lunes, 19 de octubre de 2020

Carlos V: (III) Paludismo

 





Tiziano 

Carlos V a caballo en la 
batalla de Mühlberg
(1548)

Óleo sobre lienzo 335 x 283 cm
Museo del Prado. Madrid.  





En otras entradas del blog hemos comentado algunos aspectos de la dieta del emperador Carlos V, así como los problemas que tenía con la gota que padeció. Hasta hace poco muchos historiadores creían que había muerto a causa de la gota, pero no fue así. 

Tras su abdicación, Carlos se retiró al monasterio de Yuste, en Extremadura. El verano de 1558 fue cálido y húmedo, y proliferaron los mosquitos. La Vera era entonces una zona en la que la malaria era endémica. Un mosquito picó a Carlos, transmitiéndole el paludismo. Pronto comienza con la fiebre que caracteriza a este mal. 

Su médico, Enrique Mathys, lo relata así en una de las cartas en las que informaba a Juan Vázquez, secretario de Estado, que residía en Valladolid: 
"El martes pasado, 30 de agosto, Su Majestad comió en el terrado, donde reverberaba mucho el sol, y comió poco y con poco apetito Su mayordomo Quijada abunda en la idea de que esa comida es el momento en que el Emperador contrae la enfermedad: Yo temo que este accidente sobrevino de comer antier en un terrado abierto; y hacía sol; y reverberaba allí mucho; y estuvo en él hasta las cuatro de la tarde, y de allí se levantó con dolor de cabeza; y aquella noche durmió mal. Así que podría ser fuerte aquello lo que le ha causado este frío y calentura.

Pero pronto el médico se da cuenta de que no está ante un nuevo ataque de gota. La fiebre alta, combinada con fases de escalofríos, delirios y vómitos, apunta a lo que entonces se conocían como unas tercianas (porque la fiebre aparecía cada tres días).



Muerte de Carlos V


El paludismo no era necesariamente mortal, pero los remedios de la época tampoco servían de mucho. Se trata al Emperador con sangrías y purgas. El 2 de septiembre se le extraen diez onzas de sangre. La fiebre le produce una intensa sed y se le da de beber agua con vinagre y también cerveza. También se le administran pastillas de ruibarbo para purgarlo, en un intento de aliviar los vómitos de bilis. 

Se había avisado al médico Cornelio Baersdop, que se hallaba en Cigales, en Valladolid. Pero el 5 se septiembre se observa una mejoría y todos son del parecer que no hará falta que venga el doctor. Pero la mejoría no dura mucho. El día 8 de septiembre vuelve la fiebre alta y los delirios. 

El Emperador es consciente de la gravedad de su enfermedad, por lo que pide que le lean el testamento que firmó en Bruselas en 1554. Añade un codicilo (añadido), con nuevas disposiciones, fijando las pagas y pensiones que se debe dar a cada uno de sus criados. Pero rechaza, que su hija y su hermana vengan a Yuste.

El 9 de septiembre firma ese codicilo; el 10 pide confesar y comulgar. Aunque la enfermedad le debilita día tras día, todavía es capaz de tratar asuntos de Estado con Garcilaso de la Vega, el famoso escritor, que estaba en Yuste como embajador.

Los médicos se dan cuenta de que la enfermedad de Carlos no tiene remedio: la fiebre es tan fuerte y la debilidad, agravada por las purgas y las sangrías, tan acusada, que Carlos pierde el sentido durante horas. 

El 19 de septiembre, le da un nuevo acceso de fiebre. Su confesor, fray Juan de la Regla, le da la extremaunción. El 20 se confiesa y vuelve a comulgar. 

El mismo día, llega al monasterio el arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, que asiste al Emperador en el lecho de muerte. Con el crucifijo en la mano, Carranza declara: 

"He aquí al que responde por todos. Ya no hay pecado. Todo está perdonado".

El perdón de los pecados sin confesión, por el amor de Cristo, es una de las señas de la doctrina luterana. Careranza leía a Erasmo, y estos indicios hicieron que el Inquisidor General, el arzobismo de Sevilla le abriera un proceso por sospechoso de herejía. 

El 21 de noviembre muere el Emperador Carlos, tras pronunciar su última palabra: "Jesús". Fue enterrado bajo el altar mayor del Monasterio de Yuste, donde reposará hasta que su hijo, Felipe II lo mande exhumar para ser sepultado en el nuevo panteón de reyes del Monasterio del Escorial, siendo así el primer monarca que reposará allí. 

La salvación eterna es la mayor preocupación de Carlos en sus últimos días. Tanto teme por su alma, que en su codicilo manda que se oficien 30.000 misas en su memoria, 10.000 más de las que había encargado su abuela, Isabel la Católica.

El equipo de investigadores que estudió la falange del dedo meñique de Carlos V y que habían constatado la presencia de cristales de ácido úrico, corroborando así que el emperador padeció de gota, pudieron también certificar que había muerto por paludismo. 

Efectivamente, los análisis microscópicos de los restos óseos demostraron que el monarca falleció por culpa de la malaria, una enfermedad provocada por el parásito Plasmodium falciparum que se transmite por la picadura del mosquito Anopheles. La patología, que afecta actualmente a más de 216 millones de personas cada año, también atacó a Carlos V. Y su dedo meñique ayudó a descubrir la verdadera causa de su fallecimiento hace casi 500 años.

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