Mostrando entradas con la etiqueta Maquillaje. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Maquillaje. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de octubre de 2019

Acqua Toffana, veneno en frascos de maquillaje

Resultado de imagen de filtro de amor evelyn




Evelyn de Morgan 
(Evelyn Pickering)

Filtro de amor 
 (1903)

Óleo sobre lienzo
Wandsworth Museum 
Compton, Guildford (Reino Unido)




Evelyn de Morgan, nacida como Evelyn Pickering (1855-1919) fue una artista prerrafaelista y simbolista inglesa que formó parte de la Hermandad Prerrafaelista. Su pintura trata de temas bíblicos y sobre el papel de las mujeres, con frecuentes metáforas en las que alterna contrastes de luz y oscuridad, vida y muerte, y finalmente frecuentes alegorías a la guerra. Participó activamente en muchas luchas sufragistas y fue una artista productiva y exitosa. Sus figuras femeninas que utiliza recuerdan claramente los de Botticelli. En su obra se evidencia también el estudio de la estatuaria clásica, que conoció a fondo en el curso de sus viajes a Italia. 

En esta obra, filtro de amor vemos a una mujer, de rostro enfermizo, preparando una poción amorosa. La cara de la mujer deja traslucir su culpabilidad. A sus pies, un gato negro, símbolo de la volubilidad de la fortuna y también de la traición, completa la sospecha de que en realidad la mujer esté preparando un veneno. 

Precisamente hace pocos días, un fiel lector del blog, Frederic Llordachs me hizo llegar un artículo sobre Giulia Toffana (?- 1659), que tal vez fue la envenenadora más famosa del mundo, y que tenía fama de elaborar venenos que mataban lentamente y que los vendía a mujeres que querían asesinar a sus maridos. Hoy seguiremos su sugerencia y le dedicaremos nuestro comentario del blog, agradeciendo a F. Llordachs su amable sugerencia y colaboración. 

Giulia era hija de Thofania d'Adamo, quien murió ejecutada en Palermo el 12 de julio de 1633, acusada de haber asesinado a su esposo. Al parecer la madre de Giulia fue ya una activa envenenadora. Puede ser que fuese ella la que elaboró el Acqua Toffana, enseñando posteriormente la receta a su hija. Thofania d'Adamo fue denunciada por una mujer que compró sus ponzoñas para envenenar a su marido, aliñándole con el agua tofana la ensalada pero –casualidades de la vida– ocurrió que, desconociendo las intenciones de su esposa, el hombre con el fin de gastarle una broma, cambió su plato de ensalada por el de ellaAsí es que al final fue la esposa la que terminó envenenada y, al sentir que se moría, confesó su crimen y delató a quien le había vendido el veneno, descubriendo el singular negocio. Thofania d'Adamo, fue ejecutada en Palermo (Sicilia), el 12 de julio de 1633: torturada, ahorcada, descuartizada y sus restos fueron arrojados a los perros. Un buen ejemplo de la costumbre que imperaba en aquella época y muy propia de los Borbones. Era la continuación directa del pan y circo de los romanos: entretener a la gente con feste, farina e forca (es decir, dándole al pueblo fiestas, comida y ejecuciones para que se olvidaran de la política y dejarán gobernar a la élite a su antojo). Con ligeras variaciones es algo que muchos políticos siguen realizando en la actualidad. 

Pero vamos con Giulia, que proporcionaba el veneno a las mujeres que tenían problemas matrimoniales. Durante el Renacimiento, los matrimonios eran convenidos por los intereses de los padres de los contrayentes. Las mujeres eran obligadas a casarse por sus familias sin tener en cuenta su opinión. Tras la boda, los esposos ejercían un control absoluto sobre sus esposas, y las mujeres a menudo se sentían completamente impotentes. Los esposos pueden golpear a sus esposas sin enfrentar ningún castigo o someterlas a todo tipo de tratos crueles. El divorcio no se aceptaba, por lo que la única forma de salir de una unión infeliz era la muerte. El veneno de Giulia, que pronto se conoció como Acqua Toffana les proporcionaba una solución rápida y discreta.

Giulia vendía cosméticos y maquillajes para mujeres en discretos tarros. En aquel tiempo muchos productos de maquillaje contenían productos tóxicos, incluyendo derivados del plomo o arsénico. Tal vez a partir de ahí Toffana llegó a la elaboración de su fórmula (o a perfeccionar la primitiva composición del veneno que ya usaba su madre). Una fórmula que mataba lentamente sin dejar rastro. Un tóxico que se calcula que pudo ocasionar cerca de 600 muertes. Para mayor disimulo los botes de maquillaje que vendía Giulia y que contenían el veneno solían mostrar en la etiqueta la imagen de algún santo, generalmente S. Nicolás. 


Un frasco de vidrio del s. XVIII con la
imagen de S. Nicolás. Algunos frascos
similares se  usaron para contener
Acqua Toffana sin despertar sospechas
No conocemos con exactitud la composición del agua tofana. Según los cronistas, se trataba de un líquido transparente e insípido, y se sospecha que entre sus ingredientes había arsénico, cimbalaria, belladona y tal vez cantáridas. Las confesiones de Giulia Toffana antes de su ejecución dieron a entender que se trataba de una mezcla de esencias vegetales. 

La dosis en que se administraba el veneno determinaba la aparición de los síntomas y la velocidad con la que la víctima llegaba la muerte. En general, tras la primera dosis la víctima sentía una notable astenia, artralgias y síntomas parecidos a los de un resfriado. Estos síntomas se incrementaban cada vez más en dosis sucesivas, pero incluso en caso de solicitar asistencia médica, no se descubría el origen del mal. Tras tomas sucesivas, el debilitamiento era cada vez mayor y acababan muriendo en poco tiempo. En ocasiones se decía que simplemente aceleraba los efectos de alguna otra enfermedad preexistente. En cualquier caso, no quedaban en el cadáver rastros detectables, al menos por los métodos usados en la época. 

En 1650 una de las clientes de Giulia tuvo remordimientos. Había comprado el Aqua Toffana en un frasco de presunto maquillaje y la añadió a la sopa de su marido. Pero súbitamente arrepentida por el parricidio que estaba cometiendo, impidió bruscamente a su esposo que se la comiera. El hombre encontró muy sospechoso el comportamiento de su esposa y la obligó a confesar la verdad. Luego, acusándola de intento de asesinato la entregó a las autoridades papales de Roma. Finalmente la desdichada, bajo tortura, confesó y señaló con el dedo a Giulia como la malvada que le había vendido el veneno.

Cuando la avisaron que estaba siendo buscada por la justicia, Giulia intentó acogerse a sagrado en una iglesia. Al principio se le concedió la protección solicitada, pero cuando se extendió por Roma el rumor de que Giulia había envenenado el agua, la iglesia fue asaltada, y Giulia fue entregada a las autoridades papales, quienes la torturaron hasta obtener la confesión de que había suministrado veneno para asesinar a unos 600 hombres entre 1633 y 1651. Es posible que el número real fuera aún mayor.  El abad Gagliani, un religioso tahúr y mundano afirmaba, algunas décadas más tarde:
“no había una dama en Nápoles que no tuviera algo de ella abiertamente en su retrete entre sus perfumes. Solamente ella conocía el frasco y solo ella lo podía distinguir."

El Campo de' Fiori, el lugar donde se solían realizar
las ejecuciones en Roma. La plaza está presidida
por el monumento a Giordano Bruno, que fue
llevado a la pira por hereje en este lugar. 
Acusada de brujería y de envenenamiento, fue ejecutada en julio de 1659, en el Campo de' Fiori de Roma junto con su hija y tres de sus empleados. 

Algunas de las mujeres que le habían comprado "cosméticos" también fueron ejecutadas o encarceladas. Algunos clientes fingieron ignorar el uso tóxico del Acqua Toffana afirmando que era un simple cosmético para la cara. Pero la leyenda de este poderoso veneno continuó mucho después de la muerte de Giulia.

Según algunos creen, una de sus víctimas fue el compositor Wolfgang Amadeus Mozart, que se mostraba progresivamente decaído en sus  últimos meses de vida. Per a este tema dedicaremos otra entrada del blog

La historia de las mujeres maltratadas que se vengan envenenando a sus maridos encuentra su continuación en tiempos recientes. En 1939 y 1940 se produjo una historia muy similar al de los envenenamientos de las Toffanas en Palma, como recuerda en un artículo Antoni Janer Torrens, lector habitual de nuestro blog.   



martes, 26 de marzo de 2019

El ocre rojo (miltos)








Trampantojo arquitectónico
(s. I d.C.)

Pintura mural (IV estilo)
Villa de Popea. Oplontis (Campania)



La mayoría de pinturas murales romanas no han resistido el paso del tiempo. Aunque debía ser muy frecuente en la decoración de villae y palacios, tenemos muchos menos ejemplos de ella en comparación a otras artes (escultura, arquitectura, mosaicos...). Sin embargo, yo recuerdo haber visto algunos ejemplos memorables en las ciudades afectadas por la erupción del Vesubio en el s. I (Pompeya, Herculano, Oplontis...). Y también en Santa Eulalia de Bóveda, cerca de Lugo, donde hay un maravilloso y poco conocido templo de Cibeles del s. IV d.C. profusamente decorado con pinturas murales de aves. 


Pintura mural de la villa imperial de la emperatriz Popea (s. I d.C.) . Oplontis 


Estas pinturas estaban realizadas con diversos pigmentos de colores. Para los amarillos, tostados y rojos se usaban habitualmente diversos tipos de ocres. 

J. M. Gil-Vernet, reconocido urólogo y seguidor habitual del blog me ha envió hace algún tiempo algunas informaciones sobre el ocre y sus diversas aplicaciones en la Antigüedad, que incluyen la elaboración de cosméticos y medicamentos, sugiriéndome que realice un comentario en este blog, que intentaré satisfacer a la vez que le agradezco su colaboración. 


Se da habitualmente el nombre de ocre (del latín ocra y este del griego ὤχρα, ojra, de ὠχρός, ojros, ‘amarillo’) a un mineral terroso compuesto por óxido de hierro hidratado, que frecuentemente se presenta mezclado con arcilla y que suele ser de color amarillo, naranja o rojizo. A veces también es el producto de la oxidación de menas metalíferas en las que no hay hierro, como el ocre de antimonio, de bismuto o de níquel, con una coloración similar. El ocre ha sido usado para realizar pinturas artísticas murales desde la Prehistoria. En esta época también servía para decoraciones corporales. Su uso, incluso antecede a la aparición de nuestra especie: se ha encontrado ocre preparado  en forma de pigmento en un asentamiento Neanderthal, aunque se desconoce qué finalidad concreta tenía.  

Pintura mural romana (s. IV). Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) 






















Calentando el ocre amarillo a 250 °C, se obtiene un pigmento rojizo-anaranjado conocido como ocre rojo. Según la composición del ocre original y las variaciones de temperatura alcanzada determinan diversas gamas de color.​ También se ha llamado «ocre rojo» a la hematita roja, al almagre y a la tierra roja, que son pigmentos naturalmente rojos, y al almagre artificial, imitación del almagre que se logra por el procedimiento descrito arriba.
En el mundo clásico, a los ocres rojos se les conocía como rubrica (en latín) y miltos (en griego). Plinio, Vitruvio y Teofrasto mencionan un ocre rojo particularmente apreciado al que llaman sinoper o sinopia, debido a que provenía del puerto de Sinopia, en el Ponto (Anatolia). Sin embargo, ese no era más que el lugar donde se lo embarcaba para su comercialización. Estrabón, nativo del Ponto, clarifica el origen de esta tierra «sinópica» indicando que en realidad se extraía en Capadocia, fuente también de ocre amarillo.

Pintura mural representando un jardín con una fuente.
Villa de Popea. Oplontis (Campania) 
A la variedad de ocre rojo a la que los griegos llamaban miltos se le atribuían en la antigüedad clásica propiedades notables, razón por la que era muy valorado. Se utilizaba como pigmento para el mantenimiento de embarcaciones, en agricultura, como cosmético, y en medicina. El miltos es una mezcla de goethita (forma mineral del oxihidróxido de hierro), hematita (forma mineral del óxido férrico) y calcita (forma mineral del carbonato cálcico), y está formado por partículas muy finas. El que se usaba en la época clásica procedía de enclaves muy concretos, como la isla de Kea, en las Cíclades; la isla de Lemnos, en el mar Egeo; y Sinope, que como hemos dicho se extraía en Capadocia, aunque muy probablemente, su composición variaba dependiendo de su procedencia.
Además de su composición química y estructura, las propiedades de los minerales pueden depender de los microorganismos adheridos a su superficie. Cuanto más pequeño es un objeto, mayor es la superficie con relación al volumen. Dado el pequeñísimo tamaño de las partículas que lo conforman -entre 30 y 700 nm de diámetro-, un mineral como el miltos tiene, por unidad de masa, una gran superficie y sobre ella puede crecer una rica película microbiana. Por otro lado, la composición de la comunidad microbiana depende de las propiedades químicas del mineral y muy en especial de su contenido en ciertos metales que pueden resultar tóxicos. Por ello, también sus posibles efectos sobre otros seres vivos variarán en función de esos rasgos.
Partiendo de ese tipo de consideraciones, un grupo formado por arqueólogos, ingenieros y geólogos ha analizado muestras de miltos de diferentes orígenes, al objeto de identificar las características que confieren al mineral las propiedades que se le atribuían en el mundo clásico.
El alto contenido en plomo de alguna de las muestras explica, por ejemplo, que el ocre rojo procedente de Kea se destinara a los barcos. Aunque se había atribuido una función meramente decorativa a su uso, lo más probable es que su utilidad real se debiese a que, al ser aplicado sobre la superficie externa de los cascos de las embarcaciones, impedía que microorganismos, algas y ciertos invertebrados se les adhiriesen, dificultando así la navegación. El plomo, así como otros metales presentes en el miltos, es tóxico para muchos seres vivos y, por esa razón, en las muestras cuyo contenido en ese metal resultó ser alto, había poca diversidad de bacterias.
Diversas variedades de ocre
Se utilizaba, por otro lado, para prevenir enfermedades en las plantas cultivadas, debido a la acción biocida de algunos metales y sustancias orgánicas adheridas a la superficie. También fue de utilidad como fertilizante, función vinculada seguramente a la presencia en el ocre rojo de bacterias fijadoras de nitrógeno; la fijación de nitrógeno consiste en la conversión de un gas que es biológicamente inútil en sustancias nitrogenadas que pueden ser absorbidas por las plantas y utilizadas para su crecimiento. Se da la circunstancia de que el hierro del mineral es un componente importante de las enzimas y compuestos orgánicos implicados en esa fijación bacteriana. Por último, también cabe atribuir el efecto biocida del miltos de algunas procedencias a la presencia de ciertos metales minoritarios en la composición del mineral, así como a la proliferación en la superficie de las partículas de determinados microorganismos.
Hay referencias de miltos en tabletas micénicas de arcilla escritas en Lineal B hace unos 4000 años y autores clásicos como Teofastro, Dioscórides o Plinio se refirieron a él. Ahora hemos sabido que las propiedades que se le atribuían no eran milagrosas. Eso sí, ha habido que esperar miles de años para ello.

El miltos fue empleado (además de la elaboración de pinturas murales decorativas) profusamente en cosméticos de color de la Antigüedad y también se usó -a pesar de su toxicidad- en la composición de ciertos medicamentos. 


Bibliografía 
Photos-Jones E, Knapp CW, Vernieri D, Christidis GE, Elgy C, Valsami-Jones E, Gounaki I y Andriopoulo NC (2018): Greco-Roman mineral (litho)therapeutics and their relationship to their microbiome: The case of the red pigment miltosJournal of Archaelogical Science: Reports 22: 179-192


jueves, 10 de enero de 2019

Isabel I Tudor (y IV): un maquillaje peligroso






Quentyn Metsys el Joven 

Retrato de Isabel I
(1583)

Óleo sobre tabla
Pinacoteca Nazionale. Siena. 



En entradas anteriores me he referido a los aspectos políticos y a la vida erótico-sentimental de la reina Isabel I Tudor. Me referiré hoy a un aspecto de gran interés como son los hábitos cosméticos de la soberana. 

Se me puede decir que las costumbres cosméticas de la reina virgen no tienen un gran interés. O no más que el de otros personajes de la aristocracia de su tiempo. Pero el caso de Isabel merece un comentario detallado. 


Isabel llevaba siempre puesto este anillo,
que contenía un retrato oculto
de su madre, Ana Bolena
Ya hemos visto que Isabel era una reina muy presumida. Llevaba una gran profusión de joyas, engarzadas en el pelo sobre el vestido, y sobre todo un sinfín de anillos que le gustaban mucho. Tenía especial afecto por el anillo de la coronación, en el que estaba oculto un retrato de su madre, Ana Bolena, y que nunca se quitó durante 44 años. Dicen que tuvieron que serrarlo porque hacía tantos años que lo llevaba que le era imposible sacarlo. Los vestidos de la reina eran espectaculares, aparatosos y suntuosos hasta límites difíciles de explicar.  


En concordancia, Isabel cuidaba también mucho su aspecto personal. Como era moda en las damas de su época, se rasuraba la línea frontal de implantación del pelo, mostrando así una frente despejada y ancha rasgo que era considerado de gran belleza. Algunos autores con cierta impericia confunden esta moda con una alopecia de la línea frontal, pero no hay que cometer este error. El rasurado frontal era un hábito frecuente entre la aristocracia. También se procedía a la depilación total de cejas. 



 Nicolas Hilliard: El llamado "retrato del pelícano".
Se refiere a que como los pelícanos, que alimentan a sus crías con su sangre
Isabel criaba con su propia sangre a la Iglesia de Inglaterra


El aspecto más importante era el maquillaje. Los maquillajes eran en la época de bastante precio, tanto o más suntuario que las joyas, y maquillarse era un indudable signo de distinción. Isabel no aparecía nunca en público sin maquillar. Pelirroja como su padre, Isabel tenía la piel blanca, con un fototipo muy bajo. Pero ella quería acentuar más todavía este aspecto. La piel blanca en una dama era muy bien valorada en la época, y sinónimo de belleza. Además la blancura inmaculada de su piel le daba un aire teatral, casi sobrenatural, y también tenía un gran simbolismo: el blanco es sinónimo de virginidad y por lo tanto la reina virgen tenía que ser de una blancura superlativa. 

El maquillaje que se aplicaba la reina era conocido como cerusa de Venecia o albayalde (de la voz árabe al-bayád: la  blancura). Estaba compuesto básicamente por carbonato de plomo tratado con vinagre, al que se añadía clara de huevo para permitir que se adhiriera bien a la piel. En ocasiones, también llevaba trazas de arsénico. Los alquimistas consideraban que el plomo estaba bajo la protección de Saturno (de ahí que todavía hoy a la intoxicación por plomo la conozcamos como "saturnismo") y esto justifica que este maquillaje también se llamara "espíritu de Saturno" o "polvos de Saturno". 




Los maquillajes a base de plomo no eran nuevos. El albayalde ya había sido usado por las mujeres romanas. En el s. XVI vuelve a introducirse en cosmética, siendo muy popular hasta el s. XIX. Una práctica bastante temeraria, ya que el producto tiene una elevada toxicidad. 

Isabel usaba el albayalde con gran prodigalidad. Su cara estaba llena de hoyos cicatriciales, recuerdo de una viruela de la que, si bien había podido sobrevivir, le había dejado huellas indelebles en su piel, un gran número de cicatrices profundas. La reina se aplicaba el maquillaje en capa gruesa, en toda la cara, en la frente depilada, en el cuello, en el escote... La gruesa capa de cerusa no solamente ocultaba las indiscretas cicatrices varioliformes, sino que era también útil para esconder las incipientes arrugas. La reina se ponía la el maquillaje con prodigalidad, sin desprender siquiera la capa anterior, y al final su cara era una máscara de albayalde, inexpresiva, hierática, pero eso sí, de un blanco radiante, casi de porcelana y por supuesto, sin rastro de cicatrices ni de arrugas. 

Además de la cerusa veneciana, Isabel usaba también una sombra de ojos de kohol. El kohol (ya usado en tiempos del Antiguo Egipto) es un polvo de galena triturada (y por lo tanto con más sales de plomo). Para dar color a los labios o a las mejillas usaba carmín, que se obtenía de cera de abejas y de jugos de algunos vegetales, como amapolas, por ejemplo. Una novedad del momento que también usaba Isabel era el carmín elaborado con los élitros de las cochinillas de los cactus, procedente de las Indias, y que tenía un alto precio. Era mucho más intenso y brillante que los de origen vegetal. También era muy caro y aparecer maquillada de este modo era tan suntuoso como llevar joyas: una clara declaración de status social. A veces Isabel también se aplicaba estos toques rojizos en la nariz. 


Retrato de Isabel I pintado después de 1620.
Es un retrato alegórico en el que aparece con semblante preocupado. 

La alegoría del sueño està a su  derecha y la de la muerte a su  izquierda.
Dos putti sostienen la corona sobre su cabeza.  
































Porque una de las obsesiones de Isabel era luchar contra el paso del tiempo. Mantenerse eternamente joven. Una obsesión que comparten muchas mujeres de nuestro tiempo, ignorando que el tiempo no se detiene jamás. 

El uso y abuso de maquillajes de plomo terminó por mostrar los signos de su toxicidad: despigmentaciones irregulares de la piel, caída de cabellos, alteraciones dentales... Signos incipientes de un saturnismo larvado. 

A Isabel se le alteraban los dientes. Los tenía ennegrecidos. El plomo se acumulaba en sus encías formando el ribete grisáceo conocido como ribete de Burton, signo claro de saturnismo. Pero no solo eso. La soberana era muy golosa y consumía grandes cantidades de azúcar, lo que contribuía a las abundantes caries dentales que padecía. Tuvieron que extraerle varias piezas, aunque nunca accedió a que le arrancaran los incisivos. Cuando sonreía mostraba unos dientes medio consumidos, negruzcos. Para disimular dispuso que todas las damas de la corte se pintaran los dientes de color negro. Así ya no era la única con la boca deteriorada. 

No sabemos a ciencia cierta cual fue la causa de la muerte de Isabel I. Pero la aplicación continuada de sales de plomo en amplias zonas de la piel hace sospechar que pudo tratarse de una intoxicación. La intoxicación crónica por plomo se conoce como saturnismo. Produce anemia y disminución del nivel de consciencia, alteraciones mentales, palidez grisácea de la piel y malestar general. En las encías aparece una línea grisácea que se conoce como ribete de Burton y que se produce al reaccionar el plomo eliminado por la saliva con restos de alimentos.  

Isabel dispuso que no se la embalsamara tras su muerte, contrariamente a la costumbre, que obligaba a tratar así los cuerpos de los monarcas. Tal vez no quería que durante el proceso se examinara su cuerpo y pudieran hallar en su cuerpo alguna cuestión que pusiera en entredicho su legendaria virginidad. O tal vez no quería que nadie la viera sin su eterno maquillaje blanco.



Cortejo fúnebre de Isabel I de Inglaterra


Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso 




miércoles, 9 de enero de 2019

Isabel I Tudor (III): virgen, pero con amantes





Quentyn Metsys el Joven 

Retrato "del tamiz" de Isabel I
(1583)

Óleo sobre tabla
Pinacoteca Nazionale. Siena. 



Metsys retrató a la reina Isabel I como Tuccia, una vestal. Las vestales eran las sacerdotisas vírgenes que custodiaban el fuego sagrado del templo de Vesta en Roma. Tuccia demostró su virginidad consiguiendo llevar un tamiz lleno de agua desde el Tíber hasta el templo de Vesta. Y eso es lo que lleva Isabel en su mano: un tamiz. En la escena aparecen diversos símbolos de majestad imperial, incluida una columna con una corona en su base y un globo terráqueo. El retrato está firmado en la base del globo terráqueo 1583. Q. MASSYS ANT (es decir, de Antwerpen).


El paralelismo entre la reina Tudor y Tuccia no es casual. Como la vestal, Isabel tuvo que defenderse con brillante oratoria cuando se puso en duda su virginidad. Fue un episodio temprano, que tuvo lugar en su adolescencia. Isabel como hemos visto vivía con su madrastra Catalina Parr y el segundo marido de ésta, Thomas Seymour. Pero Seymour intentó seducir a la joven Isabel. O algo así. Tal vez fue más bien un caso de abuso sexual: Isabel tenía 14 años y Thomas 39. El caso es que la esposa de Seymour, Catalina los encontró en una actitud "comprometida" y estalló un escándalo de grandes proporciones. Thomas Seymour fue acusado de traición y ejecutado poco después. Isabel, que era muy elocuente y tenía grandes dotes de persuasión, se defendió, convenciendo a todos de su inocencia, pero no pudo evitar ser recluida preventivamente en su residencia.  Tal vez este episodio marcó para siempre a la joven Tudor, y la volvió desconfiada en sus relaciones con el sexo opuesto. Y siempre se negó a contraer matrimonio. 


Marcus Gheeraerts el Viejo: Retrato de Isabel I
con una rama de olivo en la mano, símbolo
de la paz. Uno de los personajes que aparecen
representados en el fondo es Robert Dudley

No fue este el único episodio erótico-sentimental en la vida de Isabel. Robert Dudley (1533-1588) fue uno de los primeros compañeros de juegos de la princesa durante su infancia. Era 
hijo del duque de Northumberland, y con el tiempo la amistad se fue convirtiendo en algo más, y los juegos de niños se transformaron en otro tipo de juegos. Pero en 1550 el joven se casó, aunque Isabel no olvidó del todo a Robert. Cuando Isabel fue coronada reina, Robert Dudley se convirtió en su principal consejero y obtuvo tierras, títulos y favores. Dudley se instaló en las habitaciones contiguas a las de la reina y se rumoreaba que tenía acceso a los aposentos reales. Los rumores arreciaron cuando en 1560 se encontró muerta a Amy Robsart, la esposa de Dudley, supuestamente por haberse caído por la escalera de forma accidental. Pero sin embargo, a pesar de las habladurías la reina siguió soltera. La relación con Dudley continuó, aunque de forma intermitente y con algunas etapas de mayor frialdad.

Robert Dudley
En 1561 se dice que la reina cayó enferma.  Su cuerpo se deformó y su abdomen se hinchó mucho, en lo que se dijo que era una hidropesía (ascitis). La reina deja de asistir a eventos públicos durante un tiempo. Una noche, Robert Southern, un servidor de confianza, es llamado con urgencia a palacio, donde le hicieron entrega de un recién nacido con el encargo de que lo cuide y eduque como un noble. Le dicen que es el hijo de una relación ilícita de una alta dama de la corte, y que era mejor que la reina no se enterara. Poco después la soberana se recuperó súbitamente de su enfermedad y volvió a aparecer en público nuevamente. La sospecha de un posible embarazo de Isabel planea sobre este confuso episodio. 

En 1562 la reina contrajo la viruela, una enfermedad que abundaba en la época y era frecuentemente mortal. Por si este era el caso, Isabel tomó una serie de decisiones: Robert Dudley fue designado como Lord Protector con una asignación de 20.000 libras anuales, concedió otras 50.000  a su sirviente John Tanworth por un favor no especificado, y escribió unas fervorosas oraciones pidiendo el perdón de sus pecados: "Por mis pecados secretos, límpiame". Afortunadamente la reina pudo restablecerse de la viruela aunque la enfermedad le dejó unas profundas cicatrices en su cara que intentaba disimular con capas gruesas de maquillaje. Más adelante, volveremos sobre este tema, ya que es de gran interés. 

Antes de ascender al trono, mientras era una princesa de segunda fila, Isabel era una joven bastante sencilla. Pero al convertirse en reina, cambió completamente. Extremadamente coqueta y presumida, cuidaba su indumentaria al máximo: sus vestidos fueron los más aparatosos, suntuosos y sofisticados de toda la monarquía inglesa. Encargaba docenas de medias de seda fina (que eran muy caras) para lucir más que ninguna dama de la corte. Su vestuario era de cerca de 3000 vestidos, 200 guantes y una gran cantidad de zapatos. Adornaba el cabello con perlas y esmeraldas. Y para que ninguna mujer pudiese hacerle sombra en belleza o elegancia obligaba a que las damas de su corte vistieran discretamente de blanco o de gris, para realzar así el colorido de su vestido. "Aunque hay muchas estrellas, solamente hay un sol", solía decirles. Y el sol lucía en su persona. Elaboró también todo un simbolismo en su indumentaria: los guantes como símbolo de elegancia (se dice que poseía 200 pares de guantes), el armiño como símbolo de pureza, la corona y el cetro como iconos monárquicos... Alimentaba así su propio mito para que se la considerara "la reina virgen" un ser casi divino, hierático, lleno de joyas y con la cara extremadamente blanca de maquillaje


Robert Devereux, conde de Essex
La reina, ya sexagenaria, conoció un día a un tal Robert Devereux, conde de Essex, un jovenzuelo guapo y descarado, que era hijastro de Dudley. La reina se enamora perdidamente del muchacho, de poco más de 20 años. El ascenso en la corte del nuevo favorito es meteórico, aunque su comportamiento es cada vez más osado. Essex cree que tiene a la reina en su poder y la desobedece continuamente. La reina, locamente enamorada se lo perdonaría todo. Pero al final, las chulerías del conde de Essex comienzan a ser excesivas y cuando Essex la desprecia en público se acaba la paciencia de la reina y le retira su favor. Al intrépido joven no se le ocurre otra cosa entonces que conspirar contra la reina, que no tiene más remedio que acceder a que sea encarcelado en la Torre de Londres y posteriormente condenado a la pena de muerte (1601). 

A partir de este momento la reina ya no será la misma y los sucesivos fallecimientos de sus allegados, que la hacen sentir cada vez más sola, la sumen en una gran depresión. Se ha convertido en una caricatura de si misma. Vieja, calva, seca y desdentada, seguía aplicándose grandes cantidades de maquillajes, joyas y ricos vestidos en una imagen patética y cada vez más esperpéntica. 



Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso