martes, 21 de agosto de 2018

La gran epidemia antonina (I): Marco Aurelio y Lucio Vero







Estatua ecuestre de Marco Aurelio 
(réplica de un original romano del año 176 d.C.)


Escultura de bronce. 424 cm de altura.  
Piazza Campidoglio. Roma.



Uno de los lugares de Roma que más me cautivan es la Piazza del Campidoglio, a la entrada de los Museos Capitolinos. Una plaza cuadrada, regular, que preside desde lo alto de una escalinata una de las más bellas perspectivas de la Ciudad Eterna. Flanqueada por la empinada escalera de la iglesia  de Araceli a un lado, está lo suficientemente ladeada como para esquivar la visión del Altar de la Patria, una mole tan enorme como de gusto incierto, a la que los italianos llaman irónicamente "la máquina de escribir". A sus pies, la Piazza Venezia, el magnífico escenario de tantos episodios de la historia de Italia. Sentado en los peldaños del Campidoglio he pasado muchos momentos de ensueño, contemplando el bello crepúsculo romano con la ciudad a mis pies. 

Busto del emperador Lucio Vero.
Metropolitan Museum. New York. 

En el centro de la plaza se yergue una estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio (121-180 d.C.), de la dinastía Antonina, una réplica del original antiguo (176 dC), que se conserva cerca de allí, en los Museos Capitolinos. El augusto jinete era sobrino del emperador Adriano, que dejó como heredero a Antonino Pío con la condición que adoptase como hijos a Marco Aurelio y a Lucio Vero, hijo adoptivo de Adriano. Cuando murió Antonino Pío, el Senado proclamó Augustos a ambos, y Marco Aurelio insistió que debían gobernar conjuntamente el Imperio. Esta insistencia fraternal en compartir el gobierno le aseguró la fidelidad de Lucio Vero de por vida. Además así se retornaba a una idea republicana que era la de evitar concentrar todo el poder en un solo hombre. Los dos emperadores estuvieron al frente del Imperio en buena armonía, hasta la muerte de Lucio Vero en 169. 

Sin embargo ambos eran de temperamento muy distinto. Lucio Vero era frívolo y dado al lujo y a los placeres, mientras que Marco Aurelio era muy austero y practicante del más estricto estoicismo. Le llamaban el emperador filósofo y su libro Meditaciones (escrito en un elegante griego helenístico) constituye todavía hoy una obra de referencia sobre ética estoica, enalteciendo la moral y autoexigencia personal. Muy amado por su pueblo, fue el último de los llamados los cinco emperadores buenos: Nerva (96-98), Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonino Pío (138-161) y el propio Marco Aurelio (161-180). Fue un siglo de esplendor, el de la dinastía antonina, en el que se expandió el Imperio, en una época de bonanza y prosperidad para la economía y la cultura. A la muerte de Marco Aurelio le sucedió su hijo Cómodo, depravado, cruel y arbitrario que inauguró la decadencia que culminaría en la llamada anarquía militar del s. III. Cómodo terminó siendo asesinado por su propia guardia pretoriana. La estatua ecuestre del emperador filósofo, que preside el Campidoglio, es una réplica en bronce del original de 176 d.C., que se conserva en los Museos Capitolinos. 

      Busto del emperador Marco Aurelio.  
Gliptothek. Munich.    
La estatua del Campidoglio, de dimensiones superiores a las de su talla real, intenta simbolizar el poder y la grandeza divina del emperador. Al no llevar armas ni coraza (su torso está cubierto por la clámide) da una impresión de serena pacificación. Tiende su mano, en un gesto de victoria y magnanimidad, muy característico de los retratos de Augusto, que debió servir de modelo para todas las estatuas ecuestres de los sucesivos emperadores. Sin embargo ésta es la única de las pocas estatuas imperiales a caballo que se conservan. Al parecer, muchas de ellas se fundieron para acuñar monedas o para construir nuevas esculturas, más actualizadas políticamente. También se destruyeron muchas con el advenimiento del cristianismo, ya que se identificaba a los emperadores con las persecuciones o con ídolos (los cristianos eran conminados a rendir culto divino al emperador, lo que según sus creencias era pecado de idolatría). De hecho, la de Marco Aurelio es la única escultura de bronce de un emperador romano de la época pre-cristiana que ha llegado a nuestros días, ya que se la confundió con una estatua del emperador Constantino y esto la libró de la furia del fanatismo cristiano. 

Uno de las campañas bélicas que emprendieron Marco Aurelio y Lucio Vero, en el período en el que gobernaron conjuntamente, fue la guerra romano-parta que se libró en Armenia y Mesopotamia (163-166). Las legiones romanas, capitaneadas por Lucio Vero (de mucha mayor experiencia militar que Marco Aurelio) arrasaron las ciudades de Seleucia y Ctesifonte y finalmente se hicieron con la victoria sobre los partos. Su regreso a Roma fue un clamoroso desfile triunfal. 

Pero al regresar las tropas a Roma trajeron consigo una enfermedad que provocó una grave y mortífera epidemia. Fue la conocida como "peste antonina", que produjo una gran mortalidad (se calcula que murieron de 5 a 7 millones de personas). Como consecuencia de la gran pérdida demográfica se produjo una gran crisis comercial, inestabilidad política y social, y una enorme debilidad militar. La epidemia tuvo varios rebrotes hasta el año 189, calculándose que en los momentos más virulentos murieron unas 5.000 personas/día en la ciudad de Roma. 

La peste antonina no era una peste propiamente dicha. Como era habitual en la Antigüedad, recibía el nombre de peste cualquier epidemia. Por la descripción de los síntomas que han llegado a nosotros la mayoría de autores consideran que pudiera haber sido viruela, aunque la hipótesis de que fuese una epidemia de sarampión o otras enfermedades víricas no es descartable. Pero de esto hablaremos en una próxima entrada. 














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