Los vikingos dominaron el Atlántico Norte durante 5 siglos. Sus dominios se extendieron desde Islandia hasta Kiev, pero sus correrías e incursiones marinas, a bordo de sus drakkars los llevaron a las Islas Británicas, a toda la costa atlántica europea e incluso penetraron en el Mediterráneo, llegando a las costas sicilianas, Constantinopla y a las mismas puertas del califato de Bagdad. Una conocida teoría sostiene que también llegaron al continente americano. Las epopeyas vikingas han dejado muchos episodios épicos para el recuerdo.
Sigurd Eysteinsson (850-892) fue un jefe vikingo que gobernó las Islas Orcadas, un archipiélago al norte de las Islas Británicas. Ansioso de ampliar sus dominios desembarcó en Escocia, y conquistó los condados de Caithness y Sutherland. Esta gesta le valió el sobrenombre de "Sigurd el Poderoso" (en nórdico antiguo Sigurðr hinn ríki).
Las incursiones de Sigurd eran sanguinarias y crueles. Ni los vikingos ni los habitantes del norte de Escocia -los escotos- no tenían costumbre de hacer prisioneros. Tras las batallas tenían la costumbre de cortar las cabezas de sus enemigos y llevarlas como trofeo, como ya hemos visto que hacían otros pueblos. En el caso de los vikingos las cabezas se llevaban colgadas de sus monturas, para dejar bien claro quien era el vencedor.
Las guerras se solucionaban muchas veces por el sistema del reto. Una especie de duelo entre guerreros escogidos. Sigurd el Poderoso retó a un jefe escoto, Máel Brigte, a un combate. Cada uno de los contendientes podría llevar 40 hombres consigo. Mael, a quien todos conocían como "Dientes salidos" por presentar un prognatismo con una anómala y llamativa implantación de piezas dentarias, que protruían considerablemente.
Máel aceptó el reto del vikingo y se presentó con su cuadrilla de 40 guerreros. Pero Sigurd había hecho trampa: le acompañaban 80 soldados. El valiente jefe escoto no se arredró y presentó una desigual batalla, en la que ganaría quien lograra matal al cabecilla enemigo. Pero la superioridad numérica de los vikingos dio el resultado esperado: en el campo de batalla no quedó ni un escocés vivo.
Como mandaba la tradición, los vikingos procedieron a decapitar a sus enemigos para lucir sus cabezas como trofeo. Naturalmente, Sigurd se reservó para sí la cabeza de Máel, que llevaría colgando de su montura. Pero al montar a su caballo los prominentes dientes del escoto fueron rozándole la pierna. No era gran cosa: una rozadura apenas, a la que el aguerrido invasor no dió importancia alguna. Pero la escasa higiene bucal de la época había convertido la dentadura de Máel en un hervidero de bacterias. Al cabo de pocos días, la herida de Sigurd se infectó y dió lugar a una erisipela, una infección de las capas profundas de la piel, con gran enrojecimiento, dolor y calor local. En poco tiempo la infección pasó a la sangre, provocando una septicemia y la posterior muerte del caudillo vikingo. Fue enterrado en una tumba conocida como «túmulo de Sigurd» (Sigurðar-haugr), cerca de Dornoch.
Los prominentes dientes de Máel Brigte "Dientes salidos" habían llevado a cabo su venganza póstuma.
Drakkar vikingo. Museo de los barcos vikingos. Oslo. |
Sigurd Eysteinsson (850-892) fue un jefe vikingo que gobernó las Islas Orcadas, un archipiélago al norte de las Islas Británicas. Ansioso de ampliar sus dominios desembarcó en Escocia, y conquistó los condados de Caithness y Sutherland. Esta gesta le valió el sobrenombre de "Sigurd el Poderoso" (en nórdico antiguo Sigurðr hinn ríki).
Las incursiones de Sigurd eran sanguinarias y crueles. Ni los vikingos ni los habitantes del norte de Escocia -los escotos- no tenían costumbre de hacer prisioneros. Tras las batallas tenían la costumbre de cortar las cabezas de sus enemigos y llevarlas como trofeo, como ya hemos visto que hacían otros pueblos. En el caso de los vikingos las cabezas se llevaban colgadas de sus monturas, para dejar bien claro quien era el vencedor.
Las guerras se solucionaban muchas veces por el sistema del reto. Una especie de duelo entre guerreros escogidos. Sigurd el Poderoso retó a un jefe escoto, Máel Brigte, a un combate. Cada uno de los contendientes podría llevar 40 hombres consigo. Mael, a quien todos conocían como "Dientes salidos" por presentar un prognatismo con una anómala y llamativa implantación de piezas dentarias, que protruían considerablemente.
Armas vikingas. Museo Nacional de Dinamarca. Copenhague. |
Máel aceptó el reto del vikingo y se presentó con su cuadrilla de 40 guerreros. Pero Sigurd había hecho trampa: le acompañaban 80 soldados. El valiente jefe escoto no se arredró y presentó una desigual batalla, en la que ganaría quien lograra matal al cabecilla enemigo. Pero la superioridad numérica de los vikingos dio el resultado esperado: en el campo de batalla no quedó ni un escocés vivo.
Como mandaba la tradición, los vikingos procedieron a decapitar a sus enemigos para lucir sus cabezas como trofeo. Naturalmente, Sigurd se reservó para sí la cabeza de Máel, que llevaría colgando de su montura. Pero al montar a su caballo los prominentes dientes del escoto fueron rozándole la pierna. No era gran cosa: una rozadura apenas, a la que el aguerrido invasor no dió importancia alguna. Pero la escasa higiene bucal de la época había convertido la dentadura de Máel en un hervidero de bacterias. Al cabo de pocos días, la herida de Sigurd se infectó y dió lugar a una erisipela, una infección de las capas profundas de la piel, con gran enrojecimiento, dolor y calor local. En poco tiempo la infección pasó a la sangre, provocando una septicemia y la posterior muerte del caudillo vikingo. Fue enterrado en una tumba conocida como «túmulo de Sigurd» (Sigurðar-haugr), cerca de Dornoch.
Los prominentes dientes de Máel Brigte "Dientes salidos" habían llevado a cabo su venganza póstuma.
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