miércoles, 22 de mayo de 2019

Alopecia de cola de ceja (I): signo del ómnibus.








Tranvía de tracción animal
 (1870)

Fotografía en B&N. 
Compañía Générale des Omnibus.
París



En semiología médica, la alopecia de la cola de la ceja (tercio distal) se conoce como "signo del ómnibus de Fournier". Como veremos en otras entradas del blog, también se le denomina con otras sinonimias como signo de Hertoghe y signo de la reina Ana. Se trata de un signo indirecto, que por sí mismo no es determinante, pero que unido a otra sintomatología puede contribuir a realizar un diagnóstico. Suele asociarse a hipotiroidismo o a dermatitis atópica (por el rascado repetido). También puede estar presente en ciertos casos de lepra precoz, en la sífilis secundaria y en la intoxicación por talio. 


Desde joven me ha llamado la atención la curiosa denominación de signo del ómnibus. Según la leyenda, el sifiliógrafo Alfred Fournier (1832-1914) viajaba en este transporte colectivo. El interior de estos carruajes a veces era bastante reducido y los pasajeros tenían las caras a muy poca distancia. Fournier se fijó en un joven que tenía la cara a poca distancia de la suya. Presentaba lesiones características de sífilis secundaria, que Fournier conocía bien, ya que dedicó toda la vida al estudio de esta enfermedad. No era raro. La incidencia de la sífilis en París en aquel momento era altísima (unos 125.000 sifilíticos solamente en la ciudad), por lo que podía decirse que era una patología que podía verse cotidianamente. 


Interior de un ómnibus. El espacio reducido de estos carruajes favoreció que Fournier observara la alopecia de cola de ceja de otro pasajero, muy cercano a él. 


Fournier aprovechó el viaje observando las lesiones que presentaba el sifilítico que le acompañaba en el viaje. Pudo observar así que también le faltaba la cola de la ceja. Una alteración que fue observando en los casos de sífilis secundaria que tenía que atender. Y también en días sucesivos en otros pasajeros del ómnibus, aprovechando su cercanía facial. Y decidió llamarle el signo del ómnibus. 

No sé del cierto si esta anécdota es real o forma parte de una leyenda más o menos imaginativa. Pero de todos modos no sería la primera vez. También cuentan que Ernest Bazin, cuando se dirigía al Hospital Saint-Louis tenía que atravesar el canal del Sena, en donde había muchas lavanderas haciendo su colada. Por lo visto, Bazin sentía una cierta atracción por las piernas desnudas de estas muchachas, que levantaban sus faldas para arrodillarse en la ribera. Fue así como se dio cuenta de la frecuencia de unos nódulos en las piernas. Tomó interés en el tema y  dicen que fue así como llegó a describir el eritema indurado de Bazin, una manifestación de la tuberculosis, tan frecuente en aquel tiempo. 

Pero volvamos al ómnibus. ¿Como eran estos sistemas de transporte público? Eran carruajes de tracción animal, (tirados por caballos), por supuesto. Al parecer, surgieron a principios del s. XIX, en Nantes. El joven Étienne Bureau quiso buscar un sistema para transportar a los empleados de su abuelo, un armador, entre sus oficinas en la calle Jean-Jacques Rousseau y los servicios de aduanas vecinales de Salorges. Ideó así un carruaje algo mayor de lo habitual, con capacidad para transportar a una docena y media de personas. 


El vehículo paraba frente a la tienda de un sombrerero llamado Omnès. Para anunciarse, el sombrerero había puesto un gran letrero frente a su negocio; "Omnes Omnibus", un juego de palabras en latín (entonces una lengua de prestigio, que era comprendida por todas las personas cultivadas) que significaba: ¡Omnès para todos!, proponiendo que todo el mundo comprara sus sombreros en aquel establecimiento. Los usuarios de la línea, para designar la parada del carruaje se acostumbraron a decir: "Voy a ir al... ¡Omnès ómnibus!", que muy pronto se abrevió en omnibus. Además la palabra tenía una cierta lógica: el ómnibus era un transporte para todos


El transporte público (omnibus) fue muy necesario en París en el último tercio del s. XIX, para trasladar al centro de la ciudad  a los trabajadores que vivían fuera del cinturón de bulevares que había diseñado Haussmann.   

Poco después, Stanislas Baudry, un militar retirado que explotaba un molino de harina en el distrito de Richebourg se le ocurrió abrir una casa de baños contigua. Para facilitar que su clientela pudiera acceder fácilmente, abrió una línea regular de transporte para llevar a los habitantes del centro de Nantes a su establecimiento. También a esta le llamaron ómnibus. 
Baudry vio pronto que el verdadero negocio estaba en el transporte. Pronto se estableció también en París (1828) inaugurando la Compañía General Omnibus. Ahora ya no era un nombre popular: Omnibus era ya el nombre oficial de los carruajes. El sistema se exportó pronto a otros países que conservaron la palabra, que dará la vuelta al mundo y creará más tarde derivados en todos los idiomas: autobús, autobuses, microbús, trolebus, bus...





Omnibus del último tercio del s. XIX.



Bibliografía

Padilla T y Cossio P. Semiología General. 4ta edición. Editorial Ateneo. Buenos Aires, 1946, p. 206-7
Schaposnik F. Semiología. 6ta edición. Editorial Atlante. Buenos Aires.

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