martes, 17 de marzo de 2015

La repulsiva dermatosis de Tiberio








 Autor desconocido
(s. I d.C.) 

Cabeza de Tiberio 

Escultura en mármol. 
Museo de Trípoli, Libia  



Tiberio (nacido Tiberio Claudio Nerón, 42 a.C - 37 d.C.) fue el segundo emperador del Imperio Romano  (14 d.C. - 37 d.C.). Perteneció a la dinastía Julio-Claudia. Era hijo de Tiberio Claudio Nerón y de Livia Drusilla. Su madre Livia se  divorció cuando él tenía nueve años y se casó con el emperador Augusto (39 a.C), por lo que Tiberio pasó a ser miembro de la familia imperial, y tras las continuas intrigas de Livia, fue nombrado heredero por Augusto y lo sucedió a su muerte. 

Tiberio realizó una brillante carrera militar, consolidando la frontera norte del Imperio. Sin embargo fue un gobernante oscuro, recluido y solitario (tristissimus hominum, el más triste de los hombres, como lo llamaba Plinio) que gobernó con crueldad y tiranía.


Escultura de Tiberio (detalle) 
Museo Arqueológico Nacional. Madrid. 


Tácito nos describe a Tiberio ya a avanzada edad, cuando  se disponía a abandonar Roma para instalarse en Capri (Tácito 107, IV, 57).  

Comenta que era calvo y que llevaba el rostro lleno de úlceras que intentaba disimular con emplastos. No es fácil conocer a ciencia cierta la naturaleza de esta enfermedad cutánea. Al parecer era el período final de unos tumores que le llenaban el rostro desde joven (Suetonio). Es posible que se tratara de una enfermedad contagiosa de la piel, que Plinio llamaba mentagra y que causó una epidemia entre la alta sociedad romana (Plinio, 80, XXVI, 3). El naturalista comenta que era una enfermedad no mortal, de evolución lenta y tan repugnante que los que la sufrían hubieran preferido la muerte.

Esta afección puede explicar el carácter retraído y agresivo del emperador, que rara vez se mostraba en público. En su vejez, su aspecto repulsivo le avergonzaba  (Tácito, 107, IV, 57).


Cabeza de Tiberio. Museo de Trípoli (Libia) 



Tiberio hizo venir a médicos de Egipto y de tierras lejanas a tratar su mal. Le practicaron muchas cauterizaciones, tan profundas que el hierro candente llegaba hasta el hueso, dejando úlceras, costras y cicatrices que empeoraban todavía más su aspecto. Estos tratamientos eran muy caros. Sabemos que uno de los patricios afectados de este mal, Manillo Cortuno, tuvo que pagar al médico egipcio que lo trató 200.000 sestercios (Plinio 80, XXIX, 5). 

No es fácil conocer a ciencia cierta la naturaleza de esta enfermedad cutánea. En síntesis sabemos que no era una enfermedad mortal, que era de curso tórpido y crónico, con formación de costras cenicientas y que podían transmitirse por el beso o el contacto directo. Estos datos nos podrían hacer pensar en una forma de impétigo o en una tiña, aunque no acaba de encajar plenamente en la clínica. Marañón llegó incluso a pensar en una sífilis (aceptando así el origen precolombino de esta enfermedad) o en una lepra  (Véase: Marañón G. Tiberio. Historia de un resentimiento).


Escultura de Tiberio, divinizado. 
Museo Arqueológico Nacional. Madrid. 


El mal de Tiberio fue una enfermedad legendaria, que sería evocada por muchos de quienes se refirieron a él con posterioridad, como Juliano el Apóstata. 

Una poética leyenda cristiana medieval sostenía que el César fue curado de sus repugnantes pústulas por el contacto con el velo de la Verónica, que habría ido a Capri con el paño con el que secó el rostro de Jesús (que había sido crucificado seis años antes de la muerte del emperador), obrando así el milagro que no habían conseguido los tratamientos médicos. 





No hay comentarios: