miércoles, 18 de febrero de 2015

La Inquisición: "señales de brujería"


Pedro Berruguete. Auto de fe. Arriba, bajo el dosel, con Santo Domingo presidiendo el tribunal.
Abajo, a la izquierda, un hereje recibe la dalmática y el capirote de hereje.
A la derecha, los herejes, con capirote, esperan su turno, mientras un fraile encapuchado les muestra una cruz. Mas a la derecha, sobre el cadalso, los condenados están atados a los garrotes y ya avanzan las llamas



  Pedro Berruguete 
(Paredes de Nava, ~1450 - 1503)

Auto de fe (1495)

Técnica mixta sobre tabla. 154 x 92 cm.
Museo del Prado, Madrid. 



Este cuadro del pintor castellano Pedro Berruguete (1450-1503) describe muy bien los Autos de Fe, ejecuciones de herejes o judaizantes que solían ser el resultado de los procesos de la Inquisición en las postrimerías del s. XV. 

Presidiendo el estrado, aparece, en el centro, la figura de Sto. Domingo de Guzmán, rodeado de los jueces y magistrados del Santo Oficio (civiles y religiosos). Abajo, a la izquierda, a pie de escalera, un fraile dominico entrega a un condenado la dalmática, pieza de ropa con la que se distinguía a los herejes y que muchas veces estaba decorada con llamas, anticipo de las del infierno que esperaba al desgraciado heterodoxo. En su mano porta el capirote, sombrero largo también decorado con llamas y alusiones infernales. Los herejes ataviados así podían ser reconocidos fàcilmente y ser humillados e insultados por el público asistente. Más a la derecha vemos a unos soldados, a pie y a caballo que conducen al pie del cadalso a otros dos herejes con dalmática y capirote. Un fraile los recibe y los exhorta a renegar de sus errores y reconciliarse con la doctrina oficial de la Iglesia Católica. En el cadalso vemos por fin a dos herejes más, ya desnudos y listos para ser ajusticiados. Están firmemente sujetos al garrote por el cuello y ya las llamas comienzan su mortífera misión.  

Condenados inmovilizados en el garrote, 
esperando ser quemados vivos. 
El Santo Oficio de la Inquisición nació para velar por la ortodoxia y suprimir la herejía en el seno de la Iglesia católica. Tras un fallido intento de Santo Domingo de atajar el avance de la herejía cátara o albigense en tierras del Languedoc, con prédicas y debates teológicos, con muy escaso resultado, se instauró la Inquisición en 1184, como brazo judicial que llevara a cabo por métodos cruentos y represivos lo que no se había logrado por la razón. Unos sesenta años más tarde, la institución se implantó en el Reino de Aragón y algo más tarde, bajo los Reyes Católicos se extendió también a Castilla, y después a Portugal, América, etc...

Además de ser un instrumento represor y de lucha contra la herejía, la Inquisición fue usada también - tras el decreto de expulsión (1492) - para perseguir a los judíos que no habían querido renunciar a su fe, o bien que eran acusados de judaizar (es decir, seguir practicando el judaísmo en secreto a pesar de haberse convertido en teoría al cristianismo). Los judíos conversos eran siempre sospechosos de haberse convertido en falso (ya que eran coaccionados a hacerlo si no querían elegir el camino del exilio). Para cerciorarse de la veracidad de su conversión al cristianismo, eran obligados a comer carne de cerdo en público, lo que les valió el calificativo de marranos en Castilla o de xuetas en Mallorca (la palabra xueta derivaría del que come xuia, tocino) 

Estandarte de un hereje (1619). En los casos en los que un hereje era proclamado relapso, se debía ejecutar su sentencia de muerte. Como la Iglesia no tenía potestad para ello, lo ejecutaba el brazo civil. Si el hereje se había dado a la fuga, se le ejecutaba en efigie (se quemaba un monigote que lo representaba, y se identificaba con una bandera donde se podía leer su nombre y los cargos que había contra él. En este caso, un vecino de Tuy era acusado de judaizar (practicar el judaísmo en secreto). Museu dels Jueus, Girona.
Finalmente la Santa Inquisición también perseguía otros delitos, como la sodomía, la blasfemia o la superstición. También se dirigía contra las brujas y cualquier persona que intentaba oponerse al poder. El nombre de Inquisición deriva de inquirir, interrogar, y frecuentemente se recurría a la tortura para obtener la confesión del encausado. 




A la izquierda, un hereje y todos sus libros se despeñan, como prueba de Juicio de Dios
A la derecha, Santo Domingo ordena que los herejes se sometan a 
una ordalía y quemen sus libros en la hoguera. 
Retablo de Sto. Domingo de Guzmán procedente de Tamarit. MNAC, Barcelona



La Inquisición daba por buena cualquier confesión sesgada, obtenida por las buenas o bajo todo tipo de coacciones, morales y físicas. Cualquier marca corporal podía interpretarse como un signo demoníaco, y considerado probatorio de brujería o de pactos satánicos. Una simple urticaria facticia podían ser sospechosa. En estos casos, los  inquisidores escribían sobre la piel el nombre de Satán u otros signos demoníacos, y debido al dermografismo cutáneo, las letras permanecían claramente en relieve sobre la piel durante algún tiempo. Ni que decir tiene que esto era considerado como una señal infernal y una prueba manifiesta de brujería o de pacto con el demonio. En otros casos, la presencia de angiomas, o ciertos nevus congénitos en determinadas localizaciones también era motivo de acusaciones o denuncias.

Como pruebas se aceptaban también las ordalías o Juicios de Dios. Esta práctica, mágica e irracional, consistía en 
"invocar e interpretar el juicio de la divinidad a través de mecanismos ritualizados y sensibles, de cuyo resultado se infería la inocencia o la culpabilidad del acusado" (Francisco Tomás y Valiente) 

Pedro Berruguete (~ 1450-1504), Santo Domingo y los albigenses. 
 Óleo sobre tabla. Retablo del claustro de Santo Tomás de Avila.
(1,69 x 0,78 m),
Museo del Prado, Madrid.

(Obsérvese que mientras los libros heréticos se queman,
el libro católico queda flotando en el aire, prueba irrefutable de su ortodoxia)

Por ejemplo, una ordalía era apretar con la mano un hierro candente o un huevo duro acabado de salir del agua hirviendo sin quemarse, o atravesar una hoguera caminando despacio. Los libros presuntamente heréticos o nocivos también podían someterse a ordalías, como la representada en el retablo de Sto. Domingo de Guzmán procedente de Tamarit de la Llitera (MNAC), en el que se ve como Domingo arroja a la hoguera los libros de los cátaros para ver si eran aprobados por Dios. Naturalmente, los libros ardieron, lo que en teoría probaba su heterodoxia. Si en alguna ocasión las personas u objetos sobrevivían a la prueba sin daño alguno, se entendía que Dios lo consideraba inocente y no debía recibir ningún castigo. En otra tabla de Pedro Berruguete podemos ver como mientras los libros de los cátaros se consumen en la hoguera, el libro católico queda flotando en el aire, indemne a la acción de las llamas. 




Escudo de la Inquisición (1580 circa) en Barcelona, cerca de la plaza de Sant Iu. Este edificio, que actualmente alberga el Museo Marés, fue sede del Santo Oficio de la Inquisición a partir de 1542. El blasón está compuesto por el escudo de España en tiempos de Felipe II (1580 circa) con el Toisón de Oro. Lo sobremonta una cruz, la espada símbolo de la justicia que se impone a los herejes y una rama de olivo, símbolo de la reconciliación con los arrepentidos. 


Escudo de la Inquisición, procedente del Convento de
Sto. Domingo. Museu dels Jueus, Girona. 


De estos juicios basados en el pensamiento mágico deriva el dicho "poner la mano en el fuego" por alguien (respaldo incondicional) o la expresión "prueba de fuego", aún utilizada en nuestro lenguaje cotidiano actual. 




Cepo, para sujetar los pies de varios condenados e impedir la fuga,
tal como se puede ver en el dibujo de abajo.
Museu dels Jueus, Girona

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