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La moldava Valeria Duca (n. 1995) ha cultivado diversos estilos pictóricos que van desde la abstracción al realismo figurativo. Un realismo lleno de simbolismo, en un intento de crear metáforas visuales. Una narración que representa una difuminación de los límites de la normalidad, y que a veces raya con el surrealismo.
Sus obras han sido adquiridas para las colecciones permanentes de varios museos de Moldavia, Rumania y Ucrania, entre los que destacan el Museo de Historia y Arqueología de Moldavia; el Museo de Artes Visuales de Galati; el Museo de Arte Occidental y Oriental de Odessa; el Museo de Arte Popular en Constanta; y el Palacio del Parlamento y el Museo of the Village, ambos en Bucarest.
La presente obra es un retrato del presidente ruso Vladimir Putin, que aparece con gesto contrahecho y mirada huidiza, caracterizado como un rey loco (The Mad King), aludiendo a su obsesivo delirio de grandeza (megalomanía) de devolver a Rusia la grandeza de la época imperial zarista. Esta interpretación puede servirnos para plantear la veracidad de una afirmación que se repite de forma machacona en los últimos tiempos, sobre todo desde que se produjo la invasión de Ucrania por el ejército ruso. ¿Está loco, Vladimir Putin?
De entrada, debemos decir que los diagnósticos médicos (y por lo tanto, también los psiquiátricos) se usan lamentablemente como una calificación peyorativa en el lenguaje vulgar de tertulias y tabernas. En este sentido, es conveniente recalcar, una y otra vez, que términos como subnormal, cretino, demente o paranoico, son usados muchas veces como un insulto, o cuanto menos aplicados con la finalidad exclusiva de denostar a alguien, sin tener en cuenta que existen personas que padecen estas patologías. Usar un término que define una enfermedad como un insulto es algo que debería desaparecer de nuestro vocabulario. Por exactitud léxica, pero sobre todo para no contribuir a aumentar el estigma que pesa sobre muchos pacientes psiquiátricos.
En segundo lugar, solemos calificar a los que actúan de modo difícil de comprender para nuestra lógica (o a aquellos que nos causan miedo) como dementes. Así son locos los fundamentalistas islámicos, los talibanes, los coreanos del norte, etc. Es decir, todos los que se comportan con "otra" lógica. No está en mi ánimo justificar a ninguno de ellos, sino simplemente criticar el uso indiscriminado de la patología mental para calificar a los que no sabemos, o no queremos comprender. Incluso, algunos, haciendo gala de una frivolización de los diagnósticos psiquiátricos, se atreven a calificar de paranoia o de neurosis obsesiva el comportamiento de ciertos líderes políticos (como fue el caso de Donald Trump, por citar un ejemplo diferente al de Putin). Y no es exacto. Como no lo es tampoco cuando en lenguaje coloquial se identifica la depresión con la melancolía (estoy "depre"), dificultando todavía más la comprensión de lo que sienten los auténticos enfermos de depresión, una enfermedad nada banal que es la causante de la mayoría de suicidios. Nada más lejos de un correcto diagnóstico. Para empezar, ningún psiquiatra consciente se atrevería a formular un diagnóstico sin una correcta exploración psiquiátrica, que no se puede hacer con la misma rapidez, por ejemplo, que (algunos) diagnósticos visuales radiológicos o dermatológicos.
Psiquiatrizar alegremente a los gobernantes, además de ofender a los auténticos enfermos, los libera en cierto grado de su responsabilidad. Y los líderes que toman decisiones equivocadas, con consecuencia para su pueblo o para quienes consideran enemigos tienen que responder por sus actos. Y si sus actos son o pueden ser considerados criminales todavía más. Tuvimos ocasión de ver criminales de guerra hace no muchos años, en la sangrienta guerra de los Balcanes. No eran locos, sino que desgraciadamente estaban muy cuerdos. Pero algunos intentaron un genocidio, que es un crimen, no una enajenación. A estos líderes sanguinarios e irresponsables es a los que hay que pedir responsabilidades, sin eximente alguno.
Retrato de Vladimir Putin titulado "El rostro de la guerra", de la artista ucraniana Dariya Marchenko. Es un mosaico realizado con 5.000 casquillos de bala. |
Volviendo al caso que nos ocupa, algunos psiquiatras, consideran que el dirigente ruso puede tener algunos rasgos de personalidad paranoide, como por ejemplo, la excesiva rigidez, el orgullo, la hipertrofia del yo y la marcada desconfianza hacia los demás. Pero esto son tendencias de su personalidad, no necesariamente patológicas. Todos tenemos algún rasgo en nuestro carácter que si se exagera mucho puede conllevar un desequilibrio mental. Pero para concluir un diagnóstico real hace falta mucho más que eso.
Por otra parte, aparte de los condicionantes políticos, militares y económicos, que son los que en definitiva le han llevado a tomar ciertas decisiones, equivocadas o no, hay que considerar el momento vital en que se encuentra el presidente. A punto de cumplir 70 años, ve cada vez más difícil realizar su sueño de transformar Rusia en la gran nación de la época imperial. El propio envejecimiento, la disminución en picado de su popularidad, la difícil situación económica de Rusia y el acoso permanente de la OTAN, hacen que sus ilusiones megalómanas sean cada vez más lejanas. La acumulación de tanta angustia lo puede conducir a una solución suicida. Algo muy peligroso, ya que los suicidas no tienen nada que perder. Pero que en este caso sus temerarias decisiones podrían arrastrar con él a un gran número de personas. Sin que esto conlleve un diagnóstico de locura, es un peligro evidente.
Otro dato es el excesivo pánico que se ha apoderado de Putin frente al posible contagio de la Covid19. Tomó unas medidas de prevención que superan ampliamente la recomendable prudencia frente a la pandemia. Putin hizo construir túneles para impregnar de desinfectantes a sus visitantes, e impuso cuarentenas a las personalidades que debían entrevistarse con él presencialmente. Todo el mundo pudo ver que nadie se le acercaba a menos de 5 metros (mucho más de lo que las más estrictas normas preventivas aconsejaban) cuando se entrevistó, por ejemplo, con el presidente francés Emmanuel Macron. La distancia exagerada es la misma cuando se reune con sus habituales colaboradores, aunque hay que decir que en parte puede formar parte de una teatralización que refuerza su imagen de poder. Recordemos a los antiguos emperadores de China, a los que nadie podía acercarse, ni tan solo mirar fijamente.
Reunión de Putin con su ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. Otra vez la misma distancia. Covidofobia o teatralización? |
Hay que decir que la megalomanía no es exclusiva de Putin. Es un rasgo habitual en numerosos dirigentes políticos, directores de grandes empresas o miembros de la realeza, especialmente los más autoritarios. Suele traducirse por una desproporcionada confianza en sí mismos, una excesiva valoración de su persona, y en la ciega creencia de su decisivo papel en la transformación del mundo. Todo esto no tiene por qué ser necesariamente negativo. Pero en Putin estos rasgos están acentuadísimos, con una cierta voluntad de aplastar a los que se le opongan, y se unen, además a un marcado narcisismo. Podemos concluir que se trata de una indudable personalidad megalomaníaca. Si añadimos su desconfianza excesiva de todo el mundo (sin distinguir amigos de enemigos) se podría concluir que tiene una personalidad megalomaníaca, con tendencia paranoide. A esto se debe añadir la falta de empatía que supone declarar una guerra que él sabe que va a causar muchos muertos.
Volvamos al intento de diagnosticar a Putin, a pesar de la dificultad que conlleva. Según los servicios secretos británicos su irascible carácter y su facilidad para lanzar amenazas a sus enemigos podrían ser debidas a los efectos secundarios de las altas dosis de corticoides con las que -hipotéticamente- estaría recibiendo. Según el informe, el presidente ruso podría estar siendo tratado con corticoides por padecer (supuestamente) la enfermedad de Parkinson.
¿Es verosímil esta teoría? Veamos. Un factor a tener en cuenta es su peculiar forma de marcha: camina muy rígido, sin mover nunca su brazo derecho. ¿Se trata de una particularidad personal o un intento de esconder un involuntario temblor? Otro detalle es la impasible y eterna cara de póquer de Putin. La enfermedad de Parkinson produce una cara impasible y estática, como la de una máscara, ciertamente compatible con la eterna cara de póquer de Putin. Aunque la hinchazón de su cara y cuello, el color céreo de su piel y su inexpresividad son también atribuibles a la cirugía estética o a las repetidas inyecciones de bótox que recibe, que tal vez eliminan arrugas, pero que producen una cara totalmente inexpresiva y inmóvil.
Pero esto no es suficiente para establecer un diagnóstico correcto. Los diagnósticos psiquiátricos no deben realizarse sin una base muy bien comprobada. Un error en el diagnóstico psiquiátrico puede ser fatal. Haría falta un buen interrogatorio, pasar mucho tiempo con él, intentar comprender por qué actúa así. Putin era un antiguo miembro del ejército y de la KGB soviética. Supo por lo tanto respetar las reglas estrictas y la estructura jerárquica a las que estaba sometido (cosa que un paranoico sería incapaz de hacer). No tenemos pues, suficientes indicios de una supuesta locura.
Pero los periodistas no suelen hilar tan fino. Cualquier persona que actúe de modo incomprensible es tachado de loco. "Loco", un calificativo genérico que también es usado -lamentablemente- para denostar, para marginar, para insultar, para despreciar (con gran agravio para los auténticos enfermos psiquiátricos).
Con este tipo de diagnósticos erróneos (y que si los hiciera un médico sería justamente acusado de malpraxis) solamente se obtienen los siguientes efectos:
1. Crear un inesperado atenuante sobre las presuntas decisiones que podrían llevar a Putin a ser juzgado por crímenes de guerra. Algo que beneficiaría (más que perjudicaría) al propio Putin.
2. Aumentar el miedo hacia Putin, por las imprevisibles decisiones que pueda tomar. Algo que también conviene al jerarca ruso, y que el propio Putin puede estar interesado en hacernos creer.
3. Continuar perpetuando el injusto estigma con el que durante siglos se ha marginado a los enfermos mentales.
Meditemos sobre todo esto con calma. Y tengamos siempre presente que un loco es un enfermo que sufre, y que es digno de nuestra ayuda y nuestro respeto. En vez de jugar a ser psiquiatras de salón y de lanzar calificativos infundados, exijamos a los líderes políticos de todo el mundo que gobiernen con justicia y con razón, y que respondan acerca de las consecuencias de sus decisiones, sean acertadas o erróneas. Porque no hay sinrazón mayor que ordenar una guerra (tanto ofensiva como defensiva) que justifique la muerte de un gran número de nuestros semejantes. Ni siquiera la Patria.
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La (suposada) bogeria de Putin
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La moldava Valeria Duca (n. 1995) ha cultivat diversos estils pictòrics que van des de l'abstracció fins al realisme figuratiu. Un realisme ple de simbolisme, en un intent de crear metàfores visuals. Una narració que representa una difuminació dels límits de la normalitat, i que de vegades ratlla el surrealisme.
Les seves obres han estat adquirides per a les col·leccions permanents de diversos museus de Moldàvia, Romania i Ucraïna, entre els quals destaquen el Museu d'Història i Arqueologia de Moldàvia; el Museu d'Arts Visuals de Galati; el Museu d'Art Occidental i Oriental d'Odessa; el Museu d'Art Popular a Constanta; i el Palau del Parlament i el Museu of the Village, ambdós a Bucarest.
La present obra és un retrat del president rus Vladimir Putin, que apareix amb gest contrafet i mirada fugida, caracteritzat com un rei boig (The Mad King), al·ludint al seu obsessiu deliri de grandesa (megalomania) de tornar a Rússia la grandesa de l’època imperial tsarista. Aquesta interpretació pot servir-nos per plantejar la veracitat d'una afirmació que es repeteix successivament en els darrers temps, sobretot des que es va produir la invasió d'Ucraïna per part de l'exèrcit rus. Està boig Vladimir Putin?
D'entrada, hem de dir que els diagnòstics mèdics (i per tant, també els psiquiàtrics) es fan servir lamentablement com una qualificació pejorativa en el llenguatge vulgar de tertúlies i tavernes. En aquest sentit, és convenient recalcar, una vegada i una altra, que termes com subnormal, cretí, dement o paranoic, són usats moltes vegades com un insult, o si més no aplicats amb la finalitat exclusiva d’injuriar a algú, sense tenir en compte que hi ha persones que pateixen aquestes patologies. Usar un terme que defineix una malaltia com un insult és una cosa que hauria de desaparèixer del nostre vocabulari, per exactitud lèxica i sobretot per no contribuir a augmentar l'estigma que pesa sobre molts pacients psiquiàtrics.
En segon lloc, sovint qualifiquem a les persones que actuen de manera difícil de comprendre per la nostra lògica (o aquells que ens causen por) com a dements. Així són bojos els fonamentalistes islàmics, els talibans, els coreans del nord, etc. És a dir, tots els que es comporten amb “una altra” lògica. No està en el meu ànim justificar-ne cap, sinó simplement criticar l'ús indiscriminat de la patologia mental per qualificar a les persones que no sabem, o no volem comprendre. Fins i tot, alguns, fent gala d'una frivolització dels diagnòstics psiquiàtrics, gosen qualificar de paranoia o de neurosi obsessiva el comportament de certs líders polítics (com va ser el cas de Donald Trump, per citar un exemple diferent al de Putin). I això no és exacte. Com no ho és tampoc quan en llenguatge col·loquial s'identifica la depressió amb la malenconia (estic “depre”), dificultant encara més la comprensió del que senten els autèntics malalts de depressió, una malaltia gens banal que és la causant de la majoria de suïcidis. Res més lluny doncs d'un diagnòstic correcte. Per començar, cap psiquiatre conscient no gosaria formular un diagnòstic sense una correcta exploració psiquiàtrica, que no es pot fer amb la mateixa rapidesa, per exemple, que (alguns) diagnòstics visuals radiològics o dermatològics.
Psiquiatritzar alegrement els governants, a més d'ofendre els autèntics malalts, els allibera en cert grau de la seva responsabilitat. I els líders que prenen decisions equivocades, amb conseqüències per al seu poble o per als que consideren enemics, han de respondre dels seus actes. I si els seus actes són o poden ser considerats encara més criminals. Vam tenir ocasió de veure criminals de guerra fa no gaires anys, a la sagnant guerra dels Balcans. No eren bojos, sinó que malauradament estaven molt assenyats. Però alguns van intentar un genocidi, que és un crim, no pas una alienació. A aquests líders sanguinaris i irresponsables és als que cal demanar responsabilitats, sense cap eximent.
Retrat de Vladimir Putin titulat "El rostre de la guerra", de l'artista ucraïnesa Dariya Marchenko. És un mosaic realitzat amb 5.000 casquets de bala. |
Reunió de Putin amb el seu ministre d'Afers Exteriors, Serguéi Lavrov. Un altre cop la mateixa distància. Covidofòbia o teatralització? |
Tomislav Suheki: Retrat de Vladimir Putin (2020). |
Putin era un antic membre de l'exèrcit i de la KGB soviètica. Va saber, per tant, respectar les regles estrictes i l'estructura jeràrquica a què estava sotmès (cosa que un paranoic seria incapaç de fer). No tenim doncs prou indicis d'una suposada bogeria.
Però els periodistes no acostumen a filar tan prim. Qualsevol persona que actuï de manera incomprensible és titllat de boig. "Boig", un qualificatiu genèric que també és emprat -lamentablement- per injuriar, per marginar, per insultar, per menysprear (amb gran greuge per als autèntics malalts psiquiàtrics).
Amb aquest tipus de diagnòstics erronis (i que si els fes un metge seria justament acusat de mala praxi) només s'obtenen els efectes següents:
1. Crear un atenuant inesperat sobre les presumptes decisions que podrien portar a Putin a ser jutjat per crims de guerra, fet que beneficiaria (més que perjudicaria) el mateix Putin.
2. Augmentar la por cap a Putin, per les decisions imprevisibles que pugui prendre, cosa que també convé al jerarca rus, i que el mateix Putin pot estar interessat en fer-nos creure.
3. Continuar perpetuant l'estigma injust amb què durant segles s'ha marginat als malalts mentals.
Meditem sobre tot això amb calma. I tinguem sempre present que un boig és un malalt que pateix, i que és digne de la nostra ajuda i respecte. En comptes de jugar a ser psiquiatres de saló i de llançar qualificatius infundats, exigim als líders polítics de tot el món que governin amb justícia i amb raó, i que responguin sobre les conseqüències de les seves decisions, siguin encertades o errònies. Perquè no hi ha desraó més gran que ordenar una guerra (tant ofensiva com defensiva) que justifiqui la mort d'un gran nombre dels nostres semblants. Ni tan sols la Pàtria.