viernes, 21 de diciembre de 2018

Los ilustradores médicos de la escuela de Viena




Anton Elfinger 

Psoriasis 


Ilustración en el libro de F. von Hebra 
Atlas der Hautkrankheiten. Text von Prof. Dr. Ferdinand Hebra, Bilder von Dr. Anton Elfinger und Dr. Carl Heitzmann. Kaiserische Akademie der Wissen schaften
Viena, 1856-1876.




La dermatología es una disciplina médica eminentemente visual. Las alteraciones de la piel se ven directamente por lo que el diagnóstico se efectúa en la mayoría de los casos por inspección, mirando la superficie cutánea. Por lo tanto es casi imposible intentar aprender dermatología sin la ayuda de imágenes. Por muy buena, detallada y precisa que sea la descripción de un cuadro clínico, se hace imprescindible su representación gráfica para su total comprensión

Carl Heitzmann: Hipertriquiasis
En ausencia de las actuales técnicas fotográficas, las únicas técnicas usadas para reproducir enfermedades fueron las efectuadas a mano, lo que no era del todo sencillo. Se debía encontrar un artista que ilustrara el cuadro clínico de forma que transmitiera fielmente los aspectos de las lesiones con el fin de facilitar el diagnóstico. Pero no siempre se encontraban artistas profanos en Medicina que reunieran las cualidades de ejecución artística con las de la percepción médica. Lo ideal era contar con médicos-artistas o con dibujantes con una cierta formación médica. Si se encontraban estas personas, era un auténtico lujo contar con su colaboración.  

Esto es lo que consiguió el prestigioso dermatólogo Ferdinand von Hebra, que fundó en Viena una brillante escuela destinada a revolucionar la Dermatología. Contrató a algunos médicos que poseían además un alto nivel artístico. Valía la pena perpetuar en imágenes de calidad el recuerdo de la variedad patológica. 



Anton Elfinger, (1821-1864) médico e ilustrador

Los más destacados médicos-artistas de la escuela de Viena fueron Anton Elfinger (1821-1864) y Carl Heitzmann (1836-1896)

Anton Elfinger había estudiado pintura con el pintor vienés Mathias Ranftl, conocido por sus retratos y sus cuadros históricos, y con el famoso pintor Leopold Kupelwieser en la Academia de Bellas Artes de Viena. Pero el padre de Elfinger, que era farmacéutico, quería que estudiase Medicina. Tras graduarse, entró en el departamento de Hebra y comenzó a trabajar incesantemente, en muy precarias condiciones económicas, realizando cientos de acuarelas y dibujos, y más tarde, moldes de cera.  


Carl Heitzmann (1836-1896), uno de los
  médicos ilustradores que trabajaron con Hebra 
El croata Carl Heitzmann era natural de Vincovci, donde había nacido en el seno de una familia judía. Estudió Medicina primero en Pest (Budapest) y más tarde en Viena, donde estudió cirugía con Franz Schuh, patología con  Salomon Stricker y  Carl Rokitansky (pathology) y dermatología con Hebra. En 1859 se licenció y en 1873 fue nombrado profesor asociado de anatomía patológica en la cátedra de Rokitansky. 

No se tiene constancia de que Heitzmann tuviera una especial formación artística, como Elfinger. A pesar de ello debía tener un innato talento, ya que realizó muy meritorias acuarelas, si bien en un número mucho menor que Elfinger. También la calidad es mucho menor. A él se debe probablemente la primera imagen que conocemos de sarcoma de Kaposi.  

Su hermano menor Julius Heitzmann, médico como él, también contribuyó a realizar obras para la colección de Hebra. Otro de los artistas dignos de mención es Carl Rzehaczek. 

Carl Heitzmann: Ephelide lentiforme
(
Atlas der Hautkrankheiten de Hebra)
A pesar de que (caso insólito en su tiempo) los artistas figuran como co-autores del libro en la portada, su ingente y meritorio trabajo no se vió recompensado económicamente. El cargo de Hebra como profesor de Dermatología no estaba remunerado por lo que todos los trabajos realizados por la escuela de Viena fueron realizados gratuitamente. Como dato a tener en cuenta, diremos que Carl Heitzmann era tan pobre, que cuando murió, su viuda se vio obligada a mendigar para poder sobrevivir.

La intención de Hebra era ciertamente muy ambiciosa:


“El propósito que nos mueve a publicar este libro consiste en reflejar de la mejor forma posible una clínica dermatológica. Con esta finalidad, pretendemos que las ilustraciones sustituyan a los pacientes como materia de nuestras conferencias, mientras que el texto pretende sustituir a las palabras de la conferencia (....) Puesto que cada enfermedad dermatológica muestra un aspecto diferente según se encuentre en su fase inicial, en su fase de estado o en el proceso de su involución, nos hemos visto obligados a incluir varias ilustraciones de cada una de ellas. De hecho, es preciso aportar tantas como hayan sido necesarias para proporcionar al lector una idea clara de las diversas etapas de la enfermedad." 
Además, Hebra pretendía que las ilustraciones de su libro tuvieran una validez universal, imperecedera:

“...para hacerlas útiles en toda época, en todo lugar y en todo sistema. Como en el pasado, las clasificaciones de las afecciones dermatológicas sufrirán previsiblemente diferentes modificaciones en el futuro. La validez de las subdivisiones de las enfermedades cutáneas, según un sistema u otro será desde luego limitada. Las enfermedades en si mismas, no varían en función de la época o del lugar. Un trabajo como este no está destinado a limitarse a un momento o a un lugar determinado. No puede estar sujeto desde luego a conceptos subjetivos (tales como sistemas de clasificación), pero debe basarse en la creación divina, eterna (la de la misma enfermedad).”

Ichtiosis hystrix, según una lámina del
Atlas der Hautkrankheiten de Hebra
Tal vez por esta aspiración de eternidad, las ilustraciones del atlas de Hebra eran realmente opulentas. Algunas, casi del tamaño natural, estaban reproducidas mediante cuatro placas litográficas coloreadas. Cada una de las imágenes estaba protegida por una cubierta transparente con una litografía a pluma, en la que se destacaba el contorno de las lesiones y se incluían números para identificar los comentarios del texto.

El alto nivel artístico de la escuela vienesa y su íntima vinculación entre medicina y arte se manifiesta en un estilo preciso y detallista que podríamos encuadrar dentro de la corriente del  realismo postromántico. Si bien la ilustración se centra en los aspectos diagnósticos, en aquellos rasgos que permiten clasificar la enfermedad (la nosología es el máximo objetivo en la obra de Hebra),  no se rehúye ya reflejar la circunstancia del enfermo: su modo de vestir, su clase social, su procedencia, su religión (algunos pacientes aparecen con la cabeza cubierta por el kippah , el casquete que llevan judíos practicantes).  Este cambio de orientación es debido por una parte a la convicción de que ciertos detalles del entorno del paciente pueden ser valiosos en el diagnóstico; por otra parte a una total falta de pudor en precisar los datos de ciertos pacientes. En  nuestros días, el respeto a la privacidad de los pacientes adquiere una extraordinaria importancia, y toda imagen debe garantizar el anonimato de los enfermos, pero en la Viena de la segunda mitad del s.XIX los médicos estaban más preocupados por demostrar la veracidad de sus aseveraciones. ¿Quién podía asegurar que un enfermo anónimo no estuviera excesivamente idealizado, o incluso que no hubiera sido fruto de una invención? Para evitar la duda, frecuentemente, los datos de los pacientes eran revelados de forma tan pormenorizada que sería insólita hoy, con la intención de que cualquiera pudiese comprobar la certeza del diagnóstico o la eficacia del tratamiento. No era inusual citar el nombre de un individuo o incluso su domicilio al comentar su historia clínica. Esto justifica que la iconografía dermatológica del s. XIX recurrieran al retrato personalizado, como una garantía de veracidad. 

Los ilustradores médicos, como Elfinger o Heitzmann han sido injustamente olvidados con frecuencia. Es bueno rescatar de su olvido a quienes dejaron testimonio, con sus vívidas ilustraciones de la patología de su tiempo, hermanando arte y conocimiento médico. 


Otra de las ilustraciones de Anton Elfinger





Bibliografía

Crissey JT. Early Dermatologic Illustration. Arch Dermatol 1951, 64: 417-424

Ehring F. Ilustración científica en Dermatología. Cinco siglos de historia. Edika med. Barcelona, 1995. 


Fatović-Ferenčić S. Carl Heitzmann painting: early evidence of Kaposi's sarcoma. The Lancet, 365, 474, 2005 https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(05)17863-5/fulltext



  • Fatović-Ferenčić S 
The description of the hematoblast by the dermatopathologist. Carl Heitzmann in 1872. J Invest Dermatol. 1999; 113861-862
Hebra F Atlas der Hautkrankheiten. Text von Prof. Dr. Ferdinand Hebra, Bilder von Dr. Anton Elfinger und Dr. Carl Heitzmann. Kaiserische Akademie der Wissen schaften. Viena, 1856-1876.

Holubar K, Schmidt C, Wolff K. Challenge Dermatology - Vienna 1841-1992. Verlag der Österreichischen Akademie der Wissenschaften. Viena, 1993

Sierra X Dermis y Cronos. Ed. Planeta. Barcelona, 1995.


Sierra X. Leprosy. En: 


  • Fatović-Ferenčić S 
  • Plewig G 
  • Holubar K. 
  • Skin in water-colours. BlackwellOxford2003

    jueves, 20 de diciembre de 2018

    Gabriel García Márquez (y III): los médicos








    Milton Bernal

    Cabeza de 
    Gabriel García Márquez
    (2015)

    Escultura colosal de bronce.
    Jardines de la Casa de América. Madrid 




    En entradas anteriores nos hemos referido a los golondrinos que de forma autobiográfica impone García Márquez al coronel Aureliano Buendía, así como a muchas otras patologías que aparecen en sus obras. Como hemos visto, sorprende por su minuciosa descripción y exactitud. Gabo era un gran aficionado a leer textos médicos y estaba muy interesado en la Medicina. Su padre era médico homeópata e incluso había instalado una pequeña farmacia en 1934, y supo transmitir su interés por los temas médicos a su hijo. 

    En la obra de Gabo aparecen no solamente descripciones de enfermedades y referencias a remedios populares, siuno que también nos deja múltiples descripciones de médicos, frecuentemente basadas en personajes reales, que él conoció, ya que no hemos de olvidar las bases autobiográficas de muchos de sus personajes de ficción. los médicos y las enfermedades en la obra de García Márquez han sido motivo de la tesis doctoral del médico Juan Valentín Fernández de la Gala, en donde encontramos mucha información al respecto. 


    Gabriel García Márquez

    Danilo Bartulín

    Uno de los médicos que conoció Gabo personalmente fue este cirujano chileno, amigo personal del presidente Salvador Allende. También atendió como médico a García Márquez y para su obra Crónica de una muerte anunciada, le redactó el informe forense de la muerte de Santiago Nasar.

    En el informe de la autopsia, hay datos no desprovistos de humor, como que el cerebro pesaba 700 gramos más que el de un inglés. En la novela el médico se hallaba ausente, por lo que el que practica la  autopsia es el párroco del pueblo, el padre Amador, quien tenía algún conocimiento del procedimiento por haber estudiado Medicina.


    Henrique de la Vega


    Fue un médico cartagenero que se había formado en París. Gabo se inspiró en él para el personaje del Dr. Urbino de El amor en los tiempos del cólera. El mismo García Márquez lo ratificó en una anécdota. Margarita de la Vega, hija de Enrique, se encontró con Gabo en el Hotel Nacional de La Habana. En aquella ocasión el escritor colombiano le pregunto: “Bueno, y ¿qué te pareció el retrato que hice de tu papá en mi novela?” La hija del médico se quedó muy sorprendida.

    En la novela, el doctor Juvenal Urbino, gran conquistador de mujeres, se licencia en París y es la imagen perfecta del hombre moderno. Se trata de un médico que se dedica a curar el cólera en un “moridero de pobres”.

    Juvenal Urbino atiende el caso de Jeremiah de Saint-Amour, que se suicida haciendo en su casa un sahumerio de cianuro de oro. En su tesis, Fernández de la Gala señala que es una descripción tan exacta que parece sacada de un libro de toxicología. En realidad, Gabo recreó la muerte de don Emilio el Belga, un orfebre aficionado, amigo y compañero de ajedrez de su abuelo el coronel Nicolás Márquez. 



    Arriba y abajo: Casa museo de Gabriel García Márquez. Aracataca. 



    Mohammed Tebbal

    Se trata de un médico argelino que García Márquez conoció en París. En plena guerra de Argelia, en una de las numerosas redadas de la gendarmería francesa, confundieron a Gabo con un argelino cuando salía de un café y lo detuvieron. Fue así como conoció a Tebbal en la Gendarmería de Saint-Germain-des-Prés. a partir de entonces García Márquez tuvo una clara simpatía por la causa independentista argelina.

    Según Fernández de la Gala, Tebbal puede identificarse con el personaje del médico Octavio Giraldo de las novelas El Coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, además en el cuento La prodigiosa tarde de Baltazar, obras que escribió en 1962, año de la independencia de Argelia.

    La descripción del físico del Dr. Giraldo en estas obras coincide perfectamente con la del argelino, así como el tema de entregar propaganda clandestina en sus visitas médicas. 

    El padre de Tebbal era diabético (incluso llegó a perder una pierna a causa de la enfermedad). El médico argelino facilitó a Gabo mucha información sobre la diabetes. En la obra de García Márquez se alude a dos técnicas para medir la glucosa (que seguramente usaba Tebbal). Una era una técnica que se usaba en los años 50, en la cabecera del paciente: se calentaba la orina y si desprendía aroma a fruta (debido a los cuerpos cetónicos) se deducía que el diabético estaba descompensado o que había una alta proporción de glucosa en la orina del paciente (reacción de Lieben). La otra era una sencilla técnica de laboratorio: el uso del reactivo de Benedict, también para detectar la glucosa en la orina.

    Tebbal también informó a Gabo de múltiples aspectos médicos del asma, ya que era una de las patologías a la que más se dedicó. Tebbal llegó a ser alcalde de Tlemecén y fundó un hospital para niños asmáticos en esta ciudad. 

    En claro paralelismo, Gabo describe como Octavio Giraldo atiende a la mujer del coronel que tenía asma y a Don Sabas, diabético, además de ser capaz de poner en práctica en el medio rural algunas pruebas analíticas de laboratorio.

    Antonio José Barbosa

    Gabo se inspiró en la figura del doctor Antonio José Barbosa, paisano de Gabo (ambos nacieron en Maracaibo)  y que era médico de Aracataca, para construir el personaje del médico francés de su primera novela, La hojarasca. En opinión de Fernández de la Gala constituye una figura clave para entender no solo la posición preeminente que la medicina y los médicos ocupan en la obra de Gabriel García Márquez, sino también la propia génesis de Macondo como universo literario. 

    En la novela, el médico ya se había retirado, cuando le aparecieron heridos de guerra pidiéndole cura. Ante su negativa, aunque “la vida es la cosa mejor que se ha inventado”, decide suicidarse por haberse vuelto odioso para el pueblo.


    Alket Zekiri: Retrato de Gabriel García Márquez (1975)


    Al parecer, según el testimonio de sus nietos, cuando Gabo acompañó a su madre a vender la casa de Aracataca conoció a Antonio Barbosa y a partir de este encuentro construyó su personaje. 


    Para terminar la revisión de los médicos que desfilan por las páginas de Cien años de soledad, encuentro que el novelista hace referencia a los médicos de la compañía bananera, que dejaban mucho que desear, a tal extremo que los dirigentes sindicales manifestaron su inconformidad. Razón tenían, pues según el narrador 
    “los médicos no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora del color del piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento"

    En la vida real hemos aludido ya a cierta patología dermatológica, entre la que destaca la hidrosadenitis que padeció el escritor. También hay que señalar diversos nevus intraepidérmicos que aparecen en muchas de sus fotografías y retratos. Gabriel García Márquez falleció en 2014 a causa de una recidiva de un linfoma que ya le había sido diagnosticado en 1999.


    Bibliografía
    Arrizabalaga A. Auscultando la obra literaria de Gabriel García Márquez. 28.08.2018 https://www.efesalud.com/garcia-marquez-medicina-obra

    Fernandez de la Gala, J.V. Médicos y Medicina en la obra de Garcia Márquez. Tesis doctoral. Universidad de Cádiz, 2016
    https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=50788

    miércoles, 19 de diciembre de 2018

    Gabriel García Márquez (II): Otras enfermedades








    Oswaldo Guayasamín

    Retrato de Gabriel García Márquez
    (1985)

    Óleo sobre lienzo 71,5 x 58 cm
    Avenida Castellana. Madrid. 





    Hemos comentado en otra entrada del blog los golondrinos que padeció Gabriel García Márquez, una patología que transfirió a Aureliano Buendía, uno de los personajes de la novela Cien años de soledad. 

    Gonorrea

    En otros pasajes de la novela también se alude a la blenorragia, una enfermedad de transmisión sexual que contraen los hermanos José Arcadio Segundo y Aureliano segundo, tras frecuentar a la mulata Petra Cotes.
    “Una mañana (José Arcadio) descubrió que estaba enfermo. Dos días después encontró a su hermano aferrado a una viga del baño, empapado en sudor y llorando a lágrima viva, y entonces comprendió. Su hermano le confesó que la mujer lo había repudiado por llevarle lo que él llamaba una enfermedad de la mala vida. Le contó también como trataba de curarlo Pilar Ternera. Aureliano Segundo se sometió a escondidas a los ardientes lavados de permanganato y las aguas diuréticas, y ambos se curaron por separado después de tres meses de sufrimientos secretos”.
    Probablemente este pasaje también está inspirado en hechos autobiográficos. Gabo tuvo conocimiento de las enfermedades de tranmisión sexual en su juventud y conocía bien la terapia con instilaciones de permanganato potásico. En el momento histórico en el que se sitúa la novela “Cien años de soledad” todavía no habían hecho su aparición los antibióticos.


    Malformaciones

    En la novela Cien años de soledad” también aparecen ciertas malformaciones, como una cola humana:   
    “...una tía de Úrsula (Iguarán), casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con un hachuela de destazar”
    Los personajes de la novela creen que tal monstruosidad era debida a la consanguineidad, por el matrimonio entre primos, que, según ellos, podría dar lugar a engendramientos monstruosos, que incluso podrían ser de iguanas. Por eso Úrsula, en sus últimos días, recomendaba que ningún Buendía se casara con alguien de su misma sangre, porque podrían tener hijos con cola de cerdo. Y era un clarividente consejo, ya que el hijo de Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia, el último de la estirpe de los Buendía, nació con una cola porcina, tal como le había pasado al hijo de una tía de Úrsula. 

    Los embriones humanos están dotados de una cola que mide cerca de un sexto de su tamaño. Cuando llega al estadio de feto, la cola se reabsorbe por el cuerpo en crecimiento. Esta cola vestigial puede en algunos raros casos persistir hasta el nacimiento, dando lugar a "colas blandas" que no contienen vértebras y que están formados por vasos sanguíneos, músculos y nervios. Sin embargo, en casos rarísimos se han descrito restos de cartílago y hasta vértebras. En estos casos se procede a la extirpación quirúrgica tras el nacimiento. Hay casos excepcionales documentados, como e de un niño de 12 años que todavía conservaba una cola de 22 cm. 

    Más frecuente es la llamada cola de fauno, descrita por Jean Darier en 1923, consistente en la hipertricosis localizada en la zona lumbosacra, es decir, a la presencia de un mechón de pelos que recuerda la cola de una cabra o la de un fauno. Aparece en los primeros meses de la vida y puede persistir en la edad adulta. Esta anomalía puede acompañarse de una espina bífida o de alteraciones similares (disrafismo de la columna vertebral) por lo que es conveniente realizar una exploración neurológica o radiológica en este tipo de casos. 


    Figura de cera de Gabriel García Márquez. Museo de Cera. La Habana



    Helmintiasis

    En otro pasaje de Cien años de soledad encontramos la descripción de un caso de parasitosis intestinal causada por Ascaris lumbricoides: 
    "Estos niños andan como zurumbáticos", decía Úrsula. Les preparó una repugnante pócima de paico machacado, que ambos bebieron con imprevisto estoicismo, y se sentaron al mismo tiempo en sus bacinillas once veces en un solo día, y expulsaron unos parásitos rosados que mostraron a todos con gran júbilo, porque les permitieron desorientar a Úrsula en cuanto al origen de sus distraimientos y languideces. 

    Obstetricia

    La patología obstétrica es mencionada en dos ocasiones. La primera es una descripción de una sepsis gravídica, provocada por una ruptura prematura de las membranas ovulares, seguida de infección amniótica y septicemia fulminante: 
    “Una semana antes de la fecha fijada para la boda, la pequeña Remedios despertó a media noche empapada en un caldo caliente que explotó en sus entrañas con una especie de eructo desgarrador, y murió tres días después envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el vientre”

    La segunda patología es la descripción de un sangrado profuso del puerperio inmediato, lo que a veces los obstetras llaman "hemorragia cataclísmica". La descripción que hace Gabo es tan detallada como llena de un poético dramatismo: 
    “Un domingo, a las seis de la tarde, Amaranta Úrsula sintió los apremios del parto. La sonriente comadrona de las muchachitas que se acostaban por hambre la hizo subir en la mesa del comedor, se le acaballó en el vientre, y la maltrató con galopes cerriles hasta que sus gritos fueron acallados por los berridos de un varón formidable (…). 
    (...) "Amaranta Úrsula se desangraba en un manantial incontenible. Trataron de socorrerla con apósitos de telaraña y apelmazamientos de ceniza, pero era como querer cegar un surtidor con las manos (...) (...) Al amanecer del lunes llevaron a una mujer que rezó junto a su cama oraciones de cauterio, infalibles en hombres y animales, pero la sangre apasionada de Amaranta Úrsula era insensible a todo artificio distinto al del amor. En la tarde, después de veinticuatro horas de desesperación, supieron que estaba muerta porque el caudal se agotó sin auxilios, y se le afiló el perfil, y los verdugones de la cara se le desvanecieron en una aurora de alabastro, y volvió a sonreír"
    Por la forma brutal como actuó la comadrona, cabalgando sobre la matriz grávida, es fácil deducir que la causa de la hemorragia fue una ruptura uterina. Por la minuciosidad de la descripción todo hace pensar que Gabriel García Márquez presenció algún caso similar.

    La contracepción también aparece en la novela. Pilar Ternera, la sabia y anciana curandera, recomendaba para evitar los embarazos no deseados “la vaporización de cataplasmas de mostaza” y, en “casos de percances”, misteriosos bebedizos. 


    José Villa Soberón: Escultura en bronce de Gabriel García Márquez en los jardines del Liceo Artístico y Literario en el Palacio del Marqués de Arcos, La Habana Vieja. 



    Cataratas

    García Márquez describe de forma poética y precisa la ceguera producida por las cataratas, así como los remedios populares más usados para combatirlas: 
    “Nadie supo a ciencia cierta cuándo empezó (Úrsula) a perder la vista. Todavía en sus últimos años, cuando ya no podía levantarse de la cama, parecía simplemente que estaba vencida por la decrepitud, pero nadie descubrió que estuviera ciega. Ella lo había notado desde antes del nacimiento de José Arcadio. Al principio creyó que se trataba de una debilidad transitoria y tomaba a escondidas jarabe de tuétano y se echaba miel de abejas en los ojos, pero muy pronto se fue convenciendo de que se hundía sin remedio en las tinieblas, hasta el punto de que nunca tuvo una noción muy clara del invento de la luz eléctrica, porque cuando instalaron los primeros faros sólo alcanzó a percibir el resplandor. No se lo dijo a nadie, pues habría sido un reconocimiento público de su inutilidad. Se empeñó en un callado aprendizaje de las distancias de las cosas, y de las voces de la gente, para seguir viendo con la memoria cuando ya no se lo permitieran las sombras de las cataratas”

    Gabriel García Márquez recogiendo el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo (1982)


    Venenos 


    En El amor en los tiempos del cólera García Márquez hace una magistral descripción del envenenamiento con cianuro. En Cien años de soledad menciona, aunque sucintamente, el envenenamiento con nuez vómica y su tratamiento:
    "El coronel Aureliano Buendía no había pedido café, pero ya que estaba ahí, se lo tomó. Tenía una carga de nuez vómica suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Úrsula se lo disputó a la muerte. Después de limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en frazadas calientes y le dio claras de huevos durante dos días, hasta que el cuerpo estragado recobró la temperatura normal. Al cuarto día estaba fuera de peligro”.
    Recordemos que la nuez vómica es la semilla tóxica de un árbol loganiáceo, el Strychnos nux vomica, que contiene varios alcaloides, entre ellos la estricnina y la brucina, ambos de gran toxicidad. La estricnina, en dosis tóxicas produce convulsiones, en las que el cuerpo se arquea en hiperextensión, como en el caso del tétanos (opistótonos). Todos los músculos voluntarios están en contracción total, y muchas veces la lengua queda aprisionada entre los dientes, fenómeno que García Márquez describe muy acertadamente (“estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes”). Es bastante probable que Gabo se documentara en algún tratado de toxicología, por su minuciosa descripción. 


    Terapéutica
    En la obra de García Márquez aparecen también numerosos remedios y apuntes sobre el tratamiento de las enfermedades. En Cien años de soledad, Úrsula Iguarán parece heredar remedios de los indios wayuu que habitan en La Guajira. La familia del coronel Márquez, abuelo de Gabo procedía de La Guajira y tenía conexiones indígenas. Muchos de estos remedios Wayuu se transmitían oralmente y García Márquez los puso por escrito.

    En Memorias de mis putas tristes hay un personaje que dice que a pesar de que su pelo ya está gris, lo conserva porque de pequeño, para quitarse los piojos, utilizaba un remedio conocido como Jabón del perro agradecido. Este remedio corresponde a una marca comercial real. 

    Gabriel García Márquez en su magistral obra El General y su laberinto relata como el doctor Révérend recetó un emplasto vesicante de cantáridas a Simón Bolívar, para tratar un catarro, con cinco parches en la nuca y uno en la pantorrilla. Probablemente ésta fue la causa de la muerte del libertador. 

    En Cien años de soledad, aparecen, por ejemplo, la gomara, el agua de florida, el ácido fénico, incluso alguno con su nombre comercial. También aparecen gran cantidad de plantas, como los famosos glóbulos homeopáticos, que usaba el padre de Gabo, que era médico homeópata.

    martes, 18 de diciembre de 2018

    Gabriel García Márquez (I): Los golondrinos del coronel







    Fernando Botero

    El coronel Aureliano Buendía
    (1975)

    Ilustración para un libro de 
    Gabriel García Márquez





    Gabriel García Márquez (1927-2014) fue un escritor, guionista, editor y periodista colombiano, considerado uno de los mejores escritores en español del s. XX. Recibió muchos premios y galardones entre los que destaca el Premio Nobel de Literatura en 1982. 

    Conocido también como Gabo (o incluso Gabito en su círculo íntimo) está considerado como uno de los más destacados representantes del realismo mágico, una corriente literaria en la que sobresale su novela “Cien años de soledad”, considerada una de las obras más importantes de la literatura hispánica de todos los tiempos. 


    Gabriel García Márquez
    Uno de los personajes de esta obra es el coronel Aureliano Buendía, que promovió 32 guerras civiles y las perdió todas. Escapó a 14 atentados a 73 emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carta de estricnina en el café que habría bastado para matar a un caballo. Es el personaje más lúcido de la novela Cien años de Soledad. El coronel, que tuvo 17 hijos de 17 mujeres distintas, huye de su soledad sabiendo que la única libertad es el compromiso sin medida a pesar de la paranoia del absurdo que aflora siempre en las mezquindades humanas.

    Finalmente, harto de tanta batalla, Buendía se retira a Macondo, a la vieja platería donde de joven había aprendido a forjar pescaditos de oro, lugar en el que su soledad, implacable, se hace evidente tanto para él como para los que lo rodean.

    En la novela se describe como Aureliano Buendía padecía una hidrosadenitis supurativa, enfermedad conocida popularmente como “golondrinos”. Se trata de una infección profunda de las glándulas sudoríparas apocrinas, por lo que suele afectar las zonas de distribución de éstas (axilas, ingles y zona perianal, ocasionalmente la zona areolar mamaria) y que provocan dolorosos abscesos, que en ocasiones requieren ser desbridados. La supuración de estas lesiones se acompaña frecuentemente de un desagradable olor, que contribuye a aumentar la preocupación del paciente y que incluso puede llegar a  provocar cierta marginación social


    Cubierta de "Cien años de soledad", edición
    conmemorativa de la RAE (2017) 
    El nombre de golondrinos proviene de la postura con los brazos abiertos que generalmente se adopta en estos casos, a causa del dolor y la gran inflamación axilar, y que recuerda las alas extendidas de las golondrinas. Así encontramos al coronel Buendía en algunos pasajes de “Cien años de soledad”, como cuando recibe una visita de su madre, Úrsula, en la cárcel:
    "Encontró al coronel Aureliano Buendía en el cuarto del cepo, tendido en un catre y con los brazos abiertos, porque tenía las axilas empedradas de golondrinos". 
    (...)
    "Úrsula se mordió los labios para no llorar.


    -Ponte piedras calientes en los golondrinos -dijo.

    Dio media vuelta y salió del cuarto. El coronel Aureliano Buendía permaneció de pie, pensativo, hasta que se cerró la puerta. Entonces volvió a acostarse con los brazos abiertos".

    Más adelante encontramos otros pasajes en el que se refiere a las aparatosas cicatrices que suele dejar la hidrosadenitis:
    El sudor pegajoso de la siesta indeseable revivió en sus axilas las cicatrices de los golondrinos.”

    “El coronel Aureliano Buendía llegó en una mula embarrada. Estaba sin afeitar, más atormentado por el dolor de las golondrinos que por el inmenso fracaso de sus sueños” 
    Busto de Gabriel García Márquez. Ransom Center.
    University of Texas and Austin

    En la novela, el médico personal del coronel procedió a extirparle los golondrinos. Tras esta intervención lo auscultó y, a instancias de Aureliano, le pintó un círculo en el pecho con un algodón yodado para que supiera cuál era el sitio exacto del corazón. Después que el coronel se rindiera, al frente de sus tropas, ante los delegados del gobierno, se retiró a una tienda de campaña, donde se disparó un tiro de pistola en el círculo que le había pintado su médico, con tan buena fortuna que el proyectil le atravesó el tórax sin herir ningún centro vital. Este pasaje parece inspirado en el suicidio del poeta bogotano José Asunción Silva, relatado por su médico José Evangelista Manrique, que realizó el mismo disparo suicida aunque con diferente desenlace, ya que Silva falleció a consecuencia del tiro fatal.

    La descripción de los golondrinos del coronel no es casual. Gabriel García Márquez sufrió esta enfermedad durante cinco años, con graves molestias. Recurrió infructuosamente a todo tipo de tratamientos: antibióticos, vacunas, autohemoterapia (inyección de la propia sangre en otro lugar del cuerpo), desbridamientos quirúrgicos, extirpaciones... El novelista, desesperado, acudió a Nueva York para encontrar solución a su problema. Pero fue en vano. Durante cinco años no hubo nada que hacer. Los golondrinos mejoraban o desaparecían, pero acababan recidivando. En aquel momento, el novelista estaba escribiendo Cien años de soledad, y pensó en el coronel Aureliano Buendía, un personaje al que detestaba especialmente. Márquez quería “castigarlo” con una enfermedad que le hiciera sufrir sin matarlo, y a modo de venganza le puso los golondrinos que tantas molestias le causaban a él mismo (ya es sabido que consideramos que la peor enfermedad es la que padece uno mismo). 

    Curiosamente, desde el momento en que el coronel Aureliano Buendía heredó los dichosos golondrinos, a Gabo se le quitaron. Como si hubiera sido un sortilegio de realismo mágico. Así lo recuerda Eligio, hermano del escritor, en el libro "Tras las claves de Melquíades" (2001), en el que describió el proceso creativo de la novela.