jueves, 11 de julio de 2019

Carlos II (I): una infancia enfermiza







Juan Carreño de Miranda

Retrato de Carlos III 
 (1675)

Óleo sobre lienzo. 201 x 141 cm
Museo del Prado, Madrid 




Carlos II (1661-1700) era hijo de Felipe IV (1605-1665) y Mariana de Austria (1634-1696), y fue el último monarca de la dinastía hispánica de los Habsburgo. Al morir sin hijos, dio lugar a la guerra de Sucesión y tras esta, al reinado de Felipe V, que instauró la dinastía borbónica.

Carlos II nació el 6 de noviembre de 1661, cinco días después de la muerte de su hermano Felipe Próspero, siendo inmensa la alegría en la corte. La Gaceta de Madrid daba la noticia así: 
 “...un robusto varón, hermosísimo de facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”.
Pero la identidad sexual del recién nacido no quedaba tan clara, y suscitaba algunas dudas. En una carta al embajador de Viena, Pötting, se comentaba: 
Dicen claramente, entre otras cosas, que no creen tenga España un príncipe, porque no es varón sino hembra”.
Y tampoco era tan sano, a juzgar por un informe enviado a Luis XIV, rey de Francia: 
“El príncipe parece extremadamente débil, tiene en las dos mejillas una erupción de carácter herpético, la cabeza está cubierta de costras, se le ha formado debajo del oido derecho una especie de canal o desagüe que supura. De esto último nos hemos enterado por otros conductos, ya que un gorrito hábilmente puesto, impide ver esa zona”.
Un retrato idealizado de Carlos II
Efectivamente, la infancia del príncipe Carlos no se caracterizó por la buena salud.  Con un año de edad, tenía erupciones cutáneas, supuración bajo el oído derecho, diarreas de repetición, y las fontanelas abiertas, que no se cerraron hasta los 3 años, edad en la que todavía no era capaz de mantenerse en pie. Hasta los 6 años no pudo andar e incluso hasta los 9 años lo hacía con bastante dificultad. Su alimentación era exclusivamente de teta hasta casi los 4 años. Fue amamantado por 14 nodrizas, que se iban relevando a causa de los mordiscos que recibían en los pezones. Como que Carlos subió al trono en 1665, siendo todavía un niño de 3 años, resultaba indecoroso que siguiera mamando y eso hizo conveniente suspender la lactancia. 


Carlos tuvo una infancia muy enfermiza. Padeció infecciones bronquiales, dentales, sarampión y varicela a los 6 años, rubéola a los 10, viruela a los 11. Presentaba el prognatismo familiar de los Austria en un alto grado, lo que le hacía masticar mal, lo que unido a su glotonería le producía frecuentes diarreas. Tenía una gran adicción al chocolate. 

Además padecía de epilepsia, con frecuentes crisis y desmayos. Los desmayos se hicieron cada vez más largos y frecuentes. Alrededor de los treinta y siete años, sus desmayos llegaron a ser tan largos que duraban a veces más de dos horas y se acompañaban de unas sacudidas bruscas de los brazos y de las piernas, y de unos movimientos de los ojos y de la boca hacia un mismo lado.

En 1669, uno de los frecuentes accesos febriles que presentaba se acompañó de hematuria, la cual se repitió en varias ocasiones. Como se le quería proteger de contagios y además preservar su poco agraciada imagen de la visión de sus súbditos no salía casi nunca al exterior, por lo que tenía la piel muy pálida y desarrolló un raquitismo por carencia de exposición solar, en tal grado que apenas se tenía en pie. 

Por otra parte, tampoco destacó por sus dotes intelectuales, sino todo lo contrario, pues hasta los 9 años hablaba con dificultad y no sabía leer ni escribir. Tampoco llegó a aprender ningún idioma fuera del castellano (Normalmente los reyes dominaban latín, francés, italiano y catalán). 


Sebastian Barnuevo: Retrato ecuestre de Carlos II.
Un retrato idealizado, propagandístico,
ya que el rey no sabía montar a caballo.  


Sin embargo, todas esas debilidades del rey eran cuidadosamente ocultadas. Los reyes, en aquel momento, solo solían salir del Palacio para asistir a misa, presidir alguna ejecución de la Inquisición y algún otro acto oficial. Los traslados a estos actos se realizaban en coches cerrados y fuertemente escoltados, por lo que estaban lejos de la vista directa de sus súbditos. La imagen del rey se conocía solamente por los retratos oficiales, y los pintores de la corte intentaban suavizar la imagen patológica y poco agraciada del soberano. Muchos retratos se idealizaban, por conveniencia política, presentando una visión lejana de la realidad. Si bien Carlos nunca supo montar a caballo, se tomaba como modelo a uno de sus pajes para pintar un retrato ecuestre y se le ponía la cara del monarca. Si su aspecto era manifiestamente el de un débil tarado, canijo y enclenque, se le rodeaba de leones y águilas, o de retratos de sus gloriosos antepasados. Si tenía un prognatismo exagerado y la nariz afilada, se le colocaba un sombrero encima de la larga cabellera, se le redondeaba la nariz y se le pintaba una barba.  



Juan Carreño de Miranda: Carlos II (1685)
Kunsthistorische Museum, Viena. 

Sin embargo, disponemos de descripciones más ajustadas a la realidad, como la que hizo el nuncio papal cuando Carlos tenía veinte años: 
"El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia."

Comenzó a circular el rumor en la corte que el rey había sido víctima de un hechizo por parte de los enemigos del reino. Decían que le habían administrado un bebedizo disimulado en una taza de chocolate. El bulo, que intentaba exculpar al monarca, dio pronto lugar al epíteto con el que ha pasado a la historia: "El hechizado".  

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