jueves, 2 de febrero de 2017

Ergotismo (II): El "Mal de San Antonio" y los monjes antonitas







Retablo de San Antonio
(Fragmento)

MNAC. Barcelona




Ya hemos visto la denominación de Mal de San Marçal con la que se conocía al ergotismo durante la Edad Media en ciertos lugares. En otros, esta enfermedad era conocida con otras sinonimias, entre las que sobresalía la denominación de fuego del infierno o fuego de San Antonio. Tal denominación derivaba de la llegada al Delfinado francés de las reliquias de este santo ermitaño de la Tebaida en el s. III-IV. Tales restos habían llegado desde Constantinopla, y se instalaron en la abadía de San Antonio (Saint-Antoine-l'Abbaye), cerca de Grenoble. Pronto comenzaron a llegar este santuario muchos peregrinos afectos de ergotismo con la esperanza de ser curados milagrosamente ante la tumba del santo. 




Canecillos en iglesias románicas. A la izquierda, en Iguacel,
representando un exvoto de pierna y pie. A la derecha, en Javierrelatre (Huesca), en el que aparece un demonio
 devorando un pie. En ambos casos se trata de posibles alusiones al ergotismo, muy frecuente en el Camino de Santiago

En 1095, el gentilhombre francés Gaston de Valloire, agradecido por la curación de su hijo, fundó una pequeña hermandad religiosa con la principal misión de acoger, proteger y prestar ayuda a los enfermos de este mal. La orden, que fue aprobada este mismo año por el papa Urbano II, tomó el nombre de Orden de los Caballeros de San Antonio (Canonici Regulares Sancti Agustini Ordinis Sancti Antonii Abbatis), popularmente conocidos como los antonianos o antonitas. Los primeros antonianos, vestidos con hábito negro y letra tau azul en el pecho, eran seglares hasta que, en 1218, recibieron los votos monásticos de Honorio III. Ochenta años después, en 1297, adquirieron cánones propios, adscritos a la regla de san Agustín, por parte de Bonifacio VIII.


Fachada del monasterio de Saint-Antoine-l'Abbaye

Esta orden, que tuvo una considerable implantación en Alemania y Países Bajos, y en menor medida en Francia, e Italia, es una prueba de la alta incidencia de la intoxicación por el cornezuelo de centeno en aquel tiempo, que afectaba por igual a ambos sexos. En Castilla, el primer convento se estableció en Castrojeriz, bajo la protección de Alfonso VII. 

La Tau de San Antonio en el antiguo Hospital Antoniano de Fráncfort-Höchst
Los antonitas, también conocidos como los monjes de la Tau azul (el símbolo de S. Antonio) acogían al parecer, no sólo enfermos de ergotismo, sino también a afectos de otras formas de locura, prostitutas, madres solteras, peregrinos y personajes juglarescos. Tal vez la convivencia entre estos elementos en los hospitales regentados por antonitas pueda también explicar la destacada presencia del ergotismo en las cantigas, generalmente interpretadas por juglares, y a la que ya nos hemos referido.

Los monjes, tras los ritos religiosos pertinentes lavaban a los enfermos y los alimentaban adecuadamente. Al parecer, algunos de ellos conseguían curarse, al mejorar su dieta y evitar el centeno parasitado. Entre los métodos terapéuticos usados por los antonitas, podemos destacar:

1.    Los panes de San Antonio, hechos con harina de trigo purísima, que no podía presentar la contaminación del cornezuelo, que es un parásito exclusivo del centeno. Tenemos noticia de la elaboración de estos panecillos por lo menos desde el s. XI (y que aún hoy se distribuyen entre los fieles el día de S. Antonio Abad, 17 de enero en múltiples santuarios y abadías). Una nutrición adecuada podía contribuír a la mejoría de los pacientes.


Los panes de San Antonio eran de trigo y por lo tanto estaban libres de cornezuelo. 

2.    Las unturas con manteca de cerdo, que aparte de su carácter simbólico y mágico (el cerdo es el símbolo de S. Antonio) podían contribuir en parte a moderar la sobreinfección de las zonas necrosadas.

3.    El agua de San Antonio, brebaje que era distribuído en las abadias y del que no conocemos la composición exacta.

4.    El Santo Vino, elaborado con las uvas de los viñedos de la abadía y que había estado en contacto con las reliquias del santo, y que probablemente contenía también mandrágora, planta con cierto efecto anestésico que debía contribuír por una parte a calmar los dolores lancinantes, y por otra a posibilitar el adormecimiento suficiente para realizar las amputaciones de los miembros gangrenados.

5. La cirugía. Numerosos cirujanos acudían a colaborar con los monjes antonitas, ya que los monjes no podían tomar parte en estas intervenciones: por disposición del Concilio de Tours (1163), los clérigos no podían ejercer la medicina. Muchos enfermos tras ser operados practicaban la mendicidad y solían exhibir el miembro amputado para inducir la compasión de las almas generosas. El Hospital de la Orden de San Antonio de Vienne, ya bien avanzado el siglo XVII, poseía una abundante colección de miembros, unos blanqueados y otros ennegrecidos, recuerdo de los enfermos que ahí habían recibido asistencia y que los depositaban allí como exvotos.




Bibliografía




Ciaconi A, Lenzi E. (1975) L’Ordine Ospedaliero dei Cavalieri del Tau. Rivista di Storia della Medicina I, 98-111, p. 110.



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