lunes, 29 de abril de 2019

Felipe II (y II): un trágico final







Pompeo Leoni 

Felipe II y su familia, orantes 
 (1579-1590)

Bronce fundido 
Monasterio de S. Lorenzo del Escorial 




En una entrada anterior hemos comentado algunas de las enfermedades que aquejaron a Felipe II. En el artículo de hoy consideraremos las circunstancias de su muerte. 

En noviembre de 1597, Felipe II recibió la noticia de que su hija Catalina Micaela había muerto en el parto. El cronista Sepúlveda describe como 
"nunca antes había sentido tanto algo como este desgraciado episodio, ni siquiera la muerte de hijos, o de esposa, ni la pérdida de la Armada Invencible ni cosa la sintió como ésta; ni le habían visto jamás quejarse a ese gran príncipe como ahora en este caso se quejó, y así le quitó muchos días de vida y salud», 
Leone Leoni: Felipe II, con armadura (1551-68)

Bronce fundido, 171 x 72 cm. Museo del Prado.  
La pérdida de ánimo de Felipe II a una edad tan avanzada, 70 años, originó pronto graves problemas físicos y el que su cuerpo se llenara de úlceras por la falta de movilidad. Advirtiendo su final, el Rey decidió trasladarse en el verano de 1598 a su construcción más querida, el Monasterio de El Escorial, para poder morir allí.
Su salud fue de mal en peor en el austero monasterio-palacio. Fray José de Sigüenza afirma en su crónica que el rey padeció el 22 de julio de 1598 calenturas a las que se unió un principio de hidropesía (ascitis) y la incapacidad para ingerir alimentos sólidos. Llegó a perder la movilidad de la mano derecha lo que le impedía firmar los documentos. El vientre se hinchó espectacularmente, las piernas y los muslos al tiempo que una sed feroz lo consumía. La crónica de Jehan Lhermite sigue: 
«Sufría de incontinencia, lo cual, sin ninguna duda, constituía para él uno de los peores tormentos imaginables, teniendo en cuenta que era uno de los hombres más limpios, más ordenados y más pulcros que vio jamás el mundo… El mal olor que emanaba de estas llagas era otra fuente de tormento, y ciertamente no la menor, dada su gran pulcritud y aseo»
Taller de Tiziano. Felipe II
Museo del Prado, Madrid. 


El monarca presentaba numerosas úlceras de gran tamaño. Cuatro llagas fistulizadas en el dedo índice de la mano derecha, tres en el tercer dedo y otra en el dedo grueso del pie derecho, esta última tan dolorosa que no se aliviaba con nada. En la rodilla un absceso producido por la gota provocaba que el mínimo movimiento le causaba una agonía insoportable. Esto le provocó que estuviera echado sobre la espalda, inmóvil en la cama durante cincuenta y tres días. Las llagas, infectadas, despedían un olor pestilente y durante este tiempo no se le pudo cambiar la ropa, ni moverlo ni levantarle. El olor era insoportable. El nauseabundo estado que presentaba le causaba una gran desazón, teniendo en cuenta que Felipe II era una persona tan obsesivamente limpia. Algunos autores, como Gregorio Marañón, plantean que tal vez el rey debía estar afecto de anosmia  (pérdida del sentido del olfato), ya que en caso contrario, le hubiera sido difícil soportar el intenso hedor. 
Incluso se llegó a decir que las úlceras eran tan nauseabundas que criaban gusanos. Tal vez esta repugnante situación hizo surgir el escabroso mito de que la causa final de su muerte fue por pediculosis, la infestación de la piel por piojos que causa una irritación cutánea, lo que se recoge en una decena de libros sobre curiosidades históricas. 
Se plantean algunas dudas sobre esta leyenda. Por una parte, no es del todo extraño que el Rey pudiera ser víctima de los piojos, sobre todo en un estado de absoluta falta de aseo. De hecho la pediculosis del cuerpo no era excepcional en aquel tiempo y había por ejemplo atacado a Ferrandino de Nápoles pocos años antes. Pero también puede ser que las úlceras estuvieran afectas de miasis, provocada por el desove de moscas sobre los tejidos purulentos. Al eclosionar los huevos, las larvas de mosca pululan sobre las úlceras y dan la sensación de gusanos, tal como cuentan las descripciones de la época que afirman que el monarca parecía comido de gusanos diez días antes de morir.  


La muerte de Felipe II

Su hijo fue testigo de su muerte dándole un último consejo antes de expirar:
"He querido que veas en que acaba la gloria de este mundo"
En la madrugada del 12 al 13 de septiembre, Felipe II entró en mortal paroxismo después de más de 50 días de agonía como describe Geoffrey Parker en el mencionado libro. Antes del amanecer volvió en sí y exclamó: 
- «¡Ya es hora!» 
Le dieron entonces la cruz y los cirios con los que habían muerto doña Isabel de Portugal y el Rey Carlos I. Tras la muerte del Monarca más poderoso de su tiempo a los 71 años, el cronista Sepúlveda cuenta que Felipe II dejó escrito que se fabricara un ataúd con los restos de la quilla de un barco desguazado, cuya madera era incorrupta, y pidió que le enterrasen en una caja de cinc que 
«se construyera bien apretada para evitar todo mal olor».
Y este fue el terrible final del que había sido el monarca más poderoso del mundo. 


Sarcófago de Felipe II. Panteón Real. Monasterio del Escorial. 




Bibliografía 


Bouza, F. Imagen y propaganda: capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Akal, Madrid, 1998.

Parker G. Felipe II. Alianza Ed. Madrid, 1984.

Tostado F.J. La agonía de Felipe II. Historia, Medicina y otras artes. 
https://franciscojaviertostado.com/2014/06/18/la-agonia-de-felipe-ii/

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