenes que disponemos de Shakespeare son dudosas en su procedencia y carecen de expresividad. Las características relativamente oscuras de estos retratos han causado repetidos comentarios, a menudo despectivos o incluso naturaleza racista. George Steevens, por ejemplo dijo que esta imagen representa a Shakespeare con
"la complexión de un judío, o más bien el de un deshollinador en la ictericia".
Otros críticos, como J. Hain Friswell, insistieron en que sus facciones parecen de un extranjero y que
'uno no puede imaginar fácilmente a nuestro poeta nacional con aspecto oscuro y pesado y apariencia extranjera'
William Shakespeare (1564-1616) está considerado como el escritor más célebre en lengua inglesa. No solamente eso, sino que junto con Miguel de Cervantes, puede considerarse el escritor más célebre de la literatura universal.
Había nacido en Stratfort-upon-Avon -un pequeño pueblo inglés ubicado unas 35 millas al sur de Birmingham- el 23 de abril de 1564, donde murió el mismo día de 1616. Estuvo casado con Anne Hathaway, unos años mayor que él, con quien tuvo 3 hijas y un hijo. No tuvo nietos.
A los veintitantos años se trasladó a Londres, donde comenzó su carrera como actor y dramaturgo. Luego llegaría a ser incluso empresario del teatro, como copropietario de la compañía conocida inicialmente como Lord Chamberlain's Men, que se convertiría en la más prestigiosa de la época, al punto de conseguir el patrocinio del rey y pasar a llamarse The King's Men....
Existe toda una teoría literaria en torno a la dramaturgia y lírica de William Shakespeare, pero si intentáramos señalar sus principales características tendríamos que resaltar, en primer lugar, su impresionante poder de síntesis, aunado a un uso exquisito, extenso y a la vez preciso del idioma, que muchas veces lo hace difícil de entender, incluso para los angloparlantes.
En segundo lugar, la ausencia de un juicio de valor por parte del autor a las conductas y actitudes de sus personajes, lo que es poco habitual en las obras de su época, en las que todos los relatos tienen un enjuiciamento del proceder de los protagonistas y una moraleja de la historia.
Los personajes se encierran en sí mismos, convirtiéndose en personificaciones de sus virtudes, defectos y obsesiones y abstrayéndose de la realidad que los rodea.
En las obras de Shakespeare es sorprendente observar la extraordinaria riqueza de las alusiones médicas de todo tipo. Sin embargo, los conocimientos médicos de su época eran menos técnicos, más descriptivos que hoy y, por lo tanto, más accesibles para un intelectual no médico. Además, el mismo Shakespeare, además de sus propias cualidades que lo hicieron receptivo a una amplia gama de conocimientos, tal vez se haya beneficiado de la influencia médica de su yerno, el doctor John Hall
En el campo de la dermatología, si es previsible encontrar en alusiones obras de Shakespeare a las grandes enfermedades epidémicas como la viruela, la peste o incluso la lepra, es más sorprendente ver su interés para dermatosis común, de la que fue un observador atento. Pero también usa estas enfermedades de una manera muy sorprendente para el lector medio. Shakespeare considera a las enfermedades como un riesgo inherente a la vida misma, como accidentes.
El lenguaje del dramaturgo es muy peculiar: sorprende su crudeza, sus constantes juegos de palabras, y sobre todo el gran uso de maldiciones, desprecios y conjuros.
Shakespeare frecuentemente usa términos dermatológicos para sus invectivas, como por ejemplo sarampión, el escorbuto, serpigo, o roña. Y como maldición extrema recurre a la peste, la lepra, las verrugas, la tiña, ampollas, llagas, úlceras, viruela, ántrax ... lo que nos da una idea de lo terribles y denostadas que debían ser estas dermatosis en su tiempo. Suele usarlas para maldecir, conjurar o provocar mala suerte.
Veamos algunos ejemplos:
- La simple palabrota: "Scurvy knave!" (Romeo y Julieta).
- El insulto directo: "Eres un tumor, una úlcera pestífera, un hinchado carbunco de mi sangre corrompida" (Rey Lear, acto II, escena segunda).
- El insulto indirecto: "El pícaro, escalda, mendigo, despreciable, pillaje de la pistola de tonel" (Enrique V).
- La maldición sobre una persona: "Todos los contagios del sur yacen sobre ti" (Coriolano).
- "Te haría la costra más repugnante de Grecia" (Troilo y Cressida).
- La maldición sobre un objeto o concepto: "El serpigo seco sobre el tema" (Troilo y Cressida).
- "Una viruela en su carta de amor, esta broma, su garganta, el diablo, su botella, las arrugas, esta tripa, su enfermedad verde ...".
- La imprecación ofensiva: "Peste todo ... sea lepra general" (Timón de Atenas).
- Imprecisión defensiva: "Si probé la boca dulce, deja que mi lengua se rompa", una frase que se ha interpretado como una alusión al herpes simple (Un cuento de invierno)
- Conjuro: "Nunca un angioma, un labio leporino o una cicatriz afectarán a sus hijos" (Sueño de una noche de verano)
En este momento, las malformaciones congénitas o marcas de nacimiento eran consideradas señales de mal augurio o incluso, en ciertos casos, como una manifestación diabólica o de brujería. Shakespeare evoca en el "rey Juan", la creencia popular que considera las marcas de nacimiento como errores de la naturaleza y que traslucen un carácter débil:
"Si fueras sombrío, feo y deformado desde el vientre de tu madre, si tu cuerpo estuviera lleno de manchas desagradables y marcas sórdidas, o fueses cojo, tonto, torcido, sucio, remendado con molestos lunares y marcas ofensivas, entonces no debería amarte, ni habrías nacido de alto linaje, ni tampoco serías merecedor de una corona ".
Aunque Shakespeare no parece aprobar esta superstición, como indica en "Hamlet":
"Así acontece frecuentemente a los hombres. Cualquier defecto natural en ellos, sea el de su nacimiento, del cual no son culpables (puesto que nadie puede escoger su origen), sea cualquier desorden ocurrido en su temperamento, que muchas veces rompe los límites y reparos de la razón, o sea cualquier hábito que se aparte demasiado de las costumbres recibidas llevando estos hombres consigo el signo de un solo defecto que imprimió en ellos la naturaleza o el acaso, aunque sus virtudes fuesen tantas cuantas es concedido a un mortal, y tan puras como la bondad celeste; serán no obstante mancilladas en el concepto público, por aquel único vicio que las acompaña. Un solo adarme de mezcla quita el valor al más precioso metal y le envilece."
Sin embargo en Ricardo III, Shakespeare lo describe como un monstruo físico y lo asocia claramente a la monstruosidad moral, como este mismop monarca afirma en el texto:
"Entonces, ya que los cielos han dado forma a mi cuerpo de esta forma, que el infierno me ayude a torcer mi cabeza para responder a ella"
En este caso, Shakespeare está en total contradicción con una visión humanitaria de la malformación congénita que había expresado varias veces, como por ejemplo en "La violación de Lucrecia":
"Las marcas que aparecen desde el nacimiento de los hombres son fallos de la naturaleza, no por su propia infamia"
o en "La duodécima noche":
"En la naturaleza no hay mancha sino la mente; nadie puede ser llamado deforme sino cruel".
Esta flagrante contradicción de un escritor tan clarividente como Shakespeare sugiere que ha escrito a Ricardo III bajo una cierta coacción, probablemente tudoriana. Shakespeare escribió sus obras bajo el reinado de Isabel Tudor y se inspiró en los historiadores que trabajaban a su servicio y que intentaban legitimar a los soberanos tudorianos como Thomas Moore o Raphael Holinshed. Sin embargo, los historiadores modernos como Paul Murray Kendall tienden a mostrar que Ricardo III, el último heredero de la legítima familia real de York, no era ni un monstruo físico ni moral y los tudorianos lo describieron así para justificar su presencia ilegal en el trono inglés.
Nota: Agradezco la colaboración de mi amiga Encarna Hernández Cordero, habitual seguidora del blog en la revisión y adecuación de algunas traducciones.