sábado, 25 de abril de 2015

Los labios de un viejo






 Quentin Metsys

Cabeza de anciano  
(1525 circa)

Óleo sobre tabla. 
MNAC, Barcelona  



Quentin Metsys (Lovaina, 1465 - Amberes, 1530) fue un pintor flamenco emblemático, fundador de la escuela de Amberes. Su obra representa la síntesis entre la tradición pictórica flamenca y las ideas innovadoras del renacimiento italiano.  Su apellido puede verse también escrito como Massys o Metzys. 

Cultivó la temática religiosa y el retrato. En éste último campo intentó representar a sus retratados en su ambiente habitual (El cambista y su mujer). En algunas de sus últimas obras mostró una intención claramente satírica (La duquesa fea). 


Detalle de los labios

En esta obra Metsys nos muestra la cabeza de un anciano. Su luenga barba cana contrasta con un rostro que apenas muestra arrugas. Sin embargo, sus labios denotan la acción repetida del sol. La semimucosa aparece contraída, más delgada de lo habitual, seca y la superficie se muestra fina y cuarteada, con grietas. Podemos diagnosticar fácilmente una queilitis actínica, frecuente en personas de edad expuestas repetidamente al sol. En las comisura izquierda se insinúa una posible boquera.  Detalles tal vez pequeños, pero de un realismo notable.  



Quentin Metsys: 




viernes, 24 de abril de 2015

Higiene, maquillaje y coquetería en la obra de Kitagawa Utamaro


La obra de Kitagawa Utamaro hace frecuentes referencias a usos cosméticos,
como el maquillaje o el peinado.
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 Kitagawa Utamaro (喜多川 歌麿) 
(1753-1806) 

Escena de maquillaje  

Estampa japonesa (grabado ukiyo-e





Kitagawa Utamaro fue un pintor de estampas japonés del s. XVIII, considerado uno de los mejores artistas de los grabados populares ukiyo-e, un tipo de grabados xilográficos producidos en Japón entre los s. XVII y XIX. Los ukiyo-e son grabados de tipo popular que  generalmente representan la vida cotidiana en las ciudades. La temática preferida de Utamaro fueron escenas de la vida cotidiana de mujeres, conocidas como bijinga. Dentro de esta temática trata escenas de maquillaje y peinado, escenas de madres con niños (entre las que se incluyen escenas de baño), cortesanas y escenas eróticas de sexo explícito (shunga). También realizó estudios de la naturaleza, en especial ilustraciones de insectos. 



Mujer mirando su maquillaje y peinado en un espejo. 


La obra de Utamaro se popularizó en Europa a mediados del s. XIX, teniendo una gran aceptación sobre todo en Francia, donde influyó en los pintores impresionistas (japonesismo). 

Mientras aún era niño aprendió pintura con Toriyama Sekien. Se crió a su lado y vivió en su casa hasta la muerte de Sekien en 1797. Algunos sostienen incluso que Utamaro era hijo de Sekien. Tras la muerte de Sekien, se apoderó de Utamaro una gran tristeza y aseguran que ya nunca volvió a pintar igual. 

La obra de Kitagawa Utamaro nos aporta información sobre los hábitos higiénicos y cosméticos del Japón del s. XVIII, con gran profusión de detalles y en ocasiones, algunas notas de humor. 


Escenas de peinado y lavado del cabello





Algunas estampas japonesas de Kitagawa Utamaro: 







jueves, 23 de abril de 2015

El Dr. Boucard y los probióticos






 Tamara de Lempicka
(1898-1980) 

Retrato del Dr. Boucard  
(1928)

Óleo sobre lienzo  



El Dr. Pierre Boucard era un microbiólogo que en 1907 descubrió una bacteria, Lactobacillus acidophyllus, a partir de las heces humanas. La bacteria se demostró con propiedades antidiarreicas, y Boucard creó un laboratorio para comercializarla con el nombre comercial de Lactéol, unos comprimidos que contenían cada uno 450 millones de gérmenes. El producto se introdujo rápidamente en el mercado, ya que permitía el tratamiento de la diarrea sin recurrir a los opiáceos, terapia que era habitual en la época. 

El Dr. Boucard no hizo más que seguir una línea de investigación que ya se había iniciado con anterioridad (Pasteur, s. XIX) y que todavía sigue en la actualidad: los probióticos. Las acciones de los probióticos aún no se conocen con exactitud, pero cada día se abren nuevos horizontes y perspectivas terapéuticas. En Dermatología hay prometedores resultados en las dermatitis atópicas y otras enfermedades. 

Gracias a la comercialización del Lactéol, Boucard reunió una importante fortuna que le permitía frecuentar los ambientes chic de la Costa Azul. A finales de los años 20 conoció allí a Tamara de Lempicka. La obra de la pintora de Art Déco le impresionó vivamente y le pidió que realizara su retrato. 

Tamara pintó a Boucard de pie, en una extraña pose, medio girado como si alguien le llamara. Ostenta los atributos de su trabajo como microbiólogo. Lleva una bata blanca de laboratorio con las solapas subidas y que a propósito toma un cierto aspecto de gabardina. Sostiene un tubo de ensayo en su mano derecha, sin duda un cultivo bacteriológico. Su mano izquierda se apoya en un microscopio Zeiss.  


Tamara de Lempicka: 



miércoles, 22 de abril de 2015

Arrugas en el Antiguo Egipto





 Autor desconocido 

Cabeza verde de Berlín
(350 a.C.) 

Escultura en pórfido verde. 22 cm.
Museo Egipcio (Neues Museum), Berlín



Mi buen amigo Marc Orriols, doctor en Egiptología y notable erudito en estos temas es un lector habitual de este blog. Amablemente me remite algunas imágenes poco frecuentes de arrugas en el arte egipcio. Le agradezco mucho su colaboración y asesoramiento. 

La Cabeza verde de Berlín es una escultura hecha de pizarra pulimentada y que está considerada una de las obras cumbre del arte egipcio. Está datada en el s. IV a.n.e. en la época del período Tardío de Egipto, concretamente bajo la dinastía XXX (378 - 341 a.n.e.). Esta dinastía, originaria de Sebennitos, comenzó expulsando a los persas de Egipto y conquistó Judea, aprovechando la decadencia del Imperio Persa.


Detalle de la Cabeza Verde de Berlín, mostrando las patas de gallo

La escultura representa probablemente a un sacerdote, con la cabeza rapada. Los sacerdotes egipcios solían rasurarse  la cabeza cada dos días para mantener su cuerpo limpio y libre de toda impureza. Pero lo que más sorprende en este caso es su realismo, poco habitual en el arte egipcio, caracterizado habitualmente por su idealización e hieratismo. En general, en Egipto las representaciones artísticas se ciñen a unos cánones rígidos y concretos: los personajes mantienen siempre su faz tersa y libre de arrugas en una juventud eterna a pesar del paso de los años. La vejez, que se relacionaba con la muerte, era un tabú en una sociedad basada en la esperanza de una vida más allá de la muerte. En cambio, en este caso, la cara del sacerdote, de semblante grave, presenta algunas arrugas alrededor de los ojos (patas de gallo, ceño fruncido) y marcadas bolsas suborbitarias. 

El realismo que podemos observar en la Cabeza Verde podría estar influído por la escultura griega, que se decantaba claramente por el realismo, y que no rehusaba la representación de la vejez o de la enfermedad.  


Representación de un hombre añoso en el Reino Antiguo:
Sheikh el-Beled. No se observa en él arruga alguna.

En el arte egipcio anterior, encontramos escasas representaciones de arrugas u otros signos de envejecimiento, tal vez con la sola excepción del breve período de arte amárnico (Akhenaton, dinastía XVIII, 1353-1336 a.n.e.) que inició una cierto acercamiento al realismo. En algunas de las representaciones de Akhenaton podemos observar discretas arrugas de expresión en los surcos nasogenianos. 




El faraón Akhenaton. Obsérvense las arrugas en cuello y surco nasogeniano.

Poco después de la revolución amárnica, en la tumba de Horemheb (Dinastía XVIII, 1323-1295 a.n.e.) podemos ver algunos prisioneros con arrugas, pero hay que subrayar el hecho de que no son egipcios. Las arrugas, pues, son representadas con intención peyorativa y con desprecio y sólo se pueden encontrar en los enemigos y prisioneros, a diferencia de los egipcios, que presentan siempre la cara tersa y juvenil. 


Grupo de prisioneros nubios, con arrugas en la cara. Tumba de Horemheb, Sakkara.








Sennenmut, representado con el rostro arrugado en diversas ostraka

Tal vez podemos encontrar algunas excepciones en la tumba de Sennenmut en Deir el-Bahari. Sennenmut fue el brazo derecho de Hatshepsut, y se rumoreaba que era su amante. Tal vez era de una edad algo avanzada, o tal vez  fuera un personaje poco popular y por eso fuera representado de forma algo despectiva. De todos modos, sus arrugas se representan de forma muy tímida y levemente insinuadas. Un pequeño graffiti - de probable intención sarcástica -  lo representa copulando con una mujer tocada con el nemes (tocado real, atributo del faraón), lo que permite identificarla con la propia  Hatshepsut. Una sátira a una relación probablemente mal vista por el pueblo?


Pareja copulando: ¿Sennenmut y Hatshepsut? Deir el-Bahari

martes, 21 de abril de 2015

El jorobado de Notre-Dame de Paris




 Antoine J. Wiertz

Quasimodo  
(1839)

Óleo sobre lienzo  112 x 95 cm 
Royal Museum of Fine Arts of Belgium, Bruselas. 



Antoine Joseph Wiertz (1806-1865) fue un pintor y escultor belga encuadrado en la corriente del Romanticismo. Su obra oscila entre el academicismo y algunas interpretaciones románticas. Entre los personajes que representó encontramos a Quasimodo, el jorobado de Notre-Dame de París, personaje literario inmortalizado por Victor Hugo y sin duda uno de los personajes más emblemáticos de la literatura francesa. 

Esmeralda y Quasimodo
Quasimodo, mirando por uno de los
oculos ornamentales de Notre-Dame

En la ficción, Quasimodo es un niño jorobado y deforme que fue abandonado al nacer a las puertas de la catedral de París. Acogido por el archidiácono Frollo, vivía en la catedral tocando las campanas. A causa de su deformidad, sólo podía abrir un ojo, y quedó sordo por el estruendo de las campanas. Su aspecto monstruoso hacía que fuera un personaje marginado y rechazado por todos. La única que le trata con bondad es la gitana Esmeralda, y el jorobado se enamora perdidamente de ella. Cuando Quasimodo ve desde la torre que van a ajusticiar a Esmeralda, decide salvarla en una acción heroica.  

Esmeralda, dando agua a Quasimodo

Victor Hugo hace un retrato inolvidable de su físico: 
"No intentaremos dar al lector una idea de esta nariz tetraédrica, de esta boca en herradura; de este pequeño ojo izquierdo obstruido por una ceja roja, mientras que el derecho desaparece enteramente bajo una enorme verruga; de estos dientes desordenados, esparcidos aquí y allí, como las almenas de una fortaleza; de este labio calloso sobre el que uno de los dientes sobresale como un colmillo de elefante; de este mentón bifurcado (...) Una gran cabeza erizada de cabellos rojizos; entre los hombros una joroba enorme que también protruye por delante; un sistema de muslos y de piernas tan retorcidas que solamente pueden tocarse por las rodillas y que vistas de frente asemejan dos filos de hoces unidas por el mango; grandes pies, manos monstruosas..."



Naturalmente, estamos ante un personaje de ficción. Pero probablemente Victor Hugo sacó su inspiración de algún caso real. Tal vez de Corcovito, un enano sordomudo que el escritor había tratado en el Colegio de los Nobles, de Madrid. Y una descripción así, por fuerza atrae la mirada del médico. ¿Cuál era el síndrome que presentaba Quasimodo?


Modillón en Nôtre-Dame
Una de las hipótesis esgrimidas sostiene que Quasimodo podía estar afecto de una neurofibromatosis de Recklinghausen. La afectación precoz (presentaba estas malformaciones desde la infancia), la sordera, las deformaciones óseas y de los tejidos blandos, la integridad de la fuerza física y la presencia de una gran verruga sobre la órbita ocular (¿un posible neurofibroma?) podrían ser argumentos a favor de esta opinión, que asimilaria así Quasimodo a otros posibles casos como el del hombre elefante.

Los famosos diablos-gárgola de Notre-Dame

Sin embargo, otros aspectos de la descripción podrían ir más a favor de una mucopolisacaridosis: afectación dentaria, morfología especial de cabeza y boca, afectación de la columna vertebral (joroba cifoescoliótica) y de los miembros (genu valgum) y de los pies... Es especialmente tentador asociar a Quasimodo con un gargolismo, una gárgola viviente, si tenemos en cuenta la relación que tenía con las gárgolas de la catedral... 

En todo caso, la imagen de Quasimodo encarna la figura de lo monstruoso en lo corporal y de los buenos sentimientos en lo espiritual, una imagen dual y contrapuesta que impregnó la literatura para siempre. 


Charles Laughton: The Hunchback of Notre Dame (1939): 



domingo, 19 de abril de 2015

El callista, una visión infantil de Miró

Joan Miró. El callista



 Joan Miró
(1893- 1983) 

El callista  
(1901)

Dibujo a lápiz de grafito, tinta y acuarela 
11'6 x 17'7 cm
Fundación Joan Miró, Barcelona  




Tal día como hoy, 20 de abril de 1893, nacía Joan Miró. Con este motivo, nos ha parecido oportuno dedicar el post a una de sus primeras obras. Una obra de infancia.

Hace unos días, tras la publicación en este blog de  El callista en los baños, de Malévich, Pablo Pérez-Gándara, lector habitual de "Un dermatólogo en el museo" nos recordaba amablemente la existencia de esta obra primeriza de Miró sobre este tema. Le agradezco mucho su sugerencia y colaboración. 

De hecho, se trata de una de las primeras obras de Miró. Un dibujo de infancia, realizado cuando contaba solamente 7 años, que plasma una escena cotidiana con toda la frescura de la infancia en este dibujo. Tal vez ya llamaban la atención del futuro artista los pies, la parte del cuerpo que se mantiene en contacto con la fuerza creadora de la tierra, como él definiría más tarde. 



Joan Miró: La vaileta

De esta obra destacan los colores y la gran expresividad. La obra infantil de Miró es de gran importancia ya que como él mismo decía "me ha costado toda la vida llegar a pintar como un niño". 

La obra de Joan Miró, en efecto, viene marcada por el inconsciente, por lo infantil y por su país. En un principio mostró influencias fauves, cubistas y expresionistas. A partir de su estancia en París toma contacto con el surrealismo, encuadrándose en este movimiento. Su pintura a partir de ahora se vuelve más onírica. 

Miró tuvo siempre un gran compromiso con su tiempo y decidió abandonar los métodos convencionales de pintura (él decía que "había que matarlos, violarlos o asesinarlos") para poder encontrar una forma de expresión que fuese realmente contemporánea y definitoria de su tiempo. Y así fue. Difícilmente puede pensarse en la representación artística del s. XX sin que nos venga a la cabeza el mundo mágico, colorista y onírico de Miró. Un mundo que ya se empezó a forjar en su imaginación infantil. 


Joan Miró: Blau II. 



Y para completar este post, nada mejor que una breve biografía de Joan Miró, para niños: