Vincent van Gogh
Dos mujeres arrodilladas (1883)
Lápiz y tiza de carbón sobre papel Museo Kröller-Müller. Oterloo (Los Países Bajos).
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En este dibujo de Van Gogh se representa una escena de dos mujeres rezando. La postura preferida para la oración, entre los cristianos es la de rodillas y uniendo las manos, bien recogidas, como se muestra en este dibujo, o bien juntándolas palma contra palma.
La conveniencia de la postura genuflexa, que indica acatamiento ante una jerarquía superior está bien documentada en diversos textos clásicos del cristianismo:
"La rodilla se hace flexible, mediante lo cual se mitiga la ofensa al Señor, se aplaca la ira, se hace surgir la gracia"(San Ambrosio, Hexaem., VI, IX).
"Por tal postura del cuerpo manifestamos nuestra humildad de corazón"(Alcuino, De Parasceve).
"La flexión de la rodilla es una expresión de penitencia y dolor por los pecados cometidos" (Mauro Magnencio Rábano llamado Rábano Mauro, De Instit. Cler., II, XLI).
Esta posición se adoptaba hasta mediados del s. XX en ciertas partes de la misa, hasta que el Concilio Vaticano II reformó este ritual. Arrodillarse era frecuente también al rezar el rosario u otras devociones, y muy especialmente ante el Santísimo (sagrario conteniendo hostias consagradas).
También era frecuente arrodillarse con la rodilla derecha al paso de una procesión, por ejemplo. Arrodillarse con la rodilla izquierda se reservaba para el saludo a un prelado o al papa: se flexionaba la rodilla izquierda en señal de sumisión mientras se besaba su anillo pastoral o se recibía una bendición. Así el ritual obligaba a reservar la rodilla derecha para Dios, mientras que la izquierda era para sus representantes. Una actitud de claros resabios medievales.
Uno de mis recuerdos de infancia es precisamente el del saludo episcopal. Hay que situarse a mediados del s. XX en mi ciudad natal, Girona, una ciudad clerical que a la sazón estaba llena de iglesias y de curas. Era el día de San José, el día de la onomástica del obispo y mi padre, que era asesor financiero del obispado, estaba invitado a una pequeña recepción en el palacio episcopal y decidió llevarme también a mi. Yo estaba impresionado. Girona entonces era una pequeña ciudad de apenas 30.000 habitantes y el prelado, en pleno nacionalcatolicismo era una gran autoridad, que se exhibía con gran pompa en oficios y procesiones.
Mi padre, por el camino, me aleccionaba:
- Cuando llegues delante del obispo, te arrodillas con la rodilla izquierda y le besas el anillo.
No era muy difícil. Las instrucciones eran concretas. El problema es que yo, en aquel momento, no sabía muy bien cual era mi rodilla izquierda. Recuerdo que mientras nos dirigíamos por los tortuosos callejones al palacio del obispo yo algo preocupado me iba dando golpecitos en mi pierna izquierda (es esta, es esta, iba murmurando, bajito, para darme seguridad en tan insólito protocolo).
El Palacio Episcopal de Girona era entonces como un pequeño Vaticano, instalado en un edificio medieval (actualmente es la sede del Museu d’Art). El obispo se rodeaba de una pequeña corte de clérigos, canónigos y beneficiados. Aquel obispo era probablemente el último señor feudal de Catalunya. Ya no recuerdo que rodilla flexioné cuando llegué ante el prelado. Yo estaba un poco azarado. Solo recuerdo que el obispo, canijo y arrugado dijo: “Ah! Este es el pequeño, no?” y que tras darme una benévola y distraída caricia dispuso que me llevaran a una estancia vecina del majestuoso palacio donde me ofrecieron una coca-cola y unas patatas fritas...
Pero dejemos mis recuerdos de infancia y volvamos a la oración de rodillas. Muchas personas pasaban horas enteras rezando arrodilladas. Especialmente mujeres, a las que se les daba el nombre de beatas. Aunque el nombre de beato/a se refiere en origen a un grado inicial de santidad, también se aplicaba irónicamente a las pías mujeres que pasaban horas en la iglesia, rezando de rodillas, como las que dibujó Van Gogh.
La repetida posición genuflexa, con todo el peso del cuerpo en la articulación de la extremidad inferior puede llegar a producir algunas alteraciones en la rodilla. Es lo que en el lenguaje popular se llaman “rodillas de beata” o simplemente “beatas”. También hay quien las llama rodillas de orador. En los tiempos en que se fregaban los suelos arrodillándose también eran conocidas como, “rodillas de fregona”.
Una de estas alteraciones es meramente cutánea. Por el roce repetido, la piel se engrosa y se oscurece. Se forma una liquenificación: la piel aparece engrosada, los pliegues cutáneos más profundos, el color de la zona adquiere tintes parduzcos, casi negros.
Pero a veces estar largo tiempo de rodillas produce una afectación más profunda, la bursitis prerrotuliana. Clínicamente consiste en una tumefacción localizada delante de la cara anterior de la rótula. Se produce por microtraumatismos repetidos sobre esa zona, al pasar mucho tiempo arrodillado.
En la exploración física se observa una tumefacción, que es fluctuante al palparla y que se circunscribe a los límites de la rótula. Esta tumefacción no se modifica con la contracción del cuadriceps, lo que la diferencia del derrame articular y, en ocasiones, se acompaña de signos inflamatorios como eritema, o aumento de temperatura.
Las “beatas” son poco frecuentes actualmente, ya que hay menos gente que pase horas rezando de rodillas, y el piso ya no se friega arrodillándose pero se sigue viendo en determinadas profesiones que requieren trabajar arrodillados: como soldadores, fontaneros, mecánicos... por lo que hay que recordar las beatas, esta alteración de la rodilla, aunque hoy su nombre está ya muy poco justificado.