Un museo puede interpretarse de muchas maneras. A la visión artística, histórica o antropológica, un dermatólogo puede aportar nuevos enfoques sobre patología, cosméticos, terapéutica, simbolismos, usos u otros aspectos de interés.
Muchas veces la arqueología nos revela vestigios de sacros templos, de venerables foros, de augustos palacios o de espectaculares anfiteatros o teatros. Edificios nobles sin duda, en donde se desarrollaban hechos muy importantes. Pero, ¿que idea tendrían de nuestra civilización los arqueólogos del s. XXVIII si de nuestro tiempo sólo se salvara el estadio de fútbol del Barça, la torre Eiffel, la Basílica de San Pedro, la Torre de Londres o la Puerta de Brandemburgo? Ciertamente, unas ruinas preciosas, escenarios de hechos históricos innegables. Lugares míticos donde la historiase ha escrito con mayúsculas. Pero, ¿que sabrían estos arqueólogos de nosotros? Tal vez de vez en cuando, descubrieran un cementerio, una necrópolis, y excavando tumbas, encontrarían implantes dentarios, clavos femorales y algunas docenas de bolsas de silicona que - probablemente - suscitarían hipótesis variadas sobre su significado y vivos debates en los Congresos de Arqueología.
Pero si nuestros queridos arqueólogos del futuro quisieran saber cómo era la vida real de los ciudadanos del s. XXI, deberían investigar los mercados, las calles, las tiendas, las tabernas, los burdeles o los cines. Investigar cómo trabajamos, que comemos, que bebemos, como amamos, como nos divertimos y como enfermamos. Como es hoy nuestro paisaje, ciertamente muy diferente del paisaje del de hace XX siglos y muy diferente a cómo será dentro de 1000 años. En definitiva, como es nuestra vida cotidiana, un sistema que a nosotros nos parece lógico y que lo dejará de ser en cuanto unas cuantas guerras importantes, algunas epidemias y un puñado de inventos tecnológicos modifiquen para siempre el mundo, hasta el punto de que la información de nuestros actos cotidianos produzca las sonrisas entre misericordes y condescendientes de las generaciones del porvenir, de nuestros lejanos sucesores.
Y uno de los actos de la vida cotidiana - o de la vida a secas, si queréis - es la defecación. No quisiera parecer grosero en tocar un tema que el buen gusto suele obviar y que se considera de buen tono no comentar. Pero es una actividad real, necesaria, universal y cotidiana. Y que requiere una cuidadosa higiene.
Letrinas, Ostia Antica.
Los romanos solían disponer para esta finalidad de establecimientos de letrinas públicas en diversos puntos de las ciudades. Eran siempre, o casi siempre, letrinas comunitarias, sin separaciones individuales de ningún tipo.
Cualquier aficionado a la arqueología ha encontrado algunos de estos vestigios entre las ruinas romanas, en unas termas, cerca de un lupanar (burdel), de un macellum (mercado) o de una calle repleta de tabernae (tiendas), o de termopolium (bares). Yo recuerdo haberlos encontrado en Roma, Pompeya, Ostia y Oplontis (Italia), en Éfeso (Turquía), en Leptis Magna o Sabratha (Libia), o Bath (Inglaterra). hace algunos años se descubrieron también unas letrinas en las ruinas de Empúries. La disposición de estos retretes era siempre similar. Un banco corrido, de mármol o de piedra, provisto de orificios, uno al lado de otro, porque los romanos no consideraban importante la privacidad es estos menesteres, cosa que a nosotros nos parece esencial. Muchas veces, la instalación, bastante amplia estaba dispuesta en forma de cuadrilátero o de tres cuartos de cuadrilátero.
Los romanos iban al excusado juntos, se sentaban uno al lado del otro y allí se establecían animadas conversaciones, bromas y chistes, o hablar de negocios, sin el más mínimo pudor. Una de las actividades que allí se realizaban - algo que ahora nos puede asombrar e incluso escandalizar - era precisamente la de invitarse a comer.
El estudio de los grafittis de los lavabos públicos (una actividad que creemos fruto del vandalismo moderno y que lleva siglos practicándose) nos proporciona mucha información. Como ahora, hay muchas inscripciones procaces y pornográficas, testimonios de citas amorosas o indicaciones de burdeles próximos. También muchas inscripciones burlescas sobre Fulano o Mengano y sus vicios y bajezas. Y proclamas políticas, sobre elecciones, corruptelas y abusos de autoridad. Y muchos otros son justamente, invitaciones a fiestas o a banquetes "AcabadevenirLucio, que se sentó a mi lado y me invitó a cenar". Cuanto menos, sorprendente.
Matulae, recipientes para recoger la orina, con destino a las fullonicae
Debajo de los bancos corridos, pasaba un canal de agua corriente que eliminaba los excrementos, y los conducía a las cloacas de desagüe de la ciudad, evitando además los efluvios malolientes del recinto. Hay que decir que el sistema de cloacas romanas era bastante perfecto y una de sus innovaciones es que las conducciones de agua limpia siempre estaban a un nivel más alto que las de aguas residuales. Así, en caso de filtraciones, era el agua limpia la que pasaba al agua sucia y nunca al revés. En Roma, la Cloaca Maxima, que ya se había trazado en tiempos de la monarquía, pero fue considerablemente ampliada bajo Augusto tenía tal capacidad, que en algunos puntos alcanzaba más de 3 m. de altura (bajo la actual Via Cavour)
Además de los residuos sólidos, también se eliminaba así la orina, claro. Aunque también solía haber un gran recipiente para recoger la orina (matula) ya que la orina era reaprovechada - y a veces comprada a buen precio - por las fullonicae (lavanderías), por su alto contenido en amoníaco, de efecto blanqueador, desengrasante y fijador del color.
Esquema de letrinas públicas (Tomado de ArqueoHistoria)
Pero volvamos a las letrinas públicas. Además del agua corriente que pasaba por el canal de debajo del banco corrido donde se sentaban los usuarios, había otro, más pequeño, que pasaba por delante del bancal, siempre con agua limpia que fluía constantemente. En este canal se sumergían unos palos con esponjas marinas asidas a la punta y con las esponjas empapadas se aseaban la zona perianal, cuando acababan el servicio. Un precedente de nuestro papel higiénico. Naturalmente, las esponjas eran comunitarias, no individuales. A lo máximo habría cuatro o cinco de estos artilugios.
Lavatrina, depósito de agua en las letrinas del servicio del palacio de la emperatriz Popea. Oplontis.
Aunque no siempre, a veces había un depósito cuadrado de agua que solía abastecer a las conducciones citadas. Allí también se podían lavar las manos (o los pies, si era necesario, u otras partes). Eran conocidos como lavatrinas. Recuerdo haber visto depósitos de este tipo en las letrinas de algunas termas y en las letrinas del servicio del palacio de la emperatriz Popea, la mujer de Nerón, en Oplontis (Campania). Curiosas, estas historias de la vida cotidiana, ¿verdad?. Y sin embargo, muy importantes para comprender cuáles eran las condiciones de vida de nuestros ancestros. Letrinas públicas y agua en Roma:
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