Henri de Toulouse-Lautrec La inspección médica, Rue des Moulins (1894)
Óleo sobre cartón. 16,4 x 83,5 cm
National Gallery of Art. Washington |
Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901) fue un pintor y cartelista francés, enmarcado en la generación del postimpresionismo. La familia noble a la que pertenecía solía concertar matrimonios endogámicos, para evitar las divisiones territoriales de las propiedades y la dispersión de la fortuna. Esta endogamia podría estar en la base de la enfermedad congénita que padecía, una picnodisostosis, caracterizada por baja estatura, malformaciones craneales y dentales y fracturas espontáneas de los huesos. La aristocracia rechazó a Henri por su malformación y probablemente le influyó para buscar una mejor aceptación entre los marginados.
Toulouse-Lautrec optó por llevar una vida bohemia y disipada. En 1884 se trasladó a vivir al barrio de Montmartre de París, donde tuvo vecinos como Degas. Sentía una gran fascinación por los cabarets y locales de diversión nocturnos que frecuentaba asiduamente. Era fácil encontrarlo en el Salón de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, el Moulin Rouge, le Chat Noir o en el Folies-Bergère. En estos locales, alternaba con cantantes, alcohólicos y prostitutas, que plasmaba habitualmente en sus obras. Tuvo una gran amistad con las bailarinas Gabrielle y Jane Avril, a las que dedicó algunas de sus obras. Conoció a bailarines reconocidos como Valentín el Descoyuntado, payasos y demás personajes de las fiestas y espectáculos por los suburbios. En sus cuadros critica también la hipocresía de la burguesía, que criticaban en voz alta los mismos vicios y ambientes que luego disfrutaban en privado. Y no rehúye temas que hasta entonces habían sido poco representados como la prostitución.
Precisamente este es el tema del cuadro que hoy nos ocupa, La inspección médica. A finales del s. XIX la prostitución era legal, si bien las prostitutas debían estar en posesión de un carnet, emitido por la policía que debía pasar por una inspección médica obligatoria para permitir que pudieran desempeñar su trabajo. La corriente higienista en Medicina, alertada por la alta incidencia de enfermedades venéreas, especialmente sífilis y gonorrea, que eran transmitidas mayoritariamente en burdeles, aprovecha para instaurar estos controles sanitarios obligatorios. La prostituta, pues, es convertida en objeto de vigilancia e intervención por parte de policías y médicos. Subliminalmente se liga la sífilis con la prostitución, con el rechazo moral consiguiente. No se contemplaba que la sífilis pudiera contraerse fuera del prostíbulo.
Toulouse-Lautrec: Gabrielle de espaldas. |
Los controles debían pasarse periódicamente y se registraba en el carnet personal de cada una de las mujeres. El médico visitaba el burdel, donde las pupilas debían facilitar la exploración. Debido al gran número de mujeres a revisar, las prostitutas se disponían en fila, sin ropa interior en la parte inferior del cuerpo y levantándose la falda, tal como se documenta en el cuadro. La exploración era meramente clínica: la etiología de la sífilis (T. pallidum) no se conoció hasta 1905 y las primeras pruebas de laboratorio (reacción de Bordet-Wassermann) no fue descrita hasta 1906. Tras una somera exploración, si se observaban síntomas de la enfermedad las prostitutas eran obligadas a ingresar en el hospital-prisión de Saint-Lazare, al lado de una comisaría de policía, para ser recluidas y tratadas y sobre todo, para retirarlas del circuito. Si ejercían a pesar del diagnóstico y se las descubría o si no pasaban las revisiones establecidas se podían enfrentar a condenas penales que oscilaban entre los tres meses y el año de prisión.
Toulouse-Lautrec: Otra imagen de la inspección médica |
Las monjas que regentaban Saint-Lazare no eran muy caritativas. Las reclusas, sometidas a férrea disciplina, recibían un trato carcelario. En sepulcral silencio eran obligadas a trabajos forzados. La dieta era horrible, la higiene casi nula, y no se admitían visitas de ningún tipo. Los domingos, la asistencia a misa era obligatoria.
Con esta perspectiva, es comprensible la cara de tristeza y temor con la que las prostitutas del cuadro de Toulouse-Lautrec esperan la somera inspección médica, probablemente no desprovista de ciertas arbitrariedades.
La explicación de este trato a las enfermas venéreas debe ser entendido desde el punto de vista moral. Por una parte era una enfermedad consecuencia del pecado y constituían un ataque a la familia y al mundo doméstico, piezas fundamentales de la sociedad burguesa. La sífilis constituía una auténtica enfermedad social porque socavaba el orden moral, y comportaba un peligro social por las repercusiones de los contagios, que podían alcanzar incluso a inocentes (por la transmisión de la sífilis congénita). La respuesta era la radical marginación, cruel represión y absoluta separación de la sociedad de las enfermas, consideradas viva encarnación del mal.
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