miércoles, 19 de julio de 2017

La oferta peligrosa







Ramón Manchón

La oferta peligrosa
(1927)

Cartel (papel impreso)




La concienciación de que era necesario emprender campañas para frenar la progresión de las enfermedades venéreas comienza a tomar impulso a partir de 1920. En el Dispensario Azúa de Madrid a partir de 1924 se realizan conferencias sobre Venereología a cargo de los médicos del servicio, con la participación de algunas personalidades extranjeras. Poco después con la inauguración del Dispensario Martínez Anido (1928) se emprenden las actividades de propaganda antivenérea de manera organizada. En este dispensario, bajo la dirección de Julio Bravo Sanfeliu (1894-1986), dermatólogo y formado en varios países europeos y en los Estados Unidos, se centralizaron todos los asuntos referentes a la propaganda de la lucha antivenérea. En 1929, la oficina había editado y repartido 18.000 carteles y había realizado una exposición con carteles de otros países. Se produjo así mismo la película La terrible lección, un documental de ficción para prevenir del peligro de la sífilis. Estos antecedentes influyeron de forma decisiva para que la República Española creara en 1931, una Sección de Higiene Social y Propaganda en la Dirección General de Sanidad.


Julio Bravo
Sin embargo, el Comité Ejecutivo Antivenéreo había editado anteriormente carteles referentes a la lucha antivenérea. En 1927, se convocó un concurso de carteles para seleccionar los más adecuados. Obtuvieron premio los carteles Detrás de la cortina de la ilusión, La oferta peligrosa y Ciego de amor que advertían de los peligros de la prostitución, ya que en la época se consideraba a la prostitución como la única fuente transmisora de estas infecciones. 

El cartel La oferta peligrosa tiene unas ciertas influencias modernistas. Muestra a una mujer - sin duda una prostituta - muy maquillada y con una sonrisa algo forzada que sostiene en su mano una rosa (símbolo del efímero placer que ofrece). Lleva una serpiente enroscada en su cuerpo, como representación de la sífilis que se ha apoderado de ella y que va a transmitir. La mujer engaña pues a través de su belleza para conducir a los hombres a una muerte segura.  A su espalda aparece la muerte, triste consecuencia de su ofrecimiento. 

Las imágenes de estos carteles establecían una conexión entre la transmisión de las enfermedades venéreas y la mujer fatal, la prostituta peligrosa. Más adelante estos carteles modificaron sus temáticas, presentando a las esposas y a los niños como víctimas inocentes de las “conductas irresponsables” de esposos adúlteros. 

Durante 1928, se continuaron editando carteles cuyo texto y composición eran obra de Julio Bravo: Un caballero español, No vivas en la obscuridad, Tu salud no es solo tuya, ¿Quieres aumentar tus ingresos?, La sonrisa es una fuerza y España necesita hombres sanos y fuertes; todos ellos con el siguiente texto a pie del cartel: 

Si padeces, o sospechas padecer, de una enfermedad venérea, acude inmediatamente a un médico especialista de competencia y honorabilidad reconocidas y, si no tienes recursos, ten presente que el Estado no te abandona. El Dispensario Azua, Segovia, 4, y el Dispensario Martínez Anido, Sandoval, 5, son instituciones modelo en su género y, a expensas del Estado, encontrarás en ellos asistencia médica gratuita. 

El cartelismo sanitario tenía así una añadida publicidad ideológica y moral. Julio Bravo se había formado en Estados Unidos, donde la propaganda de las enfermedades de transmisión sexual había alcanzado un gran desarrollo y donde las campañas por el autocontrol de la sexualidad masculina eran entendidas como un deber moral y patriótico. No se trataba pues solamente de evitar la propagación de la sífilis sino en reafirmar la responsabilidad del varón y su obligación de cuidar de la familia, la sociedad y la raza. Esto es especialmente evidente en el cartel Tu salud no es solo tuya, donde se mostraba a la esposa y al niño, las posibles víctimas inocentes de una conducta irresponsable. Lo mismo puede decirse de la película La terrible lección, de un marcado tono moralista. El remordimiento y los escrúpulos morales eran aprovechados para sembrar el temor al contagio y a sus nefastas consecuencias. 

Los carteles, tomaron también tintes nacionalistas cultivando tópicos genuinamente españoles, como el del caballero español, al que se le pide: “Esfuérzate por hacerte digno de ese título sin par”, “respeta a la mujer como a tu hermana”. 

La salud se planteaba también como una inversión. Se realizaban también advertencias y consejos de tipo económico: “Aumenta el rendimiento de tu organismo”, “coloca tu dinero en salud y cobrarás buenos dividendos”; así como alusiones a actividades que facilitaran la abstención sexual: “Alterna tu trabajo con el recreo al aire libre”, “Afíliate a un club deportivo”, enmarcados en una valoración del vigor y la fortaleza física: “Hazte fuerte”, “el triunfo, tarde o temprano, es de los fuertes”. El autocontrol, las diversiones puras y honestas y la educación física eran las bases en las que descansaba la abstención sexual. Se insistía en estos nuevos valores que trataban de romper la doble moral sexual que permitía un comportamiento sexual diferente para cada sexo. 

Estas nuevos posicionamientos morales, defendidos por los abolicionistas, eran  también apoyadas por los sectores feministas. En 1929, en el ciclo de conferencias de profilaxis venérea en el Dispensario Martínez Anido, Clara Campoamor decía: 

En este programa nada puede igualar a la acción del médico, no solamente porque posee una base científica que ha de servirle para el mejor desarrollo de su gestión, sino porque el médico hace mal, cuando en general se atiene exclusivamente a difundir los peligros de índole sanitaria, apartándose de aquellas nociones de responsabilidad moral que no son opuestas en nada a sus exposiciones científicas y que son necesariamente, en cambio, el complemento para que la juventud a quien van dirigidas, comprenda que hay algo más que el derecho a ser sano, que hay también el derecho a ser puro. 

La campaña también luchaba contra el intrusismo médico, muy extendido en aquel momento. Era frecuente encontrarse con curanderos, charlatanes y vendedores de fórmulas milagrosas. Las prácticas de autocuración estaban también muy extendidas. El cartelismo sanitario advertía de esos peligros colaterales, con diversos mensajes: “No es la enfermedad la que mata, sino la ignorancia”, “no pidas consejo sobre tu enfermedad a personas ajenas a la medicina” y “no pretendas curarte ti mismo con depurativos de la sangre”. 

La composición de los carteles, obra de Julio Bravo, seguía el estilo figurativo y en general tenía un escaso interés artístico. En 1929, la oficina había editado y repartido 18.000 carteles, algunos de ellos diseñados por el propio Julio Bravo, y había realizado una exposición con carteles de otros países. 

El objetivo de los carteles de la Lucha Antivenérea era aumentar la demanda de estos servicios por parte de la población, ya que estaban muy infrautilizados. Aparte del importante papel que jugaba la vergüenza y el evitar los comentarios ajenos, los Servicios Antivenéreos seguían siendo relacionados indisociablemente con la prostitución por lo que la población se resistía a acudir a ellos. 




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