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viernes, 29 de noviembre de 2019

Las brochas infectadas de la Gran Guerra






Soldados afeitándose en el frente
(1915) 

Fotografía B&N 
Archivo



A la Primera Guerra Mundial también se le llamó Gran Guerra, tal vez por ser una mortífera contienda donde los combatientes fueron diezmados no solamente por las armas de fuego enemigas sino que también fueron acosados por gases; hambre; enfermedades; y por el frío y la humedad de las trincheras. Entre los muchos episodios dolorosos que se vivieron se olvida frecuentemente uno, que contribuyó a acosar a las tropas. Muchos soldados del ejército británico y norteamericano presentaron lesiones de carbunco en la cara o cuello. 

La enfermedad afectaba a grupos de soldados de la misma compañía o destacamento por lo que en un primer momento se pensó que el enemigo había realizado ataques con armas bacteriológicas, esparciendo los bacilos causantes de la enfermedad (Bacillus anthracis) mediante algún dispositivo bélico innovador.  El germen era ya bien conocido, ya que fue la primera bacteria que se identificó, a mediados del s. XIX, y efectivamente, décadas más tarde sería uno de los protagonistas de la guerra bacteriológica. Sin embargo, en esta ocasión no era el enemigo el que acosaba a la soldadesca, ni se debía a diabólicas tácticas del imperio austro-húngaro, sino que el causante estaba en el bolsillo de los soldados : eran las brochas de afeitar. 


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En el frente eran frecuentes los ataques con gases tóxicos, (clorina o gas mostaza) que causaban una gran mortandad. Para evitar sus efectos, los soldados se colocaban unas máscaras anti-gas. Y para que las máscaras se les ajustaran bien, debían llevar la cara completamente afeitada. En caso contrario, la eficacia protectora de la máscara disminuía. Por este motivo las soldados solían afeitarse unos a otros en las largas pausas que dejaba la guerra de frentes. 

Para obtener un buen afeitado hay que proceder a un buen enjabonado que permita una espuma persistente. Las brochas de afeitar de calidad suelen fabricarse generalmente con pelo de tejón, ya que las cerdas de este animal retienen mejor el agua y logran una espuma más persistente. Pero las penurias de la guerra y la necesidad de suministrar un gran número de brochas de afeitar a los reclutas, hizo que el suministro de pelo de tejón ruso fuera insuficiente y muy costoso. Se recurrió entonces a usar crin de caballo procedente de Rusia, China y sobre todo, Japón. La ingente cantidad de brochas y la premura con la que se necesitaban hizo que se descuidara un paso fundamental en su fabricación: la desinfección. A nadie se le ocurrió esterilizar ese pelo antes de fabricar las brochas, y la bacteria del ántrax es muy habitual en el suelo de lugares con ganado. Además, la ruta de envío se modificó, yendo por el Pacífico directamente de Asia a los Estados Unidos, país que entonces no tenía las mismas garantías de higiene y esterilización que en Europa. Según ulteriores investigaciones, más de un 10% de las brochas llegaban contaminadas por Bacillus anthracis


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Figura de cera representando una lesión de carbunco.
Fabricado por la casa Tramond, de París (s. XIX). 
Se conserva en el Museo Nacional de la Salud y la Medicina en Washington. 


Entre 1915 y 1924, 149 soldados estadounidenses, 28 soldados británicos y 67 civiles en ambos países contrajeron la enfermedad. Habrían sido muchos más si el gobierno estadounidense no se hubiera apresurado a obligar a los fabricantes de brochas de afeitar a esterilizar los pelos de animal antes de usarlos en sus productos. El ántrax cutáneo no es mortal, pero sí un auténtico contratiempo nada positivo para la moral de los soldados. En ocasiones, se han podido registrar casos de meningitis. 
El carbunco es una zoonosis mundial que afecta a muchos animales, sobre todo herbívoros. Se puede adquirir por diferentes vías: respiratoria, digestiva y cutánea.
La forma respiratoria es difícil de dignosticar y cursa al principio como una gripe y después con hipoxia y disnea, y la mitad de los pacientes presentan signos meníngeos. La gastrointestinal cursa con dolor gastrointestinal, sangrado y ascitis. La forma cutánea en la que el bacilo penetra por pequeñas heridas o erosiones (como las que con frecuencia se producen al afeitarse) supone más del 90% de los casos. De 1 a 10 días después de la inoculación, en la puerta de entrada aparece una pápula rojiza, que aumenta de tamaño rodeándose de una zona edematosa, con induración y formación de vesículas. Aparece luego una úlcera central, con exudado serosanguíneo que acaba formando una escara negra (la pústula maligna, que por su parecido con un tizón de carbón dio el nombre a la enfermedad). Son frecuentes las linfadenopatías locales, con malestar, mialgia, cefalea, fiebre, náuseas y vómitos. Un 20% de los casos pueden desarrollar septicemia, lo que antes de la introducción de los antibióticos suponía una muerte segura, aunque en la actualidad la mortalidad es de menos del 1%

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Tras esta experiencia, las brochas de afeitar y material de higiene personal son siempre sometidos a esterilización antes de comercializarse. Aún así en algunos países se han dado casos aislados, como un caso de meningitis en la India (1989) tras un rapado ritual (efectuado con brochas no homologadas).  

Agatha Christie, que fue enfermera voluntaria durante la Primera Guerra Mundial, conocía los casos de carbunco en brochas de afeitar por la prensa de la época. De hecho lo incorporó como arma letal en su novela “Cartas sobre la mesa (Cards on the table)” (1936), den la que aparece el célebre detective Hércules Poirot. En la novela, Mr. Craddock muere debido a las esporas presentes en su brocha de afeitar y su contagio a través de las abrasiones y cortes durante el afeitado. Pero Agatha Christie no explica como el asesino obtuvo las esporas, las manipuló y las colocó en la brocha sin riesgo para sí mismo.


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A veces, cuando me estoy enjabonando ante el espejo antes de proceder a afeitarme, no puedo evitar acordarme de aquellos sufridos soldados, gracias a los que en la actualidad disponemos de brochas de afeitado con plenas garantías higiénicas. Sin embargo, si hay entre los lectores algún aficionado a usar brochas vintage para afeitarse, mi consejo es que se asegure bien de que va a usar un material previamente esterilizado.  



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