jueves, 18 de julio de 2019

Carlos II (y VI): Muerte y autopsia







Muerte de Carlos II 

Grabado en papel impreso. 
Museo de Historia.  Madrid 





Tras una vida con una abigarrada y abundante patología tanto física como mental, el rey Carlos II estaba muy envejecido. A pesar de no haber cumplido los 40 años su aspecto era la de un viejo setentón. 

El 24 de octubre de 1700 comenzó la agonía de Carlos II, que se prolongaría durante una semana, hasta su muerte acaecida el 1 de noviembre. La descripción que del suceso hacía el doctor Christian Geelen en una carta al Elector Palatino, hermano de la reina Mariana de Neoburgo era bastante escueta:

Lleno de aflicción he de dar a Vuestra Alteza Electoral la noticia de la muerte del rey, acaecida el día de Todos los Santos hacia las tres de la tarde, después de cuarenta y dos días de flujo de vientre, agravados los últimos cuatro por una apoplejía”. 
Esta breve notificación no nos proporciona grandes detalles sobre los últimos días del monarca. Pero mucho más explícita es la la descripción del marqués d’Harcourt. el embajador francés, enviado por Luis XIV :
Una hora después de la salida del correo que envié a Vuestra Majestad, el Rey Católico mejoró algo. Le dieron leche de perlas y descansó un poco, aunque continuó la diarrea. A las seis, tomó un caldo y descansó hasta las dos de la tarde del 29, en que subió la fiebre. A las cuatro, le sobrevino un leve desmayo, respirando difícilmente, perdido el oído y con grandes dolores de vientre. Hubo consulta de médicos; se acordó ponerle cantáridas en los pies y pichones recién muertos en la cabeza, para evitar los vahídos; y se practicó así, hasta las nueve de la noche. Hace cuatro o cinco días se están sacrificando carneros, para aplicarle las entrañas humeantes aún sobre el estómago y a flor de piel, a fin de devolverle el calor natural. Pasó la noche del 29 al 30 delirando y en continua inquietud, acentuándose este síntoma hacia las diez de la mañana. Estuve en palacio al mediodía, como de costumbre, y me dijeron que agonizaba. No tenía apenas voz, según me comunicó el Nuncio, quién acababa de verle y bendecirle junto a su lecho; nadie creía posible que llegase a la noche; los médicos hacen cuanto pueden por prolongar su existencia y le dieron un líquido que se llama Agua de la Vida, que le hizo sudar cuatro horas sin interrupción, y le devolvió el uso de la palabra, casi perdida desde que le acometió un estertor continuo. A las diez de la noche de ayer estaba bastante tranquilo; no lo ha pasado mal, consiguiendo dormir y tomando tres caldos hasta las siete de la mañana. Se le creyó agónico hacia las once y se rezaron las oraciones por los agonizantes. A las diez había reaparecido la fiebre”.
En esta detallada relación podemos ver algunos de los métodos terapéuticos de la época, la mayoría más propios de un sortilegio de brujería que de una auténtica acción real. Destacamos la aplicación de cantáridas, que como hemos visto en otras entradas eran usadas como vesicantes e irritantes cutáneos (además de sus efectos afrodisíacos).


Moneda de oro acuñada en 1700, año de la muerte de Carlos II


Al día siguiente de la muerte del soberano, el martes dos de noviembre, se procedió a realizar una autopsia previa al embalsamamiento del cadáver:
"…le han hallado todas las entrañas, hígado y bazo de tan mala calidad que era imposible vivir, sin sangre, con una piedra en la vejiga, y el corazón tan consumido y seco que ha manifestado bastantemente el trabajo que ha padecido Su Majestad”.
"apareció el corazón muy pequeño, del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenosos, en el riñón tres grandes cálculos, un solo testículo, negro como el carbón y la cabeza llena de agua”

Copia del Testamento de Carlos II (probablemente falsificado por intereses políticos)
Museu Rafel Casanoves. Moià. 


La muerte de Carlos II tuvo importantes consecuencias. Con el soberano desaparecía la dinastía de los Habsburgo, también conocida como la Casa de Austria de los reinos hispánicos. Las disputas sobre el testamento de Carlos II (del que hay evidentes muestras de que fue falsificado malévolamente) desembocaron en la Guerra de Sucesión, que enfrentaría al archiduque Carlos de Austria (conocido en aquel momento como Carlos III) y Felipe, duque de Anjou, nieto del Rey Sol, Luis XIV de Borbón, que reinaba en Francia. 


El archiduque Carlos de Austria
Pero no era solamente una guerra entre pretendientes. Fue una sangrienta contienda en la que se enfrentaba la visión foral que siempre tuvieron los reinos hispánicos (hoy diríamos confederal)  que suponía respeto total a sus leyes, instituciones y privilegios de los partidarios austriacistas de Carlos, con la visión centralista, absolutista y uniformadora de los seguidores del Borbón. Dos modelos que tendrían también sus partidarios y detractores en Europa. La imposición final por la fuerza de las armas del Borbón, que fue proclamado rey con el nombre de Felipe V, supuso una brutal represión, la disolución de instituciones y legislación de los países ocupados que se vieron sometidos a las leyes de Castilla. También hubo una feroz persecución lingüística en la que la lengua catalana quedó prohibida en los territorios de Cataluña, Valencia e Islas Baleares, e incluso se suprimió la Universidad de Barcelona (que sería sustituída por la precaria Universidad de Cervera). La nueva dinastía borbónica centralizó todo en el torno de Madrid e impuso un absolutismo a imagen y semejanza del francés, resumido en la famosa frase de Luis XIV: "L'état, c'est moi". Los nefastos efectos de esta imposición y la tensión social que supuso perduran todavía hoy, más de 300 años después.  

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