jueves, 27 de octubre de 2016

Refugiados españoles en campos de concentración





Barracón en el campo de concentración de Rivesaltes
(1941 circa)

Fotografía. Memorial de Rivesaltes (Francia)  


Hace pocos días tuve la oportunidad de visitar el Memorial de Rivesaltes, cerca de Perpinyà, a pocos kilómetros de la frontera española. Tras la Guerra Civil española (1936-1939) cerca de 480.000 españoles del bando de los vencidos se refugiaron en Francia. Las autoridades francesas del Gobierno de Vichy (afín a la Alemania hitleriana) recluyeron a más de 300.000 refugiados en campos de concentración (Argelès, Barcarés, Saint-Cyprien, Rivesaltes, Gurs, Noè...) en donde permanecieron varios años. Del campo de concentración de Rivesaltes además salían trenes que condujeron a muchos de estos prisioneros a los campos de exterminio alemanes, especialmente Mauthausen. 

Fotografía de un niño enfermo en un camastro del campo de Rivesaltes.
El campo de concentración de Rivesaltes me impresionó vivamente. Es un amplio cuadrilátero, de unos 3 km. de lado, lleno de barracones de construcción muy precaria, actualmente semiderruidos. En algunos puntos, algunas instalaciones de letrinas, escasas y manifiestamente insuficientes. Las condiciones higiénicas del campo se adivinan muy precarias. 

La climatología en Rivesaltes es muy extrema. Frío en invierno, especialmente cuando sopla la temible tramuntana, el viento seco y helado del Pirineo. Calor asfixiante en verano, cuando un sol inclemente cae como una losa sobre los campos. Los refugiados apenas si podían guarecerse con unas rudimentarias mantas o buscar algún consuelo guareciéndose en los barracones. 

La enfermera Friedel Reiter llegando al campo de Rivesaltes con su bicicleta el 12 de noviembre de 1941

A mí, como siempre, además de los aspectos históricos, me interesaban los aspectos sanitarios, que como otras veces no son motivo de especial atención por parte de los historiadores. En la exposición observé algunas fotos del equipo médico que atendía el campo, que desarrollaban como podían su tarea, más fieles a los principios de Hipócrates que a los del mariscal Pétain. También vi las fotos de Friedel Reiter, una enfermera especialista en atención pediatrica del Sécours Suïsse aux Enfants, cuya acción fue decisiva, organizando la distribución de alimentos y de vestidos, cuidando a los enfermos y participando en múltiples actividades.


Especialmente acuciante era la situación de las
embarazadas, recién nacidos y lactantes
Los rostros demacrados por el hambre
de los internados en los campos de concentración


             
A la izquierda, refugiado español con claros signos de  caquexia por desnutrición. A la derecha, niño con el abdomen abombado y los brazos y piernas con manifiesta atrofia de tejido muscular por falta de alimentos. En la piel, descamada y cuarteada, se ven claramente signos de avitaminosis (pelagra). Memorial de Rivesaltes.

El hambre era uno de los principales problemas. La alimentación era muy escasa y sin ningún equilibrio dietético. La desnutrición era la norma. La atrofia muscular en extremidades, los abdómenes abombados por la ascitis, las caras demacradas, con los ojos hundidos. La falta de vitaminas también dejaba su huella: la pelagra causaba una piel áspera y cuarteada, y se volvía sensible a los ardientes rayos solares. La falta de vitamina D causaba raquitismo y la avitaminosis A, problemas oculares. 

Niñas españolas en la alambrada que rodeaba el campo
La falta de higiene era manifiesta. En el campo solamente había unas escasas instalaciones de letrinas, absolutamente rudimentarias. Ni rastro de duchas o de piletas para lavarse. Había puntos de agua, ciertamente, pero el agua no estaba potabilizada. El resultado de estas lamentables condiciones higiénicas eran la proliferación de infecciones e infestaciones de todo tipo. En los barracones, pulgas y chinches campaban a sus anchas. La sarna y los piojos eran habituales. Y no sólo los piojos de la cabeza (Pediculus capitis), sino el piojo verde, que parasita las costuras de los vestidos (Pediculus corporis), y que además transmitía el tifus. La disentería y las diarreas eran muy comunes. 

Las infecciones cutáneas eran muy habituales. El impétigo se transmitía fácilmente, afectando sobre todo a los niños, así como las tiñas de la cabeza y del cuerpo. 

Campo de concentración de Gurs.
Acuarela de Karl Schwesig (1898-1955)
que estuvo internado ahí.

Algunos de los internos en el campo eran soldados que habían luchado en el frente, y presentaban heridas de guerra. Los más graves fueron atendidos en el hospital de Perpinyà, pero allí tenían un número limitado de camas. Los heridos menos graves permanecieron en el campo, con sus lesiones expuestas a sobreinfecciones y gangrenas por la casi inexistente higiene. 

Los hombres que estaban en buenas condiciones fueron evacuados pronto del campo y obligados a realizar trabajos de construcción en diversos lugares para el Gobierno de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. Algunos lograron escaparse y se unieron a las filas de la Resistencia Francesa, realizando algunas de las más célebres hazañas contra los nazis. La liberación de París, por ejemplo, fue obra de los republicanos españoles, aunque durante mucho tiempo se silenció este aspecto. 

    
La maternidad de Elna, donde nacieron cerca de 600 niños, hijos de exiliadas españolas

Desprovisto de los hombres con capacidad para trabajar, en el campo de Rivesaltes quedaron básicamente mujeres, niños y ancianos. Especialmente delicada era la situación de las mujeres embarazadas, de los recien nacidos y lactantes. Una enfermera suiza, Elisabeth Eidenbenz, que trabajó para el Secours Suïsse, lograba sacar a las embarazadas y parturientas del campo con su aval y las llevaba a una casona que había habilitado a las afueras de Elna. Allí atendía mejor a sus necesidades. Centenares de niños nacieron allí y pudieron así sobrevivir. Pronto la casa fue conocida como la Maternidad de Elna. 

   
Elisabeth Eidenbenz, con algunos de los niños de la Maternidad de Elna.

El campo de concentración de Rivesaltes no solamente albergó republicanos españoles, aunque éstos lo ocuparon bastantes años. También se concentraron allí a gitanos y judíos. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, se concentraron allí prisioneros alemanes. Y posteriormente se concentraron los harkis, los argelinos reclutados para defender a Francia en la Guerra de Argelia, que tras la derrota huyeron de su país a la metrópoli y fueron desarmados y recluídos allí. 

Además de mi interés histórico, los campos de concentración despiertan en mí una viva emoción personal. En una de las filmaciones que se exhiben en el museo del Memorial de Rivesaltes pude ver a mi padre, excombatiente republicano y que también conoció las penurias de un campo de concentración. De allí fue repatriado más tarde con los vestidos infestados de piojos. También tengo un recuerdo para mi tío abuelo, el artista Eduard Fiol, de quien conservo algunos sobres de cartas dirigidas a su prometida. Los sobres llegaban totalmente repletos de sus artísticos dibujos, y con los sellos de una doble censura: la del campo de concentración de Gurs y la de la España franquista.



Dos recuerdos personales:

Arriba, sobre de una de las cartas enviadas por mi tío Eduard Fiol, desde el campo de concentración de Gurs, con el dibujo de la torre Eiffel ejecutada con técnica puntillista, y con los sellos de doble censura. La carta llegó evidentemente abierta.

Abajo, columna de refugiados españoles guiados por un gendarme francés. En la primera fila, alto, con boina y manta atravesada, era mi padre.   

La historia de los refugiados españoles deja en mí un sabor amargo de derrota y vejaciones. Un sabor por otra parte muy actual. Los campos de refugiados sirios de Grecia son una imagen de plena actualidad y su problemática es superponible. Hoy me desperté con la noticia del desmantelamiento forzoso del campo de Calais. La historia se repite una y otra vez. 


Rivesaltes: 




La Maternitat d'Elna: 
























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