viernes, 4 de octubre de 2019

Tomás Carrera, un precursor de la Dermatología: (II) El Tratado. Los flemones.






Tomàs Carrera Amanrich, med.

Affectus cutanei
 (1748)

Manuscrito firmado 
Colección del Dr. Jacques Chevalier
(reproducido en su libro de 2003)





Clásicamente se considera que la Dermatología científica propiamente dicha surge en los años de paso del s. XVIII al  XIX, cuando, de forma separada e independiente Joseph Jakob Plenck en Viena, Robert Willan en Londres y Jean-Louis Alibert en París proponen una clasificación de las enfermedades de la piel. Efectivamente, una de las características del método científico es la clasificación, la sistematización, y hasta que ésta no se produce no puede hablarse de ciencia plena. La clasificación se hizo en algunos casos inspirándose en la tarea previa de los botánicos como Linneo o Buffon, que ya habían empezado a ordenar las plantas. 

Pero con anterioridad a estas clasificaciones “more botanico” durante el s. XVIII aparecen algunos libros dedicados a la patología cutánea. En estas publicaciones ni se hace ni se intenta una real clasificación. Las enfermedades se comentan en capítulos separados, sin un eje vertebrador concreto. Es por eso que estas aportaciones se consideran proto-dermatológicas ya que no intentan una real sistematización. De toda manera aportan descripciones clínicas y consejos terapéuticos que pueden ser de interés, y que nos dan mucha información sobre la patología y los conocimientos médicos de la época. Este es el caso de la obra de Carrera. 


El título del libro es Tractatus duo patologici, nempé de morbis puerorum et de morbis cutaneis: es decir, enfermedades infantiles y de la piel. Se trata de una obra casi desconocida por los dermatólogos y que ha sido ignorada hasta la fecha. Y en cambio es uno de los primeros libros de enfermedades cutáneas, publicado en Amsterdam el 1760 en la imprenta Fratrum de Tournes. Bajo el título figura la frase Auctore medico Monspesilensi in Praxi Felicissimo, dejando claro que es obra de un médico de Montpellier. 

A causa de esta firma un tanto críptica, algunos autores han cuestionado la autoría de Carrera. Pero el Dr. Jean Chevalier de Lyon posee un manuscrito en el que figura claramente la firma de Carrera Amanrich med. delante y detrás de la obra, con la fecha de 1748, lo que aumentaría la antigüedad del tratado y lo haría remontar a 12 anys antes (véase la imagen con la que iniciamos hoy esta entrada). El manuscrito de Chevalier se corresponde exactamente con la impresión de 1760, demostrando que el libro es obra de Tomàs Carrera, ya que firma con los apellidos paterno y materno siguiendo la costumbre catalana. 

El libro comienza distinguiendo las enfermedades exclusivas de la piel y las que afectan al mismo tiempo a la piel y a los órganos internos. El autor indica que se limitará a comentar las que son más frecuentes o más graves.


Fachada de la Universidad de Montpellier, anexa a la catedral de la ciudad

Dedica un extenso capítulo primero al flemón, intentando explicar su fisiopatología.

- Dentro de los flemones, el autor considera diversos procesos: Uno de ellos es el forúnculo, del que dice que conviene favorecer la supuración y ayudar al drenaje, bien con cirugía o aplicando diversas fórmulas. Algunos componentes son curiosos: babosas, higos secos o pez de barco. Hoy sabemos que en la composición de la baba de caracoles y babosas hay alantoína y ácido glicólico, que pueden disolver parcialmente la capa córnea. Esta propiedad hace que se use actualmente en la composición de algunos cosméticos. Los alquitranes de los barcos han sido usados también como reductores hasta hace algunas décadas. El libro recomienda prudencia al aplicar estas substancias, ya que pueden causar irritaciones.

- Otra patología englobada en los flemones o inflamaciones es el panadizo. Alerta de las complicaciones, que podíen ser graves en aquel tiempo. Si no cede con tratamientos tópicos hace falta recurrir a la cirugía para drenar el pus, aplicando después cataplasmas de opio para calmar el dolor. 

- Siempre dentro del apartado de los flemones, considera el carbunco, que debía ser frecuente en la época. Naturalmente todavía no conoce el agente causal, pero destaca el papel que tienen los animales muertos por carbunco en su transmisión, y propone la cauterización de la lesión con hierro candente.

-  Del absceso dice que puede fistulizar. Recomienda explorar las fístulas con una sonda, para ver su recorrido, y seccionar las partes corrompidas (necróticas), seguido de aplicación de piedra cáustica o infernal (el nombre con el que se conocía entonces al nitrato de plata). Si con eso no era suficiente, hay que recurrir al cauterio y administrar narcóticos para mitigar el dolor.


Para acabar el capítulo, dedica un par de artículos finales a las complicaciones más temidas: la gangrena y el esfacelo. Del esfacelo da también el nombre griego, necrosis, mucho más cercano a la nomenclatura actual.


Cauterios del s. XVIII. Museu Pere Virgili. Vilallonga del Camp. 

El segundo capítulo, trata de la erisipela. Describe el eritema intenso, el dolor y la fiebre, destacando la tendencia a invadir zonas vecinas, sin supurar nunca. Advierte de su gravedad, y de que puede llegar a producir la muerte.


Las quemaduras se clasifican, como actualmente, en tres grados. Propone el uso de emolientes como aceite de oliva y aceite de almendras dulces.

En otra entrada seguiremos comentando otros aspectos de este tratado. 





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