jueves, 28 de abril de 2016

Harpócrates, protector ante sierpes y escorpiones


Harpócrates, con la trenza lateral infantil, pisoteando a los cocodrilos
y asiendo dos serpientes con sus manos.
A su lado hay sendos dibujos esquemáticos de escorpiones.
A su espalda, aparece la cara del dios Bes. Relieve en esteatita.
Período ptolemaico (722-30 a.C.) Museo Egizio. Turín. 





Harpócrates 
(722-30 a.C.)

Relieve en esteatita


Museo Egizio. Turín. 





En la mitología egipcia, el hijo de Osiris e Isis es Horus, el dios halcón, el Sol viviente, que se suele identificar con el faraón. Son frecuentes las representaciones de Isis amamantando a Horus niño, imagen que inspiró más tarde las múltiples representaciones cristianas de la Galactotrophousa (γαλακτοτροφουσα) ortodoxa o Virgen de la leche católica. 

Harpócrates helenizado, con el típico gesto de chuparse un dedo.
Sobre su cabeza una pequeña doble corona osiríaca.
Hallado en Pompeya
Horus niño también se representa con frecuencia. Se le reconoce por su pequeña estatura (infantil), por llevar la trenza lateral que llevaban todos los niños egipcios y por llevarse el dedo a la boca, en lo que se ha llamado "el gesto del silencio" pero que no es más que un gesto que recuerda la habitual costumbre infantil de chuparse un dedo. Es en la baja época saíta y sobre todo bajo los Ptolomeos que aparecen muchas de estas representaciones de Horus niño,  a las que se llamaba Hor-pa-jard o Har-pa-jered, más conocidas por el nombre helenizado de Harpócrates

Figurilla de bronce representando a Isis amamantando
a Horus niño (Harpócrates). Museu Egipci, Barcelona
Según la mitología, cuando nació Horus, su tío el malvado dios Seth, el asesino de su padre Osiris, planeaba matarle también a él. Para éso, le envió a los animales ponzoñosos del desierto para que le picaran y envenenándole, acabar con él. Pero su madre Isis, mediante artes mágicas consiguió curarle, por lo que se consideraba que Harpócrates tenía el poder de proteger contra las tóxicas picaduras de ciertos animales, especialmente serpientes y escorpiones, y también de los ataques de los temibles cocodrilos. Por eso suele representarse asiendo dos serpientes con las manos y pisando a dcocodrilos. Frecuentemente también aparece flanqueado por varios escorpiones. 


Cipo de Harpócrates con serpientes y escorpiones en sus manos.
Baja Época (715-332 a.C.) Museu Egipci, Barcelona


Si a alguien le picaba un escorpión o le mordía una serpiente venenosa, se le hacía beber un brebaje con agua que había sido vertida previamente sobre los amuletos de Harpócrates, mientras se recitaban fórmulas mágicas. El agua así tratada era considerada mágica y se le atribuían virtudes curativas. La medicina egipcia estaba muy interesada en tratar este tipo de incidentes por animales venenosos que debían ser muy frecuentes y temidos.



Amuleto protector con Harpócrates. Museo Egizio, Turín.





Harpócrates: 




miércoles, 27 de abril de 2016

El erotismo de una cabellera






 Jules-Joseph Lefèbvre

Maria Magdalena en la cueva 
(1876 circa)

Óleo sobre lienzo


Museo de l'Ermitage. San Petersburgo. 




Si hay alguna santa católica que se represente rezumando erotismo es Santa Maria Magdalena. Tal vez por suponer que era una prostituta arrepentida, se le representa muchas veces semidesnuda, mostrando parcialmente el pecho apenas velado por algunos mechones de una abundante cabellera. 

Otras veces, como en esta pintura de Jules-Joseph Lefèbvre (1836-1911) se muestra totalmente desnuda, en una postura que no deja dudas sobre la evidente intención erótica del pintor. Con la cara cubierta por un brazo, el muslo estratégicamente doblado para no mostrar explícitamente el sexo, muestra una piel blanca y nacarada, torneada voluptuosamente, que se ofrece a la mirada del espectador como un fruto maduro. 

Sin embargo, lo más erótico del cuadro no es su provocativa desnudez, ni siquiera su insinuante postura, sino sin duda la abundante y explosiva cabellera, que en este caso no cubre sino que enmarca - y aún subraya - la sensualidad de su  cuerpo. Una cabellera larga y sugerente, de un color caoba rojizo, que parece llamar al espectador a los prohibidos placeres de la carne. Una muestra más de la potente simbología y expresividad del cabello. 


martes, 26 de abril de 2016

Racismo diabólico




 Maestro de Soriguerola

San Miguel y el Diablo 
pesando una alma 
(Último cuarto del s. XIII)

Lateral de altar. 

Temple sobre madera. 100 x 85 x 5,5 cm

Procede de la Vall de Ribes (Ripollès, Catalunya)
Museu Episcopal. Vic. 



Se conoce con el nombre de Maestro de Soriguerola a un pintor de nombre desconocido activo en el Pirineo Catalán (Baixa Cerdanya). Su pintura, usada básicamente para frontales de altar es de gran expresividad, con colores vivos (rojos, amarillos, verdes) y figuras perfiladas, de gran belleza formal. Tiene una gran capacidad narrativa, alejándose de la ingenuidad de algunas pinturas románicas coetáneas. Puede decirse que su estilo es de un románico tardío que prefigura ya el gótico. 

Entre las obras de este artista que han llegado hasta nosotros, destacan algunos frontales de altar. Entre ellos, la tabla de San Miquel (MNAC) y la de Sant Pere i Sant Pau (Museu Episcopal de Vic). La tabla de Sant Miquel, procede de la iglesia de Soriguerola, de donde deriva el nombre con el que se conoce a este pintor. 




Escena de psicostasia. A la izquierda, el dios Osiris en su trono. Ante él, sobre un podio, el monstruo Ammit.
Detrás Thot, el dios escriba, levanta el acta. En el centro, Anubis y Horus proceden a pesar el corazón del difunto
(en el platillo derecho) contra la verdad y la justicia (representada por la diosa Mâât, sobre el platillo izquierdo).
A la derecha, la diosa Mâât, recibe el alma del muerto.
Papiro del Libro de los Muertos de Hor, hijo de Heqairdis (722-332 a.C.). Museo Egizio, Turín. 

En ambas obras se ven escenas de psicostasia o del peso de las almas. La psicoestasia o peso de las almas es una figura que llega al cristianismo desde la mitología egipcia. Para los egipcios, tras la muerte, el alma del difunto era conducida ante el trono de Osiris. Anubis, el dios-chacal, procedía a pesar en una balanza poniendo en un platillo el corazón del fallecido. En el otro plato se ponía la pluma de la diosa Mâât, la justicia. Si el resultado era favorable, el alma del muerto era declarada "justa de voz" y acogida en los campos de Osiris donde disfrutaba de la vida eterna. En caso contrario era devorado al instante por el terrible monstruo Ammit (una quimera, mezcla de cocodrilo, hipopótamo y león) y moría para siempre. 

El cristianismo recogió - probablemente a través de los coptos - la noción de la psicoestasia, con algunas modificaciones. Al morir, el alma era conducida al Juicio divino. El encargado del peso del alma era en este caso el arcángel San Miguel, que también estaba provisto de una balanza. En un platillo se ponían las buenas obras que había realizado en vida el difunto. En el otro platillo, sus malas obras, que contrarrestaban su bondad. El Diablo asistía al juicio y si el resultado era negativo, se llevaba con él el alma al Infierno. Teóricamente, el Diablo solamente asistía a la pesada esperando el veredicto, pero como que es de natural tramposo, a veces forzaba el plato de las malas obras para inclinar la balanza a favor de los pecados. Así puede verse en muchas obras medievales y así lo narra el maestro de Soriguerola.



Mestre de Soriguerola. Taula de Sant Miquel (fragmento). MNAC. Barcelona.


En las dos escenas de psicoestasia que aquí aportamos podemos ver como en los platos de la balanza se colocan las buenas obras (representadas por una pequeña alma desnuda, con las manos recogidas en oración, dirigida hacia el lado de la salvación y de piel blanca), y en el otro los pecados (representadas por un pequeño diablo, con cuernos y de piel negra). En ambos casos, el demonio también cornudo y de piel oscura intenta inclinar la balanza a su favor (en una de las escenas con un gancho y en otra con ambas manos), a pesar de las protestas de San Miguel, que lo amonesta con el dedo, al advertir la tentativa de engaño. 


Es curiosa la reiteración en ambos casos de la piel oscura del diablo, con una probable intención peyorativa y racista. En un momento en que la cristiandad estaba constituída mayoritariamente por personas de piel blanca, la piel negra era señalada como un carácter demoníaco, en una clara declaración de intenciones de inequívoca interpretación racista y de demonización de la alteridad. 




Laterales de Altar del Mestre de Soriguerola:



lunes, 25 de abril de 2016

El Dr. Ricord (y IV): Reconocimiento y prestigio social.





Amédée Doublemard

Busto del 
Dr. Philippe Ricord. 


Sepultura de Philippe Ricord. 

Cementerio del P. Lachaise. París.  




La gran contribución de Ricord a la Dermatología y en especial a la sífilis le valieron un gran número de distinciones. Poseía múltiples títulos honoríficos y más de doscientas condecoraciones, tanto francesas como extranjeras. 

Cuentan que un día, Philippe Ricord asistió a una recepción oficial con motivo de la visita de la Reina Victoria de Inglaterra a París. La reina, impresionada por el gran número de condecoraciones que lucía Ricord, preguntó intrigada quién era aquel valiente mariscal que había ganado tantas batallas. 


§§§



Pero no solamente recibió honores oficiales. Ricord consiguió con su obra y su buen carácter, calar hondo en el sentido del pueblo. Durante la Comuna de París, en 1871, Philippe Ricord se dirigía a Passy en su lujoso coche, conducido por un lacayo de librea. Una cuadrilla de revolucionarios le salieron al paso y le dieron el alto, preguntando al cochero quién era el cochino burgués que iba dentro. 

Ricord se asomó a la ventanilla y contestó: 
- Soy Ricord. ¿Quién creíais que era?
Al oír el nombre del ilustre médico, popular y respetado entre las masas, tuvo lugar un súbito y cómico cambio en la actitud de los comuneros, que se habían quedado estupefactos:
- Bueno, bueno, pero... ¡de verdad eres Ricord? - dijo al fin uno de los camaradas.
- Sí, claro... ¿y vosotros os lo creéis? - dijo otro.
Finalmente un tercero gritó, muy excitado: 
- Sí, sí, lo es, lo he reconocido. ¡Es Ricord! ¡Es Ricord!
Aquellos luchadores de la libertad no veían ya en Ricord al "cochino burgués", como algunos minutos antes, sino al hombre que se había distinguido por su lucha contra la enfermedad y la muerte. Entonces, uno de aquellos fieros revolucionarios no pudo contener un grito: 
- ¡Hurra por Ricord! ¡Viva Ricord!
Todos lo corearon, entusiasmados. El cabecilla tomó entonces un trozo de tiza y escribió en el pescante: "PROPIEDAD DE LA NACIÓN".
- Con este rótulo nadie le molestará, Dr. Ricord. ¡Salud!
y en medio de aclamaciones y vítores, saludando desde la ventanilla, Ricord prosiguió su camino. 


§§§


El Dr. Ricord conservaba una juvenil y envidiable apariencia aún a avanzada edad. En una ocasión el presidente del Real Colegio de Cirujanos de Londres, se dirigió a él diciéndole:
-Señor Ricord, permítame saludarle en nombre de mis colegas. Estoy contento de poder presentar mis respetos al hijo del hombre que por sus admirables trabajos merece un lugar al lado del gran Hunter. 
A lo que Ricord, sonriendo y algo perplejo, contestó: 
- Le agradezco mucho los cumplimientos que usted desea dirigirle a mi padre, señor, pero me temo que en este caso mi padre soy yo mismo. 


Bibliografía:  
  • Crissey JT, Parish LC. The Dermatology and Syphiliology of the Nineteenth Century. Praeguer Pub. New York, 1981. 
  • Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra. Barcelona, 1994. 
  • Sierra X. Anécdotas de Ricord. En: Sierra X. Dermis y Cronos. La Dermatología en la Historia. Ed. Planeta De Agostini. Barcelona, 1995 (págs: 67-73)
  • Tillès G. Les hommes qui ont fait la Dermatologie. Philippe Ricord (1800-1889) Bull Est Dermatol Cosm 1993, 1, 139-145.


domingo, 24 de abril de 2016

El Dr. Ricord (III): Algunas anécdotas






Gill

Caricatura del 
Dr. Philippe Ricord, rodeado de muchos amorcillos tullidos 
(1876 circa)

Publicación periódica ("La Lune"). Papel impreso.

Colección privada. 


La caricatura de Gill no dejaba lugar a dudas: Ricord, provisto de una lanceta, atendía a multitud de amorcillos tullidos. La multitud de pequeños amores enfermos a causa de la sífilis, enfermedad de transmisión sexual a la que Ricord dedicó su actividad profesional como médico.

Del Dr. Ricord y su consulta de enfermedades venéreas se contaban numerosas anécdotas, que solían comentarse jocosamente en los círculos mundanos de París. 

Un día, un octogenario acudió a la consulta de Ricord (que solamente atendía enfermedades contraídas sexualmente). Al verle, Ricord se dirigió a él en tono jovial: 

- Ante todo, señor, permita que le felicite... A su edad contraer una de las enfermedades que aquí se tratan es todo un éxito! 

§§§


Una conocida soprano había adquirido una sífilis con afectación de la garganta, y Ricord la había tratado con ioduro potásico. Al cabo de poco tiempo, el médico acudió a uno de sus conciertos, acompañado de un amigo. Al final de cada aria, Ricord aplaudía de forma exagerada, con gran entusiasmo: 
- Parece que te gusta como canta - le dijo su amigo.
- No es a ella. Aplaudo al efecto del ioduro potásico - le contestó el cáustico venereólogo.


§§§



En otra ocasión llegó a la consulta un paciente que desde hacía tiempo venía a tratarse por las estenosis uretrales ocasionadas por una blenorragia. Cuando el enfermo entró, uno de los jóvenes médicos que se estaban formando con Ricord, le preguntó amablemente:
- ¿Qué tal, señor X? ¿Cómo anda?
Ricord, irónico como siempre. le corrigió: 
- En este caso, más bien debería preguntarle usted cómo  orina.


§§§



Así era Ricord. Jovial, dotado de una fina ironía y de gran sentido del humor, que contribuía a desdramatizar los estragos de la sífilis en sus pacientes.



Ph. Ricord: Traité Complet des Maladies Vénériennes. 

Clinique iconographique de l'Hopital des Vénériens (1851) 



Bibliografía:  

  • Sierra X. Anécdotas de Ricord. En: Sierra X. Dermis y Cronos. La Dermatología en la Historia. Ed. Planeta De Agostini. Barcelona, 1995 (págs: 67-73)
  • Crissey JT, Parish LC. The Dermatology and Syphiliology of the Nineteenth Century. Praeguer Pub. New York, 1981. 
  • Sierra X. Historia de la Dermatología. Mra. Barcelona, 1994. 
  • Tillès G. Les hommes qui ont fait la Dermatologie. Philippe Ricord (1800-1889) Bull Est Dermatol Cosm 1993, 1, 139-145.