jueves, 23 de agosto de 2018

La gran epidemia antonina (y III): La peste de Cipriano





Jules Élie Delaunay

Peste en Roma 
(1869)

Óleo sobre lienzo 131 x 176,5 cm
Musée d'Orsay. Paris.



Jules Élie Delaunay (1828-1891) fue un pintor francés conocido principalmente por sus pinturas murales y sus retratos. Durante una estancia en Roma, en 1857, visitó la iglesia de S. Pietro in vincoli, donde quedó impresionado por una pintura mural de 1497 representa una epidemia de peste y que sin duda le sirvió de inspiración para ejecutar esta obra. 

La pintura recrea una calle en la que se ven varias víctimas de la peste. A lo lejos se vislumbra la estatua ecuestre de Marco Aurelio, y a la derecha la estatua de Esculapio, el dios de la medicina, bajo la que se han refugiado dos personajes. La escena está dominada por un terrorífico ángel con las alas desplegadas, que parece señalar las casas en las que se producirán contagios de la enfermedad. La representación juega con elementos contrapuestos: vida y muerte, paganismo y cristianismo, en una obra a caballo entre el simbolismo y el género fantástico, que da por resultado una de las obras que fueron más comentadas en el Salón de París de 1869. 

La presencia de la estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio nos remite en cierto modo al tema de la gran epidemia antonina que asoló el Imperio Romano en el s. II. y de la que ya he hablado en otras entradas. Una epidemia con gran mortalidad que como hemos visto se achaca a la viruela, sarampión, gripe (una cepa virulenta, similar a la gripe española de 1918) o tal vez una fiebre hemorrágica. 

El emperador Claudio II el Gótico,
una de las postreras víctimas de la epidemia. 
La epidemia en cuestión tuvo varios brotes en años sucesivos. Uno de ellos, acaecido 70 años más tarde, a mediados del s.III (251 d.C.) es conocido como la plaga de Cipriano, ya que fue comentada en los sermones del obispo cristiano de Cartago, Cipriano. La enfermedad se unió a la miseria y a la decadencia del s. III, en plena anarquía militar y asoló la cuenca mediterránea durante unos 15 años, aunque hubo algún brote aislado algunos años más tarde, como el que acabó con la vida del emperador Claudio II el Gótico en 270 d.C. 

El obispo Cipriano, en su tratado De Mortalitate enumeró los síntomas de la enfermedad: en una primera fase aparecían los ojos enrojecidos, y una inflamación faríngea, a lo que seguían vómitos, diarrea y gangrena en las extremidades, con fiebre alta, con pérdida de la visión y la audición:  
“Es una prueba de fe: a medida que la fuerza del cuerpo se disuelve, que las entrañas se disipan, que la garganta se quema, que los intestinos se sacuden en vómitos continuos, que los ojos arden con sangre infectada, que los pies y las extremidades han de ser amputados debido al contagio de la enferma putrefacción y que la debilidad prevalece a través de los fallos y las pérdidas de los cuerpos, la andadura se paraliza, se bloquea la audición y la visión desparece”.
 “El dolor en los ojos, el ataque de las fiebres y el tormento en todas las extremidades son los mismos entre nosotros y entre los demás”.
Cipriano de Cartago,
de Meister von Meßkirch.
Cipriano consideraba la enfermedad como una prueba de fe, una preparación al martirio. De hecho, los sufrimientos que produjo la epidemia produjeron conversiones en masa al cristianismo, una religión emergente que valoraba la mortificación y el dolor, prometiendo una nueva vida después de la muerte. 

Los sermones de Cipriano proporcionan otros datos interesantes: que se propagó a casi todas las familias ("todas las casas") y que hubo un gran descenso de la población (algunos autores cifran en una reducción de la población en más de un 60%): 
“Esta inmensa ciudad ya no contiene un número grande de habitantes como solían describir los ancianos”.
En ningún caso se hace referencia a la presencia de bubones o adenopatías, por lo que parece descartable que se tratara de una peste bubónica. El Prof. William Mc Neill se inclina por identificarla con la viruela o sarampión. Aventura la hipótesis de que tal vez la peste antonina y la peste de Cipriano fueran dos enfermedades distintas, y que probablemente una fuera viruela y otra sarampión, justificando la alta mortalidad en que serían dos infecciones de nueva aparición en Europa, y con población que nunca había estado en contacto con ellas anteriormente.  

La alta tasa de mortalidad ha hecho plantear recientemente una nueva hipótesis al Prof. Kyle Harper, catedrático de la Universidad de Oklahoma que se inclina por considerar que probablemente sería una infección por filovirus, similares a la producida por el virus del Ebola. En estos casos, la tasa de mortalidad es muy alta (50-70%) y los enfermos no suelen sobrevivir más de tres semanas. Una interesante hipótesis, según la cual enfermedades que hoy consideramos nuevas o emergentes pudieron jugar un importante papel en el pasado. Una razón más para prestar atención a los análisis de la historia desde un punto de vista médico. 


Bibliografía

Harper K. Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire (The Princeton History of the Ancient World) 2017


Kohn GC. Encyclopedia of Plague and Pestilence. Wordsworth ed ltd. Hertfortshire 1998.

McNeill WH. Plagues and Peoples. Garden City, NY. Anchor Press/Doubleday, 1976. 

Solá M. La misteriosa epidemia que casi acabó con el Imperio Romano https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-11-05/la-misteriosa-plaga-que-casi-acabo-con-el-imperio-romano_1471443/

Wazer C. The plagues that might have brought down the Roman Empire. The Atlantic, 2016 https://www.theatlantic.com/science/archive/2016/03/plagues-roman-empire/473862/




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