miércoles, 19 de diciembre de 2018

Gabriel García Márquez (II): Otras enfermedades








Oswaldo Guayasamín

Retrato de Gabriel García Márquez
(1985)

Óleo sobre lienzo 71,5 x 58 cm
Avenida Castellana. Madrid. 





Hemos comentado en otra entrada del blog los golondrinos que padeció Gabriel García Márquez, una patología que transfirió a Aureliano Buendía, uno de los personajes de la novela Cien años de soledad. 

Gonorrea

En otros pasajes de la novela también se alude a la blenorragia, una enfermedad de transmisión sexual que contraen los hermanos José Arcadio Segundo y Aureliano segundo, tras frecuentar a la mulata Petra Cotes.
“Una mañana (José Arcadio) descubrió que estaba enfermo. Dos días después encontró a su hermano aferrado a una viga del baño, empapado en sudor y llorando a lágrima viva, y entonces comprendió. Su hermano le confesó que la mujer lo había repudiado por llevarle lo que él llamaba una enfermedad de la mala vida. Le contó también como trataba de curarlo Pilar Ternera. Aureliano Segundo se sometió a escondidas a los ardientes lavados de permanganato y las aguas diuréticas, y ambos se curaron por separado después de tres meses de sufrimientos secretos”.
Probablemente este pasaje también está inspirado en hechos autobiográficos. Gabo tuvo conocimiento de las enfermedades de tranmisión sexual en su juventud y conocía bien la terapia con instilaciones de permanganato potásico. En el momento histórico en el que se sitúa la novela “Cien años de soledad” todavía no habían hecho su aparición los antibióticos.


Malformaciones

En la novela Cien años de soledad” también aparecen ciertas malformaciones, como una cola humana:   
“...una tía de Úrsula (Iguarán), casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con un hachuela de destazar”
Los personajes de la novela creen que tal monstruosidad era debida a la consanguineidad, por el matrimonio entre primos, que, según ellos, podría dar lugar a engendramientos monstruosos, que incluso podrían ser de iguanas. Por eso Úrsula, en sus últimos días, recomendaba que ningún Buendía se casara con alguien de su misma sangre, porque podrían tener hijos con cola de cerdo. Y era un clarividente consejo, ya que el hijo de Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia, el último de la estirpe de los Buendía, nació con una cola porcina, tal como le había pasado al hijo de una tía de Úrsula. 

Los embriones humanos están dotados de una cola que mide cerca de un sexto de su tamaño. Cuando llega al estadio de feto, la cola se reabsorbe por el cuerpo en crecimiento. Esta cola vestigial puede en algunos raros casos persistir hasta el nacimiento, dando lugar a "colas blandas" que no contienen vértebras y que están formados por vasos sanguíneos, músculos y nervios. Sin embargo, en casos rarísimos se han descrito restos de cartílago y hasta vértebras. En estos casos se procede a la extirpación quirúrgica tras el nacimiento. Hay casos excepcionales documentados, como e de un niño de 12 años que todavía conservaba una cola de 22 cm. 

Más frecuente es la llamada cola de fauno, descrita por Jean Darier en 1923, consistente en la hipertricosis localizada en la zona lumbosacra, es decir, a la presencia de un mechón de pelos que recuerda la cola de una cabra o la de un fauno. Aparece en los primeros meses de la vida y puede persistir en la edad adulta. Esta anomalía puede acompañarse de una espina bífida o de alteraciones similares (disrafismo de la columna vertebral) por lo que es conveniente realizar una exploración neurológica o radiológica en este tipo de casos. 


Figura de cera de Gabriel García Márquez. Museo de Cera. La Habana



Helmintiasis

En otro pasaje de Cien años de soledad encontramos la descripción de un caso de parasitosis intestinal causada por Ascaris lumbricoides: 
"Estos niños andan como zurumbáticos", decía Úrsula. Les preparó una repugnante pócima de paico machacado, que ambos bebieron con imprevisto estoicismo, y se sentaron al mismo tiempo en sus bacinillas once veces en un solo día, y expulsaron unos parásitos rosados que mostraron a todos con gran júbilo, porque les permitieron desorientar a Úrsula en cuanto al origen de sus distraimientos y languideces. 

Obstetricia

La patología obstétrica es mencionada en dos ocasiones. La primera es una descripción de una sepsis gravídica, provocada por una ruptura prematura de las membranas ovulares, seguida de infección amniótica y septicemia fulminante: 
“Una semana antes de la fecha fijada para la boda, la pequeña Remedios despertó a media noche empapada en un caldo caliente que explotó en sus entrañas con una especie de eructo desgarrador, y murió tres días después envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre”

La segunda patología es la descripción de un sangrado profuso del puerperio inmediato, lo que a veces los obstetras llaman "hemorragia cataclísmica". La descripción que hace Gabo es tan detallada como llena de un poético dramatismo: 
“Un domingo, a las seis de la tarde, Amaranta Úrsula sintió los apremios del parto. La sonriente comadrona de las muchachitas que se acostaban por hambre la hizo subir en la mesa del comedor, se le acaballó en el vientre, y la maltrató con galopes cerriles hasta que sus gritos fueron acallados por los berridos de un varón formidable (…). 
(...) "Amaranta Úrsula se desangraba en un manantial incontenible. Trataron de socorrerla con apósitos de telaraña y apelmazamientos de ceniza, pero era como querer cegar un surtidor con las manos (...) (...) Al amanecer del lunes llevaron a una mujer que rezó junto a su cama oraciones de cauterio, infalibles en hombres y animales, pero la sangre apasionada de Amaranta Úrsula era insensible a todo artificio distinto al del amor. En la tarde, después de veinticuatro horas de desesperación, supieron que estaba muerta porque el caudal se agotó sin auxilios, y se le afiló el perfil, y los verdugones de la cara se le desvanecieron en una aurora de alabastro, y volvió a sonreír"
Por la forma brutal como actuó la comadrona, cabalgando sobre la matriz grávida, es fácil deducir que la causa de la hemorragia fue una ruptura uterina. Por la minuciosidad de la descripción todo hace pensar que Gabriel García Márquez presenció algún caso similar.

La contracepción también aparece en la novela. Pilar Ternera, la sabia y anciana curandera, recomendaba para evitar los embarazos no deseados “la vaporización de cataplasmas de mostaza” y, en “casos de percances”, misteriosos bebedizos. 


José Villa Soberón: Escultura en bronce de Gabriel García Márquez en los jardines del Liceo Artístico y Literario en el Palacio del Marqués de Arcos, La Habana Vieja. 



Cataratas

García Márquez describe de forma poética y precisa la ceguera producida por las cataratas, así como los remedios populares más usados para combatirlas: 
“Nadie supo a ciencia cierta cuándo empezó (Úrsula) a perder la vista. Todavía en sus últimos años, cuando ya no podía levantarse de la cama, parecía simplemente que estaba vencida por la decrepitud, pero nadie descubrió que estuviera ciega. Ella lo había notado desde antes del nacimiento de José Arcadio. Al principio creyó que se trataba de una debilidad transitoria y tomaba a escondidas jarabe de tuétano y se echaba miel de abejas en los ojos, pero muy pronto se fue convenciendo de que se hundía sin remedio en las tinieblas, hasta el punto de que nunca tuvo una noción muy clara del invento de la luz eléctrica, porque cuando instalaron los primeros faros sólo alcanzó a percibir el resplandor. No se lo dijo a nadie, pues habría sido un reconocimiento público de su inutilidad. Se empeñó en un callado aprendizaje de las distancias de las cosas, y de las voces de la gente, para seguir viendo con la memoria cuando ya no se lo permitieran las sombras de las cataratas”

Gabriel García Márquez recogiendo el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo (1982)


Venenos 


En El amor en los tiempos del cólera García Márquez hace una magistral descripción del envenenamiento con cianuro. En Cien años de soledad menciona, aunque sucintamente, el envenenamiento con nuez vómica y su tratamiento:
"El coronel Aureliano Buendía no había pedido café, pero ya que estaba ahí, se lo tomó. Tenía una carga de nuez vómica suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Úrsula se lo disputó a la muerte. Después de limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en frazadas calientes y le dio claras de huevos durante dos días, hasta que el cuerpo estragado recobró la temperatura normal. Al cuarto día estaba fuera de peligro”.
Recordemos que la nuez vómica es la semilla tóxica de un árbol loganiáceo, el Strychnos nux vomica, que contiene varios alcaloides, entre ellos la estricnina y la brucina, ambos de gran toxicidad. La estricnina, en dosis tóxicas produce convulsiones, en las que el cuerpo se arquea en hiperextensión, como en el caso del tétanos (opistótonos). Todos los músculos voluntarios están en contracción total, y muchas veces la lengua queda aprisionada entre los dientes, fenómeno que García Márquez describe muy acertadamente (“estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes”). Es bastante probable que Gabo se documentara en algún tratado de toxicología, por su minuciosa descripción. 


Terapéutica
En la obra de García Márquez aparecen también numerosos remedios y apuntes sobre el tratamiento de las enfermedades. En Cien años de soledad, Úrsula Iguarán parece heredar remedios de los indios wayuu que habitan en La Guajira. La familia del coronel Márquez, abuelo de Gabo procedía de La Guajira y tenía conexiones indígenas. Muchos de estos remedios Wayuu se transmitían oralmente y García Márquez los puso por escrito.

En Memorias de mis putas tristes hay un personaje que dice que a pesar de que su pelo ya está gris, lo conserva porque de pequeño, para quitarse los piojos, utilizaba un remedio conocido como Jabón del perro agradecido. Este remedio corresponde a una marca comercial real. 

Gabriel García Márquez en su magistral obra El General y su laberinto relata como el doctor Révérend recetó un emplasto vesicante de cantáridas a Simón Bolívar, para tratar un catarro, con cinco parches en la nuca y uno en la pantorrilla. Probablemente ésta fue la causa de la muerte del libertador. 

En Cien años de soledad, aparecen, por ejemplo, la gomara, el agua de florida, el ácido fénico, incluso alguno con su nombre comercial. También aparecen gran cantidad de plantas, como los famosos glóbulos homeopáticos, que usaba el padre de Gabo, que era médico homeópata.

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