Atribuido a Francesco Narici Presunto retrato de Giacomo Casanova (1760) Óleo sobre tela. Colección Giuseppe Bignami. Milán. |
Este cuadro barroco fue descubierto en Milán en 1952, y fue atribuído inicialmente a Anton Rafael Mengs (1728-1779), aunque recientemente se ha puesto en duda su autoría, y algunos críticos creen que podría ser una obra del pintor de Liguria Francesco Narici (1719-1783).
Tampoco es del todo seguro que represente a Giacomo Casanova, el gentilhombre célebre por sus legendarios devaneos amorosos. De hecho, existen pocas representaciones fiables del famoso seductor.
Giacomo Casanova (1725-1798) nació en Venecia en el seno de una familia modesta. Tuvo una vida polifacética: fue seminarista, ayudante del cardenal Acquaviva y de un senador veneciano, militar, financiero, violinista, viajero, aventurero, charlatán, espía y escritor. Jugador empedernido, estuvo encarcelado en diversas ocasiones, protagonizando sonadas fugas y teniendo que exiliarse repetidamente. Es conocido sobre todo por su comportamiento libertino y por haber dejado constancias de sus numerosas aventuras galantes en sus Memorias, publicadas después de su muerte (1826) y que constituyen un fidedigno testimonio de la sociedad ilustrada de finales del s. XVIII.
Su amor por el juego, el desenfreno, el engaño y las conquistas amorosas fueron constantes en su vida. Su personalidad cínica, sin la menor sombra de escrúpulo moral, persiguió siempre el provecho personal y un hedonismo absoluto.
Giacomo Casanova, a los 63 años (1788) |
La agitada vida erótica de Casanova (que ha hecho de su nombre un sinónimo de mujeriego) fue la causa de que contrajera algunas enfermedades de transmisión sexual, como es fácil suponer. Al parecer sufrió cuatro episodios de blenorragia, cinco de chancro blando, un herpes genital y una sífilis tratada con mercurio que al parecer no dejó importantes secuelas. La última vez que sufrió gonorrea, los contagios en cadena ocasionaron una epidemia: más de cincuenta personas se infectaron, con gran júbilo del médico local, que hizo su agosto con tan dilatada e inesperada clientela.
Sin embargo, las sucesivas infecciones de transmisión sexual no parece que preocuparan mucho a Casanova. No sólo eso, sino que estaba orgulloso de ellas, ya que declaraba:
"el mal que llamamos francés no abrevia la vida, cuando uno sabe como curarse. Solamente deja algunas cicatrices, pero uno se consuela pensando que las ha conseguido con placer, como los militares que se complacen en contemplar las marcas de sus heridas de guerra, indicativas de su virtud y fuente de su gloria"
En los escritos de Casanova podemos encontrar múltiples referencias a las enfermedades de transmisión sexual. Así, menciona a un polaco que presentaba estigmas de sífilis en todo su cuerpo y en el que su lengua malediciente era el único órgano que la enfermedad había respetado. O a un abate con la campanilla y el paladar corroídos por la sífilis. También comenta el caso de la célebre cortesana veneciana Ancilla, que siguió siendo la amante del embajador inglés en Venecia a pesar de padecer una laringitis sifilítica y tener la cara desfigurada por la enfermedad.
También documenta las consecuencias de los peligrosos tratamientos con mercurio, que entonces se proponían para tratar la sífilis y que a veces resultaban casi peores que el propio mal. Así, los condes Vagensberg y Lamberg, murieron en el curso de un tratamiento mercurial en manos inexpertas. De este último decía:
"murió por el error de sus médicos, que le trataron con mercurio cuando tenía una enfermedad con la que Venus no tenía nada que ver, y que sólo tuvo el efecto de desacreditarlo después de su muerte"
Casanova fue uno de los primeros usuarios de los preservativos, confeccionados en esta época con el intestino grueso de cordero. Probablemente los usaba con finalidad contraceptiva, más que profiláctica. Las "capotas inglesas" habían sido introducidas en Inglaterra a principios del s. XVIII. Aunque hay quien atribuyó su invención a un hipotético Dr. Condom, nada prueba la existencia de este personaje. El nombre de condón por el que fueron conocidas deriva probablemente de la palabra latina condere, que significa proteger. En seguida fueron reprobadas por la Iglesia, debido a su uso como anticonceptivo. Por otra parte, tampoco causaron un gran entusiasmo entre sus potenciales usuarios, si consideramos lo que de ellos decía Mme de Staël:
"son una coraza contra el placer y una tela de araña contra el peligro"
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