martes, 19 de julio de 2016

Rapadas y humilladas (I): la represión franquista

Mujeres republicanas rapadas por los falangistas y obligadas a hacer el saludo fascista. Obsérvese que se les ha dejado un mechón de pelo en el vértex craneal para anudar lazos rojos en señal de burla (Montilla) 



  Fotografías de la 
Guerra Civil Española y postguerra
(1936-1942)

Fotografías. Diversos archivos  



Ya hemos visto el rico simbolismo que se ha asociado siempre al cabello. Si una mujer decide cortarse la cabellera voluntariamente, puede ser un símbolo de ofrenda a la divinidad, de mortificación, de consagración o de renuncia. Pero si es rapada a la fuerza es una de las mayores ofensas que se le pueden hacer, ya que es privarla de uno de los principales atributos. Las rapadas forzosas se han usado muchas veces como castigo, vilipendio y escarnio. Y sobre todo para demostrar el poder del vencedor, especialmente en las contiendas en las que la carga ideológica es especialmente relevante. 

Mujeres republicanas rapadas
Uno de estos momentos se produjo tras la Guerra Civil española. Muchas mujeres del bando republicano fueron represaliadas, pelando sus cráneos al cero o trasquilándolas dejando mechones mal cortados aquí y allá. Después, seguidas de una banda de música, eran paseadas en procesión por las calles del pueblo, donde un populacho ansioso de congraciarse con los que ostentaban el nuevo poder podía insultarles, zaherirles y hacer escarnio público de ellas. Un espectáculo muy similar al que eran sometidos los herejes condenados por la Inquisición algunos siglos antes. 


A veces, como fue el caso de las mujeres de Montilla, se les dejaba un mechón de pelos en lo más alto de la cabeza, en el que se fijaban lazos rojos para burlarse de su condición de militantes de partidos de izquierda. Aunque el único delito de muchas de ellas solamente era la de ser familiar de algún izquierdista. 

Frecuentemente, a las rapadas se las obligaba a tomar una abundante purga de aceite de ricino y así se les provocaban dolores gásticos y una diarrea incoercible, para que durante el paseo vejatorio muchas de ellas no pudieran dejar de defecar mientras caminaban, lo que aumentaba la humillación considerablemente. La práctica de la administración de aceite de ricino la habían iniciado en 1931 los fascistas de Mussolini. En España, las JONS, el grupo de Ledesma Ramos, que eran grandes admiradores del fascismo italiano la incorporaron a sus métodos a partir de 1935. En la postguerra, las purgas de ricino siguieron entre los métodos represivos usados por la policía y la Guardia Civil. 


Mujeres rapadas que fueron represaliadas por ser familiares 
de izquierdistas en Oropesa (Toledo). 
La tercera de la izquierda, con la cruz en el pecho, fue castigada 
por haber trabajado como planchadora para el ejército republicano. 


El libro autobiográfico "El secretario. Revelaciones sobre la guerra civil en Badajoz", de Enrique Santos comenta lo que sucedió en San Vicente de Alcántara: 
"La mayoría de los huidos capturados eran fusilados en el mismo lugar en que eran encontrados. Mujeres y niños padecieron también aquella furia. A estas mujeres y niños se les aplicaba castigos más suaves: se le rapan la cabeza dejándoles sólo en lo alto un mechoncito para adornarlo con lazos rojos. Así se les paseaba por la calle haciéndoles levantar el puño como señal de la ideología extremistas de izquierda. Otro de los leves castigos fue el de las purgas con aceite de ricino (...) 
Los desfiles procesionales de mujeres y niños pudo contemplarlos este narrador en Valencia de Alcántara, San Vicente de Alcántara y Alburquerque. En la primera de dichas localidades, uno de los muchos desfiles que se celebraron fue el siguiente: anudadas fuertemente a una larga soga caminaba una hilera de mujeres con alguna de sus hijas - no mayores de cinco o seis años - luciendo sus cabezas afeitadas, sus lazos rojos, sus vestiduras rasgadas. A uno y otro lado los verdugos con látigos, fustas y palos propinándoles constantes golpes y obligándolas a decir en voz alta "¡Somos comunistas!". Si aquellos gritos no se pronunciaban con la suficiente energía, los látigos se encargaban de que lo fueran (...) 
Se inician las detenciones, las purgas, los malos tratos, los paseos. Ningún detenido es sometido a procedimiento. No se estila. Se persigue indiscriminadamente sin interrogatorio, sin declaraciones, sin derechos humanos. A algunas jóvenes se las violaba, se les robaban sus alhajas, después se las fusilaba (...) 
Una especie de "comisión de limpieza" determina quienes deben desaparecer, dentro de los que no han huido. Algunos detenidos pasan por la sacristía convertida en sala de torturas. Don Facundo [el cura], que ha vuelto, ayuda o al menos tolera. Y de allí, a la fosa común. Hay constantes paseos".

A las mujeres se les privaba del cabello para herirles en lo más profundo de su feminidad. La práctica del rapado pretendía someterlas a un castigo ejemplar, por "rojas" y por liberadas. Se modificaban sus cuerpos para provocarles una "deformación monstruosa" que pudiera servir para exhibirlas, para mostrar que la República había intentado convertir a las mujeres en algo antinatural, inviable. Se escarnecía así públicamente a un modelo de mujer, activa y libre, que el fascismo rechazaba. Para ellos, la mujer era un "segundo sexo" solamente apto para la reproducción, las labores del hogar y las oraciones en la iglesia, y siempre sometidas a la tutela y autoridad omnipotente del marido, que decidía por ellas (baste recordar que hasta los años 70 una mujer casada no podía abrir una cuenta corriente a su nombre en un banco). 

Esta determinación de demonizar y desprestigiar a las mujeres republicanas, privándolas de su feminidad (representada simbólicamente por su cabello) y presentándolas como feas y monstruosas está bien patente en este artículo del Diario Arriba (16 de mayo de 1939): 


EL RENCOR DE LAS MUJERES FEAS de José Vicente Puente "Con la noticia de tanto martirio, Madrid, como todo lo que fue la España "roja" -negación de la patria-, nos ha mostrado una fauna que llevábamos entre nosotros, rozándonos diariamente con ella, y sin que su pestilencia trascendiese por encima de nuestra ignorancia respecto a su maldad. 
Una las mayores torturas del Madrid caliente y borracho del principio fue la miliciana de mono abierto, de las melenas lacias, la voz agria y el fusil dispuesto a segar vidas por el malsano capricho de saciar su sadismo. En el gesto desgarrado, primitivo y salvaje de la miliciana sucia y desgreñada había algo de atavismo mental y educativo. Quizá nunca habían subido a casas con alfombras ni se habían montado en un siete plazas. Odiaban a los que ellas llamaban señoritas. Les aburría la vida de las señoritas. Preferían bocadillos de sardinas y pimientos a chocolate con bizcochos (...) 
Eran feas, bajas, patizambas, sin el gran tesoro de una vida interior, sin el refugio de la religión, se les apagó de repente la feminidad. El 18 de julio se encendió en ellas un deseo de venganza, y al lado del olor a cebolla y fogón del salvaje asesino quisieron calmar su ira en el destrozo de las que eran hermosas"

Las mujeres que eran acusadas (a veces sin ninguna prueba o como saldo de antiguas rencillas de un vecino) eran juzgadas muy someramente por los tribunales militares. A veces la sentencia condenatoria decidía que ciertas mujeres debían ser castigadas por haber contribuido al derrumbe de la moral católica, por haber alzado una bandera republicana durante el «dominio rojo», o por haber participado en el saqueo de la iglesia del pueblo. Y así, se decidía que una mujer debía ser ejecutada o encarcelada durante treinta años. Pero fueron muchas más a las que, sin necesidad de pasar por juicio alguno, se raparon, fueron purgadas y se exhibieron en la plaza de sus pueblos para sufrir la mofa y la humillación pública.

Rapando a una mujer como represalia
Estas prácticas constituían también un mensaje dirigido a los hombres del pueblo, muchos ellos exiliados o combatiendo en el maquis, la guerrilla de resistencia: "Mirad lo que hacemos con vuestras mujeres. Ahora son nuestras y hacemos con ellas lo que nos viene en gana". Las mujeres se convirtieron en una pieza más de la guerra, en un instrumento de combate. 

Naturalmente el rapado del cabello y las purgas de ricino no fueron las únicas vejaciones a las que se sometieron a las mujeres republicanas. Fueron torturadas, violadas, sometidas a múltiples sevicias sexuales, recluídas en cárceles especiales para prostitutas (aunque naturalmente muchas no lo eran) como las del Puig (Valencia), Aranjuez (Madrid), Girona, Tarragona, Santander o Calzada de Oropesa (Toledo). 

Para "celebrar" la caída de Bilbao en 1937 un grupo de mujeres
antifascistas fueron rapadas y obligadas por los franquistas 
a recorrer las calles de Oñate (Guipúzcoa). 
(Imagen que recrea ese momento en el documental 
dirigido por Kepa Aramburu) 
Aparte de fusilar en muchos casos a sus padres, maridos, novios y hermanos (y a ellas mismas, ya que en las fosas encontradas hace poco en las cunetas arrojan un alto y poco esperado número de esqueletos de mujeres).  Tal vez el caso más famoso de fusilamientos femeninos sea el de las Trece Rosas, un grupo de chicas fusiladas por su adhesión a la República, a las que por cierto, antes de ser ejecutadas las pelaron al cero. 

Mención aparte merece la condición de las viudas y mujeres solteras, totalmente desprotegidas y sin posibilidad de rehacer su vida "por haber sido novias de un rojo durante la contienda". Y naturalmente, su dinero y bienes fueron saqueados impunemente, y sus hijos o nietos fueron usurpados o vendidos, por una trama en la que se hallaban implicadas monjas, médicos, enfermeras y notarios "adictos al régimen". 

Hace algunos años la Junta de Andalucía decidió indemnizar con 1800 € a las mujeres que hubieran sido dañadas en su imagen, moral, intimidad durante la Guerra Civil o la Dictadura. A pesar de aplicar criterios bastante restrictivos fueron aprobadas cerca de un centenar de solicitudes. Algunas de ellas, como Luisa Rodríguez, de Montellano, fueron homenajeadas en el mismo pueblo donde las humillaron en su juventud. En 1939 era soltera y estaba embarazada. Perdió a su hijo en el parto, pero al regresar al pueblo la raparon y la exhibieron. Nunca pudo superar este trauma. 



Bibliografía: 


Joly M. Las violencias sexuadas de la guerra civil española: paradigmas para una lectura cultural del conflicto (Historia Social, núm. 61, 2008)

Díaz Jiménez L. La represión franquista contra la mujer: las rapadas. http://www.ecorepublicano.es/2014/04/la-represion-franquista-contra-la-mujer.html

González Duro E. Las rapadas. El franquismo contra la mujer. Ed siglo XXI. Madrid, 2012

Pascual AM. La memoria de las rapadas del franquismo. Interviu 26-11-2010 http://www.interviu.es/reportajes/articulos/la-memoria-de-las-rapadas-del-franquismo

El precio de la militancia femenina: acción política y represión” 
En: Egido León A, Fernández Asperilla A. (eds.), Ciudadanas, militantes, feministas. Mujer y compromiso político en el siglo XX. Madrid, Eneida, 2011, pp. 47-74.

Y, tú ¿que te creías?, roja. Blog Las merindades en la memoria.
https://lasmerindadesenlamemoria.wordpress.com/2013/03/06/que-te-creias-roja/



Rapadas: 


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