Bernat Martorell Retablo de Sta. Eulàlia (1442-1450) Temple y dorado de pan de oro sobre tabla. 132,3 x 93,2 x 11,2 cm Procede de la colección Muntadas Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) Barcelona |
Garfios de tormento (uñas de gato), para desgarrar la piel de los reos, usados por la Inquisición. Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. |
Efectivamente, en muchos retablos románicos y góticos hallamos descritos con todo detalle estos tipos de tormentos con la excusa de relatar el martirio de algunos santos que dan prueba de la fe frente a sus impíos sayones. Con un realismo que en ocasiones casi raya con el sadismo.
Aunque el mensaje estaba pensado para que se entendiera de otra manera. En efecto, los métodos de martirio ahí reflejados eran los que habitualmente usaba el Santo Oficio (la Inquisición) con las brujas, herejes, y judaizantes. Es decir, con cualquier heterodoxo que se apartara del recto camino. Los inquisidores daban rienda suelta a sus sádicos instintos en un tiempo en el que el poder tenía las manos libres para cualquier tipo de castigo, represión o aviso y podía imponer el pensamiento ortodoxo sin más trabas.
Y esto era válido no solamente para la imposición religiosa, sino que también el poder civil feudal podía hacer lo que quisiera con sus súbditos en caso de considerar que habían faltado a su deber de pleitesía. En Catalunya, por ejemplo, estaban vigentes los Mals usos (malos usos) por los que un señor feudal podía torturar si le placía o incluso ajusticiar al siervo de la plebe que se atrevía a abandonar su masía, ya que estaba obligado a servir a un solo Dios, a un solo señor y a una sola parcela de tierra. De ahí que se les diera el nombre de "siervos de la gleba" es decir, unidos a un terrón de tierra simbólico. Abandonar la tierra que se le había asignado para cosechar para el señor era considerado suma traición. No estaba permitido abandonar la tierra ni siquiera en casos de epidemias - como la temida y mortífera peste - o cataclismos naturales. Quien así lo hacía y era hallado fugitivo podía ser castigado con todo tipo de malos tratos o incluso pagar con su vida.
Retablo de Santa Cristina de Corçà Museu d'Art de Girona. |
Aunque el mensaje estaba pensado para que se entendiera de otra manera. En efecto, los métodos de martirio ahí reflejados eran los que habitualmente usaba el Santo Oficio (la Inquisición) con las brujas, herejes, y judaizantes. Es decir, con cualquier heterodoxo que se apartara del recto camino. Los inquisidores daban rienda suelta a sus sádicos instintos en un tiempo en el que el poder tenía las manos libres para cualquier tipo de castigo, represión o aviso y podía imponer el pensamiento ortodoxo sin más trabas.
Y esto era válido no solamente para la imposición religiosa, sino que también el poder civil feudal podía hacer lo que quisiera con sus súbditos en caso de considerar que habían faltado a su deber de pleitesía. En Catalunya, por ejemplo, estaban vigentes los Mals usos (malos usos) por los que un señor feudal podía torturar si le placía o incluso ajusticiar al siervo de la plebe que se atrevía a abandonar su masía, ya que estaba obligado a servir a un solo Dios, a un solo señor y a una sola parcela de tierra. De ahí que se les diera el nombre de "siervos de la gleba" es decir, unidos a un terrón de tierra simbólico. Abandonar la tierra que se le había asignado para cosechar para el señor era considerado suma traición. No estaba permitido abandonar la tierra ni siquiera en casos de epidemias - como la temida y mortífera peste - o cataclismos naturales. Quien así lo hacía y era hallado fugitivo podía ser castigado con todo tipo de malos tratos o incluso pagar con su vida.
Collar de herejes, confeccionados con púas que se clavaban en el cuello
al menor movimiento de los reos. Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo.
Mención aparte merecen los collares de herejes, dotados de puntas o de presuntos adornos de bordes aguzados que se colocaban alrededor del cuello de los heterodoxos (a veces con pesos colgando) para que lesionaran la zona esternal y cervical del reo.
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Una variante era la horquilla del hereje, una varilla provista de dos horquillas afiladas en ambas puntas. Se fijaba mediante un collar de cuero al cuello de los acusados restringiendo cualquier movimiento del cuello de la cabeza, ya que si no las horquillas se clavaban en la carne, permitiendo a la víctima susurrar palabras en voz baja. Este tormento se conocía con el nombre de "abiuro" (es decir, abjuro, renuncio a mis creencias), que era lo que se esperaba que musitara el reo. Si el acusado se negaba a declararse hereje era vestido con un traje característico, con la dalmática con llamas dibujadas y el capirote en la cabeza y conducido a la hoguera.
Detalle del sarcófago de Santa Eulàlia, donde se ven los grafios con los que la martirizaron. Catedral de Barcelona. |
La piel torturada
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