viernes, 1 de febrero de 2019

Cangrejos y enfermedad (II): Chancro






Chancro sifilítico en el labio


Moulage de cera 
Museo de Historia de la Medicina 
Hamburgo




En una entrada anterior hemos visto como la palabra griega cangrejo  καρκίνος (karkinos) pasaba al latín cancer y de ahí se tomó para designar a las neoplasias malignas, que habitualmente llamamos cáncer. Otra derivación de esta etimología es el vocablo chancro, que procede del francés chancre (de cancre, derivado del acusativo latino cancere y que en francés antiguo aludía también a los cangrejos de mar) que se aplicó a  la lesión inicial de la sífilis. 


Leonard Appelbee: El cangrejo rey (1938) 
La similitud del chancro sifilítico con el cáncer no fue establecida por los clínicos franceses por su crecimiento tumoral (que está ausente en este signo de sífilis precoz) sino por su curso y por su infausto pronóstico, ya que en aquel tiempo (s. XIX) quien adquiriía una sífilis no tenía posibilidades de curación.  Esta palabra importada del francés, chancro, hizo fortuna y sustituyó a las primitivas denominaciones castellanas de buba o llaguita

El chancro es una pequeña úlcera, superficial, casi una erosión, limpia, dura al tacto e indolora que aparece tras el contagio de la sífilis. Se trata del primer síntoma de esta enfermedad, que se manifiesta a las tres semanas del contagio en el lugar donde se ha producido el contacto infectante. En los primeros tratados de la sífilis, como el de López de Villalobos se establece claramente: 
"La parte pecante es la parte paciente"
Así pues, el chancro revela el lugar por el que los treponemas han penetrado en el organismo, por lo que suele observarse en general en la mucosa de los genitales (glande, prepucio, vulva) o en la mucosa labial o oral. Aquí la vemos representada en los labios en un moulage de cera del museo de Historia de la Medicina de Hamburgo. 


Caricatura de Ricord, por Gill.
El ilustre venereólogo aparece curando a diversos Eros
tullidos (alusión a la sífilis, la "enfermedad del amor")
El chancro se acompaña de una adenopatía regional, un engrosamiento de los ganglios de la zona. En la mayoría de los casos los chancros aparecen en la mucosa genital (prepucio, glande, vulva...) y el ganglio acompañante suele ser en la ingle. El complejo chancro-adenopatía constituye la sintomatología de la primera parte de esta enfermedad, período conocido como sífilis primaria. 

El chancro sifilítico es conocido también con el nombre de chancro duro o de Hunter. Aunque ya se conocía con anterioridad, John Hunter llamó la atención sobre él en su libro A Treatise on the Venereal Disease (Londres, 1786), tras el desgraciado experimento con el que quería dilucidar si sífilis y gonorrea eran la misma enfermedad. Con mayor justicia se le llama también chancro de Ricord, ya que fue este venereólogo francés quien demostró plenamente en 1838 el error de Hunter y que la sífilis y la gonorrea eran dos enfermedades diferentes.

En 1852, Léon Bassereau (1810-1888) observó una enfermedad de transmisión sexual que también comenzaba por unas ulceraciones en el lugar de la inoculación, pero que a diferencia del chancro blando de la sífilis, no eran duras al tacto.  Por esto dio a la enfermedad el nombre de "chancro blando" o "chancroide( = parecida al chancro duro de la sífilis). En 1889, un médico italiano, Augusto Ducrey (1860-1940) demostró su contagiosidad, mediante autoinoculaciones en su propio brazo, cosa que puede llamarnos la atención hoy pero que era una práctica habitual entre los dermatólogos del s. XIX para demostrar la contagiosidad de una enfermedad. Aunque resulte chocante en algunos congresos médicos del fin de siècle los médicos arremangaban sus brazos, estableciendo una competición sobre quien se había inoculado más enfermedades (sic), autoexperimentación que además era considerada heroica. Ducrey también describió el agente causal del chancro blando, un estreptobacilo que se veía al microscopio en grupos que recordaban las hileras de peces, y que hoy conocemos en su honor como Haemophylus ducreyi. Por todo ello, al chancro blando también se le llama chancro de Ducrey.

Finalmente el concepto de chancro como ulceración en la puerta de entrada de una enfermedad se extendió a otras enfermedades, como a la lesión de inoculación tras la picadura de la mosca tsetsé que produce una tripanosomiasis conocida como enfermedad del sueño (Trypanosoma gambiense) o al llamado chancro de Ghon, lesión tuberculosa primitiva del pulmón. 

Por analogía, también se llama chancro a diversas enfermedades de las plantas, en general producidas por hongos (chancro del tomate, chancro del castaño...). Todas ellas remiten al temor que el "cangrejo", a través del latín cancer provoca en cuanto a su evolución, frecuentemente fatal.  


Cangrejos y enfermedad

(I): Cáncer

(II): Chancro

(III): Queloide

(IV) Cicatriz queloidea

(V) Cancrum oris o noma


jueves, 31 de enero de 2019

Cangrejos y enfermedad (I): Cáncer






Mela Muter

Bodegón con cangrejos

Óleo sobre lienzo 
Krzysztof Musial /Galeria aTAK
Varsovia




Mela Muter (1876-1967), apócope de Mela Mutermilch, fue una pintora polaca nacionalizada francesa encuadrada en las vanguardias polacas. Muy vinculada con Barcelona y Girona, donde residió durante un tiempo, participó activamente en la vida cultural catalana, relacionándose con personajes como Celso Lagar, Xavier Monsalvatge o Manolo Hugué. Recientemente el Museu d'Art de Girona le ha dedicado una exposición, donde he tenido oportunidad de admirar este bodegón con cangrejos, que me ha suscitado esta reflexión sobre los nombres del cáncer, con una etimología derivada de estos crustáceos. 

Ante todo, debemos aclarar que el cáncer no es una enfermedad, sino una manera de denominar a cientos de patologías, con características comunes, pero muy distintas a la vez. Tenemos constancia de que este tipo de males han afectado a la humanidad desde tiempos prehistóricos aunque su incidencia era bastante baja. Esto era debido a que existía una gran mortalidad por otras causas, lo que hacía que el porcentaje de los casos de cáncer fuera relativamente reducido. 


Busto de Hipócrates. British Museum. Londres
Es en Grecia, en los escritos hipocráticos, donde encontramos no sólo las primeras descripciones de estas enfermedades sino también el origen etimológico de la palabra que usamos todavía hoy. En el Corpus Hippocraticum, colección de obras médicas del s. V aC., se mencionan unas lesiones ulcerosas crónicas, a veces induradas, que se desarrollan progresivamente y que se expanden sin control por los tejidos circundantes tomando frecuentemente la forma de las patas de un cangrejo. Su consistencia dura y las prolongaciones en forma de patas motivaron que se les diera el nombre de este crustáceo: καρκίνος (karkinos).  En Roma casi todos los médicos eran griegos y sin duda fueron ellos los que conservando el significado de cangrejo, lo comenzaron a usar en latín: “cancer”, cancri (sin acento). 

A pesar de que llega a nosotros a travès del griego y del latín, la etimología remota del cáncer probablemente viene de más atrás. La raíz indoeuropea kar- (=duro, fuerte) que al sufrir disimilación de la r en n terminó por dar el vocablo cancer, usado para designar tanto al cangrejo, como la enfermedad y la constelación zodiacal. 

Pero ¿Qué entendían los médicos griegos por καρκίνος, o su palabra derivada καρκίνωμα (karkinoma), vocablo compuesto al añadirle el sufijo -ωμα: tumor para un médico griego? Por lo general era una úlcera externa de difícil curación, pero no necesariamente lo que hoy se entiende por una lesión neoplásica. Hemos de señalar que no se han encontrado referencias a lesiones internas designadas con la palabra karkinos


Vincent van Gogh: Cangrejo de espaldas
La doble acepción de la palabra karkinos, usada para describir diferentes úlceras pero también el cáncer, ha sesgado la literatura médica que, cada vez que ha encontrado la palabra cáncer o karkinos en textos médicos de la antigüedad, le atribuye el sentido moderno de cáncer y, por tanto, la condición de precursora en la descripción de diferentes lesiones cancerosas, cuando es probable que se refieran solo a úlceras de difícil tratamiento. 

Aunque en los Aforismos hipocráticos encontramos una interpretación de la ictericia que podría corresponder a un cáncer hepático: 
"Si en la ictericia el hígado se pone duro es mala señal. Si persiste esa ictericia puede ser debida al cáncer (karkinos) o cirrosis hepática, enfermedades ambas que ocasionan endurecimiento y aumento del volumen del hígado" 
Según la teoría humoral, predominante en la época, el cáncer estaba causado por un exceso de bilis negra. 

En otro escrito de Hipócrates, “Sobre las enfermedades de las mujeres” describe el cáncer de mama, usando también el término karkinos
"En las mamas se producen unas tumoraciones duras, de tamaño mayor o menor, que no supuran y que se van haciendo cada vez más duras; después crecen a partir de ellas unos cánceres (karkinos), primero ocultos, los cuales por el hecho de que van a desarrollarse como cánceres (karkinos), tienen una boca rabiosa y todo lo devoran con rabia"

En la Medicina Griega también aparecen otros vocablos que más tarde se relacionarán con el cáncer. Es el caso del oγκος  (onkos), referida al edema o hinchazón. Celso (25 a.C. -50 d.C.) en su obra De re medica libri octo (Los ocho libros de la Medicina) lo incluye como uno de los cinco signos clásicos de la inflamación. Pero no fue hasta mediados del s. XIX cuando se tomó esta palabra griega para crear un neologismo: oncología, con el significado del estudio de los tumores, ya sean malignos como benignos.  


Estatua ideal de San Isidoro, en las escaleras
de la Biblioteca Nacional de Madrid. 
En la Edad Media continuó usándose el nombre de cancer. En algunas descripciones de las Etimologías de San Isidoro encontramos esta aclaración: 
"...cancer a similitudine maritimi animalis vocatum" 
(el cancer, que se llama así por ser parecido a estos animales marinos)   
No tenemos muchos testimonios de la incidencia del cáncer en la Edad Media. Los médicos árabes proponían tratar estos casos cauterizando las lesiones, tras lo cual practicaban una sangría para acelerar la expulsión de los humores corruptos del organismo. Los árabes usaban también un solo vocablo para designar tanto al cangrejo (crustáceo) como al cáncer: saratán. De esta palabra deriva  el vocablo castellano antiguo zaratán que en la España renacentista será sinónimo popular de cáncer, aunque luego se restringe al cáncer de mama.


Cangrejos y enfermedad

(I): Cáncer

(II): Chancro


(III) Queloides


(IV): Cicatriz queloidea


(V) Cancrum oris o noma


miércoles, 30 de enero de 2019

Santa Isabel cura las úlceras de una enferma






Francisco de Goya y Lucientes

Santa Isabel curando 
las llagas de una enferma
(circa 1800)


Óleo sobre lienzo 32 x 32 cm

Museo Lázaro Galdiano. Madrid.



Este boceto de Francisco de Goya fue un trabajo preparatorio para la decoración mural de la iglesia de Torrero, pinturas que duraron muy poco ya que fueron destruídas durante la invasión napoleónica pocos años más tarde, tal como atestigua un informe de Tiburcio del Caso de 1813. 

Los cuadros habían sido encargados por la gran devoción de la que  goza Santa Isabel en los alrededores de Zaragoza, ya que esta santa era hija del rey Pedro el Grande y de Constanza de Sicilia y había nacido en la Aljafería de Zaragoza. Isabel se casó con el rey de Portugal y su vida estuvo dedicada a numerosas obras de caridad. Fundó también muchas instituciones dedicadas a socorrer a los pobres como el hospital de Inocentes de Santarem. 

La escena representa uno de los episodios de la vida de la santa, según relata fray Juan Carrillo en su biografía: 


«Lavando los pies a una muger muy enferma, un Jueves Santo, aviéndole lavado ella un pie, rehusaba la enferma mostrar el otro pie, por tenerlo llagado de cáncer, tan enconado, que ya se le caían los dedos y tan llagado, que no se podía sufrir el olor tan malo que le salía. Y por esso la buena muger tenía empacho que la Reyna viesse ni tocasse cosa tan asquerosa. La Santa Reyna con humildad profunda le limpió la llaga, y enxugó y puso unos paños y haziéndole la señal de la Cruz sobre la llega, y besándola se despidió con su limosna, con que quedó la muger interiormente consolada y confortada en el Señor. Y quitándosele del todo el dolor, que en aquella llaga padecía, se bolbió a su casa, glorificando a Dios y dándole mil gracias. Y como estando en ella, se volviose a mirar el pie, y descubrir la llaga, le halló del todo sano y libre del mal que padecía, incurable al parecer de Médicos”.

El mal que padecía la enferma del relato era probablemente una úlcera varicosa de pierna, o menos probablemente un goma sifilítico.  Goya plasma esta escena en el cuadro. Los personajes se disponen entorno a la enferma, en una composición clásica que adopta una vaga forma piramidal. Santa Isabel, revestida con corona y manto -atributos reales- se inclina en el primer plano, perfectamente iluminado por la luz natural lateral que emana del ventanal, compensando la disposición horizontal de la enferma. Los personajes del segundo plano, se mantienen en la penumbra, resaltando a las dos figuras principales: la santa y la enferma. El despliegue de colores es sorprendente, con amarillos blancos y rojos destacando la zona iluminada principal con un fondo de ocres y tostados, que logran crear una gran sensación de volumen. Goya consigue una atmósfera muy especial con una ejecución rápida que consigue con veloces líneas y manchas una composición precisa y gran una fuerza expresiva. 

La enferma aparece con los pechos descubiertos, lo que le crearía a Goya un problema con la mojigatería de la Iglesia local, como comentaba el escrito mandado por el nuevo director del Canal, Javier La Ripa, a Pedro Cevallos, Secretario de Estado: 
«El cuadro de Santa Isabel, que forma uno de los tres altares que tiene la iglesia, había chocado mucho y se hablaba demasiado en esta ciudad porque al parecer se había lucido el pincel de don Francisco Bayeu, con menoscabo de la decencia; por cuyo motivo me dixo el Vicario General del Rvdo. Obispo de Huesca que antes de bendecirla era forzoso cubrir los pechos de la enferma que curaba la santa y noticioso de que por la primavera próxima vendría a esta ciudad el referido Bayeu, me pareció esperarlo, y que lo executase por sí mismo, como lo hizo». 
Como vemos en la carta se atribuye la pintura a Francisco Bayeu, suegro de Goya. Evidentemente se trata de un error pues en esta fecha Bayeu ya llevaba seis años muerto. Esta confusión puede deberse a la gran importancia y fama que Bayeu obtuvo en su época, y que mantenía después de su muerte. Fue Goya el que realizó la pintura y el que tapó los pechos de la pobre enferma.

El boceto que comentamos aquí estuvo en poder de Martín Zapater y pasó luego a poder de su sobrino Francisco. En los catálogos de las exposiciones de 1900 y 1928 figuran como propiedad de Clemente Velasco. Posteriormente los adquirió José Lázaro Galdiano y desde entonces forman parte de la colección con la que se creó el museo Lázaro Galdiano de Madrid. 

martes, 29 de enero de 2019

Fernando VII (y VII): Copular con una almohadilla






Luis Cruz y Ríos

Fernando VII y Mª Cristina 
en Aranjuez
(1830)


Óleo sobre lienzo 498 x 710 cm 
Museo de Bellas Artes de Asturias (Oviedo)




Como hemos visto Fernando VII no conseguía descendencia y probablemente su macrosomía genital tenía algo que ver ya que dificultaba sus relaciones sexuales. Especialmente complicado en este sentido fue su tercer matrimonio con Mª Josefa Amalia de de Sajonia, que parece ser que traumatizada por su primer encuentro se negó a tener relaciones con el monarca. La falta de descendencia suponía un problema político ya que el hermano del rey Carlos María Isidro andaba conspirando para heredar el trono. 


F. Elías. Busto de Fernando VII
Real Academia de Bellas Artes de Madrid
Así, ya con 45 años, Fernando VII decidió contraer matrimonio por cuarta vez. Una vez más recurrió a otra de sus sobrinas, María Cristina de Borbón - Dos Sicilias. Era hija de Mª Isabel de Borbón, hija de Carlos IV y del rey de Nápoles Francisco I. 


María Cristina, conocedora del problema que representaba la deformidad genital de Fernando, y consciente que convenía que quedara embarazada cuanto antes, consultó a los médicos de Palacio, solicitándoles algún tipo de ayuda. Al poco tiempo, los doctores le presentaron un artefacto que según creían, podría suavizar el problema.  Se trataba de una almohadilla en forma de neumático, perforada en su centro, por donde Fernando tenía que introducir su miembro antes de la cópula. Así la longitud del pene se veía acortada en unos centímetros y la relación resultaba menos dificultosa. 


Reproducción de la almohadilla
ideada por los médicos de Mª Cristina
Así lo cuenta uno de los médicos: 
“sabedora doña Cristina de aquella circunstancia nada consoladora para los intereses del trono, discurrió, o más bien le aconsejaron, que usara don Fernando una almohadilla perforada en el centro, de tres o cuatro centímetros de espesor, por cuyo orificio introducía el pene antes del coito y durante él; así se hizo y alcanzaron sucesión”.

Vicente López. Retrato de María Cristina
de Borbón Dos Sicilias.
Museo del Prado. Madrid. 
Tal como afirma el médico en su comentario, la estratagema surtió el efecto deseado, ya que la reina quedó embarazada dos veces, alumbrando primero a Isabel (la futura Isabel II, 1830-1904) y a la infanta Luisa Fernanda, que de adulta se casaría  con el Duque de Montpensier. 

De todos modos, esto no fue óbice para que la reina tuviera otras relaciones por su cuenta, especialmente con un sargento de la Guardia de Corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez , como comentamos en otra entrada del blog. 

A la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833, quedó como regente María Cristina, que intentó por todos los medios que su hija Isabel heredara la Corona frente a los derechos dinásticos de su tío Carlos, alegando que la Ley Sálica había sido abolida por Fernando VII. Carlos terminó por proclamarse rey como Carlos V, y fue aceptado por una facción, la de los carlistas, que se opusieron a los partidarios de Mª Cristina e Isabel (cristinos o isabelinos) originando la primera guerra carlista. 


Fernando VII



lunes, 28 de enero de 2019

Fernando VII (VI): La peor noche de boda del rey







Francisco Lacoma Sans

María Josefa Amalia de Sajonia, tercera esposa de Fernando VII
(1820)

Óleo sobre lienzo 110 x 86 cm
Museo del Prado. Madrid. 




Como hemos visto en entradas anteriores el gran tamaño del pene del rey, unido a sus modales zafios y agresivos le habían acarreado problemas en sus relaciones sexuales con su primera esposa María Antonia de Nápoles y con la segunda, la portuguesa Isabel de Braganza.  

Pero sin duda la más sonada de las dificultades causadas por la macrosomía genital del rey tuvo lugar en la noche de bodas del monarca con su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, que era una adolescente que todavía no había cumplido los 16 años. Tras la muerte de su madre, Josefa se había criado en un convento, por lo que su ignorancia en temas de sexo era casi absoluta. El monarca, en cambio, era conocido por su temperamento fogoso y su obsesión sexual, que le hacía visitar continuamente los prostíbulos de Madrid. 


Fco de Goya. Fernando VII.
Museo Thyssen -Bornesmisza. Madrid
Era costumbre que justo antes de comenzar la noche de bodas, la princesa de sangre ya casada y más cercana en categoría al rey pasase quince minutos con la novia explicándole lo que sucedería después. En este caso, esta función correspondía la cuñada del rey María Teresa de Braganza, pero ésta declinó el honor con la excusa de que era hermana de Isabel de Braganza, la anterior esposa del monarca y esta explicación le resultaba embarazosa.  Por este motivo la delegó en la camarera mayor, que también se negó alegando que «nunca se había fijado en las cosas que su marido le hacía en la cama».  

La joven reina pues, sin explicación alguna se encontró ante el desvergonzado rey, un gordo con un descomunal pene que comienza a toquetearla sin ningún miramiento. Además la joven sólo hablaba alemán, idioma del que Fernando no tenía la menor idea. Ante esta situación Maria Josefa Amalia, asustada, sale corriendo por la habitación, dando gritos de terror. El soberano la intentó perseguir pero es gordo y gotoso y cayó al suelo de bruces. 


Alcoba de Fernando VII. 
Real Palacio de Aranjuez
Al ver que la chica no tiene ni idea, Fernando se enfadó mucho y salió en busca de su cuñada y de la camarera mayor, insultándolas y tratándolas de putas y de bestias, y les dio un cuarto de hora para que prepararan a la atemorizada reina. Mientras tanto, Fernando, en bata y zapatillas, fumaba nerviosamente un cigarro (era un gran fumador) mientras paseaba a grandes zancadas por la galería. 

No se sabe lo que María Teresa de Braganza y la camarera real contaron a la asustada novia, pero seguramente no contribuyó mucho a tranquilizarla. Al contrario, probablemente su estado de nervios le alteró la digestión. Al volver el rey la princesa sajona ya no ofreció resistencia, pero estaba tan aterrada que al primer intento de penetración, fue tal su estrés que se orinó y defecó, manchando todas las sábanas. El fatal desenlace provocó que el rey saliera de la habitación jurando furioso y tardó mucho en acercarse a su esposa. 

La enuresis (perder el control de la orina) y la encopresis (perder el control del esfínter anal y por lo tanto de la retención de heces) se asocian generalmente a transtornos psicológicos cuando suceden durante el sueño. Cuando tienen lugar en estado de vigilia son indicativos de una situación de miedo profundo, de terror. A veces tienen lugar en los frentes de batalla en situaciones de pánico al ataque del enemigo. En el caso de la joven reina está claro que estaba aterrorizada por un hombre mucho mayor que ella, que hablaba una lengua incomprensible, de modales rudos y zafios, carácter malhumorado e irritable y un pene de considerables dimensiones. La pobre muchacha debió sentirse absolutamente aterrada. 

Tras esta traumática experiencia, la reina se negó a tener relaciones sexuales con el rey. Incluso se vio obligada a mediar la Santa Sede para que la joven Reina, a la que nadie había instruido previamente en aquellas tareas, aceptara como bueno y no pecaminoso el obligado débito conyugal. No sabemos si estas gestiones eclesiásticas tuvieron algún resultado. Lo cierto es que sin haber quedado embarazada en los diez años que duró su matrimonio, María Josefa Amalia falleció prematuramente de fiebres graves en el Palacio Real de Aranjuez en 1829.


Fernando VII

I. El "Deseado"

II. El rey felón

III. El gran pene del rey

IV. La primera noche de bodas

V. Segundas nupcias

VI. La peor noche de bodas del rey


VII. Copular con una almohadilla