miércoles, 6 de mayo de 2015

Piel blanca, piel morena (y II)





 Josep de Togores
(1893 - 1970) 

Pareja en la playa  
(1922)

Óleo sobre lienzo. 89,5 x 116 cm.
Museo Reina Sofía, Madrid  




Planteábamos en un post anterior el hábito de broncear la piel. Veíamos que hasta tiempos recientes se valoraba la blancura de la piel y no el color atezado. ¿Por qué ahora se considera el moreno como un requisito indispensable de hermosura? ¿Desde cuándo está de moda estar moreno? ¿Por qué, a pesar de los notables efectos sobre el envejecimiento cutáneo y el riesgo de cáncer cutáneo cuesta tanto moderar este hábito?

Hasta principios del s. XX la belleza se asociaba al color blanco de la piel. A nadie se le pasaba por la cabeza que una mujer hermosa estuviese bronceada. De este hecho encontramos numerosas muestras no sólo en el arte, sino también en la literatura. Las descripciones de mujeres atractivas solían ir unidas a la afirmación de que "su piel era blanca como la leche".

La razón de este criterio estético era básicamente socio-económico. En el s. XIX (y anteriores) la piel morena era privativa de clases populares, que ganaban su sustento segando en el campo, o en las labores de pesca. Las mujeres también tomaban parte activa en estas labores, reparando redes al sol, llevando el pescado en cestas, recolectando frutos o colaborando en actividades agrarias. Su piel, expuesta continuamente al sol estaba morena, llena de arrugas y envejecida prematuramente. Lo que el dermatólogo Unna denominaba Seemann Haut und Landmann Haut (piel de marino y de campesino), ya que en su tiempo, solamente estas profesiones estaban expuestas de forma crónica al sol.

En cambio, en aquella época, las clases altas escapaban del sol. Las señoritas de buena familia no trabajaban al aire libre. Sus actividades solían limitarse a bordar o a tocar el piano en el interior de las casas. Incluso en sus paseos solían protegerse con sombreros y sombrillas, como podemos ver en algunos cuadros de Claude Monet y de John Singer Sergent. Su piel estaba blanca, acorde al ideal de belleza dominante. Por cierto que la expresión "sangre azul" referida a las familias reales surgió de esta absoluta blancura de la piel, que frecuentemente dejaba entrever algunos vasos sanguíneos (visibles de color azulado) en las sienes o en el dorso de las manos de las aristócratas. 



Claude Monet. Paseo con sombrilla (1886) 
John Singer Sergent: Paseo matinal (1888) 
















Pero tras la Primera Guerra Mundial la sociedad cambió. Muchos hombres partieron a la guerra, y las mujeres se incorporaron masivamente al trabajo en las fábricas. Su labor transcurría pues lejos de la luz del sol, solamente iluminadas por la luz artificial de las naves industriales. Las obreras tenían la tez pálida y no tenían tiempo para el bronceado. 


La modista Gabrielle Coco Chanel (1883 - 1971)
contribuyó considerablemente a la moda del bronceado. 

La nueva situación comportó un cambio importante. Si la clase obrera tenía la piel blanca ¿cómo se iban a distinguir las damas de la burguesía? La respuesta llegó de la mano de una nueva moda, impulsada entre otras por la estilista Gabrielle Coco Chanel (1883 - 1971): la nueva mujer de clase alta en el s. XX era una mujer libre y deportiva, que jugaba al tenis, al golf o practicaba la equitación. Llevaba pantalones, fumaba e iba a la playa. Una mujer equiparada en hábitos con el hombre, pero que no necesitaba trabajar en fábricas y talleres. Demostraba su ocio acomodado con su piel bronceada, fruto de sus múltiples actividades al aire libre. Así pues, lucir la piel morena era un evidente marcador social, una nueva estética de las clases dominantes económicamente. 

Fernando Botero: La playa. 
 


La población suele imitar lo que hacen las clases altas. Además ponerse moreno, en muchos países era fácil y barato. La nueva estética se impuso con rapidez y pronto cundió la obsesión por el moreno. Broncearse rápido, a toda costa, recurriendo frecuentemente a aceites y cremas que no sólo no protegían, sino que ampliaban la acción de los rayos del sol. La adicción al sol fue la norma general. Las playas se llenaron, el turismo se desplazó en una búsqueda de sol y las horas de máxima afluencia fueron precisamente las horas centrales del día cuando hay más radiación ultravioleta. Estar moreno era propio de "gente guapa", y se olvidó la vieja estética de la piel blanca y aporcelanada. Incluso apareció una nueva enfermedad mental, la obsesión enfermiza por el moreno radical (cuánto más, mejor) a toda costa. En paralelismo con la obsesión por la delgadez extrema (anorexia) se ha venido en denominarla como tanorexia (de la palabra tan, que designa el bronceado en inglés). 



Apología del bronceado en los años 40:
"me pongo morena cinco veces más rápido..."
El bronceado como objetivo necesario:
"En tres días estarás tan morena como yo"





















El arte también nos ha dejado constancia de este hábito.  Hemos elegido una obra de Josep de Togores (1893 - 1970) que deja constancia de la práctica del bronceado. Una pareja, abrazándose en la playa, bajo el sol, podría ser un buen ejemplo de este culto solar, que ha caracterizado al s.XX y de momento, a lo que llevamos de s.XXI. También aportamos un cuadro de Fernando Botero, testigo de esta escena cotidiana de nuestro tiempo, una mujer tumbada al sol, al borde del mar. 

Las consecuencias del desaforado culto al sol son de todos conocidas: envejecimiento precoz, piel manchada y arrugada y aumento de los casos de cáncer y precáncer cutáneo. A pesar de que cada día nos llegan alarmantes noticias de los perniciosos efectos de la prolongada exposición solar, no parece que esta tendencia vaya todavía por camino de disminuir. 


Verano, por Joaquín Sorolla: 



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