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miércoles, 21 de agosto de 2019

Las dos miradas del médico (III): Medicina humana versus tecnología






Pablo Picasso 

Boceto para Ciencia y Caridad 
(1897) 

Acuarela sobre papel 22,5 x 28,6 cm
Museo Picasso, Barcelona 



En otras entradas hemos comentado dos cuadros que tienen en común la representación de un médico atendiendo a su paciente. Los dos cuadros son de la misma época (finales del s. XIX) y pueden encuadrarse en la corriente de realismo social, interesada en los progresos de la ciencia de la época y en especial en la llamada pintura hospitalaria. Se trata de dos obras de Luke Fildes y de Pablo Picasso


Pablo Picasso: Ciencia y Caridad


Pero a pesar de su evidente paralelismo, ambos cuadros nos presentan una visión totalmente diferente de la figura del médico. En el cuadro de Picasso, el médico aparece concentrado en las constantes biológicas, concretamente en tomar el pulso periférico. Y está tan absorto en esta tarea que casi no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor, a pesar de que al parecer la muerte de la paciente es inminente. El propio Picasso destaca en el cuadro la contraposición de la frialdad de la Ciencia (el médico) con la de la Caridad, representada por la monja que acerca un vaso de agua a la paciente al tiempo que le promete su ayuda para hacerse cargo de su hijo de corta edad. De esta contraposición nace el título del cuadro: Ciencia y Caridad



Luke Fildes: El médico


El médico que aparece en el cuadro de Fildes tiene otra actitud. Está preocupado por la niña, por el drama humano que tiene lugar ante él. Claro está que también intenta captar los síntomas clínicos, pero en su mirada se ve que lo que le preocupa más es la enferma, y la confianza que sus padres han depositado en él.  

Pocos cuadros  reflejan mejor lo que supone la profesión médica. Una vocación que, con mayor o menor dedicación, implica una forma de vida. Todo médico realiza el juramento hipocrático, por el que se compromete a “consagrar su vida al servicio de la humanidad”. La misma palabra médico procede del griego mederi, que quiere decir “el que se preocupa de”. En su derivación latina medicus, la traducción sería “el que cuida de otro”. 

No saber curar una enfermedad, sino sanar a la persona que está enferma. Finalmente, si todos los conocimientos, esfuerzos y habilidades no son suficientes para resolver la situación clínica, tener la humildad para reconocer las limitaciones, y la humanidad para cuidar al paciente en el tránsito hacia la muerte, evitándole el sufrimiento y ayudándole a que no se sienta solo en el trance que supone enfrentarse al final del ciclo de la vida.

La dicotomía de estas posturas es hoy, más de cien años después de pintadas estas escenas, de plena actualidad. La Medicina progresa a gran velocidad, y la técnica actual es desde luego algo más sofisticada que tomar el pulso a un paciente. Ser médico supone tener el conocimiento científico, las habilidades técnicas, la capacidad para observar y la intuición suficiente para poder ayudar a los que lo necesitan. Y recordar siempre nuestras limitaciones. Es innegable que el progreso científico contribuye a mejorar considerablemente el diagnóstico y la resolución de las enfermedades. Pero los médicos no debemos quedarnos ahí. Debemos ser capaces de seguir viendo enfermos, no únicamente casos de enfermedades. Personas que sufren, no síndromes. Dramas humanos, no únicamente trastornos biológicos. Ser médico es mucho más que saber aplicar unas técnicas sofisticadas e innovadoras. Sin renunciar al progreso, debemos seguir viendo el sufrimiento de un semejante nuestro que nos solicita ayuda.  El médico. además de ser un buen científico, debe saber ponerse en el lugar del otro, de compartir el pathos, el padecimiento, en el más genuino sentido de compadecer, es decir "padecer con el otro". 

Recordar estos dos cuadros, el de Luke Fildes y el del Picasso adolescente nos puede ayudar, sin duda, a no olvidarlo.  

martes, 20 de agosto de 2019

Las dos miradas del médico (II): El científico





Pablo Picasso 

Ciencia y Caridad 

(1897) 

Óleo sobre lienzo 197 x 249,5 cm
Museo Picasso, Barcelona 



En una entrada anterior nos referíamos a la obra de Luke Fildes "El médico" y destacábamos como plasmaba a la perfección los aspectos más humanos de esta profesión. El Dr. Jaume Padrós, presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, nos sugería que comparásemos esta obra con "Ciencia y Caridad" de Picasso, lo que haremos a continuación.  

Esta es, sin duda, la obra más representativa del período de formación de Picasso. Se trata de una obra de grandes dimensiones, pintada cuando el artista tenía solamente 15 años, y se enmarca -como la de Fildes- dentro de la corriente de realismo social, un estilo que estuvo de moda en el último cuarto del s. XIX. Dentro de esta corriente de realismo social, surgió la llamada pintura hospitalaria, basada en temas médicos y que tuvo su auge en la década de 1880-1890. 

La escena que aparece en Ciencia y Caridad representa una mísera habitación en la que agoniza una mujer. La paleta del pintor nos la describe con tonos pálidos, grises verdosos, que acentúa la sensación de frialdad y desamparo. La composición hace que los personajes se dispongan de tal forma que la mirada del espectador se centre en la cara -ya casi cadavérica- de la enferma. Su rostro pálido, sus facciones afiladas y su lánguido ademán nos alertan de la gravedad de la situación. A su derecha una monja -una hermana de la Caridad- de las que solían regentar orfelinatos y hospicios de huérfanos, le tiende con una mano un vaso de agua mientras que en el otro brazo sostiene a una criatura, dando a entender que está ya dispuesta a llevarla consigo al hospicio de huérfanos. Representa, de algún modo, el socorro asistencial. 

Pablo Picasso: Boceto para "Ciencia y Caridad" (1897).
Museo Picasso. Barcelona. 
A la derecha, un médico está sentado a la cabecera de la moribunda. Vestido con levita, está concentrado en observar su reloj, con el que mide las pulsaciones de la desdichada mujer. El semblante del doctor muestra preocupación por las constantes, sin duda alteradas, pero no mira a la enferma sino que se concentra en la medición de los parámetros. El cuadro intenta describir el progreso técnico de la Medicina, representada en el galeno. Pero su mirada es la de un científico frío, absorto en las alteraciones biológicas que preceden a la muerte, pero que no muestra en ningún momento interés por la visión humana, por la tragedia que se está desarrollando a su lado. La mirada ávida de Pablo Picasso, a pesar de su juventud, sabe captar esta escena, y hace de este cuadro un gran alegato social, el primero de la larga serie de denuncias que hará en el curso de su longeva vida el genial pintor malagueño. 

Anecdóticamente diremos que Pablo Picasso tomó por modelo a una pordiosera de su calle y a su hijo, a los que les pagó 10 pesetas para que posaran para él. La figura del médico está inspirado en José Ruiz Blasco, el padre del pintor.  

En definitiva, este cuadro puede brindarnos una reflexión sobre el progreso de la Medicina y su tecnificación. El progreso técnico es imprescindible en la Medicina moderna, y los médicos deben obviamente valerse de ella para ejercer su misión con mucha mayor eficacia. Sin embargo, a veces se puede caer en la tentación de limitarse a ella, de abstraerse tanto en los protocolos y parámetros que aleje  a los médicos de la visión humana, olvidando que es su principal cometido: tratar enfermos, personas que sufren, y no sólo enfermedades, síndromes o alteraciones medibles y comprobables. El título del cuadro alude también a la Caridad, la virtud que -contrapuesta en cierto modo a la frialdad de la ciencia- se haría cargo de los aspectos más humanos de esta trágica escena. 

En una próxima entrada contrastaremos ambas obras (la de Fildes y la de Picasso) con mayor amplitud. 


lunes, 19 de agosto de 2019

Las dos miradas del médico (I): La cara humana







Luke Fildes 

El doctor 
(1891) 

Óleo sobre lienzo 166 x 242 cm
Tate Gallery. Londres.



El Dr. Jaume Padrós, presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, buen amigo y entusiasta seguidor de este blog, me sugiere que comente este cuadro de Luke Fildes, que ciertamente es paradigmático de una de las facetas más humanas del médico. También me propone contraponerlo a otra obra, la de Picasso (Ciencia y Caridad), a lo que reservaré otra entrada del blog. Quiero agradecer encarecidamente al Dr. Padrós sus sugerencias y su fiel seguimiento de "Un dermatólogo en el museo". 

Autorretrato de Luke Fildes (1911)
Royal Academy of Arts, Londres.
Sir Samuel Luke Fildes  (1843-1927), fue un artista inglés que trabajó primero como ilustrador de publicaciones y novelas y posteriormente como pintor, alcanzando un gran éxito. Su obra se inscribe en el movimiento del realismo social, una corriente que adquirió gran auge a finales del s. XIX. El realismo social surgió en buena parte por el interés que suscitaba el progreso científico de la Medicina y también  por las inquietudes sociales expresadas en las novelas de Emile Zola y Charles Dickens. La burguesía surgida de la revolución industrial mostró interés por esta temática y puso de moda este movimiento artístico. 

El cuadro que nos ocupa describe una escena imaginaria que tiene lugar en una mísera habitación. Una niña enferma reposa sobre una cama improvisada con dos sillas, de diversa procedencia. Mantiene el brazo derecho doblado sobre el cuerpo mientras que extiende el izquierdo hacia el médico, con la muñeca al descubierto, para facilitar la medición del pulso. 

La lámpara de la izquierda ilumina a los personajes principales, el médico y la paciente. En un plano posterior, en semipenumbra, aparece una figura masculina de pie, sin duda el padre de la niña, que apoya una mano sobre el hombro de su esposa, mientras mira al médico con inquietud, aunque con total confianza en su ayuda. Una confianza imprescindible: la del paciente en el médico, sin la cual no se puede establecer una correcta relación médico-enfermo. La madre muestra una actitud de abandono, con la cabeza abatida sobre una mesa y manteniendo sus manos entrelazadas, como implorando la ayuda divina en una plegaria desesperada. Por una ventana cercana se filtra la tenue luz del alba. El médico no ha querido irse: ha preferido pasar la noche a la cabecera de su paciente hasta el amanecer. Según la explicación facilitada por el propio Fildes, la luz simboliza la esperanza y es un presagio de la recuperación de la niña enferma. 

Detalle de la cara del médico, basada
en un autorretrato de Fildes
Fieldes centró el cuadro en la figura del doctor. El médico, vestido de calle, con una ropa elegante, ha dejado su sombrero de copa en una mesita a su derecha. Aparece sosteniendo su barba con la mano en actitud pensativa, y con el ceño fruncido que deja entrever su profunda preocupación. Su mirada está fija en la paciente como valorando su estado y sus síntomas. Tal vez recapacita, intentando captar al máximo la sintomatología para evitar un diagnóstico erróneo. Se enfrenta a una situación que debe asumir todo médico: enfrentarse a sus propias limitaciones. Y seguro que se da cuenta de la gravedad de la situación y de la tragedia que planea sobre la familia que le ha confiado el caso. Comparte con ellos su intranquilidad y su dolor. 

Algunos objetos complementan la descripción de la escena. En la mesa, junto a la lámpara, hay una taza de té, que seguramente ayudó al médico a pasar una larga noche. A su lado hay un medicamento en un frasco, así como una  una cuchara para su adecuada dosificación. A la cabecera del improvisado camastro, una jarra con agua fresca y una jofaina, probablemente destinada a intentar contener la fiebre, si sube demasiado.

Esta obra fue encargada al artista por Henry Tate (1819- 1898), un rico comerciante de azúcar que fundó la actual galería que ahora lleva su nombre, en Londres, en donde se encuentra actualmente el cuadro. Fildes era el mejor retratista del momento y Tate le ofreció por esta obra la nada despreciable suma de 3.000 libras. Aunque el encargo no fijaba ningún tema concreto, Fildes se inspiró en un doloroso episodio autobiográfico, el fallecimiento del primer hijo del artista, Philip, en la mañana de Navidad de 1877, en su casa de Kensington. El niño murió cuando tenía un año, a consecuencia de alguna enfermedad infecciosa, probablemente tuberculosis. A pesar del funesto final, Fildes y su esposa quedaron impresionados y agradecidos por la atención, los cuidados y la humanidad del médico que atendió al niño, el Dr. Gustav Murray. 

El cuadro ha sido considerado uno de los más emblemáticos homenajes a la figura del médico y a la relación médico-paciente. El médico que comparte al lado de su paciente y familiares su inquietud e intenta disipar sus temores. Un médico contemporáneo de Fildes afirmaba: 
Una biblioteca llena de libros que nos honren no podría hacer lo que este cuadro ha hecho y hará por la profesión médica al conseguir que los corazones de nuestros semejantes nos miren cálidamente con confianza y afecto. Independientemente del nivel que alcancen en su profesión, siempre deben tener presente esta figura ideal pintada por Fildes, y ser al mismo tiempo un hombre noble y un médico noble.

Como anécdota, cabe señalar que el personaje del médico es un autorretrato del propio artista, que también usó a sus dos hijos como modelos para representar a la niña. El cuadro fue reproducido en un sello de correos de los EEUU en 1947 como homenaje a la profesión médica. 

En 1949, la Asociación Médica de Estados Unidos (AMA) usó esta escena en una campaña para oponerse a la propuesta de nacionalización de la asistencia médica presentada por el presidente Harry S. Truman. El cuadro de Fildes fue utilizada en 65.000 carteles y folletos, junto con el lema de “mantener a los políticos fuera de esta imagen”, sugiriendo que la participación del gobierno en la asistencia médica podría afectar negativamente la calidad de la atención.


Bibliografía

Friedlaender LK, Friedlaender GE. The Doctor by LukeFildes: Putting the patient first. Clin Orthop Relat Res 2015;473:3355-9.

Miranda MC, Miranda EC. La práctica médica y su representación artística: comentario sobre la obra “El Doctor” de Sir Luke Fildes. Rev Med Chile 2013; 141: 1489-90.

Moore J. What Sir Luke Filde’s 1887 painting The Doctor can teachs us about the practice of medicine today. Br J Gen Practice 2008; 58 : 210-3.

Vargas-Origel A, Campos-Macías P. El Médico de Sir Luke Fildes. Dermatol Rev Mex. 2017; 61(4) : 343-344.

lunes, 15 de enero de 2018

El niño enfermo (II): Michelena






Arturo Michelena

El niño enfermo 
(1886) 

Óleo sobre lienzo 80,4 x 85 cm
Galería de Arte Nacional. Caracas



En una entrada anterior comentaba la aportación de la Dra. Francisca Martínez, que me había enviado vía Twitter dos pinturas por si quería comentarlas en el blog. Ya comentamos la primera de ellas, la obra de Carrière "El niño enfermo", y hoy comentaremos la segunda. Se trata de un óleo del pintor venezolano Arturo Michelena, con un título similar a la de Carrière, El niño enfermo y pintado solamente un año más tarde.  

Autorretrato de Arturo Michelena
Arturo Michelena Castillo (1863-1868), nació en la ciudad de Valencia (Estado Carabobo, Venezuela) el 16 de junio de 1863. Desde niño se destacó en la pintura, por lo cual, recibió una beca oficial, a los 22 años, para estudiar en París, donde se formó con Jean Paul Laurens (1885-1889). En 1887, participó en el Salón Oficial de los Campos Elíseos, con la obra “El niño enfermo”, que fue premiada con la Medalla de oro de Segunda Clase. Como era habitual en los trabajos académicos, el artista realizó algunos bocetos previos que muestran su preocupación por los distintos elementos del cuadro. 

La escena representada en la obra recrea un dormitorio de un domicilio particular. En la cama yace un muchacho, con la cara demacrada, totalmente cubierto por las sábanas y mantas y con un paño en la cabeza, presumiblemente para bajar la alta fiebre que parece presentar. Tras la cama, el padre, casi oculto por la penumbra, un símbolo de la preocupación que le embarga.  Sentada a los pies de la cama, la madre, que escucha sobresaltada lo que le dice el doctor, en pie ante ella. La luz mortecina y tenebrosa de la escena contribuye al tono trágico de la pintura. 


Detalle del cuadro "El niño enfermo", de Michelena
La figura del médico es la que tiene tal vez más protagonismo en esta obra. Se trata de un personaje de edad, con barba blanca, gafas y vestido con levita. Está de pie, en una zona de contraluz creada por la ventana a sus espaldas, por lo que vemos más su ademán que sus rasgos faciales. Esta manera de representarlo no es a mi parecer, casual, sino que transmite que lo importante no es su persona sino el mensaje que transmite. En efecto, el viejo está dando instrucciones como se deduce del gesto de su mano, aunque por la expresión de la cara de la madre no da demasiadas esperanzas. Una niña, con toda seguridad la hermana del enfermo contempla contrita y pensativa la escena en marcado contraluz. 

El cuadro nos proporciona mucha información sobre como debía ser la práctica médica en el s. XIX. Los enfermos graves eran atendidos en sus domicilios, sin grandes medios para hacer frente a la situación. La mortalidad infantil era muy alta y los recursos muy limitados. El pronóstico médico tenía en estos casos una gran importancia.  

viernes, 23 de junio de 2017

Esperando la inyección






Norman Rockwell

Antes de la inyección
(Un estudio de la consulta médica)
(1958) 

Impreso litográfico en papel 30 x 35,5 cm
Publicado en The Saturday Evening Post 
el 15 de marzo de1958




Norman Rockwell (1894 -1978) fue un artista que plasmó con sus dibujos la vida cotidiana norteamericana, dejando siempre manifiesta una amable ironía. Durante los años 50 realizó muchos trabajos sobre médicos de cabecera y consultorios, que le eran encargados por laboratorios farmacéuticos. 

En "Antes de la inyección" se  documentan los tratamientos con penicilina, antibiótico que se había introducido en el uso tratamiento de heridas de los soldados durante la Segunda Guerra Mundial. Una década después, la penicilina era ya de uso común y ampliamente utilizada. Se usaba ampliamente por ejemplo en las amigdalitis infantiles. 

La escena muestra al doctor de espaldas, preparando previsiblemente la inyección. El enfermo, un niño, encaramado a un taburete, aprovecha para curiosear los diplomas del médico, como si quisiera comprobar la experiencia de quien le va a pinchar. 

Al describir este dibujo, Rockwell comentó:
 “supongo que todo el mundo se ha sentado en el consultorio del médico y ha examinado sus diplomas, informándose de la calidad profesional del doctor..."

Por lo visto, según comentaba el propio artista, su intención de pintar el niño con los pantalones bajados suscitó mucha discusión entre sus familiares y amigos. Eran épocas en las que la moral imperante no permitía descubrir ciertas partes del cuerpo fácilmente. Al final, Rockwell optó por una solución salomónica: el niño descubre un poco sus nalgas, lo suficiente para suscitar la risa del público, pero no totalmente, evitando así las críticas más puritanas.





jueves, 6 de octubre de 2016

Dermatólogos judíos bajo el III Reich (IV): Boicot a consultas privadas





Julius Streicher

Inge va a un médico judío 
(1933)

Ilustración del libro Der Giftpilz 
(El hongo venenoso) 
Berlín. 


Hoy comenzamos con la ilustración de un cuento para niños Der Giftpiltz (El hongo venenoso) publicado en la Alemania nazi en 1938. Era un libro lleno de mensajes antisemíticos para imbuir el odio racial a los niños alemanes. Para desprestigiar a los judíos no dudaba en aportar citas falsas del Talmud. El librito prevenía del peligro que podía suponer acercarse a un judío, ya fuese tendero, médico o maestro. En uno de sus capítulos se alertaba del riesgo que corría una chica alemana que decidía visitar a un médico judío. La descripción del médico es totalmente tendenciosa, dirigida a cultivar el temor en los jóvenes lectores, con todo tipo de tópicos y estereotipos malintencionados: 
"Sus ojos toparon con la cara del doctor. Y su cara era la cara del Diablo. En medio de su demoníaca cara destacaba una enorme y ganchuda nariz. Tras sus gafas se vislumbraban sus ojos criminales. Sus labios prominentes dibujaban una mueca maligna" 
Efectivamente, el nacionalsocialismo quiso apartar a los judíos de todos los lugares de prestigio y responsabilidad. Y como parte de esta campaña, se promulgaron diversas medidas contra los médicos judíos, muchos de ellos dermatólogos. 

El boicot a las consultas médicas judías no fue una exclusiva del III Reich.
También se practicó en regimenes afines, como la Francia de Vichy del Gral. Pétain. 

Amenazas a las consultas privadas

Ya hemos visto en una entrada anterior como los médicos judíos fueron apartados de sus cargos en los hospitales y universidades. Pero el nazismo no se limitó a eso. El hostigamiento contra los dermatólogos de origen judío continuó. Se efectuó propaganda directa e indirecta para que el público no asistiera a los consultorios privados de médicos judíos. Se propalaban burdos bulos, como que los dermatólogos judíos hacían desnudar a sus pacientes para excitarse sexualmente, que las tocaban impúdicamente o que intentaban besarlas. Una de las calumnias más repetidas era precisamente esa: que los judíos eran unos libidinosos y obsesos sexuales, que no dudaban en propasarse e incluso violar, si podían, a las chicas "arias". 


Placas de consultas de médicos judíos en 
los que se ha pegado la advertencia:
"Cuidado! Judío! Prohibidas las visitas"
Los consultorios dermatológicos languidecían. Los pacientes de compañías aseguradoras habían casi desaparecido (las mutualidades desaconsejaban a sus asegurados acudir a un médico judío). Los funcionarios públicos también tenían prohibido asistir a la consulta de un médico no ario. 

Los escasos pacientes privados que insistían en ser tratados por judíos eran motivo de chanzas y frecuentemente advertidos con cartas en tono disuasorio y amenazador, como ésta, enviada por un  agente de la Alta Comandancias de las SA en Nuremberg:

“He sabido que está Vd. siendo tratado por un médico judío. Pero los alemanes debemos acudir sólo a médicos alemanes. Un judío no es un alemán. Esto también debe servir para recordarle que Vd. recibe sus beneficios públicos del pueblo alemán y no del pueblo judío. Los judíos sólo se benefician de la hospitalidad de Alemania. Espero que esta instrucción sea suficiente para que Vd. actúe como alemán de aquí en adelante. Pienso observarle atentamente para ver si Vd. toma en consideración mi advertencia. En caso de que haga caso omiso, tendremos que solucionar este asunto de otro modo. Heil Hitler!”

Hasta tal punto llegó la presión que muchos médicos no judíos decidieron especificar su procedencia aria en las recetas, imprimiendo un membrete con la cruz gamada y la leyenda “Deutscher Artz” (Médico alemán)


Las leyes de Nuremberg

En septiembre de 1935 se promulgaron las llamadas “leyes de Nuremberg”, coincidiendo con la clausura del congreso anual del NSDAP en esta ciudad alemana.   Entre estas nuevas leyes estaba la Ley de la Protección de la Sangre Alemana y del Honor Alemán, por la que el matrimonio y las relaciones sexuales entre alemanes y judíos se consideraba un delito. Se complementaron con un decreto que definía quien debía considerarse judío, a efectos legales. Se consideraba judío propiamente dicho a quien tuviera tres abuelos judíos, o quien tuviera dos y conservara la religión judía o estuviera unido en matrimonio a un/a judío/a. De todos modos, para menores parentescos subsistían también ciertas formas de discriminación.  


   Miembros del NSDP llevando carteles 
con la advertencia:
"Alemán, no compres a los judíos"
Según las leyes de Nuremberg todos los judíos fueron privados del pasaporte alemán y clasificados como simples "residentes en Alemania" aunque llevasen varias generaciones naturalizados en el país. Los judíos comenzaron a experimentar serias restricciones. No podían entrar en cines, teatros o bibliotecas. Los negocios de los judíos comenzaron a sufrir no ya boicot sino asaltos violentos que duraron hasta finales de 1935. En esta fecha, ante las críticas de H. Schacht, presidente del Reichsbank y ministro de Economía (que calificó la situación de irresponsable) se abrió un período de dos años de relativa moderación, época en la que se celebraron los Juegos Olímpicos de Berlín (1936). 

En 1937 Schacht, que se oponía a la importante carrera armamentista,  dimitió como ministro de Economía,  siendo sustituído por Hermann Goering . En abril de 1938 se promulgó un decreto por el que se expropiaban todas las propiedades de los judíos, que debían donarse al Estado, “en interés de la economía alemana”.


Artículo en la prensa diaria con datos sobre la masiva
emigración de los médicos judíos al extranjero. 
Este decreto afectó a las propiedades de los médicos judíos. Muchos de ellos  habían ya emigrado al extranjero. Pero quedaban más de 5.000 médicos en Alemania. Algunos de ellos, desposeídos de cargos, clientes, bienes y derechos, subsistían desempeñando otros oficios y profesiones sanitarias (masajistas, industria farmacéutica, enfermeros...). Pero otros (cerca de 4.000) todavía intentaban, contra viento y marea, ejercer la profesión médica en sus consultas. Pero en estas circunstancias era muy difícil. Los ingresos de estos médicos eran muy escasos. Un médico judío ganaba unos 300 Reichsmarks /año, contra los 13.000 de un médico ario.


Derogación de las licencias médicas

El 25 de julio de 1938 se proclamó un decreto  por el que se derogaban las licencias de ejercicio de los médicos judíos y se les prohibía ejercer la medicina.  Pero como que tampoco se permitía a los médicos arios atender a enfermos judíos, se toleró que algunos médicos judíos en ejercicio fueran autorizados a seguir atendiendo exclusivamente a enfermos judíos, si bien debían estar provistos de un permiso especial. En estos certificados se evitaba darles el título de "médico". Se había sustituído por el eufemismo despectivo de curadores de enfermos (709  de los 4000).



Placa de consulta médica, con el distintivo de la estrella de David.
"Médico judío solamente para pacientes judíos". 

Uno de estos “curadores de enfermos” fue Felix Pinkus. Había sido el secretario de la Sociedad Alemana de la Lucha anti-venérea y de la Sociedad Berlinesa de Dermatología; había descrito el lichen nitidus, y varias estructuras anatómicas en el folículo pilosebáceo; era el autor de un extenso capítulo sobre anatomía de la piel en el Handbuch de Jadassohn; había luchado en el ejército alemán durante la I Guerra Mundial, alcanzando la Cruz de Hierro; había dirigido una importante clínica privada en Berlín y había sido Director del Hospital Municipal de Mujeres en Berlín-Reinickendorf. Ahora solamente podía atender judíos, y estaba obligado a poner una estampilla con la estrella de David en sus recetas.


    



Bibliografía


Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra Creación y realización editorial. Barcelona, 1994


Sierra X. Dermis y Cronos. La dermatología en la historia. Ed. Planeta de Agostini. Barcelona, 1995

Sierra X. Historia de las enfermedades cutáneas producidas por hongos. Mra Creación y realización editorial. Barcelona, 1996.

Sierra X. Los dermatólogos judíos en la Alemania Nazi. En: Sierra X (ed): Cien Años de Dermatología 1900-2000, pp. 55-69

Weyers W. Death and Medicine in Nazi Germany. Dermatology and Dermatopathology under the swastika. Ardor scribendi, ltd. Philadelphia, 1998.

miércoles, 29 de junio de 2016

David Gruby (y IV): La práctica médica







Georges Henri Lemaire

Busto de David Gruby


Escultura en bronce. Tumba de David Gruby


Cementerio de Saint-Vincent. Montmartre. Paris. 



Cuando en mayo de 1854 David Gruby fue autorizado a ejercer la medicina en Francia, instaló una consulta privada, cerca de la estación de Saint Lazare de París. Antes, en 1844, había sido denunciado por un médico por haber ejercido la medicina sin licencia.

Gruby era un personaje muy especial. A pesar de que llevaba muchos años en Francia, hablaba muy poco francés y tenía un fuerte acento germánico. Su consulta tampoco era un modelo de orden. Había montones de libros y revistas científicas por doquier y a veces dificultaban el paso o se tenían que sacar de encima de una silla de la sala de espera para poder sentarse, o de encima de la mesa de exploración al ir a examinar al paciente. Su biblioteca era de unos 8000 volúmenes. Tenía tan mala letra que sus recetas eran ilegibles, por lo que a veces, al finalizar la consulta dictaba sus recetas al propio paciente. Y cuando sus pacientes le obligaban a escuchar largas peroratas sobre los avatares de sus vidas privadas, el Dr. Gruby se hacía el dormido. 


La puerta de la consulta de Gruby,
en el nº 66 de la rue Saint-Lazare. 


Pero todo esto no impidió que la consulta del Dr. Gruby pronto alcanzara una gran notoriedad. Muchos de sus clientes eran personajes muy conocidos en la sociedad parisina: Franz Lizst, Alphonse de Lamartine, Alphonse Daudet, Guy de MaupassantFréderic Chopin George Sand, los Dumas, Heinrich Heine, los hermanos Van Gogh...

A pesar de tan distinguida clientela, Gruby nunca le dió importancia al dinero. Sus honorarios eran módicos (10 francos por consulta). Decían que en su despacho estaban esparcidos por todas partes los cheques de sus pacientes que él había olvidado de ir a cobrar. Y más de una vez, al terminar de atender a algún paciente pobre, el Dr. Gruby no sólo no le cobraba la consulta, sino que se sacaba dinero de su bolsillo para dárselo al enfermo y asegurar así que tuviera bastante dinero para pagarse el tratamiento sin menoscabo de su maltrecha economía. 

Los métodos de tratamiento usados por Gruby eran originales y curiosos. Era poco aficionado a usar muchos medicamentos. En cambio, sabía como tratar con el paciente, que muchas veces tenía problemas más bien de tipo psicosomático.
                      
Una vez, una paciente hipocondríaca acudió a su consulta. Presentaba gran disparidad de síntomas, sin base somática demostrable. Gruby le recetó un gran número de botellitas conteniendo soluciones de diversos colores. A cada hora tenía que tomar una cucharadita de una de estas soluciones, según unas instrucciones minuciosamente especificadas en la receta. El orden de las ampollas variaba según los días. Al cabo de un mes, los síntomas de la hipocondríaca se habían resuelto.

 
Alexandre Dumas (padre) uno de los clientes ilustres 
de la consulta privada del Dr. Gruby, en París. 
(Retrato de A. Dumas. 
Fotografía a la albúmina, de Nadar)















Cuentan que Alexandre Dumas padre, le consultó una vez. Gruby observó que el problema que le planteaba se resolvería con dieta y ejercicio. Su receta fue la siguiente:
         "Levántese por la mañana a las a las 6 en punto. Compre tres manzanas en  el mercado. Coma la primera   en el  Arco    de Triunfo, la segunda  en el   Quai d'Orsay y la tercera enfrente la Madelaine. Vuelva    a casa.  Haga  todos los trayectos  caminando. Haga esto cada día durante quince    días y  vuelva a    verme"

En la siguiente visita, Gruby encontró a Dumas mucho mejor.

Gruby visitaba por la tarde, y luego daba largos paseos con sus amigos hasta bien entrada la noche, por Champs Elysées. También le gustaba organizar cenas en su casa, cada 15 días, donde reunía a grupos de 5-6 personas: literatos, científicos, intelectuales, médicos (Louis Ulbach o Laverrière). Además de la amena tertulia, le gustaba dar a degustar algunas cervezas, de las que era un gran amante.  

Gruby, que era soltero, vivía en un enorme caserón en la rue Lepic 100, de Montmartre, lleno de obras de arte, plantas exóticas, gatos y otros animales domésticos, a los que adoraba. En la parte superior de la casa instaló un observatorio metereológico y astronómico en 1860. 

Rue Lepic, de Montmartre. En el núm 100 de esta calle 
estaba situada la casa de David Gruby

Durante el sitio de París por las tropas prusianas, en 1870, cedió su casa como hospital de guerra. Era tan grande, que allí pudieron instalarse cuarenta camas. El observatorio astronómico también fue usado por el gobierno, con permiso de Gruby, para reforzar la vigilancia militar, ya que era alto, estratégicamente situado y dotado con potentes telescopios. Gruby se mostró muy activo durante el sitio, pagando de su propio dinero la construcción de un centro de socorro y un servicio de ambulancia para atender a los soldados heridos durante la contienda. También se ofreció como médico voluntario civil y atendía personalmente a los heridos. Su ingenio se manifestó también en esta ocasión: para trasladar mejor los heridos inventó la camilla de ruedas. También diseñó un esterilizador portátil de ropa y esclareció algunos aspectos desconocidos sobre el uso del cloroformo y el éter, que había experimentado en animales. Antes de la contienda, ya se había interesado en estos temas y había escrito dos volúmenes sobre "Aparatos e instrumentos del Arte Médico", acerca de sus ideas sobre organización y materiales de socorro militares. En agradecimiento por todas estas contribuciones la República Francesa lo nombró Caballero de la Legión de Honor (1890). 

Era muy caritativo y contribuía con importantes sumas de dinero a diversas sociedades caritativas y asociaciones científicas (Cruz Roja, Sociedad de Mujeres de Francia, Asociación de Damas Francesas, Socorro Austro-Húngaro en París, Sociedad Protectora de Animales, Sociedad contra el abuso del tabaco...) Donó sus colecciones de arte a diversas instituciones, si bien con los avatares posteriores a su muerte no se ha podido encontrar el paradero de estos legados. 




Bibliografía

Beeson BB. David Gruby, M.D. Arch Dermatol. 1931: 23: 141-144


Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra, Creación y realización editorial. Barcelona 1994.

Sierra X. Historia de las Micosis Cutáneas. Mra. Creación y realización editorial. Barcelona, 2004.

Sierra X. Dermis y Cronos. Ed. Planeta de Agostini, Barcelona 1995.