Crema y polvo Tho-Radia (1920-1930) Cartel publicitario. Papel impreso. Colección particular |
La imagen de inicio de esta entrada es un cartel publicitario de los cosméticos Tho-Radia, elaborados a base de torio y radio radiactivos. Estaba fabricada bajo los auspicios de un supuesto Alfred Curie (nombre ficticio que jugaba con el equívoco del apellido de Madame Marie Curie, que acababa de descubrir la radiactividad hacía pocos años).
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El Radio en los productos cosméticos prometía ser una gran innovación. En los glamourosos años 1930, las mujeres querían ser el centro de atención de todas las miradas. De la noche a la mañana, el mercado se llenó de cosméticos y cremas que contenían radio y que prometían aumentar efectos maravillosos. Su contenido en sustancias radioactivas confería a la piel una luminiscencia mágica, que relucía en la oscuridad.
Los polvos y cremas no eran los únicos cosméticos a base de sustancias radiactivas. Existían lápices, coloretes, dentífricos y jabones a base de radio para que la hermosura pudiera apreciarse aún en la penumbra. Los fabricantes de estos cosméticos, para incrementar todavía más su atractivo, prometían también unos supuestos efectos “curativos”. El desconocimiento del público sobre la acción de los compuestos radiactivos hacía que creyeran en unos efectos mágicos, casi milagrosos. Eran aconsejados incluso para el tratamiento de la caída del cabello (aunque lo cierto es que producían una alopecia en muy poco tiempo).
Los polvos y cremas no eran los únicos cosméticos a base de sustancias radiactivas. Existían lápices, coloretes, dentífricos y jabones a base de radio para que la hermosura pudiera apreciarse aún en la penumbra. Los fabricantes de estos cosméticos, para incrementar todavía más su atractivo, prometían también unos supuestos efectos “curativos”. El desconocimiento del público sobre la acción de los compuestos radiactivos hacía que creyeran en unos efectos mágicos, casi milagrosos. Eran aconsejados incluso para el tratamiento de la caída del cabello (aunque lo cierto es que producían una alopecia en muy poco tiempo).
Dentífrico Doramar, a base de radio. La sonrisa más brillante |
Otros productos eran los dedicados a la higiene bucal. Por ejemplo, la pasta de dientes Doramar, a base de torio radiactivo. Fue comercializada durante la II Guerra Mundial por la casa Auergesellschaft de Berlín. Como reclamo publicitario, sus fabricantes aseguraban a los usuarios una sonrisa “radiante”. En el dorso del tubo dentífrico se podía leer lo siguiente: “la radioactividad incrementa las defensas de los dientes y las encías”.
Radiendocrinator. Un artilugio con material radiactivo para la disfunción eréctil |
Lo mismo sucedía con remedios que prometían unos efectos mágicos, como el Radiendocrinator. Era una cajita conteniendo material radiactivo que fabricaban unos supuestos Laboratorios Endocrinos Americanos, y estaba recomendado para mejorar la salud de los varones. Es decir, para la disfunción eréctil. Según las instrucciones, el artilugio debía colocarse sobre los testículos (!!!) para producir el beneficio esperado. Se recomendaba llevarlo en el bolsillo o colocarlo bajo el escroto durante la noche.
Preservativos Nutex, a base de radio |
Las supuestas virtudes de la radiactividad también alcanzaron a los condones. Una de las marcas era Nutex. Gracias al radio que contenían se les atribuían maravillosos efectos sobre la potencia eréctil de quien los usaba.
Seguramente tuvieron mucho éxito entre un sector del público siempre predispuesto a la credulidad sobre afrodisíacos y estimulantes del vigor sexual.
La radiactividad se aplicó a multitud de productos cosméticos y supuestamente terapéuticos. |
También se usó la radiactividad en muchos productos con supuestas virtudes terapéuticas: agua radiada, gotas... e incluso pastillas de chocolate enriquecidas con compuestos radiactivos. Estaban fabricadas por la casa Burk & Braun, y se vendieron en Alemania entre 1931 y 1936 anunciando sus supuestos poderes rejuvenecedores.
Un anuncio de un vigorizante a base de radio |
Uno de los usuarios más famosos de Radithor fue Eben Byers, un industrial de Pittsburgh y golfista aficionado muy famoso en aquel tiempo. Byers se había roto un brazo y comenzó tomando Radithor en la creencia que sería beneficioso en su proceso de recuperación. Tras su curación siguió consumiendo grandes cantidades de RadiThor. Al parecer llegó a tomar una o dos botellas al día durante más de tres años, convencido del efecto benéfico de la fórmula.
Evidentemente los efectos adversos de la radiactividad no tardaron en manifestarse. El radio ingerido se depositó en el tejido óseo. Con el tiempo Byers acumuló una enorme dosis de radiación. Se produjeron perforaciones en su cráneo, en su mandíbula y sufrió otras muchas enfermedades, falleciendo en 1932.
El caso de Byers se hizo público y fue una lección para todos. Pero también fue una vergüenza para las autoridades, quienes no habían informado de manera adecuada los posibles peligros del radio. De hecho, la comunidad médica había estado estudiando los efectos sobre la salud del radio desde su descubrimiento por Marie y Pierre Curie en 1898.
Durante años, se utilizaron estos productos de manera inconsciente hasta que empezaron a morir los primeros afectados: trabajadores que morían en apenas unos meses o víctimas de sus propias invenciones a las que el cáncer devoraba los huesos. Para algunos, el descubrimiento de los letales efectos del radio llegó demasiado tarde. Aunque de estos perjuicios y del juicio que causaron trataremos en otra entrada del blog.
Durante años, se utilizaron estos productos de manera inconsciente hasta que empezaron a morir los primeros afectados: trabajadores que morían en apenas unos meses o víctimas de sus propias invenciones a las que el cáncer devoraba los huesos. Para algunos, el descubrimiento de los letales efectos del radio llegó demasiado tarde. Aunque de estos perjuicios y del juicio que causaron trataremos en otra entrada del blog.
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