Encaje realizado con
cabellos humanos (s. XVII)
Restos humanos
Victoria and Albert Hall. Londres. |
Desde tiempos antiguos los mechones de pelo se han conservado para venerar o rememorar la presencia de una persona. En San Isidoro de León encontramos un guardapelo de casi mil años de antigüedad, y otro de más o menos la misma época se conserva en la Alhambra de Granada. El cabello que conserva éste último pertenecía a una jovencita, probablemente enamorada, que había utilizado este recipiente para guardar al menos una parte del ser amado.
En efecto, el pelo es una parte viva de una persona. Pero a diferencia de otras partes del cuerpo no se corrompe y permite una larga conservación. A diferencia de otros restos corporales se trata además de una parte visible, y que se puede tocar y acariciar antes (y aún después) de cortarlo. Llevar un mechón de alguien querido o venerado es pues en cierta manera llevar su presencia. Incluso en algunas culturas (indios americanos, cultura talaiótica menorquina...) se creía que el cabello era la sede del alma. No es raro pues que se conserven los cabellos. Llevamos los cabellos queridos cerca del corazón, e incluso, los no queridos, es decir; aquellos tomados por la violencia a nuestros enemigos y que en culturas primitivas son un reconocimiento al supuesto valor del vencido.
Los escitas, un pueblo que se movía por las proximidades del Mar Negro, utilizaba los cueros cabelludos de sus enemigos para adornar sus abrigos de piel. Nos imaginamos el espanto que causaban los cascos de sus caballos y los alaridos inhumanos de estos tipos que, antes de emprender la batalla, solían aspirar el humo de grandes hogueras alimentadas con cáñamo, lo que producía en sus cuerpos un efecto vigorizante similar al de la marihuana, de ahí su nombre de escitas. Los griegos solo los conocieron a través de las referencias de Heródoto, un historiador griego, pero estuvieron cerca. Sus jóvenes casaderas, el día previo al enlace, sacrificaban parte de sus cabellos a los dioses, como también lo hizo la reina Berenice.
El pelo servía para marcar los iniciales capítulos de la vida en Roma. No es que la infancia tuviera mucha consideración en la antigüedad, pero los primeros cabellos que apuntaban en las mejillas de un niño, marcaban el fin de su infancia porque aquella primera barba se consagraba como primer hito de su pubertad, el vestíbulo de su ingreso en la vida adulta. Nerón, un tipo acostumbrado al exceso, ofreció sus cabellos a Júpiter dentro de una cajita de oro. El Emperador de Bizancio Constantino Pogonato, muerto en el año 685, envió al Papa de Roma y poco antes de morir, sendos guardapelos con los cabellos de sus hijos, Justiniano y Heraclio, buscando de esta manera la protección del Papa para ambos.
Frederick Sandys: Berenice, reina de Egipto. |
El pelo servía para marcar los iniciales capítulos de la vida en Roma. No es que la infancia tuviera mucha consideración en la antigüedad, pero los primeros cabellos que apuntaban en las mejillas de un niño, marcaban el fin de su infancia porque aquella primera barba se consagraba como primer hito de su pubertad, el vestíbulo de su ingreso en la vida adulta. Nerón, un tipo acostumbrado al exceso, ofreció sus cabellos a Júpiter dentro de una cajita de oro. El Emperador de Bizancio Constantino Pogonato, muerto en el año 685, envió al Papa de Roma y poco antes de morir, sendos guardapelos con los cabellos de sus hijos, Justiniano y Heraclio, buscando de esta manera la protección del Papa para ambos.
Max Liebermann: Sansón y Dalila. |
Así pues, para el egipcio medio el pelo era solo símbolo de barbarie. Pese a convivir durante decenas de años egipcios y judíos debieron de forjar su identidad en contra del otro, en una clara construcción del enemigo. El pelo para el judío - siempre abundante - era un símbolo de sabiduría, liderazgo y valor. Sólo hay que recordar la historia bíblica de Sansón y Dalila (1, 2, 3) un mito que basa toda la fuerza en el cabello. Hay quien se plantea si Dalila conservó los cabellos de Sansón después de cortárselos. Aunque la Biblia no lo aclara, parece bastante probable: una cabellera con tan preciadas propiedades no se podía desperdiciar.
Pascal Blanchard: Sansón y Dalila. Walker Art Gallery |
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