jueves, 26 de noviembre de 2020

Provocarse dolor: Los flagelantes.







Pieter Bodding van Laer 
(il Bamboccio)

Los flagelantes 

(1635)

Óleo sobre tela. 53,6 x 82,2 cm.
Alte Pinakothek. Munich. 





Pieter Bodding van Laer (1592-1642), llamado il Bamboccio por su aspecto deforme, fue un pintor holandés activo en Roma entre 1623-1638. Se le considera como a uno de los más claros representantes del realismo antirretórico, movimiento post-caravaggista que se centró en representar temas populares basados sobre todo en la realidad cotidiana. Su lenguaje pictórico se reconoce por la construcción de amplios espacios, generalmente en tonos cálidos ocres y marrones 

En la obra que hoy aportamos se plasma la vida callejera en Roma con niños jugando, mendigos a la puerta de la iglesia, un puesto de venta ambulante... Destacan en primer término la presencia de dos flagelantes con la cabeza cubierta por una caperuza y las espaldas descubiertas, propinándose latigazos con un flagelo, como ostentación de penitencia. 

Los flagelantes eran una secta religiosa que se originó en las corrientes espiritualistas que surgieron en el norte de Italia durante la Edad Media. 



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Procesión de flagelantes. Miniatura medieval


Las procesiones de flagelantes se iniciaron en el s. XIII por inspiración de un ermitaño, Rainiero Faisiani, en Perugia, y se extendieron con gran rapidezEl movimiento de los flagelantes cobró gran impulso a partir de la aparición de la peste negra a mediados del s. XIV. Consideraban que la epidemia era un castigo divino que debían apaciguar mediante la penitencia personal. 

Promovían la idea de que se podía alcanzar la salvación por méritos propios y sin ayuda de la Iglesia, mediante la penitencia redentora. Era suficiente participar en sus procesiones de penitentes para redimir los pecados. La penitencia que practicaban era el dolor autoprovocado, autolesionándose al flagelarse en público, de donde les vino el apelativo de "flagelantes". Su impacto social fue muy grande, lo que produciría un constante incremento de sus adeptos.

Dirigidos en general por sacerdotes, grandes masas de hombres y mujeres, marchaban noche y día en procesión, tras una gran cruz (por eso eran llamados también "cruciferi"), y  con la cabeza cubierta con caperuzas o esparciendo ceniza sobre sus cabellos en señal de penitencia. Solían llevar hachas encendidas en la mano y marchaban entonando cánticos litúrgicos fúnebres (especialmente el Dies irae).  Las procesiones recorrían los caminos, vagando de ciudad en ciudad. Cada vez que llegaban a un núcleo urbano se agrupaban ante la iglesia y con las espaldas desnudas se azotaban cruelmente durante horas. Para que la penitencia fuera más intensa, utilizaban flagelos con colas acabadas en puntas de metal, a las que se conocía como “escorpiones”, que dejaban la espalda convertida en una masa sanguinolenta. De vez en cuando interrumpían la flagelación para entonar cánticos fúnebres. El frenesí se hacía cada vez más violento, tanto que a veces alguno de los flagelantes llegaba a morir durante la penitencia.  

Resultado de imagen de flagelantesLos flagelantes creían que con sus prácticas penitenciales obtendrían el perdón divino y conquistarían la salvación eterna, siguiendo el espíritu de renovación que debía dar inicio a la nueva edad del Espíritu. Proclamaban la inminencia de la ira de Dios contra la corrupción, predicando y conminando a todos los que encontraban que se unieran a ellos con duras penitencias para salvar su alma, ante una muerte probablemente próxima. 



Al principio, la sociedad trataba a los flagelantes como si fueran mártires del cristianismo. Los hombres y mujeres empapaban pañuelos en la sangre de los penitentes y la conservaban como si fuera una reliquia. Les daban alimento y cobijo a los miembros de la hermandad y también contribuían económicamente a sus necesidades.

La gran mortalidad causada por la peste había creado un gran sentimiento de incertidumbre en la población, induciendo una sensación de provisionalidad, de íntima convicción de que nada era estable. Se impuso la irracionalidad, que pronto cuajó en una "construcción del enemigo": se buscaban culpables, y el fanatismo de los flagelantes señaló primero a los leprosos, que ellos tenían por pecadores que habían sido castigados con su mal por ofender a Dios. Esta calumnia contribuyó a aumentar todavía más la marginación social de los leprosos. 


Pronto esta construcción del enemigo señaló a los judíos como culpables, acusándolos de echar polvos en el agua de los pozos para contaminarlos. El bajo clero alentó entusiasmado esta idea. Los culpables eran los judíos, que eran los que habían dado muerte a Cristo. Los judíos que en algunos países, como en Catalunya, alcanzaban el 14% de la población eran incómodos para el status quo del momento. Por una parte, eran artesanos y prestamistas, por lo que soslayaban la obediencia feudal a un señor: estaban directamente bajo la protección del rey. Por otro lado, habían prestado frecuentemente dinero a la aristocracia feudal y al propio rey, que necesitaban dinero para financiar sus campañas e incursiones bélicas. También para los clérigos eran incómodos, ya que al no ser cristianos estaban fuera de la influencia de la Iglesia. En una palabra, eran un grupo social aparte, que no participaba de la pirámide social medieval (bellatores, oratores, laboratores). Un grupo social marginal. Además se trataba de un grupo culto y rico. Muchos de ellos eran filósofos, médicos, científicos... En definitiva, tenían todos los elementos para suscitar odio. 

Así pues, se organizó una caza de judíos con asaltos a diversas juderías en los reinos cristianos. Carcassonne y, Narbona en Occitania; Palma, Barcelona y Girona en la Corona de Aragón; Sevilla en la de Castilla... Los asaltos a las juderías fueron muy sangrientos y se produjeron saqueos y asesinatos. 

En otra entrada del blog comentaremos otras formas de autoprovocarse dolor, como hacían los flagelantes.   


Bibliografía

Sierra Valentí X. Les concepcions sobrenaturals de les malalties a través de la història. Gimbernat, 2020, 72: 11-30.  





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