viernes, 5 de febrero de 2021

Vampiros de ficción y enfermedades

 



Anónimo

Retrato de Vlad III el Empalador 
(circa 1560) 

Óleo sobre lienzo 
Cámara de arte y curiosidades 
del palacio de Ambras (Innsbruck)




Vlad III de Valaquia, más conocido como Vlad tepes o Vlad el Empalador (1428-1477) fue príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462 y está considerado como uno de los gobernantes más importantes de la historia de Rumania. 

También era conocido por el nombre de Vlad Draculea. Su padre, el príncipe o voivoda Vlad II de Valaquia, había ingresado en 1428 en la Orden del Dragón (Drac, en húngaro), por privilegio concedido por el emperador Segismundo de Luxemburgo. Por ello fue conocido en adelante como Vlad Dracul, mientras que a su hijo se le llamó Vlad Draculea, esto es, hijo de Dracul. Sin embargo, en la mitología rumana la figura del dragón no existía y el término dracul designaba al diablo, con lo que Vlad III pasó a ser en rumano “el hijo del diablo”. Un nombre que unido a su crueldad y ánimo sanguinario de Vlad, contribuyó a forjar su leyenda.  En las crónicas de su época, se le presenta como un príncipe aficionado a la tortura y entusiasta de la muerte lenta, que según dicen solía cenar bebiendo la sangre de sus víctimas o mojando pan en ella. Se calcula que en sus tres períodos de gobierno, que suman apenas siete años, ejecutó a unas 100.000 personas, en la mayoría de las ocasiones mediante la técnica del empalamiento. De ahí su sobrenombre de Vlad el Empalador. 

La historia de Draculea, sirvió para dar lugar a un mito, la leyenda del vampiro, que fue inmortalizado en la novela de Bram Stoker Drácula (1897), que consultó diversos libros, entre los que cabe destacar Supersticiones en Transilvania (1885) de Émily Gérard. En la construcción de este mítico personaje el escritor describe con gran imaginación la fisiología de los vampiros, en la que encontramos elementos de diversa procedencia.  

En el modelo literario de vampiro, fijado por la obra de Stoker, es un hombre muerto cuyo cuerpo no se descompone y que sale de noche para chupar la sangre de sus víctimas de la que se alimenta. Huye de la luz, de los ajos y del agua bendita y transmite su vampirismo a través de la mordedura. La supuesta fisiología vampírica construida por Stoker es el producto de diversos elementos: 
- Históricos basados sobre todo en la vida y la leyenda de Vlad el Empalador, con algunos elementos tomados de leyendas de Persia y del Lejano Oriente, así como el mito del strigoi, un ser del folklore rumano.
- Patológicos, como algunos signos de enfermedades como las porfirias o la rabia humana (hidrofobia, agresividad, alteraciones de la conducta, fotofobia, tendencia a morder)  
- Zoológicos, tomados del vampiro común (Desmodus rotundus) hematófago que transmite la rabia en las zonas tropicales y que se alimenta mordiendo al ganado para alimentarse con su sangre. 

 


El murciélago Desmodus rotundus, que
contribuyó a la leyenda de los vampiros



Los elementos patológicos se basan en algunas enfermedades comunes en Transilvania en aquel tiempo: anemia, tuberculosis, rabia y pelagra por mencionar algunas.

La anemia y la tuberculosis producen una gran delgadez y emaciación al tiempo que confieren a la piel un tono pálido característico que coincide con la descripción del conde Drácula de Bram Stoker.  

La pelagra es una enfermedad carencial debida a la carencia de niacina, una vitamina del complejo B, o de su precursor el triptófano, que también debía ser frecuente en aquel momento en Rumania. Provoca una atrofia de los epitelios tanto de la piel como del tracto digestivo, así como una degeneración neuronal. La dermatitis empeora considerablemente con la exposición a la luz solar (los vampiros huyen del sol). El daño en la mucosa oral se puede manifestar en forma de sangrado y retracción gingival, que puede dar la impresión de poseer dientes desproporcionados o colmillos bañados en sangre. Además la pelagra presenta otros síntomas como demencia e insomnio, que refuerzan el carácter noctámbulo de los vampiros literarios. 


Fotograma de la película Drácula, protagonizada
por el actor Béla Lugosi (1931) 

Otra patología en la que probablemente se basó el mito vampírico es la rabia (una infección viral del encéfalo) ocasiona en una de sus fases una gran excitabilidad del sistema nervioso central, de tal manera que el menor estímulo resulta doloroso. Por esta razón se podían desencadenar contracciones musculares intensas al ingerir ajo y agua. Esto último se designa como hidrofobia, y podría explicar el horror de los vampiros ante el agua bendita. Incluso el observar la imagen propia reflejada en un espejo puede resultar pavoroso. Además, el hecho de que se trate de una enfermedad que se transmite por medio de la mordida de un mamífero infectado, como los cánidos, pudo alimentar esta co nexión que algunas personas han querido establecer con los vampiros de ficción. 

El grupo de enfermedades conocidas como porfirias también jugó probablemente un papel importante. Se trata de un grupo heterogéneo de enfermedades metabólicas, generalmente hereditarias, ocasionadas por un déficit de las enzimas que intervienen en la biosíntesis del grupo hemo (componente de la hemoglobina, parte esencial de los glóbulos rojos). Etimológicamente la palabra porfiria deriva del griego πορφύρα, porphura, que quiere decir “púrpura”, muy probablemente debido al halo facial heliótropo rojo purpúreo presente en algunos de los individuos afectados. 

Las porfirias se clasifican como hepáticas o eritropoyéticas, dependiendo del sitio primario de sobreproducción y acumulación de las porfirinas. Las manifestaciones principales de las porfirias hepáticas son neurológicas (Tríada de Günther: dolor abdominal neuropático, parestesias y alteraciones mentales). 


En Nosferatu, de F. W. Murnau (1922) se reflejan bien las
características cicatriciales de las porfirias eritropoyéticas


Las porfirias eritropoyéticas se relacionan característicamente con la intolerancia solar, que hace que estos individuos tengan una vida casi exclusivamente nocturna. La fotosensibilidad termina por producir un consecutivo daño celular, que se manifiesta macroscópicamente como cicatrización desfigurante, pérdida de algunos apéndices distales de las extremidades (por ejemplo la falange distal de los dedos), así como de partes del rostro —la nariz, los párpados y los pabellones auriculares (cosa que se plasma muy bien en el film Nosferatu de F.W. Murnau, 1922). La enfermedad también se manifiesta por una repulsión al ajo, porque el disulfuro de alilo, un componente del ajo, produce la destrucción del grupo hemo.

En la repulsión al ajo, también puede haber influído una costumbre de los enterradores medievales. En la Edad Media no era raro que pasaran varios días hasta que un cadáver fuese enterrado. Incluso semanas si las condiciones meteorológicas eran adversas o si, como consecuencia de alguna epidemia, los cadáveres permanecían insepultos muchos meses. Los enterradores utilizaban un collar de ajos alrededor del cuello para protegerse de los efluvios fétidos de los cuerpos en descomposición. Este hábito pragmático pudo ser confundido con algún tipo de práctica esotérica. El remedio se perpetuó en la costumbre de colgar ajos en ventanas, puertas y chimeneas, al creer que esto ahuyentaba los malos espíritus, como a los vampiros.


Christopher Lee protagonizando Drácula, en la película de Terence Fisher (1958) 


Hay que mencionar también la existencia de una condición conocida como vampirismo clínico o síndrome de Renfield, el cual es un trastorno psiquiátrico cuya característica principal es la obsesión por la ingesta de sangre (hematofagia). El epónimo fue acuñado en alusión a Renfield, el asistente de Drácula en la novela de Bram Stoker. 

Debemos reconocer que, aparte de las patologías mencionadas, pueden haber muchas otras en las que se ha basado, en mayor o menor grado algunos aspectos del vampirismo de la literatura: rabia transmitida por murciélagos, cadáveres hallados retorcidos debido a una catatonía o a un diagnóstico erróneo de defunción, necrofilia, sadismo, canibalismo, el crecimiento continuo de uñas y cabellos aún después de morir e incluso ciertas anomalías psicodinámicas (complejo de Edipo, experiencia del objeto perdido, tendencias orales, etcétera).

En todo caso, el mito del vampiro, del conde Drácula, forma parte ya de nuestra cultura. Se han filmado numerosas películas e incluso se puede hablar de un subgénero del cine de terror. Un mito del s. XX en el que la historia y la medicina se aliaron para dar lugar a un popular personaje de ficción.   


Bibliografía 

Goens J. Loups-garous, vampires et autres monstres. CNRS ed. Paris, 1993. 

González Torga A, González-Hernández M, Ros Vivancos C, Navarro Vicente de Vera B, Martínez Vicente M, Navarrto Gracia JF. La rabia en la Historia. Prevención y tratamiento. Revista Española de Medicina Preventiva y Salud Pública. 2020; 25: 33-45

Peinado Lorca M. Drácula debería comer ajos. 
https://theconversation.com/dracula-deberia-comer-ajos-114784

Muñoz Heras M. Licantropía. Realidad y leyenda del hombre lobo. El Garaje ed. Col. Géneros. Madrid, 2008. 

Salazar MF, del Sagrado Corazón MA. Licántropos, hematófagos y brujas. ¿Enfermos incomprendidos de su época? Ciencias 2011; 103: 5-11. 

Monstruos y Seres Imaginarios en la Biblioteca Nacional. Catálogo exposición. Biblioteca Nacional. Madrid, 2000.  

 

Drácula (1931) 



 
The best of Dracula (1931) 





 Nosferatu (1922) F.W Murnau






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