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viernes, 26 de abril de 2019

Felipe II (I): El rey prudente






Sofonisba Anguissola 

Felipe II
 (1573)

Óleo sobre lienzo 88 x 72 cm
Museo del Prado. Madrid




Sofonisba Anguissola (ca.1535-1625) llegó a España en 1559 para servir como dama de la reina Isabel de Valois (1546-1568), tercera esposa de Felipe II. Era ya una pintora de reconocido prestigio en su Cremona natal, aunque en la corte española no ostentó ningún cargo relacionado con su profesión, a pesar de que realizó numerosos retratos de la Familia Real. 

Este retrato de Felipe II destaca por la sobriedad en la indumentaria y en el porte. El rey lleva en su mano un rosario, como alusión a la fiesta del Rosario, instituída en 1573 por el papa Gregorio XIII en conmemoración de la victoria cristiana en Lepanto (7 de octubre de 1571). El semblante del rey aparece hierático, con una fría mirada que evidencia su rígido dogmatismo y la actitud fanática y despótica que caracterizó su reinado. 

Felipe II, fue llamado "El Prudente", aunque en realidad su actitud comedida y reservada era más bien por desconfianza. Fue el soberano más poderoso de su tiempo, y de él se decía que en sus dominios no se ponía el sol, ya que eran tan extensos que siempre era de día en un punto u otro de su Imperio. Su obsesión fue la de imponer la unidad religiosa católica en Europa, lo que le llevó a una política de constantes confrontaciones: por una parte se enfrentó al Islam Otomano y a las rebeliones de las alpujarras granadinas; luchó contra el protestantismo en los Países Bajos y lanzó su llamada Armada Invencible contra Inglaterra. Felipe II concedió grandes privilegios a la Iglesia en la que tuvo el mejor apoyo, impulsando el Tribunal de la Santa Inquisición, un órgano eclesiástico-civil que le permitía luchar sin piedad contra toda oposición. 


En 1554, John Elder describía así a Felipe II:
(…) de estatura media, más bien pequeña, de rostro bien parecido, frente ancha y ojos grises, de nariz recta y de talante varonil. Su andar digno de un príncipe, y su porte tan recto que no pierde una pulgada de altura; con la cabeza y la barba amarillas (…) proporcionado de cuerpo, brazo y pierna, que la naturaleza no puede labrar un modelo más perfecto (…)


Antonio Moro:  Retrato de Felipe II

En política interior, cabe señalar sobre todo los asuntos relacionados con las intrigas de familiares y allegados al rey, como la conjura sucesoria del príncipe heredero, Don Carlos, alentada por la nobleza y que terminó con el encarcelamiento de éste (y probablemente su asesinato por envenenamiento) y la destitución del secretario de Estado Antonio Pérez, que fue acusado de corrupción y que tuvo de exiliarse para evitar la cólera real. 


La salud de Felipe II fue durante la mayor parte de su vida muy delicada, pero se fue deteriorando a medida que fue avanzando de edad. Sufrió de estreñimiento y hemorroides que ocasionaba que tuvieran que administrarle importantes dosis de enemas, aunque no padeció dolencias graves hasta los cuarenta años. A partir de esta edad presentó asma, artritis, cálculos biliares e incluso fuertes dolores de cabeza, quizá ocasionados por una sífilis congénita.
Desfile triunfal de Felipe II. Camafeo. Museo de Plata. Florencia. 

Además a partir de 1595, Felipe II fue víctima de una serie de fiebres intermitentes, probablemente malaria, y que cada vez fueron más frecuentes y se acompañaba de una sed insaciable. 
Hacia los 36 años registró su primer ataque de gota, una enfermedad que ya no le abandonaría y que le causaba grandes dolores. La gota le obligaba a trasladarse en una silla especial a todas partes y le dejó prácticamente inmovilizado en su vejez. Además de una tendencia genética (su padre, Carlos V también había padecido de gota), la desequilibrada alimentación del Rey durante toda su vida –todos los días comía carne por lo menos dos veces– fue una de las causas de su enfermedad. 
Desde el punto de vista psiquiátrico Felipe II presentaba un transtorno obsesivo compulsivo. Numerosos síntomas avalan esta hipótesis. Tenía una exagerada adoración por la rutina, el orden y la puntualidad. Otro rasgo derivado de esta personalidad era su celo excesivo por la higiene personal. Jehan Lhermite, gentilhombre de la Corte, observó que Felipe II comentaba: 
«era por naturaleza el hombre más limpio, aseado, cuidadoso para con su persona que jamás ha habido en la tierra, y lo era en tal extremo que no podía tolerar una sola pequeña mancha en la pared o en el techo de sus habitaciones».
En otra entrada del blog comentaremos como la extremada pulcritud de Felipe II agudizó todavía más su sufrimiento en su lecho de muerte.



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