jueves, 14 de enero de 2021

El brazo amputado de Valle-Inclán

 






Ignacio Zuloaga  

Retrato de Valle-Inclán 
(1931)

Óleo sobre lienzo. 149 x 109 cm
Colección particular 





Ramón María Valle Peña (1866 - 1936), más conocido como Ramón María del Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista español, encuadrado en la corriente literaria modernista. Es uno de los autores clave de la literatura española del siglo xx. El propio escritor cultivaba sobre sí mismo una leyenda llena de imaginación, definiéndose como un personaje altivo, bohemio e irónico, de «rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba» (Alma Española, 1903).

En este retrato de Zuloaga, Valle-Inclán aparece con su larga y característica barba blanca, sentado en un sillón con los brazos cruzados. Podemos ver como la manga del brazo izquierdo está vacía, ya que al célebre literato le faltaba era manco. 

A Valle Inclán le amputaron la mano en 1899. La historia de este accidente es legendaria y digna de una novela. El escritor solía frecuentar la tertulia del Café Nuevo de la Montaña, un establecimiento de la calle Alcalá de Madrid, colindante con la Puerta del Sol. Allí se reunían entre otros Francisco Sancha, el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, Gregorio Martínez Sierra, Pío Baroja, y un joven periodista y escritor llamado Manuel Bueno Bengoechea. La tarde del 24 de julio de aquel año, los contertulios sostuvieron una acalorada discusión sobre la legalidad de un duelo que tenía que tener lugar entre un joven aristócrata andaluz, López del Castillo, y el caricaturista portugués Leal da Cámara, que noches atrás habían tenido sus diferencias en el Paseo de la Castellana sobre el valor personal de lusos e hispanos. 

Valle-Inclán se excita y alza la voz sobre las de los demás. Manuel Bueno le replica: 
"- ¡Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! ¡Leal da Cámara es menor de edad y no podrá batirse!"
Valle-Inclán, dolido, le increpa: 
"- No sea usted majadero, que usted no sabe una palabra de eso.-" 
La discusión se enzarza. En un momento determinado Manuel Bueno se levanta, da un paso atrás, y amenaza con su bastón. Valle Inclán, rompe una botella y la empuña para atacarle. 

Bueno entonces descarga con fuerza un bastonazo en la muñeca del escritor, que intentaba protegerse. El bastón, de barra de hierro con cantos cortantes (tal vez un bastón de estoque), le provoca una herida de cierta profundidad. Corrió la leyenda de que el bastonazo hizo que se le incrustara el gemelo con el que sujetaba la camisa, aunque este detalle parece ser añadido. Según otra versión (José M. Carretero:  Lo que sé por mí, p. 37) en la discusión, su oponente le asió el puño con tal fuerza que le clavó el gemelo en la muñeca, causándole una profunda herida. 

Lo cierto es que probablemente se le astillara cúbito y radio, en una fractura conminuta. Pío Baroja lo acompañó a una farmacia de la calle Caballero de Gracia, pero la cura fue manifiestamente insuficiente. Al dia siguiente, la herida estaba infectada y poco después se gangrenó.  La solución en aquel momento fue la de amputar el brazo, lo que realizó el médico y cirujano Manuel Barragán y Bonet el 12 de agosto.  



Juan de Echevarría: Ramón del Valle-Inclán (1922).
Museo Reina Sofía. Madrid

Se forjó toda una leyenda sobre la amputación. Corrió el rumor que Valle-Inclán se negó a que le suministrasen cloroformo porque quería conservar la conciencia en todo momento. 
“ No proferí un grito, ni el más leve quejido (...) Recuerdo que, para ver yo bien la amputación, hubo necesidad de pelarme el lado izquierdo de la barba” 
Lo que sí es cierto es que transcurrido un tiempo después de la operación, Valle volvió al Café de la Montaña y se mostró conciliador con su agresor:  
“- Mira, Bueno, lo pasado, pasado está. Aún me queda la mano derecha para estrechar la tuya. Y no te preocupes, que aún me queda el otro brazo, que es el de escribir"



El café de la Montaña, el año de su inauguración (1896) 

 

El literato gallego recibió el apoyo de sus colegas, que organizaron un festival para conseguir fondos para comprarle un brazo ortopédico, que usó durante un tiempo. Lo llevaba enguantado y lo levantaba en las discusiones con el puño cerrado, ayudándose con la mano buena. Después decidió dejar la manga vacía, como se ve en el cuadro que encabeza esta entrada. Solía fantasear con el brazo perdido, que incorporó a su leyenda. Desde compararse con Cervantes, el manco de Lepanto, a decir que le había comido el brazo un saurio, pasando por sostener que un día, mesándose la poblada barba, lo había perdido entre sus greñas y que todavía tenía la esperanza de encontrarlo un día. 

De todos modos, no fue éste el último altercado de Valle-Inclán en una cafetería. Poco después discutió con Alberti y se agredieron con una botella y con un vaso, que produjeron heridas sangrantes. Genio y figura... 

 


El Café de la Montaña, convertido en cervecería, al lado del Grand Hotel de París
 


viernes, 8 de enero de 2021

Incienso: ¿purificación o polución?




Incensario 

(1250-1300)

Latón calado y cincelado con 
esmalte champlevé de Limoges 
18,2 x 13,7 x 13,7 cm
MNAC. Barcelona 





Este incensario medieval, presenta la parte superior calada y troncocónica, en forma de torre, en posible alusión a la Jerusalén celestial.  El esmalte se concentra casi por completo en esta parte superior, en forma de cuatro grandes medallones con una figura angélica en el interior, flanqueados por una sencilla estructura vegetal. En el fondo esmaltado predominan el color azul y turquesa mientras que quedan en reserva los ángeles, y los motivos vegetales. La parte inferior, semiesférica no presenta decoración alguna. 



Faraón haciendo una ofrenda de incienso a Osiris



















Este es uno de los muchos incensarios destinados al culto. El uso del incienso como forma de venerar a la divinidad es muy antiguo y ya lo hallamos en el Antiguo Egipto, donde hay numerosos relieves de faraones ofreciendo incienso a los dioses. Y también en la Biblia, donde es citado repetidamente este uso. 




Incensario representado en una vidriera gótica.
Museu d'Art. Girona. 





























El cristianismo tomó desde el principio las costumbres paganas, por las que se rendía culto a los dioses quemando incienso, una resina perfumada procedente en su mayor parte de Oriente Medio y de la península arábiga. Los primeros cristianos se negaban a quemar incienso ante el emperador (es decir, a rendirle culto como a un dios) y esto hizo que en diversas ocasiones se les considerara contrarios al Imperio y que se les persiguiera. Los cristianos que apostataban durante las persecuciones eran llamados thurificati, por haber quemado incienso en los altares paganos. 

Cuando bajo el imperio de Teodosio el cristianismo se convirtió  en la religión oficial, tomó de los cultos paganos la costumbre de quemar incienso como un símbolo de la naturaleza divina de Cristo y así lo ha mantenido la iglesia hasta hoy. 

El incienso fue así uno de los regalos de los Reyes Magos, que obsequiaron a Jesús con tres regalos simbólicos: oro (atributo de rey); incienso (para señalar su naturaleza divina) y mirra, un medicamento y bálsamo funerario (porque era hombre y susceptible de enfermar y morir). 



Naveta medieval de esmaltes. Col. Oleguer Junyent. Barcelona


Naveta decorada con esmaltes de Limoges. MNAC. Barcelona 































El incienso se quemaba en incensarios o turíbulos, una especie de cazoletas o braserillos con tapa en las que se depositaba carbón encendido y sobre él los granos o polvo de incienso. El incienso era guardado en otro recipiente, llamado naveta, por presentar una forma de barca.  

El humo aromático así obtenido dió nombre al perfume (voz que deriva de pro fumo, por el humo) Los perfumes ambientales eran básicamente humo de resinas aromáticas. 




El botafumeiro, un descomunal incensario que todavía
se usa en ciertas fiestas religiosas.
Sus dimensiones y peso hace que tenga que ser
accionado por un grupo de hombres fornidos que
tiran de una cuerda: los tiraboleiros.




























Es conocido el gran incensario de la catedral de Santiago, el Botafumeiro (algo así como el echador de humo) Cuando los peregrinos llegaban a Santiago, sus condiciones higiénicas debían ser bastante deficitarias tras el largo camino. El otero desde el que se divisaba por primera vez la catedral compostelana recibe el nombre de Lavacolla (de lava collóns, lavado de testículos) y es fácil suponer la higiene que realizaban allí los romeros para llegar en mínimas condiciones a la tumba del Apóstol. En la catedral hay una torre llamada A torre dos farrapos, donde se quemaban los harapos de los peregrinos, que se revestían de un hábito nuevo. Los peregrinos se alojaban en el triforio de la misma catedral y el hedor de tantos cuerpos mínimamente aseados hacía necesario perfumar el ambiente con un incensario de grandes proporciones: el botafumeiro. 



Fresco románico mostrando un serafín turiferario.
Los serafines estaban dotados con seis alas
llenas de ojos para verlo todo. Frecuentemente
llevaban incensarios como símbolo de las perpetuas
alabanzas con las que adoraban continuamente a Dios.
 


































Pero volvamos a los incensarios comunes. En general tenían forma de bola o torre, con cubierta calada para permitir el paso del oxígeno necesario para la combustión y la salida del humo perfumado. Para impedir que se apagara el rescoldo, esta bola iba suspendida de unas cadenas que permitían un suave balanceo que avivaba la brasa. Algunos clérigos o monaguillos turiferarios (del latín turiferarĭus, el que lleva el incienso) eran los encargados de mantener encendido el incensario y de darlo al celebrante o al obispo para que con él bendijera el altar, las ofrendas, los sacerdotes o a los asistentes con nubes de incienso. 



Angel turiferario en una vidriera





En Centroamérica sigue viva la costumbre de quemar copal, nahuatlismo con el que se designa la corteza aromática de ciertos árboles de la familia Burseraceae: Bursera aloexylon, B. graveolens, B. jorullensis y Protium copal. 




Unos fieles realizan una purificación con incienso de copal ante los
escalones de la iglesia de Santo Tomé en Chichicastenango (Guatemala), antes de entrar en la iglesia, en una ceremonia de sincretismo católica/maya



Aparte de su uso litúrgico, en las últimas décadas se ha popularizado volver a quemar incienso para perfumar los ambientes domésticos o algunas tiendas. En la actualidad suele prescindirse de los incensarios, ya que el incienso se presenta en barritas de fácil combustión. A veces se quema incienso puro, pero en otras ocasiones se mezclan otras esencias como sándalo, ámbar, amizcle, benjuí, patchulí u otras maderas aromáticas.


Incensario de plata s. XVI.
Catedral del Señor Santiago. Eleiz museoa. Bilbao. 





























Sin embargo hay que advertir que el uso del incienso debe ser moderado y ocasional. El humo del incienso poluciona el ambiente con sustancias no siempre inocuas. Su uso repetido y continuado podría producir cáncer de forma similar a la del humo del tabaco. 

Y es que en la combustión del incienso encontramos sustancias como benceno, tolueno, etilbenceno, estireno, formaldehído, acetaldehído y acroleína, así como hidrocarburos alipáticos policíclicos.  Por eso es recomendable:


                  Modernas barras de incienso para uso doméstico.



 

1. Usarlas solamente de manera esporádica
2. Evitar la inhalación directa del humo del incienso. 
3. Airear la habitación abriendo la ventana durante al menos diez minutos tras la combustión de una barrita



Angel turiferario, con un incensario
en una mano y la naveta de incienso
en la otra. Iglesia de S. Miguel. Estella
Perfumar el ambiente con velas aromáticas poluciona menos, aunque también liberan formaldehído, acetaldehído y tolueno. Pero liberan también óxidos de nitrógeno. Las velas desprenden además partículas mucho más finas que penetran más en el sistema respiratorio y cardiovascular. 

El principal peligro de quemar estos aromas es que el peligro permanece oculto: la mayoría de las personas (cerca de 2/3 partes) creen que al quemar incienso o velas perfumadas "purifican el aire" cuando en realidad lo están polucionando. 






Incensario con la naveta para el incienso
y la cucharilla para dosificarlo





La ceremonia del botafumeiro en la catedral 
de Santiago de Compostela:












sábado, 2 de enero de 2021

Natividad o vacunación?

 




Diego Rivera  

El hombre y la máquina (detalle) 
(1933)

Fresco
Institut of Arts. Detroit.  




El año 2020 estuvo claramente condicionado por la eclosión de la pandemia de Covid-19 que afectó a 81 millones de personas en todo el mundo y que causó cerca de 1.800.000 muertos. Probablemente pasará a la historia como el año de la pandemia. 

El año que comenzamos, 2021 será probablemente el año de la vacuna. Se han conseguido diversos tipos de vacunas en un tiempo récord, que a pesar de algunas cuestiones todavía no resueltas, mantienen viva una cierta esperanza de superar la situación. Parece que la vacunación, que ya se ha iniciado en algunos países, podría ser la protagonista este año. 

Ciertamente las vacunas han supuesto un gran avance médico, tal vez uno de los progresos más notables en la lucha del hombre contra la enfermedad, ya que en vez de curar las enfermedades ya declaradas, establece una profilaxis previa es decir, evita el contagio, y la enfermedad ya no llega a producirse. 

Hace pocos días, el Dr. Jaume Padrós, presidente del Colegio de Médicos de Barcelona y lector habitual de este blog, me hizo llegar una sugestiva imagen de una obra de arte: una escena de vacunación que parece un Nacimiento. Muy indicada para las fechas navideñas. Agradezco desde aquí al Dr. Padrós esta imagen que comentaré a continuación. 

El autor de esta obra de arte es el pintor mexicano Diego Rivera (1886-1957), que quiso expresar la idea de la vacuna como instrumento para preservar la salud. Rivera realizó grandes pinturas murales en diversos lugares de Norteamérica y Centroamérica. Entre otras una serie de murales en Detroit, de los que forma parte este fragmento que hoy preside esta entrada, y que según los críticos, figuran entre sus obras más destacadas. 

La escena nos recuerda de entrada el típico Nacimiento de Belén. Un niño, rubio, casi desnudo, aparece entre una mujer y un hombre vestidos de blanco. Flanquean la escena un buey y un caballo. , así como un grupo de ovejas, que podría evocar los pastores. Al fondo, aparecen tres personajes, también vestidos de blanco, inclinados. También aparece un grupo de ovejas, que evoca un elemento pastoril. Una composición que podría corresponder al esquema clásico del Portal de Belén. 



Vicente Borrás Abellá. Vacunación de niños (1900 ca.)

Sin embargo, una atenta mirada nos da otra lectura. La mujer que sostiene al niño, no es María, sino una enfermera vestida de blanco. El supuesto San José es un médico que toma el brazo del niño para vacunarlo. Los animales del establo son una vaca y un caballo, animales en los que originariamente eran usados para la obtención de la linfa de la vacuna. Recordemos que precisamente la vacuna recibe este nombre  porque Jenner la tomó de la viruela de las vacas. Fue Pasteur el primero de usar este nombre en honor a Jenner y a la primera vacunación antivariólica. También los caballos fueron usados para mantener los virus vivos, como aparece en un cuadro de la vacunación como aparece en un cuadro de Vicente Borrás Abellá (Vacunación de niños). También aparece un grupo de corderos, que refuerza aún más la idea del pesebre de Belén. Y los tres personajes del fondo no son los Reyes Magos adorando al Niño, como podríamos pensar en un principio, sino tres investigadores inclinados ante un microscopio y otros objetos de laboratorio.

 


Los tres científicos / tres reyes magos del fondo de la escena del mural de Detroit


Algunos autores creen que la figura del niño se inspiró en el hijo del famoso aviador Charles Lindbergh. El niño, de 20 meses de edad, fue secuestrado en 1932 y apareció muerto unos meses más tarde. El suceso conmovió al mundo en aquel momento, y es comprensible que Rivera se inspirara en él 1932. El pelo rubio del niño del mural y la cofia de la enfermera destacan las figuras, y recuerdan la aureola que rodea habitualmente la cabeza de los santos en las representaciones artísticas, lo que contribuye más todavía a la doble lectura de la escena que quería conseguir el pintor mexicano. 

El fresco forma parte de un conjunto mural del Institut of  Arts de Detroit, elaborados sobre las paredes que daban al jardín, que por esta decoración fue llamada "Sala de Rivera". En 1932, el director del museo, William Valentiner, y Edsel Ford comisionaron a Rivera para pintar dos murales para el museo, con la única condición que retratara la historia de Detroit y de su actividad industrial. El trabajo fue financiado por Edsel Ford, el único hijo de Henry Ford, que además de ser presidente de la marca de automóviles que lleva su nombre era un conocido mecenas de arte.




Rivera pintando los murales industriales de Detroit.


Por sugerencia de Rivera la obra se amplió a un conjunto de cinco murales pintados al fresco, que abarcan más de 447 metros cuadrados y que se tituló “La industria de Detroit, o el hombre y la máquina”. 

Detroit era la ciudad industrial del momento. Allí estaban radicados los tres grandes de la industria del automóvil: Ford, General Motors y Chrysler. Pero además existían fábricas de aviones, industria química y también los Laboratorios Parke-Davis, uno de los más grandes de la industria farmacéutica del momento, y que era uno de los grandes laboratorios productores de vacunas (difteria, tétanos, viruela). Más tarde el laboratorio Parke-Davis participaría en la producción de la vacuna Salk para la polio, y en la campaña de vacunación en la década de los años 50. 






Rivera llegó a Detroit en 1932 con su mujer, Frida Kahlo y para empezar se documentaron sobre el entorno industrial de la ciudad. Visitaron la fábrica de autos y aviones de Ford, los laboratorios Parke-Davis y la Chrysler, entre otras industrias, tomando fotografías y apuntes de todos estos lugares, para plasmar toda la esencia del Detroit de los años treinta, sin limitarse a la industria automovilística. Los artistas pasaron allí un año. Frida odiaba este lugar, donde además sufrió un aborto no deseado (4 de julio de 1932), en un hospital de la ciudad, perdiendo toda posibilidad de quedar nuevamente embarazada. Este traumático accidente, que Frida plasmó en un cuadro acentuó todavía más su aversión. También Diego Rivera dejó una alusión a este hecho en sus murales industriales, en los que aparece un feto encerrado dentro de un útero. 



Detalle de los murales industriales de Diego Rivera, en el que aparece 
un feto dentro del útero. El pintor perdió al hijo que esperaba de
Frida Kahlo en esta ciudad. 

Rivera era un pintor de profundas convicciones marxistas. Pintaba murales porque quería que su arte fuese para el pueblo y no para formar parte de colecciones de arte privadas. Su pintura reflejaba sus ideas y está llena de explícitas proclamas sociales y políticas, frecuentemente anticapitalistas, que a veces le creó problemas con sus mecenas. Este fue el caso del Rockefeller Center de Nueva York, donde pintó los retratos de Lenin, Trotsky y Marx que fue censurado y destruído, y que fue posteriormente sustituído por unos nuevos murales del pintor catalán J. M. Sert. En este caso, la doble lectura de la escena de Natividad / Vacunación intenta hacer una lectura laica de la historia del Nacimiento de Jesús. Al tiempo que aludía a una de las industrias de Detroit (la industria farmacéutica productora de vacunas), la polisemia buscada por Diego Rivera se usa para representar la nueva redención de la Humanidad, la victoria de la Ciencia, a través de la vacuna frente a la enfermedad. 

Los murales fueron muy polémicos en su tiempo y fueron criticados por los católicos intransigentes, que consideraron que era una burla a la imagen de la Sagrada Familia en Belén y lo tacharon de irreverente y blasfemo. También muchos criticaron a Rivera por pintar en el corazón del capitalismo mientras hacía gala de sus  convicciones marxistas. 



Esbozo de Diego Rivera para los murales de Detroit.



Otro detalle de los murales de Rivera en Detroit.


Los murales de la industria de Detroit de Diego Rivera






"Detroit industry" By Diego Rivera