martes, 14 de agosto de 2018

La crucifixión se humaniza en el arte gótico










Giotto di Bondone

Crucifixión

Fresco 200 x 185 cm
Cappella Scrovegni. Padua. 



Cuando llega el arte gótico, la sociedad medieval ha sufrido un gran cambio de mentalidad. Ya se habían traducido y divulgado los textos de Aristóteles y sus ideas filosóficas se imponen al neoplatonismo. Las sensaciones dominan a las abstracciones y por lo tanto, las artes plásticas derivan hacia un mayor realismo, siguiendo la idea aristotélica de "imitación de la realidad". 

Cristo gótico, procedente de Castilla (s. XIV).
 Museu Marés, Barcelona
El naturalismo toma un impulso todavía mayor en el s. XIII cuando los franciscanos ven al hombre como una síntesis de cuerpo y alma. Según San Bonaventura, "la imagen de Cristo es la llave, la puerta, el camino y el esplendor de toda verdad". 


Esta nueva concepción filosófica se impone en las imágenes religiosas. Cristo ahora cuelga de la cruz, sostenido por tres clavos (uno para cada mano y otro para los pies juntos) El cuerpo pierde la verticalidad, y la cabeza cae hacia un lado, lo que evidentemente se traduce en una ruptura de la frontalidad y en un mayor movimiento frente al hieratismo anterior. El desnudo va ganando terreno en la escultura y ahora hay una intencionalidad por parte del escultor, aunque aún de manera torpe, de  representar la anatomía lo más fiel posible a la realidad. Y por supuesto, las vestiduras desaparecen y quedan reducidas a un minúsculo paño púdico o perizoma  (del griego antiguo, περίζωμα, "alrededor de la cintura"), que se pliega de manera más natural enriqueciendo con sus pliegues la escultura. Cristo ya no es ni el Rey ni el Juez inapelable, sino hombre, un reo condenado y ejecutado en el tormento de la cruz. 


Cristo de la iglesia del Crucifijo (s. XIII_XIV). Puente la Reina. 
Por otra parte la corona de espinas se generaliza en los crucifijos góticos, sustituyendo a la corona real del Cristo en Majestad románico. La corona de espinas había aparecido en la iconografía ya en el s. IX, pero tuvo un gran impulso cuando el rey Luis IX  de Francia (San Luis) adquirió la reliquia de la corona de espinas por un precio exorbitante. El rey mandó construir una iglesia-relicario, la Sainte Chapelle, un notorio ejemplo de iglesia gótica. Es a partir de este momento (s. XIII) cuando ya no se puede concebir un crucifijo sin corona de espinas.   

Cristo del Olvido. Orgaz (s. XV)
Debemos ahora aclarar que a pesar de que los artistas intentan un realismo cada vez mayor, algunos aspectos se les escapan. La posición de los clavos, por ejemplo. Es difícil clavar los dos pies con un solo clavo. Y sobre todo es imposible que los clavos atraviesen las palmas de las manos. Si así fuera, el peso del cuerpo no tardaría en rasgar el metacarpo. En buena lógica los clavos deberían atravesar las muñecas en donde encontrarían una barrera ósea suficiente. Pero tal vez no meditaron sobre estos aspectos anatómicos. O, probablemente, encontraron que una herida en la pala de la mano era mucho más estética y psicológicamente más impactante: atravesar la palma era como atravesar el alma. Lo que sí esta claro es que la impresión de dolor está presente y que transmite una carga evidente de emotividad y dramatismo. 


Cristo de la catedral de Sant Joan. Perpinyà (detalle) 

Cristo de la catedral de Sant Joan. Perpinyà. 
Un hecho médico, la gran epidemia de peste negra a mediados del s. XIV supondrá un gran cambio demográfico (se calcula que en pocos años murieron por la peste unos 25 millones de personas en Europa). Esto tuvo consecuencias económicas y políticas y un gran cambio de mentalidad. La muerte está patente por doquier. El dolor y el sufrimiento, tan cotidianas, aparecen también en el crucifijo. Las Revelaciones de Sta. Brígida describen el crucificado con gran patetismo. Los síntomas de la muerte se plasman también en las crucifixiones del s. XV, de forma cada vez más manifiesta hasta que Grünewald, a principios del s. XVI representará un Cristo convulso y torturado.




Bibliografía 


Gélis, J. Le corps, l’Église et le sacré. In: Corbin A, Courtine J-J, Vigarello G. Histoire du corps. Paris: Seuil, 2005 (pp. 23-25)






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