viernes, 30 de agosto de 2019

San Martín socorriendo al leproso





Autor desconocido

San Martín partiendo 
la capa con un mendigo
(1531)

Escultura en piedra calcárea, 
procedente del Valle del Loira 
Museo Calouste Gulbenkian. Lisboa



Es conocida la leyenda según la cual Martín, un oficial romano, se dirigía a Amiens en un día de crudo invierno, montado en su caballo y envuelto en su capa. Al llegar a la ciudad encontró  cerca de la puerta de la muralla a un mendigo tiritando de frío. Martín se apiadó del pordiosero y le quiso socorrer. A pesar del conflicto ético que le representaba prescindir de su capote (que era propiedad de las legiones romanas) decidió partirlo con su espada y ofrecer media capa al viejo.  Los militares romanos en el s. IV llevaban un conjunto de vestidos y armaduras tan completo que incluso dificultaba su marcha. A este completo equipo se le llamaba impedimenta, y ha pasado a las lenguas romances modernas como impedimento, algo que dificulta una determinada acción. O sea que probablemente, la media capa del oficial era un donativo sobrado.  En la noche siguiente, Martín tuvo una visión: Jesús se apareció vestido con la media capa para agradecerle su gesto y premiarle por esta solidaridad humana reinterpretada ya en caridad cristiana. La identificación de Jesucristo con los pobres toma en esta imagen una auténtica dimensión de declaración ideológica. Según la leyenda, Martín se convirtió al cristianismo, llegando a ser obispo de Tours, y así ha pasado al santoral católico: San Martín de Tours. 


Un detalle de la cara del leproso, que presenta diversos tumores redondeados
en la escultura del Museo Calouste Gulbenkian de Lisboa. 


La escultura que aportamos hoy representa esta escena, una iconografía que por su fuerza ha sido representada numerosas veces y que ha llegado a ser uno de los iconos hagiográficos más populares del catolicismo. En muchas ocasiones se añade el detalle de que el mendigo era un leproso. Los mendigos leprosos eran muy frecuentes en la Edad Media, teniendo en cuenta que se les marginaba y apartaba de la comunidad, y se veían obligados a vivir de la mendicidad, a las puertas de las ciudades. Así, lo encontramos representado con los estigmas de la enfermedad, como en el retablo del círculo de Konrad Witz (Museo de Arte de Basilea) que ya hemos comentado en el blog. Una de las pocas representaciones en las que el mendigo no es leproso es el cuadro del Greco del Museo del Prado, donde no se ve rastro alguno de la lepra. Pero, en la mayoría de los casos el mendigo de San Martín es además un leproso. 


El Greco: San Martín partiendo la capa con un pobre
 (Museo del Prado)
En esta pintura, El Greco representó al mendigo sin
ningún tipo de sintomatología sugestiva de lepra. 
La pieza que nos ocupa es de autor desconocido, aunque sabemos que procede de Francia, en donde hay una acendrada devoción a San Martín. Es interesante la vestimenta del santo y los arreos del caballo, que nos aportan interesantes datos sobre estos elementos en el s. XVI.  El pordiosero presenta claros signos de padecer la lepra, aunque ligeramente idealizada. En las épocas anteriores era tal el temor que infundía la enfermedad que ni siquiera se atrevían a representarla de forma realista. Esto cambia a partir de finales del s. XV y a partir de este momento la representación es mucho más realista, como en el retablo de Basilea. En el caso de la escultura del museo lisboeta, nos encontramos a medio camino. Los lepromas están representados como tales en la cara del pobre, pero algo estilizados, todavía con cierta contención. Aparecen pequeñas tumoraciones redondeadas, no muy grandes, dispersas en la zona facial. Incluso en un examen superficial podrían ser confundidos con nevus intradérmicos si no fuera por la leyenda asociada a San Martín.  En el s. XVI podemos encontrarnos con otras representaciones similares, ni totalmente simbólicas ni plenamente realistas, como la de Cosimo Roselli, en la Capilla Sixtina de San Pedro del Vaticano.   


La pierna del leproso aparece amputada y semiflexionada,
cubierta por un protector de cuero sujeto con correas.
En cambio las alteraciones nerviosas y tróficas se han representado con mayor soltura. El mendigo se apoya en un bastón o muleta y sostiene el equilibrio con dificultad. También presenta la pierna izquierda amputada a causa de la lepra. La pierna aparece semiflexionada y recubierta por un protector de cuero sujeto con correas, que probablemente tenía la función de que el leproso pudiese apoyar su muñón en el suelo para facilitar un cierto desplazamiento.  En otras representaciones de leprosos medievales podemos ver algunos complementos similares. 

Finalmente cabe señalar la luenga barba del mendicante, que no cumple solamente una función estética. La larga barba y rizada quiere sugerir un cierto desaliño que subraya la marginación y abandono a la que se sometían a estos enfermos. 

jueves, 29 de agosto de 2019

Sor María José, la monja que vio un nódulo en el ombligo








Hermana María José 
(Julia Dempsey)


Fotografía en B&N
Clínica Mayo. Rochester (EEUU) 




Con el nombre de «nódulo de la hermana María José» se conoce a una formación profunda, nodular, en el área umbilical, de larga evolución. Se trata de una metástasis de un cáncer intraabdominal, a menudo la única señal de la existencia de una neoplasia maligna (tumor ovárico, gástrico, pancreático o colorrectal). 

Pero ¿por qué este curioso nombre? ¿Que tiene que ver esta lesión con una monja? El epónimo apareció en 1949, cuando Hamilton Bailey lo consagró en su undécima edición de su manual Physical Signs in Clinical Surgery y desde entonces se ha venido usando normalmente. 

La hermana María José era el nombre de religión que tomó al profesar como monja Julia Dempsey, que nació en 1856 en las afueras de Rochester (Minnesota). Sus padres fueron Patrick y de Mary (Sullivan) Dempsey, inmigrantes irlandeses. Eran fervientes católicos y tres de sus hijas profesaron como monjas en la orden de San Francisco. 

Julia ingresó en la congregación en 1878 y tomó el nombre de religión de hermana María José a la edad de 22 años. Tenía notables aptitudes para la organización y gestión, lo que pronto le hizo ascender en la jerarquía de la orden. En 1880, a la edad de 24 años, llegó a ser directora de la Congregation's missionary School de Ashland, Kentucky. En 1889, a petición de la madre Alfred Moes, fundadora de la orden, fue trasladada al Hospital Saint Mary en Rochester, que se acababa de inaugurar. 

William W. Mayo
El 21 de agosto de 1883, un tornado había arrasado la ciudad de Rochester. El balance fue de 37 muertos y cerca de 200 heridos, con muchas casas arrasadas. Las hermanas franciscanas improvisaron un pequeño hospital de campaña en su convento, la primera noche después del tornado, atendiendo a 40 heridos. Tras la catástrofe, las religiosas propusieron al cirujano y médico más competente de la zona, William Worral Mayo (1815-1911), que fundara un hospital. A pesar de la resistencia inicial del cirujano, las monjas lograron convencerlo, y aportaron la financiación necesaria, 2.000 dólares de la época. 

El  1 de octubre de 1889 se inauguró el hospital Saint Mary de Rochester, con 5 enfermeras, 27 camas y 13 pacientes. Sus primeros directores fueron los hijos de W. W. Mayo, Charles Horace Mayo (1865–1939) y William James Mayo (1861–1939). Durante el primer año se realizaron 300 intervenciones quirúrgicas. Pocos años más tarde, en 1906, ya se practicaban 600 operaciones anuales. 

La hermana María José se incorporó el 10 de noviembre de 1889, sin tener ningún conocimiento previo de enfermería. Los fue adquiriendo al lado de Edith Graham, graduada en la Escuela de enfermeras del Hospital de Mujeres de Chicago y que, más tarde, sería la esposa de Charles Mayo. Graham era la primera profesional con título del estado de Minessota. La hermana María José aprendía muy rápido. En tan solo seis semanas fue nombrada enfermera jefe y en un año llegó a ser la primera ayudante quirúrgica de William Mayo. Debido a su gran capacidad para la gestión, tres años más tarde alcanzó el grado de superintendente del Hospital. Fue una de las responsables de las sucesivas ampliaciones del hospital; ocho entre 1894 y 1931.

Estatua de bronce de los hermanos Mayo,
los doctores Will y Charlie, delante del Edificio Gonda.
Los hermanos Mayo preferían trabajar con poco personal pero procuraban que fuera altamente cualificado y entrenado. Fueron incorporando las nuevas técnicas que iban apareciendo en aquel tiempo, especialmente las referentes a la anestesia, a la antisepsia y asepsia y a los métodos para evitar las hemorragias. La implantación de estas novedades les permitió perfeccionar las intervenciones en el abdomen que hasta entonces sólo habían realizado en casos de urgencia. Pronto comenzaron a acudir enfermos de todas partes, y también médicos que deseaban aprender los innovadores métodos de los Mayo. 

Las manos de la hermana María José eran pequeñas y ágiles. Podían deslizarse con destreza y alcanzar rincones que no estaban al alcance de las de William Mayo, por lo que era una ayuda inestimable en el quirófano. Era también habitual que la hermana Maria José se encargara de hacer la primera incisión, así como de cerrar la herida quirúrgica al final de la operación. Así pues era una perfecta ayudante de cirugía. 

La hermana María José era también muy observadora. Se había dado cuenta de que algunos pacientes presentaban un nódulo característico en el ombligo, y que ésta era la única señal de que padecían un cáncer intraabdominal maligno. Lo hizo notar a William Mayo, que recogió este hallazgo en un artículo que publicó en 1928. En el artículo se refería a este nódulo como "pants button umbilicus" (ombligo con botón de pantalón). En 1949 Hamilton Bailey utilizó por primera vez el epónimo de "nódulo de la hermana María José" en homenaje a la sagaz monja, que había sido la primera en descubrirlo. 

La incidencia del nódulo de la hermana María José es muy baja (1-3% de todos los cánceres abdominales y pélvicos). En un 35-65% de los casos son metástasis de neoplasias gastrointestinales, un 12-35% del tracto génito-urinario, un 3-6% de pulmón o mama, y en un 15-30% no se puede llegar a determinar su origen. A veces, esta es la única evidencia de que existe una neoplasia maligna y es un indicador de mal pronóstico. La facilidad para acceder a él evita las molestias que pueden causar otros métodos diagnósticos de tipo histopatológico.

La hermana María José fue consciente de que las enfermeras debían recibir una formación reglada. En noviembre de 1906 se abrió formalmente la Escuela de enfermeras del Hospital Saint Mary , que en 1915 recibió la acreditación del Comité Médico del estado de Minessota. El curriculum, inicialmente de dos años se alargó más tarde en un año más, y esta estructura docente se mantuvo hasta 1970. La hermana María José también estimuló la formación universitaria entre los miembros de su orden que tuvieran que trabajar en hospitales. Así, algunas se formaron en dietética, otras en administración hospitalaria, y otras en enfermería.

La conocida humildad de la hermana María José le hizo rechazar muchos honores y homenajes. Murió de bronconeumonía a la edad de 82 años, el 29 de marzo de 1939. Está enterrada en el cementerio de Saint Joseph, en Rochester. Se da la casualidad de que pocas semanas después murieron también William y Charles Mayo. Actualmente el edificio original del Hospital Saint Mary (Clínica Mayo) recibe el nombre de Joseph Hospital en su honor. 


Bibliografía


Galván VG. Sister Mary Joseph's nodule. Ann Intern Med 1998; 128: 410.

Giner V. Sister Mary Joseph's nodule. It's clinical significance and management. An Med Interna (Madrid) 1999; 16: 365-70.

Fresquet JL. Julia Dempsey (Hermana María José) (1856-1939) 
https://www.historiadelamedicina.org/mariajose.html

Hillm M.; O'Leary, P. (1996). Vignettes in Medical History. Sister Mary Joseph and her Node, American Surgeon, 62 (4), 328-329.

Jamieson, E.; Sewall, M.; Suhrie, E. (1968). Historia de la enfermería, México, Interamericana.

Stokes, M. A. (1993). Sister Mary Joseph's Nodule. Irish Medical Journal, 86 (3), 86.

Taberner R. Nódulo de la hermana María José: Es tan malo como parece. Dermapixel. Blog de Dermatología cotidiana. 8 de febrero de 2017. 
https://www.dermapixel.com/2017/02/nodulo-de-la-hermana-maria-jose-es-tan.html

miércoles, 28 de agosto de 2019

Los mosquitos, guardianes de Roma




 



Alessandro Algardi 

Atila frente al papa León el Magno
(1646)

Relieve de mármol
Basílica de S. Pedro del Vaticano
Roma



La historia de la Roma antigua aparece entrelazada con la de la malaria o paludismo, una enfermedad parasitaria transmitida por mosquitos, y que era frecuente en las insanas marismas pontinas que rodeaban a la ciudad.  No en vano Florence Nightingale se refería a ellas como «el valle de la sombra de la muerte». Algo que tanto los propios romanos como algunos de sus enemigos, como los cartagineses o los bárbaros, ya habían podido comprobar bastantes siglos antes. 
                      Foros imperiales. Roma.                   
Recordemos, por ejemplo, las guerras púnicas, en las que se decidió el dominio político y militar del Mediterráneo, y que enfrentaron  a cartagineses y romanos en tres grandes contiendas (264-146 a.C.). 


La II Guerra Púnica terminó en las llanuras de Reggia con un combate entre el general cartaginés Aníbal y el joven Publio Cornelio Escipión "el Africano". Aníbal fue derrotado en la batalla de Zama (202 a. C.), que significó el final de un conflicto que había durado diecisiete años. 


Francisco de Goya: Aníbal, vencedor, contempla por primera vez Italia desde los Alpes. Óleo sobre lienzo, 87 x 131,5 cm. Fundación Selgas-Fagalde. Cudillero (Asturias)

Pero el declive del ejército cartaginés había comenzado mucho antes, en las ciénagas pontinas. Los mosquitos se cebaron con las tropas cartaginesas, que habían acampado en las cercanías de la ciudad, transmitiendo numerosos casos de paludismo. El insecto Anopheles contribuyó a proteger a Roma de Aníbal y su ejército, que habían incluso intentado trasladar hasta allí a sus temidos elefantes. Roma, liberada ya de la amenaza de Cartago, su enemigo de la ribera sur, pudo seguir optando al dominio del Mediterráneo.


J. Leonardo. Alarico, rey godo.
Museo del Prado. Madrid. 
Siglos más tarde, los visigodos, capitaneados por su rey Alarico, fueron los primeros bárbaros en atacar Roma. Forzaron primero que el emperador romano Honorio se refugiara en Rávena y los ejércitos visigodos sitiaron la ciudad, que tenía aproximadamente un millón de habitantes, en tres ocasiones distintas (408-410). En una de estas ocasiones saquearon la ciudad durante 6 días (agosto de 410). 
Tras el saqueo de Roma, los visigodos abandonaron la ciudad y se dirigieron al sur, dejando tras de sí un rastro de sangre y ruinas. Querían alcanzar África, el granero de Roma, y regresar luego para acabar de arrasar Roma. Pero las tropas de Alarico estaban diezmadas por la malaria. El propio rey, el primero en saquear Roma, murió de malaria en el otoño de 410 en las cercanías de Cosenza. El mosquito había vuelto a salvar a la ciudad eterna.

Las ruinas de los foros imperiales. Roma.


















Otro bárbaro, el huno Atila, había sido derrotado por una coalición de visigodos y romanos cerca del bosque de las Árdenas (junio de 451). Tras esta derrota, Atila y sus hunos se dirigieron hacia el sur iniciando la rápida invasión del norte de Italia. A su paso sembraban el pánico, la destrucción y la muerte. Pero una pequeña fuerza romana logró detener a los hunos que avanzaban en las tierras pantanosas cercanas al río Po. Bandadas de mosquitos comenzaron a atacar al ejército invasor causando múltiples casos de malaria y frenando el temido avance huno. Una vez más, los mosquitos Anopheles habían salvado a Roma, inoculando a los temibles Plasmodium, productores del paludismo


Raffaele Sanzio. Encuentro de Atila y el papa León el Magno.
Fresco. Estancias de Rafael. Museos Vaticanos. Roma. 

Es conocida la leyenda de que el papa León I salió a las puertas de Roma a entrevistarse con Atila. La historiografía romántica forjó la leyenda de que el papa convenció a Atila de que abandonara el asalto de la ciudad santa. Aunque el relato ha sido propagado una y otra vez, su misión propagandística para la Iglesia Católica es claro. Pero pocos generales se dejan convencer tan fácilmente. Parece mucho más probable que el ejército de Atila, diezmado por el paludismo y asaeteados continuamente por los mortíferos mosquitos, consideraran más estratégico abandonar tan insanas marismas. La respuesta de Atila a la súplica del Papa no fue más que una artimaña para salvar la cara. Lo más prudente era que el rey de los hunos regresara a la alta estepa más allá del Danubio, fría y seca, un lugar seguro, donde los mosquitos Anopheles no podían seguir acosándole.  

Tal vez por esta prudente decisión Atila no murió víctima de l paludismo como Alarico. Sin embargo, dos años más tarde murió por las complicaciones de su alcoholismo inveterado. A su muerte, la división y las luchas tribales internas acabaron con la frágil unidad de los hunos, que se diluyeron entre otros pueblos germánicos. 


Plasmodium falciparum en una extensión de sangre

El paludismo está causado por un protozoo del género Plasmodium (P. falciparum, P. vivax, P. ovale, P. malariae), que es transmitido por la picadura de los mosquitos Anopheles. La mayoría de los casos actuales (438.000 muertes al año, actualmente) están producidos por P. falciparum (+ de 75%) y P. vivax (20 %). Los síntomas iniciales de paludismo (malestar, náuseas, vómitos, tos) son muy poco específicos y se confunden frecuentemente con otras infecciones bacterianas o víricas (gripe, brucelosis, fiebre tifoidea...) 

Mosquito Anopheles picando
El historiador Timothy C. Winegard, estima que la malaria, transmitida por las hembras de mosquito Anopheles ha causado la muerte de 52.000 millones de personas del total de 108.000 millones que han existido a lo largo de la historia de la Tierra.  Entre 1980 y 2010 el paludismo acabó con la vida de entre 1.200.000 y 2.780.000 personas cada año, lo que supuso un aumento de casi el 25 % en tres décadas. Según el informe de la OMS (2017) la malaria mató a 435.000 personas (entre 219 millones de casos), de las cuales dos tercios eran menores de cinco años. Pocos años atrás las muertes anuales por esta enfermedad eran todavía más.
A la vista de estos datos podemos concluir que el paludismo ha sido, probablemente, la enfermedad que ha causado la muerte de más personas a lo largo de la historia. 



Bibliografía

Winegard TC. The Mosquito: A Human History of Our Deadliest Predator. Penguin Random House, 2019. 



El paludismo




Malaria. Plasmodium vivax



martes, 27 de agosto de 2019

La dermatitis seborreica de Monsieur Thomas Germain






Nicolas de Largilière

Retrato de Monsieur et Madame Thomas Germain 
 (1736)

Óleo sobre lienzo 113 x 146 cm
Fundación Calouste Gulbenkian. Lisboa 





Nicolas de Largillière (1656-1746) fue un pintor francés de estilo rococó, que se dedicó especialmente a los retratos y naturalezas muertas.

Había nacido en París, aunque cuando contaba con tres años de edad su familia se trasladó a Amberes, donde aprendió a pintar en el taller de Antoine Gourbeau, siendo reconocido como maestro el gremio de San Lucas en 1674.

Poco después realizó un viaje a Inglaterra (1675-1679), donde el rey Carlos II de Inglaterra y Escocia se fijó con agrado en su pintura. Largillière volvería en 1685, para realizar un retrato de su sucesor, el rey Jaime II de Inglaterra y VII de Escocia.


1707 Self-Portrait of Nicolas de Largillière.jpg
Nicolas de Largillière: Autorretrato.
National Gallery of Art. 
A partir de 1689 se establece en Francia, donde alcanzará gran notoriedad, siendo solicitado para realizar exvotos o alegorías y retratos de nobles y burgueses, llegando a ser uno de los pintores más cotizados de la época de Luis XIV y la Regencia. Su pintura juega con los colores y las luces dando gran viveza a sus retratos. Largillière fue nombrado miembro de la Academia real de pintura y escultura (1686), de la que llegará a ser director en 1736.

Aunque actualmente está algo eclipsado por la obra de su amigo y competidor Jacint Rigau, Largillière merece ser redescubierto y devuelto al lugar que merece en el arte francés.

La pintura que comentamos hoy es el retrato de Thomas Germain (1673-1748) con su mujer, Anne-Denise Gauchelet, representa al famoso orfebre del rey Luis XV de Francia, en su taller. Thomas Germain, era llamado "Prince de la rocaille" (la rocaille es la profusa decoración de interiores, estucados y muebles o de la orfebrería rococó). Había alcanzado el título de "escultor orfebre del rey", como nos recuerda el cartel que aparece sobre la mesa: «À Monsieur/Monsieur Germain/Orfèvre du Roy/aux galleries du Louvre/à Paris». 

En el estante aparecen algunos modelos utilizados como matrices de piezas de orfebrería diseñadas por el artista, que fueron reutilizadas por su hijo, François-Thomas (1726-1791), en la ornamentación de las vajillas de las principales cortes europeas, como la de Rusia y Portugal. El único objeto acabado, de plata, es un candelabro, con figuras de sátiros en el fuste, que todavía hoy forma parte de una colección privada. Este modelo sirvió para inspirar la vajilla de plata del rey D. José, que François-Thomas terminó en 1757. En el anaquel también podemos ver un querubín de terracota y una base de querubines en cera, que se usaban para realizar piezas de orfebrería. Una esfinge de yeso atestigua el interés del orfebre por la egiptología, y la moda que supuso en su época.


La visión completa del cuadro. 


En el retrato, el orfebre aparece con un notorio enrojecimiento en la cara, que le ocupa las mejillas, surcos nasogenianos y mentón, es decir las zonas con mayor tendencia grasa de la cara. Este eritema puede corresponder clínicamente con una dermatitis seborreica, que suele afectar además el cuero cabelludo (en este caso nuestro personaje lleva una peluca, como era costumbre en la época). Aunque en esta alteración confluyen varios factores, se acentúa con situaciones de mayor nerviosismo e de estrés. Tal vez el brote de dermatitis seborreica de Monsieur Germain estaba producido por el estrés a causa un importante encargo o tal vez se le acercaba el plazo de entrega sin haber concluido la obra.










lunes, 26 de agosto de 2019

El picotazo de la cigüeña






Cigüeña entregando un niño
(1917)

 Grabado sobre papel
Colección particular




La cultura popular crea y conserva multitud de leyendas y tradiciones que nos permiten salvar el imaginario popular, rico en simbología y en fantasía. 


Bernard Buffet: La cigüeña (1961)

Una de ellas, bastante extendida, hace referencia a que los niños vienen de París. Un mito que tenía por objeto ocultar a los niños la realidad de la reproducción y de la sexualidad, en un tiempo en el que el puritanismo consideraba que hablar de estos temas con naturalidad estaba mal visto.

Pero la ciudad del Sena está muy lejana y tras recibir el encargo de un niño, se le debe hacer llegar a los anhelantes padres, y son las  cigüeñas las amables transportistas.

Así que según  decían, cuando hay que llevar un niño a sus nuevos padres, una cigueña coge al bebé en un hatillo y lo lleva en su pico hasta el domicilio de la que será su familia, que lo acogerá alborozada. 

Es difícil saber a ciencia cierta de donde surgió el mito. Las cigüeñas son aves monógamas que cuidan solícitas a sus crías y desde tiempos de los griegos y romanos se asociaron con la maternidad y con los deberes familiares.

Los antiguos escandinavos observaron que las cigüeñas volvían a la misma casa y a la misma chimenea cada año. Como que en aquel tiempo era frecuente que los embarazos se repitieran también con mucha frecuencia, el retorno de las aves se empezó a asociar a los nacimientos. También, para justificar el descanso post-parto de la madre y seguir ocultando los misterios de la reproducción se decía a los niños que la cigüeña, tras dejar su preciada carga le había picoteado en una pierna, causándole una herida de la que se tenía que restablecer. 

Aunque fue la literatura la que más contribuyó a difundir esta creencia, que se hizo muy popular. Más concretamente fue el famoso escritor de cuentos infantiles, Hans Christian Andersen, el que contribuyó a forjar la leyenda en su relato Las cigüeñas.  

Como las cigüeñas tienen el pico muy largo según contaban, en la delicada labor de trasladar al niño, frecuentemente les rozaban la zona occipital con el pico, dejándoles allí una mancha rojiza. Por eso a esta señal se le llama popularmente “el picotazo de la cigüeña”. Según otra variante, la cigüeña llevaría cogido al niño directamente con el pico, sin hatillo, justificando aún más la presencia de esta marca. 


Angioma occipital en la nuca de un niño
Pero, leyendas aparte, ¿qué es en realidad el llamado picotazo de la cigüeña? Desde un punto de vista médico se trata de un angioma plano, que está presente en una gran parte de la población, ya que afecta a más de la mitad de los bebés. Estos frecuentísimos angiomas se ven como una mancha rojiza o asalmonada, plana, sin relieve alguno, localizado en la zona occipital, debido a la proliferación de células endoteliales. Suelen ser más evidentes cuando el niño llora o realiza un esfuerzo, ya que en estos casos se produce una dilatación de los vasos de la zona.  Además del nombre popular del "picotazo de la cigüeña", se les conoce también -más académicamente- como mancha salmón, nevo simple, angioma plano mediano o simplemente angioma occipital. 


Cigüeña. Museo de Historia Natural de Estonia



Frecuentemente los angiomas occipitales reducen su tamaño o su intensidad con el paso del tiempo, aunque no siempre desaparecen. En algunos adultos pueden persistir. En el caso de llevar el cráneo rasurado, o de padecer una alopecia universal, los podremos ver con cierta frecuencia. Pero como no se acompaña de síntomas molestos ni presenta ninguna gravedad, y está situado en una zona habitualmente cubierta de pelo, no es necesario plantear ningún tipo de tratamiento. Es simplemente una curiosidad. 










Dumbo. La canción de la cigüeña




Hans C. Andersen. Las cigüeñas (texto)