miércoles, 6 de octubre de 2021

Autoinoculación y experimentación








Anónimo

Daniel Alcides Carrión
(circa 1885)

Fotografía en Blanco y Negro
Archivo




Daniel Alcides Carrión (1857-1885) fue un estudiante de Medicina que decidió experimentar sobre la verruga peruana, una enfermedad frecuente en ciertas áreas del Perú, Ecuador y Colombia. La enfermedad, causada por Bartonella bacilliformispresenta clásicamente dos fases clínicas: una fase conocida como fiebre de la Oroya, caracterizada por fiebre y anemia severa de tipo hemolítico, y una fase tardía conocida como la verruga peruana, en la que el paciente desarrolla erupciones dermatológicas. En plena época de los descubrimientos bacteriológicos, Carrión decidió comprobar la transmisibilidad de la enfermedad y si la fiebre de Oroya era una sola enfermedad o eran dos. Para ello decidió inocular material patológico de las lesiones cutáneas a a su propia piel. Lamentablemente, Carrión contrajo la enfermedad y murió a consecuencia de ella poco después. 

La experiencia de Carrión no ha sido el único episodio de autoinoculaciones en la Historia de la Medicina. Sería largo y prolijo mencionar todos los que la practicaron. Tal vez podríamos recordar el famoso esperimento de John Hunter, que se autoinoculó pus de la uretra de un blenorrágico en su propia uretra, en un intento de dilucidar si la sífilis y la blenorragia eran la misma enfermedad (como sostenían los unicistas) o dos enfermedades diferentes (como sostenían los dualistas). Lamentablemente el blenorrágico elegido por Hunter sufría también la sífilis y el ilustre cirujano contrajo ambas enfermedades. Este experimento fallido fue esgrimido por los unicistas durante años y "el mal venéreo" se consideró una sola enfermedad durante 80 años más.  

Robert Remak (1815-1865) fue un polaco judío que trabajaba en el equipo de Schönlein, en la Universidad de Berlín en los años 30-40 del s. XIX, un tiempo en el que todavía no se habían descubierto las primeras bacterias. En aquella época era muy frecuente la tiña fávica o favus que afectaba es pecialmente a los niños. Para hacernos una idea de su alta incidencia recordaremos que entre 1807 y 1828 se habían diagnosticado más de 25.000 casos en los hospitales de París. Remak, examinó una de las costras de favus de un niño y observó "cuerpos esféricos y fibras ramificadas". Decidió entonces intentar su cultivo en diferentes medios: carne, pus, suero, agua azucarada y en rodajas de manzana. En la manzana crecieron algunas colonias al cabo de 6 días, y Remak tras dibujar su aspecto, procedió a autoinocular este material en su propio antebrazo. Al cabo de unos días una lesión de favus le había aparecido en el brazo. Fue la primera demostración de un hongo microscópico productor de enfermedad.  




Robert Remak (1815-1865) 


Otro famoso investigador fue el zoólogo Fritz Schaudinn (1871-1906) uno de los descubridores del treponema de la sífilis. Años antes se había autoinoculado Entamoeba histolytica con el fin de establecer diferencias entre la especie E. histolytica, patógena para humanos, y Entamoeba coli, un comensal que ahora se denomina Entamoeba disparPara llegar a esta conclusión se apoyó en repetidas autoinoculaciones de quistes infecciosos, que acabaron produciéndole disentería.


Fritz Schaudinn (1871-1906)

También en Cuba, a finales del s. XIX, el médico militar norteamericano Walter Reed (1851-1902) se autoinoculó e inoculó a sus colaboradores la fiebre amarilla, que llegó a causar  la muerte de uno de sus ayudantes, Jesse William Lazear. 



El médico militar estadounidense Walter Reed (1851-1902)



En fin, los casos de autoinoculación fueron muy comunes en el s. XIX. Ante la dificultad de tener modelos animales para varios grupos de enfermedades, la experimentación en seres humanos se hizo necesaria, incluyendo la autoinoculación de los investigadores. Tanto es así que en los Congresos de Dermatología no eran raras las escenas de los asistentes arremangándose las mangas para mostrar sus brazos desnudos en los que se habían inoculado tal o cual enfermedad, compitiendo febrilmente para demostrar su transmisibilidad. 


Ahora el tema de las autoinoculaciones vuelve a estar de actualidad y es practicado por algunos investigadores que esperan comprobar los efectos de presuntas vacunas para la Covid-19. 

Johnny Stine es biólogo y director de una empresa de biotecnología en Seattle. Pretende haber obtenido una vacuna con la secuencia genética de una proteína presente en la superficie del coronavirus SARS-CoV-2 en una solución salina. Al principio del mes de abril, cuando la pandemia llegó a la costa americana Stine anunciaba en Facebook que habia conseguido "multiplicar por cinco" sus defensas inmunitarias gracias a su propia vacuna casera. A cambio de 400€ consguió inocular su vacuna experimental en unos 30 voluntarios. 

Perseguido por las autoridades locales, alegó haber realizado contratos por los que se gratificaba a los voluntarios. Intervino entonces la FDA que lo acusó de haber "inducido a error" al público respecto a la eficacia de su producto. 

Otra vacuna, la Rapid Deployment Vaccine Collaborative (RaDVaC) ha reunido un grupo de médicos y científicos de Harvard apareció desde el mes de marzo 2020 con la idea de aportar una vacuna rápida contra el virus SARS-CoV-2. Desde finales de abril, esta vacuna en forma de spray nasal fue probada por todos los colaboradores y los familiares de los mismos que se prestaron al experimento. Según una publicación aparecida en la revista tecnológica del MIT, la vacuna está compuesta por
"fragmentos de patógeno, como pequeños trozos de     proteína que corresponden en parte, al SARS-CoV-2, pero que no eran capaces de desencadenar la enfermedad por sí mismas"
Según uno de sus promotores, Preston Estep, los únicos efectos secundarios observados fue dolor de cabeza y nariz tapada. 

Aparte de condicionantes éticos, desde un punto de vista legal la práctica de la autovacunación no es ilegal en los EEUU (aunque sí lo es la vacunación de familiares). De todos modos, la práctica es vista con malos ojos por las autoridades sanitarias y por la mayoría de la comunidad científica. Además, el anuncio prematuro de una vacuna, antes de ser adecuadamente comprobada puede crear falsas expectativas y puede causar un cierto relajamiento de los gestos preventivos (distancia social, lavado de manos y mascarilla) que, hasta ahora son las únicas medidas conocidas de evitar contagios. 




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