martes, 26 de marzo de 2019

El ocre rojo (miltos)








Trampantojo arquitectónico
(s. I d.C.)

Pintura mural (IV estilo)
Villa de Popea. Oplontis (Campania)



La mayoría de pinturas murales romanas no han resistido el paso del tiempo. Aunque debía ser muy frecuente en la decoración de villae y palacios, tenemos muchos menos ejemplos de ella en comparación a otras artes (escultura, arquitectura, mosaicos...). Sin embargo, yo recuerdo haber visto algunos ejemplos memorables en las ciudades afectadas por la erupción del Vesubio en el s. I (Pompeya, Herculano, Oplontis...). Y también en Santa Eulalia de Bóveda, cerca de Lugo, donde hay un maravilloso y poco conocido templo de Cibeles del s. IV d.C. profusamente decorado con pinturas murales de aves. 


Pintura mural de la villa imperial de la emperatriz Popea (s. I d.C.) . Oplontis 


Estas pinturas estaban realizadas con diversos pigmentos de colores. Para los amarillos, tostados y rojos se usaban habitualmente diversos tipos de ocres. 

J. M. Gil-Vernet, reconocido urólogo y seguidor habitual del blog me ha envió hace algún tiempo algunas informaciones sobre el ocre y sus diversas aplicaciones en la Antigüedad, que incluyen la elaboración de cosméticos y medicamentos, sugiriéndome que realice un comentario en este blog, que intentaré satisfacer a la vez que le agradezco su colaboración. 


Se da habitualmente el nombre de ocre (del latín ocra y este del griego ὤχρα, ojra, de ὠχρός, ojros, ‘amarillo’) a un mineral terroso compuesto por óxido de hierro hidratado, que frecuentemente se presenta mezclado con arcilla y que suele ser de color amarillo, naranja o rojizo. A veces también es el producto de la oxidación de menas metalíferas en las que no hay hierro, como el ocre de antimonio, de bismuto o de níquel, con una coloración similar. El ocre ha sido usado para realizar pinturas artísticas murales desde la Prehistoria. En esta época también servía para decoraciones corporales. Su uso, incluso antecede a la aparición de nuestra especie: se ha encontrado ocre preparado  en forma de pigmento en un asentamiento Neanderthal, aunque se desconoce qué finalidad concreta tenía.  

Pintura mural romana (s. IV). Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) 






















Calentando el ocre amarillo a 250 °C, se obtiene un pigmento rojizo-anaranjado conocido como ocre rojo. Según la composición del ocre original y las variaciones de temperatura alcanzada determinan diversas gamas de color.​ También se ha llamado «ocre rojo» a la hematita roja, al almagre y a la tierra roja, que son pigmentos naturalmente rojos, y al almagre artificial, imitación del almagre que se logra por el procedimiento descrito arriba.
En el mundo clásico, a los ocres rojos se les conocía como rubrica (en latín) y miltos (en griego). Plinio, Vitruvio y Teofrasto mencionan un ocre rojo particularmente apreciado al que llaman sinoper o sinopia, debido a que provenía del puerto de Sinopia, en el Ponto (Anatolia). Sin embargo, ese no era más que el lugar donde se lo embarcaba para su comercialización. Estrabón, nativo del Ponto, clarifica el origen de esta tierra «sinópica» indicando que en realidad se extraía en Capadocia, fuente también de ocre amarillo.

Pintura mural representando un jardín con una fuente.
Villa de Popea. Oplontis (Campania) 
A la variedad de ocre rojo a la que los griegos llamaban miltos se le atribuían en la antigüedad clásica propiedades notables, razón por la que era muy valorado. Se utilizaba como pigmento para el mantenimiento de embarcaciones, en agricultura, como cosmético, y en medicina. El miltos es una mezcla de goethita (forma mineral del oxihidróxido de hierro), hematita (forma mineral del óxido férrico) y calcita (forma mineral del carbonato cálcico), y está formado por partículas muy finas. El que se usaba en la época clásica procedía de enclaves muy concretos, como la isla de Kea, en las Cíclades; la isla de Lemnos, en el mar Egeo; y Sinope, que como hemos dicho se extraía en Capadocia, aunque muy probablemente, su composición variaba dependiendo de su procedencia.
Además de su composición química y estructura, las propiedades de los minerales pueden depender de los microorganismos adheridos a su superficie. Cuanto más pequeño es un objeto, mayor es la superficie con relación al volumen. Dado el pequeñísimo tamaño de las partículas que lo conforman -entre 30 y 700 nm de diámetro-, un mineral como el miltos tiene, por unidad de masa, una gran superficie y sobre ella puede crecer una rica película microbiana. Por otro lado, la composición de la comunidad microbiana depende de las propiedades químicas del mineral y muy en especial de su contenido en ciertos metales que pueden resultar tóxicos. Por ello, también sus posibles efectos sobre otros seres vivos variarán en función de esos rasgos.
Partiendo de ese tipo de consideraciones, un grupo formado por arqueólogos, ingenieros y geólogos ha analizado muestras de miltos de diferentes orígenes, al objeto de identificar las características que confieren al mineral las propiedades que se le atribuían en el mundo clásico.
El alto contenido en plomo de alguna de las muestras explica, por ejemplo, que el ocre rojo procedente de Kea se destinara a los barcos. Aunque se había atribuido una función meramente decorativa a su uso, lo más probable es que su utilidad real se debiese a que, al ser aplicado sobre la superficie externa de los cascos de las embarcaciones, impedía que microorganismos, algas y ciertos invertebrados se les adhiriesen, dificultando así la navegación. El plomo, así como otros metales presentes en el miltos, es tóxico para muchos seres vivos y, por esa razón, en las muestras cuyo contenido en ese metal resultó ser alto, había poca diversidad de bacterias.
Diversas variedades de ocre
Se utilizaba, por otro lado, para prevenir enfermedades en las plantas cultivadas, debido a la acción biocida de algunos metales y sustancias orgánicas adheridas a la superficie. También fue de utilidad como fertilizante, función vinculada seguramente a la presencia en el ocre rojo de bacterias fijadoras de nitrógeno; la fijación de nitrógeno consiste en la conversión de un gas que es biológicamente inútil en sustancias nitrogenadas que pueden ser absorbidas por las plantas y utilizadas para su crecimiento. Se da la circunstancia de que el hierro del mineral es un componente importante de las enzimas y compuestos orgánicos implicados en esa fijación bacteriana. Por último, también cabe atribuir el efecto biocida del miltos de algunas procedencias a la presencia de ciertos metales minoritarios en la composición del mineral, así como a la proliferación en la superficie de las partículas de determinados microorganismos.
Hay referencias de miltos en tabletas micénicas de arcilla escritas en Lineal B hace unos 4000 años y autores clásicos como Teofastro, Dioscórides o Plinio se refirieron a él. Ahora hemos sabido que las propiedades que se le atribuían no eran milagrosas. Eso sí, ha habido que esperar miles de años para ello.

El miltos fue empleado (además de la elaboración de pinturas murales decorativas) profusamente en cosméticos de color de la Antigüedad y también se usó -a pesar de su toxicidad- en la composición de ciertos medicamentos. 


Bibliografía 
Photos-Jones E, Knapp CW, Vernieri D, Christidis GE, Elgy C, Valsami-Jones E, Gounaki I y Andriopoulo NC (2018): Greco-Roman mineral (litho)therapeutics and their relationship to their microbiome: The case of the red pigment miltosJournal of Archaelogical Science: Reports 22: 179-192


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