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Franz Eugen Köhler
Guayacum officinale (1897)
Lámina del libro
Köhler Medizinal-Pflanzen in naturgetreuen Abbildungen mit kurz erläunterndem Texte: Atlas |
Xilografía de un libro con instrucciones para preparar las tisanas de guayaco. |
Actualmente la teoría más aceptada defiende que el Treponema era originario de América, donde existía en forma de pinta o pián (trepanomatosis no venéreas) y que fue transportado por los marineros de Colón a la vuelta de su primer viaje. Al entrar en contacto con una población nueva, debió surgir algún tipo de mutación que dio lugar a la enfermedad de transmisión sexual que hoy conocemos.
Pero sea como fuere, lo que es incontestable es la eclosión de la enfermedad en Europa tras la guerra de Nápoles. Se estima que entre un 5 % i un 20 % de la población europea se habría contagiado de sífilis en las primeras décadas del s.XVI. Las repercusiones sociales de la epidemia, que fue considerada un castigo divino fueron también muy importantes.
Por esta razón, no es de extrañar la enorme atención que produjo entre los médicos de la época, que pronto escribieron libros sobre la nueva enfermedad, como el de Grümpeck. El propio papa Borja, Alejandro VI, encargó un tratado a su compatriota, el valenciano Gaspar Torrella. En los primeros años incluso llegaron a aparecer tratados sobre el mal de bubas en verso, como el de López de Villalobos.
Los médicos no se limitaron a describir la enfermedad. Muchos buscaron remedios para afrontar la situación. Algunos se decantaron por el mercurio, que ya se había utilizado para el tratamiento de la lepra, aunque tenía muchos efectos secundarios.
En 1530, el veronés Girolamo Fracastoro, publicó otro libro -también en verso, esta vez en hexámetros latinos- Syphilis sive de morbo gallico que dio el nombre definitivo a esta patología. En su segunda parte propone, además del tratamiento con mercurio, usar la madera de una planta originaria de América, el guayaco. La idea hizo pronto fortuna: si el mal venía del Nuevo Mundo, de allí también vendría la salvación. El nombre venía de la lengua taína: los indígenas la denominaban "waiac". También se le llamaba palo santo, guayacán o palo de guayacán. Aunque algunos lo consideraban tan milagroso que lo llamaban Lignum vitae: el leño de la vida.
En otras entradas del blog seguiremos comentando algunos detalles sobre este tratamiento que fue muy reputado, como veremos, durante todo el s. XVI e inicios del XVII.
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